Padre nuestro, que estás en los Cielos

Quiero en esta entrada compartir algunas de mis creencias más íntimas y profundas, y quiero contarles cómo es mi relación con la religión cristiana y con el catolicismo.

Voy a explicar por qué me gusta tanto la oración del padrenuestro y a dar mi interpretación de cada una de sus partes. Pero, para esto, primero quiero contarles un poco sobre mi crianza. Dicha oración es mi preferida. Creo que eso se debe a que de pequeño disfrutaba ir a misa, pues mi abuela materna, a quien amé profundamente, era muy católica, y fue ella quien me crio. Y aun hoy en día, a pesar de que mis creencias han cambiado mucho, disfruto cuando por alguna razón acompaño a alguien a una misa y llega el momento de rezar el padrenuestro. Disfruto de abrir los brazos, cerrar los ojos y pronunciar:

Padre nuestro, que estás en los Cielos; Santificado sea tu Nombre; Venga a nosotros tu Reino; Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo; Danos hoy nuestro pan de cada día; Perdona nuestras ofensas, así como nosotros también perdonamos a quienes nos ofenden; No nos dejes caer en tentación; líbranos del mal. Amén.

Antes de hablar sobre el significado profundo que tiene para mí cada una de estas frases, me gustaría hablar un poco más de cómo mis creencias y mi forma de ver la religión han ido cambiando a través de mi camino.

Aunque mi madre y mi padre son muy religiosos, quisieron que yo tuviera la posibilidad de decidir sobre mis propias creencias. Por eso, no me bautizaron cuando estaba recién nacido, como es usual en las familias católicas. Me bauticé a los 8 años de edad, por decisión propia. Recuerdo el día, como estaba vestido y lo que sentí cuando el padre que oficiaba la ceremonia derramó el agua sobre mi cabeza. Y recuerdo también lo que sentí en los días siguientes: una mezcla entre santidad y miedo a perderla. Recuerdo la sensación de ser puro y el miedo a que haya en mí una maldad que puede surgir en cualquier momento si no tengo cuidado. Y es que ya, a esa temprana edad, podía ver que en la religión católica había elementos de miedo que me llevaban a sufrir.

Al bautizarme, el padre me dijo que en ese momento yo quedaba libre de todo pecado. Era como un «borrón y cuenta nueva», como decimos aquí en Colombia. No importaba lo que hubiera hecho o pensado antes de ese momento, todo quedaba en el olvido gracias a la ceremonia del bautizo. Sin embargo, de ahí en adelante, tenía que esforzarme por mantener esa santidad. Lo que había hecho en el pasado estaba perdonado, pero no así lo que haría en el futuro. Entonces sentía gran tensión y surgió la nececidad de controlar mis acciones y pensamientos. Pero era inútil. Sin importar qué tanto me esforzara, los pensamientos que consideraba impuros se infiltraban en mi mente y me atormentaba la idea de haber perdido el perdón y la pureza que me habían sido concedidos con mi bautizo.

Esta relación ambivalente con la religión continuó durante mi adolescencia, con sensaciones de gozo y tormento amplificadas por la madurez de mi mente y el despertar de los deseos sexuales. Después de hacer la Primera Comunión, se estableció una dinámica insana en la que constantemente buscaba la experiencia de santidad a través de la confesión, pero sólo para volver a sentirme manchado a los pocos momentos de haber salido de la iglesia. Esto, por supuesto, me llevaba a cansarme y a alejarme de la religión. No obstante, esa lejanía acentuaba la culpa, y cuando ésta se hacía insoportable, volvía a confesarme y me refrescaba brevemente en la sensación pasajera de pureza y santidad.

A los 16 años, esta dinámica de extremos se agudizó. Tras varios meses de haber abandonado por completo las prácticas religiosas y de haberme permitido experimentar a gusto los placeres que el mundo tenía para ofrecerme, la sensación de culpa alcanzó uno de sus picos más altos. Entonces ingresé a una iglesia cristiana muy exigente. Era exactamente lo que deseaba: la oportunidad de ser perfecto. Y durante 6 meses traté de serlo. Realmente me esforcé. Di lo mejor de mí, de eso no me queda ninguna duda. Pero, al igual que antes, tampoco fue suficiente. Entre más trataba de alejarme de los pensamientos y las acciones «impuras», con más intensidad y ahínco me acediaban. Así, más temprano que tarde, mis deseos, fortalecidos por la represión, erosionaron y echaron abajo la ilusoria fortaleza de santidad que con tanto esfuerzo había erigido.

Entré entonces en un periodo de profunda depresión y me alejé de la religión por varios años. Me sentía constantemente atormentado. Y, de todas las ideas temibles, la más intensa era la creencia en el infierno, que, según mi punto de vista, era mi destino inevitable ahora que me había «caído de la fe», que era como se referían en aquella iglesia a la que había pertenecido al acto de abandonarla. Recuerdo caminar por la calle en medio de un desasosiego constante, mirando de vez en cuando al cielo, con la sensación de que en cualquier momento podía caerme un rayo como castigo por lo que había hecho.

Poco a poco, el miedo y la ansiedad fueron disminuyendo, si bien siempre estuvieron presentes en el fondo de mi mente. En este proceso ayudó mucho la vida académica. Cuando entré a estudiar filosofía, me permití cuestionar todas las creencias que había albergado hasta el momento, y, motivado por el escepticismo de mis compañeros de clase, así como de los profesores y los autores a quienes admiraba, llegué a la conclusión de que nada en la vida tenía sentido y de que, por tanto, no había razón para sentirme culpable. A esto, además, se sumó el reconocimiento de que mis ideas religiosas y mi fe se fundamentaban en el miedo al castigo, lo que me llevó a abandonarlas por completo, pues de alguna forma podía sentir que lo que yo estaba buscando en realidad era el amor, y éste es incompatible con el miedo.

De esta manera, por varios años la mente y las ideas fueron mi refugio, si bien el deseo de entrar en comunión con lo divino y la necesidad de deshacerme de la culpa nunca desaparecieron por completo. Había dejado atrás las creencias religiosas, pero en un nivel más profundo mi sed por la espiritualidad permanecía.

Tras acabar mi pregrado, comencé una maestría en filosofía, pero pronto me di cuenta de que ese camino no me satisfacía y decidí abandonarlo (en este video narro con detalle cómo fue esa experiencia). Ya no me sentía tan culpable como antes, pero mi mente se había convertido en una prisión y los pensamientos obsesivos acerca de todo me impedían disfrutar la vida. Fue entonces cuando descubrí la meditación y empecé a leer libros sobre cómo estar en silencio y encontrar paz interior. Finalmente, eso me llevó a descubrir el camino por el que he transitado desde entonces, en el cual las enseñanzas de Un Curso de Milagros ocupan un lugar preponderante.

De este modo se cerró el ciclo que había comenzado con mi bautizo y mi formación católica, ya que Un Curso de Milagros es un libro canalizado del alma de Jesús y hace referencia constante a las enseñanzas que aparecen en La Biblia (incluidas las palabras que se le atribuyen a él), pero las reinterpreta de forma tal que quedan desprovistas de miedo. Aún habla del infierno, por ejemplo, pero aclara que es una idea ilusoria que nosotros mismos creamos y que, por tanto, tenemos el poder de abandonar. Y dice además que ese despertar no sólo es posible, sino necesario: es nuestro destino en razón de quienes somos. Son éstas las nuevas ideas que veo cuando pronuncio ahora la oración del padrenuestro y que comparto a continuación.

Padre nuestro que estás en los Cielos Esta parte dice que Dios está «en los Cielos», pero ¿en dónde se encuentran los cielos? De pequeño, creía que el Reino de los Cielos se encuentra lejos, en otra vida, en un lugar al que no tengo acceso en este momento y al cual se me puede negar la entrada si no me porto bien. Ahora entiendo que el Reino de los Cielos está en nuestro interior… aunque en realidad, esto es aún una imprecisión, una metáfora. El siguiente pasaje de Un Curso de Milagros es esclarecedor:

Es difícil entender lo que realmente quiere decir “El Reino de los Cielos está dentro de ti”. Esto se debe a que no es comprensible para el ego, que lo interpreta como si algo que está fuera estuviese dentro, lo cual no tiene sentido. La palabra “dentro” es innecesaria. Tú eres el Reino de los Cielos. ¿Qué otra cosa sino a ti creó el Creador y qué otra cosa sino tú es Su Reino? T-4.III.1:1-5.

Así pues, la frase «Padre nuestro que estás en los Cielos» hace referencia, en realidad, a nuestra unidad con Dios, pues Él mora en su Reino, pero nosotros somos su Reino. Él mora en nosotros, Él es nosotros. Y es que, desde Un Curso de Milagros, Dios no crea algo separado de Él. Todo lo que Él crea es parte de Sí mismo. En otras palabras, Dios crea extendiéndose a Sí mismo y compartiendo su Ser con su creación.

Santificado sea tu NombreEsta parte, según mi interpretación, se refiere a los símbolos. Dios es eterno, y por siempre santo e inmutable. Es el Ser mismo, lo que es, la realidad, y no puede dejar de ser. Por tanto, lo que se santifica con esta oración no es a Dios, ya que Él no tiene necesidad de ser santificado, pues ya es santo. Lo que se pide que se santifique es su nombre. Y el nombre es un símbolo, una representación de algo. Es la manera como a través de nuestra mente podemos hacer referencia a una realidad. Lo que se pide, entonces, es que reconozcamos la santidad de Dios a través de los símbolos que hemos construido para representarlo. Es otra forma de decir: toma consciencia de la santidad de Dios que mora ya en tu mente, reconócela a través de los símbolos que has creado, usa el poder creativo de tu mente para representar la realidad de Dios, que es tu esencia más profunda, tu propio Ser, como ya se dijo en el párrafo anterior.

Venga a nosotros tu Reinoa la luz de la interpretación de la primera frase, esta tercera simplemente quiere decir: «permítenos tomar consciencia de nuestra unidad Contigo».

Hágase tu volutad tanto en la tierra como en el Cielo… aquí declaramos que estamos dispuestos a salir de nuestro estado de aparente separación, en el que creemos tener una voluntad separada de la de nuestro creador, y reconocemos que en realidad nuestra voluntad es la suya. En el plano práctico, estamos declarando que nos vamos a dejar guiar por nuestro corazón, por nuestro guía interior; que estamos receptivos, dispuestos a oír y a dejarnos llevar por nuestro Ser superior por donde Éste nos indique. De esto se da un bello recordatorio en el libro de ejercicios de Un Curso de Milagros:

La Voluntad de Dios es la única Voluntad. Cuando hayas reconocido esto, habrás reconocido que tu voluntad es la Suya. La creencia de que el conflicto es posible habrá desaparecido. L-pI.74.1:3-5.

Danos hoy nuestro pan de cada día… Esta es, sin duda, una invitación a reconocer nuestra abundancia y a relajarnos, sabiendo que en cada momento tenemos exactamente lo que necesitamos y que, en consecuencia, no tiene sentido preocuparnos por el futuro. Esto es así por razón de quienes somos, pues si en realidad no estamos separados de nuestro Padre nunca, ¿qué podría faltarnos jamás?

Perdona nuestras ofensas así como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden… En Un Curso de Milagros, el perdón es en realidad innecesario, pues nunca hemos hecho nada malo. Todo lo impuro que creemos haber hecho ha sido en ilusiones, y lo que caracteriza a las ilusiones es que no son reales. Sin embargo, mientras mantengamos las ilusiones, necesitamos del perdón, pero no del perdón de Dios, quien nunca nos juzga, sino de nuestro propio perdón. En otras palabras, tenemos que reconocer que los juicios que albergamos contra nosotros y contra los demás son ilusorios y que, por tanto, podemos soltarlos y percibirnos a nosotros y a los demás como en realidad somos y como nunca hemos dejado de ser: puros y santos.

Sobre esto, hay tres pasajes de Un Curso de Milagros que quiero citar. Los dos primeros tienen que ver con el perdón:

El Hijo de Dios no necesita ser perdonado, sino despertado. En sus sueños se ha traicionado a sí mismo, a sus hermanos y a su Dios. Mas lo que ocurre en sueños no ocurre realmente. T-17.I.1:4-6.

Dios no perdona porque nunca ha condenado. Y primero tiene que haber condenación para que el perdón sea necesario. El perdón es la mayor necesidad de este mundo, y esto se debe a que es un mundo de ilusiones. Aquellos que perdonan se liberan a sí mismos de las ilusiones, mientras que los que se niegan a hacerlo se atan a ellas. De la misma manera en que sólo te condenas a ti mismo, de igual modo, sólo te perdonas a ti mismo. L-pI.46.1.

El tercer pasaje tiene que ver con dejar de juzgar a los demás como una forma de dejar de juzgarnos a nosotros. La Biblia dice: «así como juzgues serás juzgado». Usualmente esto se interpreta como que si juzgamos a los demás, Dios nos juzgará a nosotros como castigo. Pero esto no puede ser verdad, pues Dios nunca condena. Para mí, lo que esto significa es que tal como percibimos a los demás nos percibimos a nosotros mismos, ya que en realidad no estamos separados. Somos un solo ser. Esto implica que cuando juzgamos a alguien más en realidad nos estamos juzgando a nosotros mismos. Así pues, si queremos encontrar el perdón adentro, debemos aprender a percibir correctamente a los demás, lo que implica ver siempre su divinidad y su impecabilidad, que permanecen inmutables a pesar de las aparentes locuras que parezcan haber hecho en el mundo.

Cuando te encuentras con alguien, recuerda que se trata de un encuentro santo. Tal como lo consideres a él, así te considerarás a ti mismo. Tal como lo trates, así te tratarás a ti mismo. Tal como pienses de él, así pensarás de ti mismo. Nunca te olvides de esto, pues en tus semejantes o bien te encuentras a ti mismo o bien te pierdes a ti mismo. T-8.III.4:1-4.

No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal… La tentación no es la tentación de hacer cosas malas, pues en realidad no es posible hacer algo malo o pecar. No es posible ofender a Dios. Es por esto que Él nunca condena. La tentación es la tentación de percibir incorrectamente y vivir en un mundo de ilusiones. Es decir, es la tentación de creer que podemos pecar y sufrir. La tentación es la tentación de creer que estamos separados de Dios y separados los unos de los otros. La tentación es la tentación de creer que vivimos en el infierno, que no es otra cosa que el estado de aparente separación de Dios, de nuestra fuente, que es el Amor mismo. En otras palabras, esta frase podría leerse como «danos la fuerza para abandonar nuestras ilusiones y despertar a nuestra realidad, en la que somos Uno contigo».

Para terminar, quisiera citar un pasaje muy significativo de Un Curso de Milagros que es considerado por algunos como la nueva versión del padrenuestro y que resume de bella manera las ideas que he expuesto aquí:

Perdónanos nuestras ilusiones, Padre, y ayúdanos a aceptar la verdadera relación que tenemos Contigo, en la que no hay ilusiones y en la que jamás puede infiltrarse ninguna. Nuestra santidad es la Tuya. ¿Qué puede haber en nosotros que necesite perdón si Tu Perdón es perfecto?  El sueño del olvido no es más que nuestra renuencia a recordar Tu Perdón y Tu Amor.  No nos dejes caer en la tentación, pues la tentación del Hijo de Dios no es Tu Voluntad.  Y que recibamos únicamente lo que Tú has dado, y que aceptemos sólo eso en las mentes que Tú creaste y que amas. Amén. T-16.VII.12.

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Cómo tener sueños felices

Últimamente he estado muy interesado en los sueños lúcidos. Es decir, aquellos sueños en los que nos damos cuenta de que estamos soñando.

Cuando caemos en cuenta de que estamos en un sueño, reconocemos nuestro poder, pues tomamos consciencia de que somos sus creadores. Entonces las cosas dejan de sucedernos y podemos empezar a elegir lo que queremos experimentar. Y entre mayor sea la consciencia de que es un sueño, mayor nuestro poder.

Algo similar sucede en la vida «normal», durante la vigilia. Constantemente estamos rodeados por ilusiones, fantasmas y proyecciones mentales. Nuestra mente crea una historia a nuestro alrededor y por momentos creemos que es real. Pero cuando nos damos cuenta de que es una fabricación de nuestra mente, podemos empezar a elegir la historia que nos queremos contar, o podemos incluso elegir experimentar la realidad sin una historia que la explique y que nos diga dónde estamos y qué papel desempeñamos.

Al igual que en los sueños, el paso crucial en este despertar es darnos cuenta de que eso experimentamos es creado por nosotros y no la realidad última. Una vez damos ese paso, podemos elegir dejar de creer ciegamente todo lo que nuestra mente nos dice.

La próxima veas enemigos a tu alrededor, pregúntate si no son solo espejismos proyectados por tu mente.

Tal vez tu mente diga: «Pero es evidente que son enemigos, tengo pruebas». Y es cierto que para ella es evidente que son enemigos y es cierto que tiene pruebas. Mas, ¿no sucede lo mismo en los sueños, antes de darnos cuenta de que estamos soñando? ¿No parece entonces evidente que lo que soñamos es real y no parece haber pruebas de esa realidad?

Tal vez la solidez aparente del ataque que percibes no es prueba de su realidad. Al fin y al cabo, en estado de sueño profundo, hasta las más disparatadas fantasías parecen sólidas y reales.

Tal vez esto sea también un sueño. Y cuando reconozcas que lo es, tal vez eso te permita empezar a tener sueños felices, al reconocer que eres tú quien los está creando.

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La respuesta del Bodhisattva al coronavirus

Me llegó un mensaje hermoso del maestro budista Jack Kornifield sobre la actitud más elevada que podemos asurmir frente al coronavirus. Aquí está mi traducción de ese mensaje:

Queridos amigos:

Podemos elegir.

Las epidemias, al igual que los tornados y los terremotos, son parte del ciclo de la vida en el planeta Tierra.

¿Cómo responderemos? ¿Con codicia, odio, miedo e ignorancia? Esto sólo traerá sufrimiento. O con generosidad, claridad, firmeza y amor?

Es momento para el amor.

Es momento para Bodhisattvas. En las enseñanzas budistas, el Bodhisattva es alguien que se compromete a aliviar el sufrimiento y brinda bendiciones en todas las circunstancias. Un Bodhisattva elige vivir con dignidad y valentía e irradia compasión por todos, sin importar en dónde se encuentren.

Esta no es una metáfora. En tanto que Bodhisattvas, se nos pide ahora que miremos la tragedia del mundo y respondamos con amor.

El camino del Bodhisattva está en frente de nosotros. Lo hermoso es que podemos ver a Bodhisattvas por todas partes. Los vemos cantando desde sus balcones para aquellos encerrados adentro. Los vemos en esos vecinos que cuidan de los mayores que viven cerca, en nuestros valientes trabajadores de la salud y en aquellos que pasan desapercibidos y abastecen los estantes de nuestras tiendas y supermercados.

En tanto que padre, si ella me llamara, yo viajaría hasta los confines de la Tierra para ayudar y proteger a mi hija. Ahora, ella y su esposo, paramédico y bombero, junto con mi pequeño nieto aguardan al virus. En su estación de bomberos urbana, al igual que en muchos hospitales y centros de respuesta inmediata, no hay máscaras. Ochenta por ciento de su trabajo son llamadas de emergencia y todos esperan contraer el virus. No les harán tests, pues el departamento de bomberos no puede darse el lujo de perder a demasiados de sus bomberos.

¿Qué puedo hacer? ¿Qué podemos hacer?

En este momento, podemos sentarnos en silencio, tomar una respiración profunda y reconocer nuestro miedo y nuestra desconfianza, nuestra incertidumbre y nuestra impotencia… y abrazar todos estos sentimientos con un corazón compasivo. Podemos decirles a nuestros miedos y nuestra incertidumbre: «Gracias por tratar de protegerme» y «Por ahora estoy bien». Podemos poner nuestros miedos en el regazo de Buda, de la Virgen María, de Quan Yin, podemos depositarlos en los corazones de las generaciones de valientes médicos y científicos que han ayudado al mundo en epidemias anteriores.

Cuando hacemos eso, podemos sentirnos parte de algo más grande, de generaciones de sobrevivientes en la vasta red de la historia y la vida, «siendo cargados», como dicen los ancianos del pueblo Ojibwa, «por grandes vientos a través del cielo».

Este es un tiempo de misterio e incertidumbre. Respira. Los velos de la separación se están yendo y la realidad de la interconexión es evidente para todos en la Tierra. Necesitábamos esta pausa, y quizás incluso nuestro ailsamiento, para ver qué tanto necesitamos cada uno del otro.

Ahora es momento para aportar nuestra parte.

Los Bodhisattva deliberadamente miran hacia el sufrimiento para servir y ayudar a aquellos a su alrededor en cualquier manera que puedan.

Esta es la prueba por la que hemos estado esperando.

Sabemos cómo hacerlo.

Es hora de renovar tu juramento.

Siéntate en silencio de nuevo y pregúntale a tu corazón: ¿cuál es mi mejor intención, mi más noble aspiración para este momento difícil?

Tu corazón responderá.

Deja que esto se convierta en tu guía. Cuandoquiera que te sientas perdido, recuerda y esto te recordará lo que importa.

Es tiempo de ser la medicina, la música inspiradora, la lámpara en la oscuridad.

Arde con amor. Sé un portador de la esperanza.

Si hay un funeral, despídelos con una canción.

Confía en tu dignidad y bondad.

Donde otros acumulan… ayuda.

Donde otros engañan… defiende la verdad.

Donde otros están abrumados o son indolentes… sé bondadoso y respetuoso.

Cuando te preocupas por tus padres, tus hijos, tus seres queridos, permite que tu corazón se abra y participe en la preocupación de todos por sus padres, sus hijos y sus seres amados. Este es el gran corazón de la compasión. El Bodhisattva dirige la compasión hacia todos: aquellos que están sufriendo y son vulnerables y aquellos que causan el sufrimiento. Estamos en esto juntos.

Es momento para reimaginar un mundo nuevo, para visualizarnos compartiendo nuestra humanidad común, para visualizar cómo podemos vivir de la manera más hermosa posible. Al atravezar esta situación, podremos hacer aquello que cultivemos y en lo que pongamos nuestro empeño.

Al final, recuerda que quien eres es la consciencia atemporal, la consciencia que nació en tu cuerpo. Tú naciste como un hijo del espíritu, e incluso ahora puedes volver a esa consciencia y convertirte en la consciencia amorosa que te atestigua leyendo y sintiendo y reflexionando.

Cuando un bebé nace, nuestra primera respuesta es el amor.

Cuando un ser querido muere, la mano que sostenemos es un gesto de amor.

El amor y la consciencia atemporales son lo que eres.

Confía en eso.

Querido Bodhisattva,

El mundo espera tu corazón compasivo.

Abordemos esta gran tarea juntos.

Con cariño,

Jack Kornfield.

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Jack Kornfield se entrenó como monje budista en monasterios de Tailandia, la India y Burma. Ha enseñado meditación a nivel internacional desde 1974 y ha sido uno de los maestros más importantes que ha introducido la práctica budista de atención plena en Occidente. Entre sus libros, que han sido traducidos a una veintena de idiomas, se encuentran El corazón de la sabiduría, Cuentos del espíritu: historias del corazón, Buscando el corazón de la sabiduría y Trayendo el dharma a casa: despierta justo donde estás.

Puedes conocer más sobre él en su página web.

El juego

Un trapecista oscila indeciso. No alcanza a ver bien y no sabe qué está a un lado y al otro. Cree que solo una de las opciones es correcta, y teme equivocarse.

De vez en cuando, se anima y salta, pero luego duda si fue la decisión correcta. ¿Habrá dejado pasar algo valioso? ¿Se estará dirigiendo hacia algún peligro que debería haber previsto y será castigado por no haber prestado suficiente atención?

Cuando al fin se atreve a saltar, una vez se encuentra en un nuevo lugar, surge el mismo problema: ¿Saltar otra vez o quedarse? ¿Hacia dónde? ¿Mejor devolverse?

Al observar su mente, comprende de repente lo futil de las preocupaciones. Se rinde al hecho de que no puede controlar el resultado de cada salto. En esa relajación, deja de oscilar, se aquieta. Se encuentra entonces suspendido en el silencio, sin mirar ya adelante o atrás. Ríe, pues se da cuenta de que es un juego, y se suelta.

Entonces su mundo se transforma. Ya no es un trapecista indeciso que oscila entre polos opuestos. Ahora fluye como un delfín que se deja llevar suavemente por la corriente. Hay movimientos, pero no hay lucha. Es un simple colaborar con el flujo natural del agua.

El paisaje es bello ahora. Sin embargo, a pesar de que las formas siempre son diferentes, al cabo de un rato el viajero se da cuenta de que, en el fondo, todas son lo mismo. Así pues, ve que en realidad no está viajando hacia ningún lado. Parece moverse mucho, pero siempre ha estado en el mismo lugar. Los cambios aparentes, las diferentes orillas, las piedras en el fondo del agua, todo eso que parece ser diferente es solo una ilusión. Entonces, de nuevo, ríe, pues se da cuenta de que es un juego, y así cierra los ojos y se permite descansar.

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La buena noticia de saber que estás en una pesadilla

En el momento en el que nos volvemos plenamente conscientes de que estamos en una pesadilla, deja de ser pesadilla.

Esto es así porque saber que es una pesadilla equivale a saber que no es real. Entonces nos relajamos, pues reconocemos que en realidad no estamos amenazados. Al relajarnos, el miedo se va, y si no produce miedo, no es una pesadilla.

Lo más usual es que cuando nos relajamos las imágenes del sueño se transformen y reflejen nuestro nuevo estado emocional. Además, cuando sabemos que no es real, muchas veces adquirimos la capacidad de modificar el sueño a nuestro antojo.

La idea de hablar de esto aquí es, por supuesto, que la vida se parece más a un sueño de lo que a veces pensamos. Por eso hablamos de despertar espiritual.

Pero, sin ir a ideas metafísicas muy alejadas, podemos despertar de pequeñas pesadillas que nos acosan día a día.

De repente tu miedo se activa porque pierdes un calcetín y tu mente te dice que algo malo está pasando. Alguien te mira de cierta forma o dice algo y te sientes amenazado. No entiendes algo y sientes cómo si fueras a perder algo vital. Pero ¿es así? ¿Estás amenazado? ¿Realmente está pasando algo malo? ¿No será sólo una reacción automática e irracional que nos lleva a ver monstruos donde no los hay? ¿No será simplemente que estamos en medio de una pesadilla?

En casos más extremos, también podemos darnos cuenta de que no es real, de que no somos nuestro cuerpo y de que aquello que en verdad somos no puede ser amenazado. Sin embargo, como en todo, basta con empezar por cosas pequeñas. Así se va adquiriendo la práctica de interpretar las cosas de otra manera. Y a medida que la práctica se afianza, podremos aplicar esa interpretación a cosas cada vez más grandes y aparentemente más serias y reales.

Si te das cuenta de que estás en una pesadilla, ¡qué buena noticia! Eso significa que no es real, que no estás amenazado y que puedes relajarte. Pero, además, significa que estás comenzando a despertar y que, por tanto, pronto dejará de ser una pesadilla y podrá transformase en un sueño feliz en el que gozarás mientras acabas de despertar por completo.

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Sufrimiento y sabiduría

Este texto es una traducción de un post en la cuenta de Instagram de Ram Dass:

Verás, tenemos la tendencia a sentir aversión al sufrimiento. Y así, queremos distanciarnos de éste.

Si hay gente que sufre, quieres mirarla por televisión o encontrarte con ellos, pero entonces buscas mantener una distancia. Pues temes que te ahogarás en eso. Temes que te ahogarás en un dolor que será insoportable. Y lo cierto es que tienes que hacerlo. En última instancia tienes que hacerlo.

Pues si cierras tu corazón a cualquier cosa en el universo, ésta te posee. Entonces estás a merced del sufrimiento. Y en últimas tendrás que lidiar con el sufrimiento, tendrás que consumirlo dentro de ti. Esto significa que tienes que (con los ojos abiertos) ser capaz de mantener tu corazón abierto en el infierno. Tienes que mirar lo que es y decir: «Sí, de acuerdo». Y esto implica soportar lo insoportable.

Y, en cierto sentido, aquel que crees ser no puede hacerlo. Quien en realidad eres puede hacerlo. Así, aquello que crees que eres muere en el proceso.

Ram Dass

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Tu vida, la historia de tu vida y los videojuegos

A menudo sufrimos porque confundimos nuestra vida con la historia de nuestra vida. El maestro espiritual Eckhart Tolle distingue claramente una de la otra. Presentaré aquí la distinción sencilla pero poderosa que él propone en su obra maestra El Poder del Ahora.

La historia de tu vida es lo que crees que eres. Es el relato que te cuentas a ti mismo sobre ti. De dónde vienes, para dónde vas. Tus logros, tus fracasos. Tus cualidades, tus defectos.

Al igual que todas las historias, la historia de tu vida está construida de pasado y de futuro. Existe en tu mente cuando esta recuerda un pasado que ya no existe o se proyecta en un futuro imaginario.

Tu vida, en cambio (y valga la redundancia), está viva. La puedes sentir vibrando ahora mismo. Es tu ser.

Cuando crees que tu vida se reduce a la historia de tu vida, te identificas completamente con el personaje que has construido para ti y que usas para moverte en el mundo. Entonces crees que tu valor depende del pasado. Crees que tu valor depende de qué tantos éxitos y logros hayas conseguido en el tiempo.

Cuando tomas consciencia de tu vida, te das cuenta de que tu ser no depende del pasado; está aquí, ahora, siempre, radiante. Y el valor de ese ser no tiene nada que ver con logros o fracasos en el tiempo. El valor de ese ser está por fuera del tiempo. Puedes tomar consciencia de él o pasarlo de largo, pero no puedes perderlo ni aumentarlo, sin importar qué tan trágica o exitosa sea tu historia.

Para vivir en el mundo todos construimos una historia sobre nosotros en nuestra mente. Nos sirve para ubicarnos y relacionarnos con otros. Pero no necesitamos identificarnos con ella. Podemos observarla y anclarnos permanentemente en nuestra vida, que se encuentra en lo más profundo de este momento.

Es fantástico que construyas una hermosa historia de tu vida en esta aventura por la que estás pasando. Disfrútala. Lucha. Construye. Crea. Ríe. Llora. Explora. Pero, más allá de eso, la invitación es a que, mientras disfrutas o sufres tu historia, tomes consciencia de tu ser verdadero, que está siempre debajo de todo aquello que jamás pueda suceder en tu historia. Desde ese lugar disfrutarás de tu historia de una manera mucho más relajada y serena. Y te permitirás jugar plenamente, sabiendo que, en última instancia, no tienes nada real qué perder.

Identificarnos con nuestra historia es como jugar un video juego y creer que somos el personaje en la pantalla del televisor y olvidarnos de que en realidad estamos jugando. Cualquier videojuego se volvería bastante angustiante si eso sucediera. Cuando sabes que es solo un juego, lo disfrutas plenamente. Sigues riendo cuando ganas en el juego y te sigues enfadando cuando pierdes. Te sigues esforzando para pasar al siguiente nivel y aprendes a medida que avanzas para superar los obstáculos que van apareciendo en la pantalla. Pero, pase lo que pase, sabes que estás bien y que tu bienestar real no depende de que ganes o pierdas. Sabes que tu vida está más allá de la pantalla, en un lugar que no puede ser tocado por nada que suceda en el juego. Y la puedes sentir siempre, en lo más profundo de tu corazón, mientras sigues jugando.

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El Camino del Corazón

Hace ya cinco años que, navegando por Twitter, me encontré con un libro que me cautivó: The Way of the Heart. Al sumar mi gusto por el libro con mi pasión por los libros en general, decidí contactar a la autora y traducirlo. Eso dio lugar a El Camino del Corazón, el primer libro que edité y traduje con Caminos de Conciencia.

Es un libro canalizado de las almas de Jesús (Yeshúa) y María Magdalena, maestros ascendidos. Un poco en la tradición de Un Curso de Milagros (cuyo autor es Jesús), mi principal práctica espiritual, pero en un lenguaje mucho más sencillo y accesible. Te quiero compartir ahora un pasaje que resuena mucho conmigo y con la forma como entiendo la espiritualidad. Se trata del prólogo del libro, en el que se señalan los requisitos para leerlo y se te invita a mirar si tu corazón desea leerlo.

María Magdalena: El camino del corazón es una práctica antigua que fue enseñada en escuelas de misterios. Se trata de reconectarte con la raíz de nuestro ser, la Fuente. Durante los primeros años de tu vida, olvidas la conexión con la Fuente: el ego toma el control y construye un mundo de separación. El camino del corazón te enseña cómo deshacer ese proceso.

Yeshúa: Empecemos entonces con los conceptos básicos.

Para aprender el camino del corazón es necesario primero que aceptes la Unidad como la base del mundo. La Unidad es Dios. Dios es Unidad. La Unidad es el vínculo entre todas las personas. Es la verdad última. El resto son detalles; desde tu perspectiva, puede parecer que se trata de muchos detalles. Desde nuestra perspectiva, esos detalles son ilusión.

El segundo requisito es que debes estar dispuesto a intentar. Esto no quiere decir que le des una oportunidad como lo harías con cualquier otro curso; quiere decir que necesitas entregar tu voluntad a la enseñanza y aceptar el poder de la enseñanza sobre tu vida. Este es un requisito es muy importante: si no lo haces, tu mente, o tu ego, siempre encontrará la manera de pelear contra la enseñanza. El trabajo que terminarás haciendo será mental; no tendrá ningún impacto en tu vida.

El tercer requisito no es menos importante: confía en ti. Confía en que estás leyendo estas palabras por una razón y elige estar aquí con nosotros. La duda es cosa del ego. La confianza es cosa del alma.

María Magdalena: Confiar en el alma significa abrirte a la posibilidad de que un poder más elevado gobierne tu vida. Eso no significa que estás «renunciando a tu vida y entregándosela a Dios». Significa que aceptas ser un verdadero cocreador.

Yeshúa: La verdadera cocreación solo sucede cuando tu alma está involucrada; es tu recompensa por conectarte con Dios.

Ahora que conoces los requisitos, debes tomar distancia y decidir si esta es la acción correcta para ti en este momento.

Si esta palabras resuenan con tu corazón y deseas explorar este hermoso libro, tengo el gusto de informarte que ya está disponible en varios países de habla hispana en formato impreso y en todo el mundo en formato digital.

La clave del perdón verdadero

Una de las ideas que más me sorprendió de Un Curso de Milagros es la forma como entiende el perdón. El siguiente pasaje me parece maravilloso:

[…] el perdón no establece primero que el pecado sea real para luego perdonarlo. Nadie que esté hablando en serio diría: «Hermano, me has herido. Sin embargo, puesto que de los dos yo soy el mejor, te perdono por el dolor que me has ocasionado». Perdonarle y seguir sintiendo dolor es imposible, pues ambas cosas no pueden coexistir. Una niega a la otra y hace que sea falsa. (Capítulo 27, II, 2, 7-10)

¡Qué forma tan maravillosa de ver el perdón! Según lo que propone el texto, perdonar es igual a sanar. Perdonar no es creer que te han herido, sentir que te han herido, y pasar por alto la ofensa. Pues eso establece que la ofensa es real. Y si la ofensa es real, quien te hirió es culpable. El perdón verdadero quita toda culpa de los hombros de tu hermano. Le dice: «En realidad no eres culpable, pues no me has hecho nada. Y la prueba de que no me has hecho nada es que estoy sano».

De esta manera, en realidad, perdonar es reconocer que no hay nada qué perdonar. Es este el perdón de Jesús cuando resuscita y dice: «Mírenme, estoy sano. No me hicieron nada, en realidad. Lo que creyeron que me hicieron, es sólo una ilusión. No hay nada qué perdonar».

De alguna forma, este perdón máximo, el perdón más elevado, no es en realidad un perdón. Es simplemente ayudarle al otro a ver que es y siempre ha sido inocente. Es por esto que también Jesús nos dice en Un Curso de Milagros: «Dios no perdona porque nunca ha condenado. Y primero tiene que haber condenación para que el perdón sea necesario» (Libro de ejercicios, Lección 46, 1, 1-2).

Pero, me dirás: ¿Qué hacer cuando sé que la ofensa es real, cuando tengo la evidencia de que en realidad me hirieron? Mi respuesta es: ten la intención de sanar. Y comienza por cosas pequeñas. Sanar algo extremo requiere de un grado de maestría (por ejemplo, sanar el haber sido crucificado, que es el ejemplo máximo de perdón que Jesús nos ofreció).

Sanar es darte cuenta de que en realidad no te han hecho nada. Y una forma de empezar a tomar consciencia de esto es darnos cuenta de que aquello que es atacado u ofendido no es real. Lo que puede ser atacado es el ego o el cuerpo. Y ninguno de los dos es real en última instancia. Son solo ilusiones. Lo que eres en realidad, tu escencia verdadera, no puede ser atacada.

La idea de que el cuerpo no es real puede ser muy difícil de aceptar al comienzo. Por tanto, es mejor empezar la práctica del perdón con aquellos casos en los que es evidente que lo único que es atacado es nuestro ego: la idea que tenemos de nosotros mismos. Pasa alguien por la calle y te mira mal. ¿Te hizo algo? No, en realidad es sólo tu ego el que se siente ofendido. Pero en verdad a ti no te hizo nada. Por tanto, no hay nada qué perdonar.

Así, perdonar es sanar; sanar es reconocer que no te han hecho nada; y reconocer que no han te han hecho nada es identificarte con tu verdadera escencia, que no es el ego ni el cuerpo. Perdonar es reconocer que, a aquello que es verdad en ti, no le han hecho nada, y nunca jamás podrían hacerle nada.

Por momentos parece imposible asumir este punto de vista. Pues parecen muy reales el daño y el sufrimiento. Pero, de nuevo, la invitación es a empezar con cosas pequeñas.

Para Un Curso de Milagros, aprender a perdonar es igual a sanar y es igual a alcanzar el mayor grado de consciencia espiritual, pues implica reconocer tu verdadera identidad, que no puede ser atacada. Y llegar a ese nivel máximo de perdón puede ser el trabajo de toda una vida (o de muchas vidas, si crees en la reencarnación).

Te aseguro, sin embargo, que hoy tendrás la oportunidad para practicar este maravilloso punto de vista con algo sencillo y pequeño. Seguro. Algún comentario de tu pareja o tus hijos. Alguien que te desaprueba y te sientes atacada. No sé. Alguien que te ignora. Alguien que se te atraviesa en el tráfico mientras manejas. Ya lo sabrás cuando suceda.

Algo sí te puedo asegurar. Una de las experiencias más maravillosas que hay es poder decirle a un amigo, a un hermano que creyó que te hizo daño: «Mírame. Estoy sano. No me hiciste nada. Mi amor por ti está intacto. Eres completamente inocente». Poder decir eso sintiéndolo de corazón, poder mostrarlo de forma evidente, créeme, es de las cosas más lindas que hay.

Por último, pero no menos importante: para empezar, lo primero es perdonarnos por no ser capaces de perdonar. Usar cualquiera de estas ideas para juzgarnos, castigarnos y condenarnos sería algo completamente absurdo y ridículo (pero es lo que el ego primero intentará, así que ríete cuando caigas en cuenta de su locura). Toma estas palabras como una invitación amorosa. Camina hasta donde puedas, pero no te juzgues jamás por la dificultad que pueda aparecer al tratar de ponerlas en práctica.

Azucenas, símbolo de perdón en Un Curso de Milagros.

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Ejercicio para ir más allá del pensamiento

Hoy te quiero compartir un ejercicio hermoso para que vayas más allá del pensamiento y te ancles en el momento presente, el único momento que existe. Tomé este ejercicio del libro En unidad con la vida, de Eckhart Tolle:

Escoge un objeto cercano a ti (un esfero, una silla, una taza, una planta) y explóralo visualmente, es decir, míralo con gran interés, casi con curiosidad. Evita objetos que tengan asociaciones personales fuertes y que te recuerden el pasado, por ejemplo, dónde los compraste o quién te los regaló. Evita también cualquier cosa que tenga algo escrito, como un libro o una botella. Esto estimularía el pensamiento.

Sin esforzarte, relajada pero alerta, préstale total atención al objeto, a cada detalle. Si surgen pensamientos, no te involucres en ellos. No estás interesada en los pensamientos sino en el acto de la percepción misma. ¿Puedes separar el pensamiento de la percepción? ¿Puedes mirar sin la voz adentro de tu cabeza que comenta, que saca conclusiones, que compara o que trata de descifrar algo?

Después de un par de minutos, deja que tu mirada vague por la habitación o el lugar donde estés, iluminando con tu atención alerta cada cosa sobre la que ella descanse.

Entonces, escucha los sonidos que haya. Escúchalos de la misma manera como miraste las cosas a tu alrededor. Algunos sonidos pueden ser naturales (agua, viento, pájaros) mientras que otros serán producidos por el hombre. Sin embargo, no los diferencies en buenos y malos. Permite que cada sonido sea como es, sin interpretación. Aquí la clave es también la atención relajada pero alerta.

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Cuando percibimos sin interpretar o etiquetar mentalmente, lo cual significa sin añadir pensamiento a nuestras percepciones, podemos sentir incluso la conexión más profunda por debajo de nuestra percepción de cosas que en apariencia no tienen un vínculo.

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