Hace unos años tomé una decisión difícil que marcó mi camino. Acababa de graduarme del pregrado en filosofía y había comenzado una maestría en esa misma área de estudio. Mi plan era luego hacer un doctorado en el extranjero. Estaba construyendo una vida académica y creía tener claro que eso era lo que quería. Sin embargo, cuando terminó el primer semestre de la maestría todo cambió.
Mis padres organizaron unas vacaciones familiares en una finca de recreo en tierra caliente. Después de relajarme por un par de días, empecé a notar cierto malestar cada vez que pensaba en la maestría que estaba estudiando. La razón era que nunca antes le había puesto tanto empeño y dedicación al estudio como ese semestre, y, sin embargo, no me había ganado la beca por la que estaba compitiendo.
Pero también sentí un gran bienestar en esa finca. Estaba totalmente relajado. Era una sensación que no había tenido antes. Había un silencio que rodeaba cada cosa que hacía. Organizar la mesa para el almuerzo, caminar a la tienda para comprar pan, bañarme. Y en medio de esa calma tuve claridad. Caí en cuenta de que ya no me gustaba la filosofía. Estaba siguiendo el camino de la academia por inercia. Por eso me molestaba tanto no obtener las mejores notas. Lo importante para mí no era hacer filosofía, sino tener una beca para luego ser aceptado en una gran universidad que me permitiera llegar a ser reconocido. Lo que veía en las clases no me importaba en realidad. Solo quería tener buenas notas. Tenía algunos amigos que realmente amaban estudiar filosofía, y se entregaban a ella con una pasión que no estaba en mí. El contraste entre ellos y yo era otra señal de que ese no era mi camino.
En medio de esa calma me pregunté qué quería y me permití responder de la manera más honesta posible. La verdad es que en ese entonces me apasionaban la literatura y los juegos de azar, por lo que decidí abandonar la maestría para dedicarme a escribir y a jugar póker por internet. Fue algo muy duro para mis padres, especialmente para mi papá, pues él también estudió filosofía y le alegraba que yo estuviera siguiendo sus pasos. No obstante, yo estaba tranquilo y tenía la certeza de que estaba tomando la decisión correcta.
Me entregué por completo a mi proyecto de ser un escritor que se ganaba la vida jugando póker. Fue una época hermosa. Además, haber seguido mi corazón llevó a que me abriera a nuevas posibilidades y mirara la vida con otros ojos. Fue así como me interesé en la meditación y en encontrar en mi interior la satisfacción que antes buscaba en las ideas y en las teorías filosóficas.
En la medida en que le fui cogiendo gusto al silencio, perdí el interés en el póker y en escribir literatura. Me fui a un retiro de meditación por seis meses y mis prioridades y mi forma de ver la vida se transformaron por completo. Comencé un proceso que continúa todos los días y por el que estoy muy agradecido. Al verlo en retrospectiva, estoy convencido de que la decisión que tomé en esas vacaciones ha sido una de las más importantes de mi vida. Si no lo hubiera hecho, probablemente ahora sería un académico muy triste.
Hay algunas lecciones que esa experiencia me dejó en cuanto a cómo tomar decisiones difíciles:
1. Dar lo mejor de mí me ayuda a ver mi camino
La razón por la que a pesar de la frustración me sentía tranquilo y satisfecho en esas vacaciones es porque había dado lo mejor de mí el semestre anterior. Por eso estaba tan tranquilo y me sentí tan seguro con respecto a lo que quería y lo que no. Aprendí que cuando hago lo mejor que puedo, es más fácil darme cuenta si realmente me gusta lo que estoy haciendo. Cuando somos mediocres y las cosas no funcionan, queda una sensación de desasosiego e insatisfacción, pero no sabemos si esto se debe a nuestra mediocridad o a que realmente no estamos resonando con lo que hacemos. Si tienes absolutamente claro que no te gusta el trabajo que haces, cámbialo ya. Pero si estás dudando, si no te sientes bien pero tampoco estás seguro de querer otra cosa, el mejor consejo que te puedo dar es que seas excelente, que te entregues por completo a lo que estás haciendo ahora. Puede que después de dar lo mejor de ti te enamores de lo que haces. Conozco estudiantes de matemáticas que las odiaban hasta que comenzaron a estudiar en serio, y ahora les encantan. Y si aun después de dar lo mejor te sigues sintiendo insatisfecho, vas a poder ver con más claridad qué es lo que no funciona y tendrás la calma suficiente para decidir.
En este punto es importante recordar que la excelencia es diferente de la perfección. Como nos lo recuerda Neale Donald Walsh, la primera se puede alcanzar, mientras que la segunda probablemente no. La excelencia es algo interno. Solo nosotros sabemos si realmente hicimos lo mejor que pudimos. Nadie más puede darse cuenta. Tal vez llegues de último en la carrera después de hacer tu mejor esfuerzo. O quizás trates a los demás con evidente torpeza, pero estés dando todo de ti por relacionarte mejor. La excelencia no tiene que ver con el resultado. La alegría viene de saber que estamos siendo lo mejor que podemos. Este es el cuarto acuerdo del que habla Don Miguel Ruiz: Haz siempre lo máximo que puedas. Y como él nos recuerda, esto es algo que cambia todos los días. Algunos días es más fácil ser amable y estar tranquilo que otros. Por tanto, no tiene sentido exigirnos un logro fijo, pues no siempre estará dentro de nuestras posibilidades. En cambio, siempre podemos dar lo mejor de nosotros en cada situación, en cada día, en cada momento. Y esto siempre nos dará calma y claridad, sin importar el resultado externo de nuestro esfuerzo.
2. El silencio y la naturaleza nos permiten ver con mayor claridad
Cuando tomé esa decisión no sabía nada sobre la meditación. Sin embargo, gracias a la tranquilidad que sentía por haber dado lo mejor de mí, a la cual ayudaba mucho la naturaleza que me rodeaba, experimenté lo mismo que se logra mediante la meditación: una profunda conexión silenciosa con el momento presente, en la que saboreamos lo que este tiene para ofrecer sin ninguna expectativa. Nuestro corazón siempre está hablando y siempre nos guía; es nuestra mejor brújula. No obstante, el ruido de la mente, su incesante parloteo, todos los deseos y temores nos impiden conectarnos con esa sabiduría interior. Pero esta está allí en todo momento, esperando a que bajemos a recibirla.
Ahora bien, este proceso no se puede forzar, pues el mismo esfuerzo genera una tensión que nos impide conectarnos realmente con el presente. Parte de lo que me ayudó tanto aquella vez es que no tenía ningún objetivo ni estaba tratando de lograr ni de decidir nada. La claridad simplemente llegó a mí.
Si estás confundido, para. Sal a caminar. Escucha música. Juega, mira una película de humor, relájate. Pierde completamente de vista las ideas en torno a las que gira la ansiedad. Si te gusta meditar, rezar o hacer algún ejercicio de relajación, por supuesto que te va a servir, pero no te esfuerces por que “funcione”, no le exijas nada. Tal vez la respuesta llegue, tal vez no, pero aun así puedes disfrutar de la tranquilidad y la calma. A veces solo estarás realmente relajado por unos segundos, pero incluso un breve instante de verdadera conexión con tu sabiduría interior puede ser muy poderoso.
La vida es un balance. A veces tenemos que esforzarnos al límite. Dar lo mejor, dejarlo todo en el intento. Y a veces simplemente tenemos que soltarlo todo y dejarnos llevar, aquietarnos y disfrutar de este momento.
3. Escucha a tu corazón con una mente abierta
A veces tenemos la respuesta ante nuestros ojos, pero no la vemos porque no encaja con nuestras ideas preconcebidas sobre lo que queremos. A veces lo que realmente queremos se aleja tanto de nuestras expectativas y de las de quienes nos rodean que no nos permitimos admitirlo. En este punto es muy importante ser valientes y ser honestos con nosotros mismos. Para ver con claridad, ayuda dejar de lado todo lo que creemos saber sobre nosotros y sobre la situación, y confiar lo que nuestra intuición nos dice cuando estamos en silencio. Ganarme la vida jugando póker y escribir por placer me parecía una posibilidad tan absurda que ni siquiera la había considerado, pero era lo que en realidad quería en ese momento. Solo necesitaba de la calma y de la honestidad suficiente para reconocerlo.
Todos nos hemos llenado de ideas sobre lo que debemos y lo que no debemos hacer. Pero es posible que a veces esas ideas vayan por un lado, y la voz de nuestro corazón, por otro. En ese caso, tus ideas no le servirán a tu crecimiento, solo te llevarán a desconectarte de ti mismo, a reprimirte, a negar tu verdad. Pero eso solo lo puedes saber si miras de verdad en tu interior, abierto a todo, dispuesto a que tu verdad consuma tus creencias. Y esa verdad interna, lo que quieres, lo que anhelas en realidad, puede cambiar y probablemente lo hará muchas veces. Tu corazón siempre te llevará hacia aquella experiencia que te ayudará a crecer más, y las condiciones propicias para tu crecimiento pueden cambiar con el tiempo.
No te aferres. Cambia de dirección cuantas veces sea necesario, da lo mejor en cada instante y sé honesto contigo. Ese es el mejor consejo que te puedo dar por ahora. Tal vez mañana sienta que ya no lo es, y trataré entonces de darte mi nueva verdad lo mejor que pueda.
Por: David González