Los ojos del perdón

La belleza brotará para bendecir todo cuanto veas,
conforme contemples al mundo con los ojos del perdón.

Un Curso de Milagros

El perdón transforma la manera como percibimos la realidad.

Los juicios nos separan. Al juzgar, creemos que somos distintos de aquello que percibimos. Y, en medio de esa separación, el mundo se vuelve hostil. De repente nos vemos solos, lejos de casa, rodeados de enemigos.

Cuando perdonamos, los juicios se desvanecen y dejan abierta la puerta para que reconozcamos nuestra unidad de nuevo.

Entonces nos damos cuenta de que nunca nos fuimos de casa y de que es imposible tener enemigos. Y todo lo que vemos es alumbrado por una paz profunda y constante.

Así es la realidad cuando la percibimos desde los ojos del perdón.

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Cómo oír al corazón

Hace poco puse en mis redes sociales esta frase:

«Escucha tu propia voz, tu propia alma. Hay demasiadas personas que escuchan el ruido del mundo en lugar de a sí mismas» ~ Leon Brown

Alguien me preguntó cómo hacer para escuchar la voz del alma, y cómo distinguirla de la voz del mundo, del ego.

Lo primero es cultivar el silencio interior. Para oír, debemos estar en silencio. La voz del corazón siempre está hablándonos, pero susurra. Debemos aquietarnos para tomar consciencia de lo que nos está diciendo.

¿Y cómo aquietarnos? ¿Cómo trascender el ruido? Lo primero es enfrentarlo con consciencia. Escuchar ese ruido. Tomar plena consciencia de lo que nos dice el ego y el mundo. Ver las heridas emocionales y los miedos desde los cuales sale esa voz. Y sanar esas heridas.

Oír el ruido con consciencia es muy importante, pues es así que sabemos lo que debemos sanar. Y luego está la valentía de sanar eso.

Al sanar, los obstáculos que nos separan del amor se disuelven.

Para escuchar la voz del corazón, entonces, lo más importante trascender el ruido, y esto implica sanar. Es por esto que Un Curso de Milagros dice al comienzo:

Este curso no pretende enseñar el significado del amor, pues eso está mucho más allá de que se puede enseñar.  Pretende, no obstante, despejar los obstáculos que impiden experimentar la presencia del amor, el cual es tu herencia natural. (Introducción, párr. 1)

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Pasos para florecer por dentro (y por fuera)

Creo que, como seres humanos, nuestro don más grande y en donde reside nuestro poder es nuestra capacidad de elegir. Gracias a esta capacidad, podemos crearnos y recrearnos y, de esa forma, crear y recrear nuestra realidad.

Ahora bien, ¿en dónde podemos aplicar esa capacidad para elegir? Sólo en este momento. Sólo ahora podemos elegir.

Podemos elegir en qué pensamos y qué actitud asumimos frente a lo que sucede fuera y dentro de nosotros.

Esta capacidad de elegir es algo que se fortalece con la práctica. Y la práctica consiste simplemente en elegir consciente y constantemente.

Primera elección: tomar consciencia

En cuanto a transformar nuestra realidad interna y externa, la primera elección que podemos hacer es tomar consciencia, venir al momento presente, observar lo que sucede afuera y dentro de nosotros.

Estar plenamente conscientes de la realidad es algo que tenemos la capacidad de hacer. La mente tiende a divagar de forma incosnciente, es decir, sin que nos demos cuenta, pero no estamos a merced de su inercia y de su programación. Podemos observar sus patrones, y ese es el primer paso para elegir nuevos patrones de pensamiento.

Tomar conciencia tiene un efecto transformador muy poderoso. Muchas veces, por ejemplo, cuando tomamos consciencia plenamente de que un músculo o una parte del cuerpo está tensionada, esa sola consciencia lleva a que de forma natural relajemos esa parte y soltemos la tensión. Cuando me doy cuenta de que estoy apretando una piedra puntiaguda, naturalmente la suelto. Si la apreto sin ser consciente, probablemente seguiré aferrado, así me cause dolor.

Siguiente elección: relajarnos

Cuando se trata de nuestro estado interno, relajarnos es una elección mucho más poderosa que luchar.

A veces, buscando sanar, somos violentos con nosotros. A veces tratamos de arrancarnos a la fuerza las emociones y los pensamientos que no nos gustan. Frente a esto, vale la pena recordar que aquello contra lo que luchamos persiste, pues al luchar contra ello enfocamos allí toda nuestra energía, nos enfocamos en eso, y aquello en lo que nos enfocamos crece.

Es mejor, entonces, enfocarnos en lo que sí queremos. Es más efectivo elegir pensamientos amorosos que luchar contra los pensamientos violentos.

Esta segunda opción, sin embargo, también puede llevarnos a sufrir. A veces nos forzamos por tener pensamientos positivos. Nos forzamos en repetir frases e ideas y en convencernos de ellas. Tratamos de imponernos esos pensamientos a la fuerza. Y el resultado es el agotamiento y la tensión. Esto es como sembrar semillas y luego comenzar a gritarles y a golpearlas para que crezcan. Esto probablemente no las ayudará a crecer y en cambio puede que las arruine e impida su proceso natural de crecimiento.

Sí tenemos la capacidad de elegir nuestros pensamientos y emociones, pero esta no es una capacidad que se cultiva mediante la violencia contra nosotros ni mediante un control obsesivo.

Lo mejor es preparar el terreno y disponerlo para que las semillas germinen naturalmente. Preparar nuestra mente y nuestra consciencia con amor de tal forma que la llegada del amor sea absolutamente natural, y la llegada del amor es natural, pues el amor es nuestra naturaleza. ¿Y cómo preparar el terreno para la llegada del amor? Relajándonos y teniendo la intención de invitar al amor.

La relajación es clave. El amor es como esa mariposa que se posa sobre nosotros cuando nos aquietamos. Es como ese diamante que siempre ha estado en el fondo del estanque que es nuestra mente, pero no podemos verlo porque el agua de nuestros pensamientos está turbia. Cuando el agua se aquieta, el diamante se hace evidente.

Relajarnos es difícil, pues estamos acostumbrados a que la manera de lograr cosas es mediante el control. Cuando se trata de nuestra realidad interna, sin embargo, no podemos controlar el proceso ni forzar las cosas. Nuestra mente limitada no puede estar a cargo del proceso. Esto sería igual que tratar de obligar a las semillas a germinar, en vez de dejarlas que germinen por sí solas. Hay que nutrirlas. Hay que cuidarlas. Pero el proceso sucede de manera natural. Así también, debemos entregarnos al flujo natural de la vida, soltar el control y permitir que sea el universo y la divinidad quienes actúen en nosotros y a través de nosotros. Soltar el control y relajarnos es, entonces, esencial.

Ingrediente secreto: la intención

La relajación es mucho más poderosa cuando se combina con el poder de nuestra intención.

La intención es la dirección en la que queremos ir, es la señal que le enviamos al universo con respecto a aquello en lo que queremos transformarnos, con respecto a nuestros deseos de sanar y crecer.

La intención es la forma de pedir.

Al tener intención, indicamos que estamos dispuestos y deseosos de sanar. Y el universo responde siempre frente a una intención genuina.

Así pues, tomar consciencia es la forma en la que vemos en dónde estamos y decidimos lo que queremos sembrar. La intención es el acto de sembrar las semillas y regarlas. La relajación es el acto de preparar el terreno y permitir que el proceso de crecimiento de las semillas suceda de manera natural. Estos tres ingredientes, combinados, nos llevarán a florecer.

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La causa más profunda del malestar

Cuando tengas un problema que te afecta de manera especial, espera. Mira más profundo. Tal vez el problema no es la causa del malestar. Tal vez ese malestar es más profundo y ha tomado esta situación como una excusa para manifestarse. Por tanto, incluso si solucionas la situación, la causa del malestar permanecerá . Puede que la causa y el malestar se oculten momentáneamente, pero no habrás sanado en lo profundo.

Una señal de que el malestar es más profundo es que lo que percibimos como su causa varía con facilidad. Por ejemplo, ahora te sientes enfadado por algo que pasó con tu jefe. Solucionas esa situación y entonces el malestar surge de nuevo pero ahora parece que la causa es algo que te dijo tu pareja. Pasa la situación con tu pareja y entonces crees que la causa del malestar es el tráfico. Por supuesto, ninguna de esas es la causa real.

Cuando vas más profundo, puede que encuentres un gran dolor ancestral que espera ser abrazado amorosamente y de esa forma sanado. O puede que no encuentres nada; en ese caso, verás que realmente el malestar era un hábito, un patrón energético que se repite con pretextos diferentes cada vez.

Sólo en la profundidad de tu ser podrás sanar de verdad. Entonces puede que la situación con tu jefe permanezca, o el problema con tu pareja o el tráfico, pero tu paz estará presente, pues la causa real del malestar se ha diluido o trascendido. Y cuando esa paz está presente, puedes lidiar con las situaciones de una manera mucho más sabia y efectiva.

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¿Quieres estar sano?

Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo.

Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano?

Juan 5: 5-6.

Hace un tiempo vi un documental sobre un hombre que salió de la drogadicción. Fue grabado durante más de catorce años. Al comienzo, el hombre vivía en la calle en condiciones infrahumanas. Su vida era un infierno. Sin embargo, estaba cómodo. Cuando empezó a sanar, tuvo que enfrentarse al reto de reincorporarse a la sociedad: el siguiente nivel en su proceso evolutivo. Comenzó una familia y empezó a trabajar. Relacionarse con los demás y asumir responsabilidades fue un desafío inmenso. A pesar de todos los beneficios de estar sano, por momentos quería devolverse a su estado anterior.

A primera vista, podría parecer que la pregunta de Jesús es retórica y su respuesta es obvia. Es más, si se la toma literalmente, podría pensarse que es ridícula y superfua, pues ¿quién no querría estar sano? Sin embargo, es una pregunta muy poderosa.

Muchas veces nos apegamos a nuestras enfermedades y a nuestros problemas, pues nos permiten atraer la simpatía y la lástima de los demás y evitar responsabilidades.

Cuando estamos enfermos o somos incapaces y limitados, tenemos una excusa para no pasar al siguiente nivel. La atención gira entonces en torno a la dificultad inmediata y evidente, y queda oculto aquello que tememos en el fondo, aquellas situaciones y aspectos de nosotros que se harían evidentes si sanamos.

El hombre del documental me pareció muy valiente. Su familia no funcionó muy bien. Tampoco tuvo éxito en su trabajo. Pero pasó al siguiente nivel. Se atrevió a experimentar aquello de lo que huía mediante su adicción. Se atrevió a sanar.

Vale la pena preguntarte con respecto a esa limitación o esa enfermedad que quizás tienes: ¿en realidad quieres sanar? Si te ofendes con la pregunta, es posible que estés identificado con tu enfermedad y sientas que la pregunta «la ataca», es decir, «ataca» la historia que tienes de ti mismo.

Sólo mira más profundo; examina si en algún nivel hay un lecho de comodidad que tu enfermedad te proporciona. ¿Qué retos te esperan cuando estés sano? Puede que ni siquiera seas consciente de lo que huyes, por lo que la pregunta puede llevarte a ver cosas de ti que no imaginabas tener adentro.

No es esto, por supuesto, una invitación a juzgarte por estar enfermo o tener problemas. Todos nos refugiamos en nuestras enfermedades y nuestros problemas. Es parte de nuestra inconsciencia. No sirve de nada flagelarnos por ello. Se trata simplemente de ser cada vez más conscientes de nosotros y de las estrategias que empleamos para evitar crecer y mantenernos cómodos.

Sólo pregúntate, con toda honestidad, si quieres sanar. Tal vez descubras cosas de ti que no imaginabas. Tal vez tu voluntad es más poderosa de lo que crees.

Tal vez la pregunta de Jesús era genuina. Tal vez la salud del hombre dependía de su respuesta. Tal vez Jesús sólo le estaba mostrando el poder que él ya tenía adentro suyo.

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Eso me dolió

Decirnos esto a nosotros mismos requiere madurez. Decírselo a otras personas requiere de gran vulnerabilidad y, por tanto, de gran valentía. En muchas ocasiones es el primer paso para sanar algo en nuestro interior.

Si alguien me dice que soy una araña, así sea mi mejor amigo, mi pareja o alguien a quien respeto mucho, pensaré que está bromeando o que se ha vuelto loco. Pero no me dolerá como crítica. No me hará sentir inseguro. No tengo dudas de que no soy una araña.

Si alguien me dice algo y me siento atacado o inseguro, si me duele, es porque está tocando una parte de mi ego. Es, entonces, un regalo. Me muestra un aspecto de mí que puedo sanar.

No importa si la crítica es verdad. Si me duele, hay algo que puedo sanar. Tal vez es una inseguridad. Una parte de mí que teme no ser lo suficientemente bueno. Una necesidad de aprobación. Una falta de amor propio.

Si te duele, no te quedes solo con el dolor. Abre el regalo. Pero para esto, claro está, lo primero es ser capaces de decir «eso me dolió».

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No hagas suposiciones

El tercero de los cuatro acuerdos propuestos por Miguel Ruiz es no hacer suposiciones. ¡Qué poderoso es este consejo! ¡Cuánto sufrimiento podemos evitar al seguirlo! A veces suponemos que el otro sabe cómo nos sentimos. Creemos que nuestro jefe sabe todo lo que nos hemos esforzado en este proyecto y debe comportarse como tal. Damos por sentado que todo aquel que nos considere valiosos memorizará nuestra fecha de cumpleaños. Asumimos que el conductor que trata de entrar en la vía por la que conducimos sabe que vamos de afán y que ese día ya hemos cedido el paso varias veces. Suponemos que nuestra pareja sabe qué es lo que nos molesta, aunque hayamos estado tratando de aparentar que eso en realidad no nos importa.

Cuando suponemos, terminamos viendo enemigos donde no los hay. Creamos una historia en nuestra cabeza en la que el otro ha decidido deliberadamente ofendernos.

¿El resultado? El resentimiento. La sensación de que han abusado de nosotros, de que se han aprovechado, de que nos han despreciado.

¿Reacción inconsciente?  Distanciarnos, ser irónicos, atacar, insultar, apretar los dientes. Asumir el rol de víctimas.

¿Solución? Tomar responsabilidad por nuestro bienestar. Nadie tiene por qué saber cómo nos sentimos, ni qué es importante para nosotros. Nuestra tranquilidad y nuestro valor propio no pueden depender de que los demás tengan las creencias que nos parece que deberían tener o de que se comporten de acuerdo con nuestros supuestos (o sí pueden depender, pero esto es una receta para el sufrimiento).

Cuando dejamos de hacer suposiciones sobre lo que pasa en la mente de los demás, veremos que en muchas ocasiones el perdón llega por sí solo. O, más bien, nos damos cuenta de que no hay nada qué perdonar porque nadie nos ha hecho nada. Dejamos de exigir tanto a los demás y cuando lo hacemos somos explícitos y claros. Los resentimientos se disuelven.

Entonces se allana el camino hacia la paz, sanamos la separación que nuestro ego había construido, volvemos a conectarnos desde el corazón con quienes nos rodean.

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Tu paz es la paz del mundo

Cuando sanas, nunca sanas solo. Cuando creces y te elevas por encima de tus miedos y limitaciones, el mundo crece y se eleva contigo. Porque no estás separado del todo. Y cuando uno sana, todos sanamos. Por eso es que eres tan poderoso. Porque eres el todo.

Cada pensamiento de paz que albergas es un bálsamo para todos los seres del Universo. Cada resentimiento que dejas ir es una herida que sana en el corazón de todos tus hermanos. Cada acto de compasión que emprendes enciende el fuego de la dicha hasta los rincones más recónditos de la creación.
No hay regalo más grande que puedas hacerme que tu paz y tu luz. Gracias por eso, hermano.


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¿Cómo perdonar?

Al salir por la puerta hacia mi libertad supe que, si no dejaba atrás toda la ira, el odio y el resentimiento, seguiría siendo un prisionero ~ Nelson Mandela

Tal vez alguien te dijo algo que no te gustó y te sentiste insultado. O te traicionó. O te hizo daño de cualquier otra manera. Es normal. Nos pasa todo el tiempo. Y entre más cercana sea esa persona, más nos duele. Después, quizás, esa persona se acerque a ti y te pida perdón. Pero en realidad, ¿qué significa perdonar? ¿Se trata de decir algo? Si le respondes a esa persona «Todo está bien», ¿eso es igual a perdonarla? Tal como yo lo veo, perdonar es algo interno. De poco sirven las palabras si en nuestro interior continuamos resentidos.

Tal como lo indica la  palabra, resentir es seguir sintiendo. Eso quiere decir que la herida todavía duele. En otras palabras: si estamos resentidos, seguimos sufriendo. En ese estado de resentimiento, el perdón solo puede ser superficial. Le decimos al otro que todo está bien, pero no es así. Esa persona sigue siendo la causante de nuestro dolor, y sentimos el deseo de castigarla. Tal vez no planeemos una venganza evidente, pero queremos que ella se dé cuenta de que estamos sufriendo por su culpa. En el fondo, buscamos que se sienta culpable, y la culpa es uno de los mayores castigos.

Así que muchas veces «perdonamos» de manera superficial, pero en el fondo continuamos resentidos y buscamos la manera de castigar. Seguimos mal, y seguimos en conflicto. Ese tipo de perdón nos mantiene separados de quienes nos hicieron daño. Pero entonces, ¿qué es perdonar? Una de las ideas más hermosas que he encontrado en Un Curso de Milagros es que perdonar es igual a sanar. Mientras sigamos heridos, el otro continuará siendo culpable, y, aunque tratemos de pretender que lo perdonamos, seguiremos castigándolo con la culpa. Por tanto, la única forma de perdonar por completo es estar sanos.

Cuando sanamos de verdad, cuando estamos bien, la necesidad de castigar se va. Ya no hay resentimiento, ya no nos duele la herida, y en consecuencia ya no hay nadie que sea el causante de nuestro dolor, pues este ya no existe. Solo en ese estado podemos liberar por completo de la culpa al otro. Perdonamos cuando realmente estamos bien y le permitimos ver esto a la otra persona. «Mira, de verdad estoy bien. Me siento bien. No hay nada por lo cual debas sentirte culpable. No hay nada qué perdonar». Entonces esa persona realmente podrá sentirse tranquila. Ya no hay necesidad de ningún castigo. Y muchas veces ni siquiera tenemos que decirle que la perdonamos. Basta con que le mostremos que estamos perfectamente bien. Que puede estar tranquila, pues en realidad no nos ha hecho nada. Aquello que somos está sano, íntegro. Así las cosas, perdonar es difícil cuando sanar es difícil. Y muchas veces lo es. Pero la sanación de la que hablo aquí va más allá del cuerpo, más allá del exterior.

Imagina que alguien, después de ser torturado de múltiples formas, te dijera: «Me puedes hacer quitado todo. Puedes haber dañado mi cuerpo, puedes hacer destruido mi mundo y a los cuerpos de mis seres queridos, pero aun así  estoy bien, perfectamente bien, pues lo que soy en esencia no tiene nada que ver con lo externo, y lo que soy en esencia es algo que no se puede dañar». ¿Parece una locura que alguien diga eso? De pronto. Pero ese sería el ejemplo más extremo de perdón. Tal vez es el perdón que viene de Jesús en la cruz, un perdón que enseña que es imposible condenar, pues es imposible herir la esencia que en realidad somos. Es un perdón que no le pide nada al otro. No le exige ningún castigo. «Mírame, en realidad estoy bien. En realidad no me has hecho daño. No hay nada por lo que debas sentirte culpable».

Por supuesto, puede que algo así esté totalmente fuera de nuestras posibilidades actuales. Puede que haya  muchas cosas que por ahora no seamos capaces de perdonar realmente. Eso está bien. Estamos en un proceso. Sin embargo, en esos ejemplos extremos hay una invitación para sanar. Podemos empezar con las cosas más pequeñas. ¿Realmente no puedes estar bien, en paz, después de ese insulto que te hicieron? ¿En verdad tu bienestar dependía de aquello que te quitaron? Algunas veces podrás estar realmente bien, otras no. Pero es bueno que seamos conscientes de que el precio del resentimiento es que no estamos realmente bien. Algo nos sigue doliendo. La culpa con la que condenamos al otro es el candado que nos mantiene encerrados en la prisión del sufrimiento. Nuestra capacidad de sanar internamente es la llave.

Por: David González