¿Cómo saber si viene del ego o del corazón?

Supongamos que alguien te invita a salir y sientes desconfianza y le dices que no. Luego, te surge la pregunta de si esa decisión surgió del ego o del corazón.

Esta situación ha sido recurrente en mi camino espiritual, y también muchas otras personas me han manifestado su inquietud con respecto a cómo saber si nuestras ideas y sentimiento provienen del ego o del corazón. ¿Cómo saber si es tu intuición la que te guía y no los miedos del ego?

Hace poco, alguien me volvió a hacer esta pregunta a través de mis redes sociales. A continuación comparto los consejos que le di a esta persona, pues resonaron conmigo y tal vez te sirvan a ti también.

Cuando surge la pregunta de si una idea viene de la cabeza o del corazón, lo más probable es que, como tal, esa misma pregunta surja de la cabeza. Es el ego el que duda, y el que tiene tiene miedo de no estar en lo correcto. Entonces, el ego plantea la pregunta con la intensión de controlar el resultado y de asegurarse de que el futuro va a estar bien y de que no va a comenter un error.

El primer consejo, entonces, es tomar conciencia de la energía de la cual surge la pregunta. Mira si hay ansiedad y miedo ante la posibilidad de cometer un error.

Una vez reconoces esa energía, permítete llevar la atención a tu cuerpo y relájate. No te lo tomes en serio. No conviertas el averiguar si es del ego o del corazón en una nueva tarea. Permítete no saber. No tengas miedo de cometer un error. Ya sea que te preocupes o no, va a haber ocasiones en las que elegirás con el ego creyendo que es del corazón o la intuición. Es parte de crecer.

Va a haber momentos en los que tu intuición está clara y no tendrás dudas. Va a haber momentos en los que no estás segura acerca de dónde provino la decisión. En algunos casos, puede que pasen días, semanas o años antes de saber si la decisión era guiada por tu intuición o por tu ego. Tal vez, varios años después, venga la claridad con la madurez de tu proceso espiritual, y reconozcas que algo que hiciste o dejaste de hacer estuvo guiado por tus miedos. Perdónate. Eso es parte del camino.

Entonces, que no te preocupes por cometer errores. No te afanes por saber si la que te habla es la voz de tu ego o de tu corazón. Más bien, relájate y confía en que, sea cual sea el resultado, te llevará a más crecimiento. Enfócate, en cambio, en cultivar la presencia y el silencio interior. Entre más silenciosa estés, más fácil será escuchar la voz del corazón, pues ella siempre está hablando, es solo el ruido de la mente el que nos impide reconocerla.

No te esfuerces tampoco por oírla. Para oírla debes estar relajada, y la tensión del esfuerzo impedirá la relajación. Acepta que es un proceso y que habrá momentos en los que estarás conectada con tu corazón y otros en los que no. Poco a poco tu capacidad de oír tu propio corazón se irá refinando. Relájate y confía.

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El perfeccionismo en las relaciones personales

En las últimas entradas he estado explorando el tema del perfeccionismo, pues es algo que he estado observando y trabajando en mí. Quiero ahora aabordar este tema en el ámbito de las relaciones personales y ver de qué manera al comprenderlo mejor podemos estar más tranquilos al relacionarnos con los demás.

¿Te ha pasado alguna vez en una relación de pareja o con un amigo o familiar que sientes que algo «anda mal» aunque como tal no haya sucedido nada concreto que te indique eso? De pronto un cambio en el tono de voz o una actitud o una respuesta diferente a la que esperabas detona la idea de que algo no está como debería en la relación.

A mí me ha pasado muchas veces, y lo que he notado es que hay una estrecha relación entre estos patrones de pensamiento y el perfeccionismo.

El perfeccionismo surge, al menos en mi caso, de un deseo de controlar. La idea detrás es que, si la realidad se ajusta a ciertos parámetros e ideas que tenemos en la mente (en otras palabras, si es perfecta), estaremos en control de lo que sucede y podremos así crear lo que queremos y evitar aquello que tememos. Cuando algo se sale de los parámetros e ideas que tenemos, sentimos ansiedad, pues perdemos el control. Ya no sabemos exactamente qué pasará o qué significa algo.

Y esto es exactamente lo que sucede muchas veces cuando sentimos que algo «anda mal» en una relación. Las cosas no son exactamente como queremos, o tal vez hay un comportamiento de la otra persona que no sabemos cómo interpretar, y eso nos hace sentir inseguros, pues ya no tenemos control sobre el futuro de la relación.

Frente a actos de la otra persona que no sabemos cómo interpretar y que nos hacen sentir que algo malo pasa en en la relación, hay dos consejos que quiero dar.

El primer consejo es la comunicación. Por supuesto, exponer nuestros sentimientos y pensamientos y preguntarle a la otra persona cómo se siente y qué significan sus acciones puede ayudarnos a salir de dudas y a reestablecer la calma. Sin embargo, este primer consejo tiene a veces un problema, sobre todo cuando alguien tiene comportamientos obsesivos. Tal vez preguntamos una vez, y la otra persona nos responde que todo está bien, pero seguimos dudando, seguimos percibiendo acciones o palabras cuyo significado no es claro para nosotros, y vuelven la ansiedad y la duda, y entonces volvemos a preguntar. Y estas preguntas, cuando se repiten y vienen desde un lugar de intranquilidad, lo más probable es que no ayudarán a la relación, sino que por el contrario puede que deterioren la situación o incluso puede que generen un problema donde no había ninguno. Es como el niño que le pregunta al papá si está de mal genio y el papá le dice que no, que todo está bien. Pero el hijo sigue preguntando una y otra vez, hasta que el papá en efecto está de mál genio, y entonces el niño dice: «Si ves, lo sabía». Así mismo, al preguntar obsesivamente buscando saber si nuestras preocupaciones son reales, muchas veces hacemos que esas preocupaciones se vuelvan reales.

Lo importante, entonces, es mirar desde qué lugar surge la comunicación. Si surge desde un lugar de querer entender a la otra persona y querer conectarnos y entenderla, vale la pena preguntar, pero si tenemos ansiedad y nececidad de controlar y entender las cosas para sentirnos a salvo, tal vez lo mejor es parar, y aquí es donde viene el segundo consejo: no trates de arreglar las cosas afuera, permítete sentir las emociones que surgen frente a la posibilidad de que la relación no sea perfecta. Permítete sentir la incomodidad de no saber qué está pasando. Haz las paces con la posibilidad de que las cosas no estén bien.

Si las cosas no están bien en una relación, es importante hablar y exponer los sentimientos. Pero luego, si sentimos que las cosas no cambian inmediatamente, es bueno mirar qué sentimos, qué miedos e inseguridades se detonan, qué es lo que tenemos miedo de perder. En algunas ocasiones, para que la relación sane también es necesario darle espacio, permitir que las cosas sean imperfectas por un tiempo, permitirle a la otra persona no ser clara sin exigirle en cada momento una explicación, dejar que las cosas fluyan. Independientemente de si la relación continúa, se termina o se transforma, es importante que podamos estar en paz, y no podremos estar en paz si constantemente tenemos que estar controlando y asegurándonos de que las cosas «están bien».

Así pues, la próxima vez que sientas ansiedad en una relación porque no sabes cómo están las cosas, antes de tratar de averiguar la respuesta o de arreglar las cosas, permítete sentir e ir adentro.

Cuando soltamos la necesidad de que las cosas estén bien, podemos dejar de controlar y nos abrimos a sentir. Y entonces podemos contribuir a las relaciones desde un lugar mucho más amoroso y generoso, que no viene del miedo a perder, sino del deseo de compartir y conectar.

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CONSEJOS PARA DOMAR DRAGONES

En el último año disminuí notablemente mi actividad en redes sociales. Una parte de esto se debió a que sentí la necesidad de enfocarme en mi proceso interno. He estado en sesiones de terapia e hice un curso online intenso y profundo con uno de mis maestros favoritos: Eckhart Tolle.

Sin embargo, recientemente caí en cuenta de que esas no fueron las únicas razones por las que no he vuelto a hacer tantas publicaciones como antes. De unos meses para acá volví a sentir ganas de publicar, pero al mismo tiempo noté en mí una gran resistencia a hacerlo. Entonces, en una de las sesiones de terapia, pude ver como detrás de esa resistencia hay miedos que vienen de mucho atrás.

Recordé como cuando niño sentía gran ansiedad en situaciones en las que tenía que exponerme frente a un gran grupo de personas y, por alguna razón, sentía que ellas tenían alguna expectativa sobre mí. En particular, recordé una fiesta a la que me invitaron cuando tenía cerca de 10 años. Mis padres me ayudaron a comprar un regalo para llevarle a mi amigo, pero el día de la fiesta no fui capaz de ir a entregárselo. Me llené de pensamientos de que el regalo no era lo suficientemente bueno y el miedo me llevó a querer esconderme y no enfrentar el posible rechazo de mi amigo y de los demás niños que estarían en la fiesta.

Y, al observar mis emociones en relación con mis redes, pude reconocer esas mismas sensaciones que experimentaba de niño. Es el mismo miedo social a que los demás rechacen aquello que tengo para entregar. Muchas veces he observado ese miedo y lo he atravesado, pero esta vez surgió con una claridad especial y de forma inesperada, pues en mi mente tenía una lista de razones diferentes mediante las cuales explicaba y justificaba mi alejamiento de las redes.

Ahora, mientras escribo estas palabras y pienso en publicarlas, vuelvo a experimentar esa sensación de ansiedad social y vienen a mi mente imágenes de personas que conozco reaccionando de diferentes maneras frente a lo voy a compartir.

Esta claridad sobre el miedo que experimento me motivó a hacer un live en Instagram después de mucho tiempo en el que hablé justamente sobre este tema. Además, me motivó a escribir esta entrada y a comenzar a publicar reflexiones más seguido. Y la razón de esto es, en parte, que una de las maneras de sanar el miedo, al menos en mi experiencia, es mediante la acción.

El miedo al rechazo social se fundamenta en la ilusión de que ser rechazados implica un riesgo para nuestra supervivencia. Esto era verdad hace cientos de miles de años, cuando vivíamos en pequeños grupos para protegernos de los demás animales y de los elementos, y ser aislados podía significar la muerte. Ahora, aunque nuestra realidad es diferente, estas memorias ancestrales continúan dirigiendo nuestras vidas. Es como si un programa viejo y obsoleto se hubiera quedado a cargo de nuestro computador a pesar de que hay ahora programas mucho más adecuados para nuestras necesidades actuales.

En ese sentido, deshacer los miedos es una forma de reprogramarnos. Y una de las formas más eficaces de reprogramarnos es mediante la exposición a aquello que tememos. Al permitirnos experimentar aquello que tememos, si lo hacemos con consciencia, podremos observar nuestras emociones y nuestros patrones de pensamiento y separarlos de lo que en realidad está ocurriendo. Al hacer esto, veremos que estamos a salvo (al menos cuando se trata de miedos como estos que cuento en este escrito) y que en realidad no hay nada que temer.

Me recuerda esto a un hermoso pasaje del libro La armadura oxidada, de Rober Fisher. Este libro es una metáfora sobre el deshacimiento del ego, representado por la armadura del caballero, que se ha quedado atascada en su cuerpo y lo lleva a sufrir. Como parte de su aventura de autodescubrimiento, el caballero debe entrar a diferentes castillos, cada uno de los cuales representa algo que él debe aprender o superar para poder dejar ir su armadura. Uno de estos es el Castillo de la Voluntad y la Osadía, el cual se encuentra custodiado por un temible dragón. A diferencia de otros castillos a los que ha debido entrar, este le presenta un reto que requiere una acción externa precisa: debe cruzar un puente para ingresar al castillo, pero al otro lado se encuentra un gigantesco dragón que escupe fuego. En los primeros intentos, el caballero huye ante las llamas, pues siente el calor y le parece obvio que el peligro es real. No obstante, a medida que sigue insistiendo, comienza a darse cuenta de que el dragón es una ilusión. Y entre mayor es su determinación de cruzar y su tranquilidad interna, más evidente es que el dragón es irreal. Cuando se acerca por completo al monstruo, este desaparece.

Luego de atravesar los diferentes castillos, el caballero aprende que deberá volver a estos una y otra vez, para llegar a nuevos niveles de aprendizaje. Y así es como siento un poco este volver a caminar por miedos antiguos. Hay ahora más consciencia que antes y es más fácil atravesarlos, pero también es claro que los miedos siguen instalados en mi interior y me invitan a sanarlos.

Ahora bien, esta invitación a atravesar los miedos debe ir acompañada por una invitación a amarlos y a amarnos cuando los sentimos. La metáfora del dragón es hermosa, pero presenta al miedo como un enemigo al que debemos derrotar. En realidad, el dragón se disuelve cuando nos acercamos a él con amor. Si peleamos, es porque creemos que es real, pues, ¿quién gastaría energía peleando cuando sabe que está frente a un espejismo? Es como en los sueños: cuando uno no sabe que está soñando, cree que lo que experimenta es real y, por tanto, si ve un monstruo, tratará de huir o de pelear con él. En cambio, cuando uno toma consciencia de que está soñando, puede jugar con el monstruo, pues sabe que en realidad está a salvo, y al hacerlo lo más normal es que el sueño se transforme o se acabe por completo.

Entonces, otra recomendación es no tomarnos muy en serio este camino de deshacer los miedos. Es un juego. Y las claves son la compasión y el amor.

En alguna época de mi vida, cuando reconocía que tenía miedos, me obsesionaba por atravesarlos y me castigaba cuando no era capaz. Esta actitud rígida y dura hacía que los miedos se vieran incluso más grandes que antes. Ahora reconozco que lo primero es permitirme sentir y estar conmigo incondicionalmente antes de atravesarlos. Es como si un niño pequeño se levantara gritando en la noche a causa de una pesadilla. ¿Lo reprenderíamos acaso y le gritaríamos que se vuelva a dormir tranquilo porque no tiene nada que temer, o más bien lo acompañaríamos en su miedo con amor, tranquilizándolo con dulzura y recordándole suavemente que es solo un sueño?

No se trata entonces de matar al dragón ni de atravesarlo en realidad, sino de amarlo y transformar la forma en que lo percibimos, hasta que vemos ya no un enemigo sino una parte nuestra que merece tanto nuestro amor como cualquier otra. Así pues, la invitación es a hacernos amigos del dragón. Es como dice Un Curso de Milagros: antes de despertar, el paso previo natural es pasar de las pesadillas a los sueños felices. Y este es un cambio de percepción. La idea es que ya estamos a salvo y rodeados y protegidos por el amor. Siempre lo hemos estado. Es solo nuestra percepción la que necesita sanar.

Unos meses después de la fiesta a la que me invitaron y a la que no fui, le conté a mi amigo que le había comprado un regalo que nunca le entregué por miedo a que no le gustara. Al saber cuál era el regalo, él se alegró mucho y me expresó que no entendía por qué yo no había ido. Era uno de los mejores regalos que le habían hecho. Esto me lleva a reconocer ahora que estos miedos que estoy transformando con amor me llevan a dejar de brillar y a dejar de compartir mis regalos con el mundo. Al ver esto, me siento aún más motivados para seguir caminando sobre el puente y acercándome con tranquilidad a mi amigo el dragón.

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Padre nuestro, que estás en los Cielos

Quiero en esta entrada compartir algunas de mis creencias más íntimas y profundas, y quiero contarles cómo es mi relación con la religión cristiana y con el catolicismo.

Voy a explicar por qué me gusta tanto la oración del padrenuestro y a dar mi interpretación de cada una de sus partes. Pero, para esto, primero quiero contarles un poco sobre mi crianza. Dicha oración es mi preferida. Creo que eso se debe a que de pequeño disfrutaba ir a misa, pues mi abuela materna, a quien amé profundamente, era muy católica, y fue ella quien me crio. Y aun hoy en día, a pesar de que mis creencias han cambiado mucho, disfruto cuando por alguna razón acompaño a alguien a una misa y llega el momento de rezar el padrenuestro. Disfruto de abrir los brazos, cerrar los ojos y pronunciar:

Padre nuestro, que estás en los Cielos; Santificado sea tu Nombre; Venga a nosotros tu Reino; Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo; Danos hoy nuestro pan de cada día; Perdona nuestras ofensas, así como nosotros también perdonamos a quienes nos ofenden; No nos dejes caer en tentación; líbranos del mal. Amén.

Antes de hablar sobre el significado profundo que tiene para mí cada una de estas frases, me gustaría hablar un poco más de cómo mis creencias y mi forma de ver la religión han ido cambiando a través de mi camino.

Aunque mi madre y mi padre son muy religiosos, quisieron que yo tuviera la posibilidad de decidir sobre mis propias creencias. Por eso, no me bautizaron cuando estaba recién nacido, como es usual en las familias católicas. Me bauticé a los 8 años de edad, por decisión propia. Recuerdo el día, como estaba vestido y lo que sentí cuando el padre que oficiaba la ceremonia derramó el agua sobre mi cabeza. Y recuerdo también lo que sentí en los días siguientes: una mezcla entre santidad y miedo a perderla. Recuerdo la sensación de ser puro y el miedo a que haya en mí una maldad que puede surgir en cualquier momento si no tengo cuidado. Y es que ya, a esa temprana edad, podía ver que en la religión católica había elementos de miedo que me llevaban a sufrir.

Al bautizarme, el padre me dijo que en ese momento yo quedaba libre de todo pecado. Era como un «borrón y cuenta nueva», como decimos aquí en Colombia. No importaba lo que hubiera hecho o pensado antes de ese momento, todo quedaba en el olvido gracias a la ceremonia del bautizo. Sin embargo, de ahí en adelante, tenía que esforzarme por mantener esa santidad. Lo que había hecho en el pasado estaba perdonado, pero no así lo que haría en el futuro. Entonces sentía gran tensión y surgió la nececidad de controlar mis acciones y pensamientos. Pero era inútil. Sin importar qué tanto me esforzara, los pensamientos que consideraba impuros se infiltraban en mi mente y me atormentaba la idea de haber perdido el perdón y la pureza que me habían sido concedidos con mi bautizo.

Esta relación ambivalente con la religión continuó durante mi adolescencia, con sensaciones de gozo y tormento amplificadas por la madurez de mi mente y el despertar de los deseos sexuales. Después de hacer la Primera Comunión, se estableció una dinámica insana en la que constantemente buscaba la experiencia de santidad a través de la confesión, pero sólo para volver a sentirme manchado a los pocos momentos de haber salido de la iglesia. Esto, por supuesto, me llevaba a cansarme y a alejarme de la religión. No obstante, esa lejanía acentuaba la culpa, y cuando ésta se hacía insoportable, volvía a confesarme y me refrescaba brevemente en la sensación pasajera de pureza y santidad.

A los 16 años, esta dinámica de extremos se agudizó. Tras varios meses de haber abandonado por completo las prácticas religiosas y de haberme permitido experimentar a gusto los placeres que el mundo tenía para ofrecerme, la sensación de culpa alcanzó uno de sus picos más altos. Entonces ingresé a una iglesia cristiana muy exigente. Era exactamente lo que deseaba: la oportunidad de ser perfecto. Y durante 6 meses traté de serlo. Realmente me esforcé. Di lo mejor de mí, de eso no me queda ninguna duda. Pero, al igual que antes, tampoco fue suficiente. Entre más trataba de alejarme de los pensamientos y las acciones «impuras», con más intensidad y ahínco me acediaban. Así, más temprano que tarde, mis deseos, fortalecidos por la represión, erosionaron y echaron abajo la ilusoria fortaleza de santidad que con tanto esfuerzo había erigido.

Entré entonces en un periodo de profunda depresión y me alejé de la religión por varios años. Me sentía constantemente atormentado. Y, de todas las ideas temibles, la más intensa era la creencia en el infierno, que, según mi punto de vista, era mi destino inevitable ahora que me había «caído de la fe», que era como se referían en aquella iglesia a la que había pertenecido al acto de abandonarla. Recuerdo caminar por la calle en medio de un desasosiego constante, mirando de vez en cuando al cielo, con la sensación de que en cualquier momento podía caerme un rayo como castigo por lo que había hecho.

Poco a poco, el miedo y la ansiedad fueron disminuyendo, si bien siempre estuvieron presentes en el fondo de mi mente. En este proceso ayudó mucho la vida académica. Cuando entré a estudiar filosofía, me permití cuestionar todas las creencias que había albergado hasta el momento, y, motivado por el escepticismo de mis compañeros de clase, así como de los profesores y los autores a quienes admiraba, llegué a la conclusión de que nada en la vida tenía sentido y de que, por tanto, no había razón para sentirme culpable. A esto, además, se sumó el reconocimiento de que mis ideas religiosas y mi fe se fundamentaban en el miedo al castigo, lo que me llevó a abandonarlas por completo, pues de alguna forma podía sentir que lo que yo estaba buscando en realidad era el amor, y éste es incompatible con el miedo.

De esta manera, por varios años la mente y las ideas fueron mi refugio, si bien el deseo de entrar en comunión con lo divino y la necesidad de deshacerme de la culpa nunca desaparecieron por completo. Había dejado atrás las creencias religiosas, pero en un nivel más profundo mi sed por la espiritualidad permanecía.

Tras acabar mi pregrado, comencé una maestría en filosofía, pero pronto me di cuenta de que ese camino no me satisfacía y decidí abandonarlo (en este video narro con detalle cómo fue esa experiencia). Ya no me sentía tan culpable como antes, pero mi mente se había convertido en una prisión y los pensamientos obsesivos acerca de todo me impedían disfrutar la vida. Fue entonces cuando descubrí la meditación y empecé a leer libros sobre cómo estar en silencio y encontrar paz interior. Finalmente, eso me llevó a descubrir el camino por el que he transitado desde entonces, en el cual las enseñanzas de Un Curso de Milagros ocupan un lugar preponderante.

De este modo se cerró el ciclo que había comenzado con mi bautizo y mi formación católica, ya que Un Curso de Milagros es un libro canalizado del alma de Jesús y hace referencia constante a las enseñanzas que aparecen en La Biblia (incluidas las palabras que se le atribuyen a él), pero las reinterpreta de forma tal que quedan desprovistas de miedo. Aún habla del infierno, por ejemplo, pero aclara que es una idea ilusoria que nosotros mismos creamos y que, por tanto, tenemos el poder de abandonar. Y dice además que ese despertar no sólo es posible, sino necesario: es nuestro destino en razón de quienes somos. Son éstas las nuevas ideas que veo cuando pronuncio ahora la oración del padrenuestro y que comparto a continuación.

Padre nuestro que estás en los Cielos Esta parte dice que Dios está «en los Cielos», pero ¿en dónde se encuentran los cielos? De pequeño, creía que el Reino de los Cielos se encuentra lejos, en otra vida, en un lugar al que no tengo acceso en este momento y al cual se me puede negar la entrada si no me porto bien. Ahora entiendo que el Reino de los Cielos está en nuestro interior… aunque en realidad, esto es aún una imprecisión, una metáfora. El siguiente pasaje de Un Curso de Milagros es esclarecedor:

Es difícil entender lo que realmente quiere decir “El Reino de los Cielos está dentro de ti”. Esto se debe a que no es comprensible para el ego, que lo interpreta como si algo que está fuera estuviese dentro, lo cual no tiene sentido. La palabra “dentro” es innecesaria. Tú eres el Reino de los Cielos. ¿Qué otra cosa sino a ti creó el Creador y qué otra cosa sino tú es Su Reino? T-4.III.1:1-5.

Así pues, la frase «Padre nuestro que estás en los Cielos» hace referencia, en realidad, a nuestra unidad con Dios, pues Él mora en su Reino, pero nosotros somos su Reino. Él mora en nosotros, Él es nosotros. Y es que, desde Un Curso de Milagros, Dios no crea algo separado de Él. Todo lo que Él crea es parte de Sí mismo. En otras palabras, Dios crea extendiéndose a Sí mismo y compartiendo su Ser con su creación.

Santificado sea tu NombreEsta parte, según mi interpretación, se refiere a los símbolos. Dios es eterno, y por siempre santo e inmutable. Es el Ser mismo, lo que es, la realidad, y no puede dejar de ser. Por tanto, lo que se santifica con esta oración no es a Dios, ya que Él no tiene necesidad de ser santificado, pues ya es santo. Lo que se pide que se santifique es su nombre. Y el nombre es un símbolo, una representación de algo. Es la manera como a través de nuestra mente podemos hacer referencia a una realidad. Lo que se pide, entonces, es que reconozcamos la santidad de Dios a través de los símbolos que hemos construido para representarlo. Es otra forma de decir: toma consciencia de la santidad de Dios que mora ya en tu mente, reconócela a través de los símbolos que has creado, usa el poder creativo de tu mente para representar la realidad de Dios, que es tu esencia más profunda, tu propio Ser, como ya se dijo en el párrafo anterior.

Venga a nosotros tu Reinoa la luz de la interpretación de la primera frase, esta tercera simplemente quiere decir: «permítenos tomar consciencia de nuestra unidad Contigo».

Hágase tu volutad tanto en la tierra como en el Cielo… aquí declaramos que estamos dispuestos a salir de nuestro estado de aparente separación, en el que creemos tener una voluntad separada de la de nuestro creador, y reconocemos que en realidad nuestra voluntad es la suya. En el plano práctico, estamos declarando que nos vamos a dejar guiar por nuestro corazón, por nuestro guía interior; que estamos receptivos, dispuestos a oír y a dejarnos llevar por nuestro Ser superior por donde Éste nos indique. De esto se da un bello recordatorio en el libro de ejercicios de Un Curso de Milagros:

La Voluntad de Dios es la única Voluntad. Cuando hayas reconocido esto, habrás reconocido que tu voluntad es la Suya. La creencia de que el conflicto es posible habrá desaparecido. L-pI.74.1:3-5.

Danos hoy nuestro pan de cada día… Esta es, sin duda, una invitación a reconocer nuestra abundancia y a relajarnos, sabiendo que en cada momento tenemos exactamente lo que necesitamos y que, en consecuencia, no tiene sentido preocuparnos por el futuro. Esto es así por razón de quienes somos, pues si en realidad no estamos separados de nuestro Padre nunca, ¿qué podría faltarnos jamás?

Perdona nuestras ofensas así como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden… En Un Curso de Milagros, el perdón es en realidad innecesario, pues nunca hemos hecho nada malo. Todo lo impuro que creemos haber hecho ha sido en ilusiones, y lo que caracteriza a las ilusiones es que no son reales. Sin embargo, mientras mantengamos las ilusiones, necesitamos del perdón, pero no del perdón de Dios, quien nunca nos juzga, sino de nuestro propio perdón. En otras palabras, tenemos que reconocer que los juicios que albergamos contra nosotros y contra los demás son ilusorios y que, por tanto, podemos soltarlos y percibirnos a nosotros y a los demás como en realidad somos y como nunca hemos dejado de ser: puros y santos.

Sobre esto, hay tres pasajes de Un Curso de Milagros que quiero citar. Los dos primeros tienen que ver con el perdón:

El Hijo de Dios no necesita ser perdonado, sino despertado. En sus sueños se ha traicionado a sí mismo, a sus hermanos y a su Dios. Mas lo que ocurre en sueños no ocurre realmente. T-17.I.1:4-6.

Dios no perdona porque nunca ha condenado. Y primero tiene que haber condenación para que el perdón sea necesario. El perdón es la mayor necesidad de este mundo, y esto se debe a que es un mundo de ilusiones. Aquellos que perdonan se liberan a sí mismos de las ilusiones, mientras que los que se niegan a hacerlo se atan a ellas. De la misma manera en que sólo te condenas a ti mismo, de igual modo, sólo te perdonas a ti mismo. L-pI.46.1.

El tercer pasaje tiene que ver con dejar de juzgar a los demás como una forma de dejar de juzgarnos a nosotros. La Biblia dice: «así como juzgues serás juzgado». Usualmente esto se interpreta como que si juzgamos a los demás, Dios nos juzgará a nosotros como castigo. Pero esto no puede ser verdad, pues Dios nunca condena. Para mí, lo que esto significa es que tal como percibimos a los demás nos percibimos a nosotros mismos, ya que en realidad no estamos separados. Somos un solo ser. Esto implica que cuando juzgamos a alguien más en realidad nos estamos juzgando a nosotros mismos. Así pues, si queremos encontrar el perdón adentro, debemos aprender a percibir correctamente a los demás, lo que implica ver siempre su divinidad y su impecabilidad, que permanecen inmutables a pesar de las aparentes locuras que parezcan haber hecho en el mundo.

Cuando te encuentras con alguien, recuerda que se trata de un encuentro santo. Tal como lo consideres a él, así te considerarás a ti mismo. Tal como lo trates, así te tratarás a ti mismo. Tal como pienses de él, así pensarás de ti mismo. Nunca te olvides de esto, pues en tus semejantes o bien te encuentras a ti mismo o bien te pierdes a ti mismo. T-8.III.4:1-4.

No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal… La tentación no es la tentación de hacer cosas malas, pues en realidad no es posible hacer algo malo o pecar. No es posible ofender a Dios. Es por esto que Él nunca condena. La tentación es la tentación de percibir incorrectamente y vivir en un mundo de ilusiones. Es decir, es la tentación de creer que podemos pecar y sufrir. La tentación es la tentación de creer que estamos separados de Dios y separados los unos de los otros. La tentación es la tentación de creer que vivimos en el infierno, que no es otra cosa que el estado de aparente separación de Dios, de nuestra fuente, que es el Amor mismo. En otras palabras, esta frase podría leerse como «danos la fuerza para abandonar nuestras ilusiones y despertar a nuestra realidad, en la que somos Uno contigo».

Para terminar, quisiera citar un pasaje muy significativo de Un Curso de Milagros que es considerado por algunos como la nueva versión del padrenuestro y que resume de bella manera las ideas que he expuesto aquí:

Perdónanos nuestras ilusiones, Padre, y ayúdanos a aceptar la verdadera relación que tenemos Contigo, en la que no hay ilusiones y en la que jamás puede infiltrarse ninguna. Nuestra santidad es la Tuya. ¿Qué puede haber en nosotros que necesite perdón si Tu Perdón es perfecto?  El sueño del olvido no es más que nuestra renuencia a recordar Tu Perdón y Tu Amor.  No nos dejes caer en la tentación, pues la tentación del Hijo de Dios no es Tu Voluntad.  Y que recibamos únicamente lo que Tú has dado, y que aceptemos sólo eso en las mentes que Tú creaste y que amas. Amén. T-16.VII.12.

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¿Qué es lo verdaderamente importante?

Tomé esta frase del libro Redefine el éxito: bienestar, sabiduría, entrega y asombro para una vida plena, de la escritora Arianna Huffington, en el cual también estáns inspiradas las dos anteriores entradas de mi blog.

En el capítulo en el que aparece la cita, ella cuenta como en una época estaba constantemente preocupada por su trabajo y por las cosas que tenía pendientes, hasta que fue al doctor y se enteró de que podría tener cáncer. En ese momento, todas sus anteriores crisis se desvanecieron:

«Todas nuestras pequeñas ansiedades y preocupaciones triviales se evaporan ante el reconocimiento súbito de lo que realmente importa. Entonces recordamos la impermanencia de mucho de lo que asumimos que durará para siempre y el valor de las muchas cosas que damos por sentadas».

Es bueno parar de vez en cuando en medio de nuestras preocupaciones y preguntarnos si estamos enfocándonos en lo que es realmente importante. La presencia de ese ser querido que nos acompaña hoy. Esta mañana, esta tarde, esta oportunidad de respirar, vivir, disfrutar y compartir. Ese plato de comida que tienes en frente y que muchas veces consumes sin darle la atención que merece. Las plantas que te acompañan a diario. Los momentos de soledad que la vida te regala para que aprendas a conocerte y amarte.

Es bueno retirar nuestra atención de las preocupaciones del mundo con frecuencia, llevarla a nuestro corazón y decir: «Esto es lo realmente importante».

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¿Qué es el éxito para ti?

Un día, exhausta por la falta de sueño, Arianna Huffington se desmayó mientras trabajaba en su oficina y su cabeza se golpeó fuertemente contra su escritorio. Ese fue uno de los llamados a despertar más importantes en su vida.

Desde cierto punto de vista, Arianna era una mujer muy exitosa. Había fundado el Huffington Post y había sido escogida por la revista Time como una de las cien personas más influyentes del mundo. Sin embargo, su accidente la llevó a reconsiderar qué era el éxito para ella y qué quería para su vida.

Ahora, uno de los principales objetivos de Arianna es conscientizar a las personas sobre la importancia de dormir bien y tener hábitos saludables. Cómo parte de ese esfuerzo, escribió el libro Redefine el éxito: bienestar, sabiduría, asombro y entrega para una vida plena.

En este libro, habla sobre la importancia de cuestionar la idea de éxito que se ha impuesto en nuestra sociedad, según la cual llegar a la cima en nuestros trabajos para conseguir dinero y poder es lo más importante, incluso si eso implica que debemos dejar de lado nuestra salud o nuestra familia.

Me ha encantado el libro hasta ahora, aunque apenas estoy empezando. Seguramente, cuando lo termine haré un video para profundizar sobre sus enseñanzas, que nos invitan a tener una vida equilibrada, en la que el éxito no implica solamente logros externos, sino plenitud y bienestar interiores.

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Cómo hacer nuevos amigos

Hace poco, alguien me preguntó por una red social cómo podía hacer nuevos amigos.

Al pensar en la pregunta, sentí que hay dos niveles en los cuales se puede responder. Por una parte, hay aspectos de nuestro relacionamiento con otros que vale la pena mirar. ¿Estamos abiertos a recibir? ¿Nos permitimos mostrarnos como somos? Si sabemos que hay la posibilidad de conocer gente nueva, ¿la aprovechamos o huimos? Es posible que, al leer estas preguntas, reconozcamos que tenemos miedo a ser rechazados o que veamos que tenemos baja autoestima en algunas áreas de nuestras vidas. O puede que veamos que tememos perder algo con la llegada de nuevas personas: de pronto tememos perder el control de nuestras rutinas, o tememos asumir nuevas responsabilidades que nos quiten lo que percibimos como nuestra libertad. Si esto es así, entonces el deseo te hacer nuevos amigos es una oportunidad para mirar dentro de nosotros y sanar esos aspectos en los que hay inmadurez o inseguridad. Y el primer paso para sanarlos es permitirnos mirarlos y reconocerlos.

Por otra parte, creo que el mayor secreto para hacer nuevos amigos es aprender primero a ser buenos amigos de nosotros mismos. Esto implica aprender a disfrutar y respetar el tiempo que pasamos a solas. Y para esto es esencial sacar tiempo para conocernos. Es bueno tener citas con nosotros. Por ejemplo, ir a comer solos, pero hacerlo como si estuviéramos conociendo a una persona muy importante para nosotros. En este caso, no nos distraeremos con el celular, sino que pondremos atención plenamente, preguntaremos con sinceridad qué sentimos y qué pensamos, y luego nos abriremos a recibir la respuesta atentamente. Y, a medida que nos conocemos, permitámonos acompañarnos como lo haríamos con nuestra mejor amiga o amigo. Escuchemos atentamente, brindémonos compañía y apoyo. Reconozcamos los juicios que tenemos hacia nosotros mismos, y luego tengamos la intención de dejarlos ir con amor.

Cuando nos amemos y disfrutemos plenamente de nuestra compañía, nuestras interacciones con los demás serán un reflejo de eso. Ya no estaremos buscando en los demás la salvación, el amor o simplemente una forma de distraernos de nuestro aburrimiento. El relacionamiento no surgirá desde un espacio de necesidad, sino de plenitud y abundancia. Y, al no tener la necesidad por otras relaciones, no tendremos miedo de perder oportunidades o de que los demás se alejen, y entonces estaremos relajados y nos permitiremos ser auténticos. Y nada atrae más a quienes resuenan contigo que tu autenticidad.

Esto me recuerda a dos preguntas que el maestro espiritual Neale Donald Walsh sugiere que nos hagamos al momento de comenzar nuevas relaciones:

  1. ¿Para dónde voy?
  2. ¿Quién quiere ir conmigo?

Lo importante de estas preguntas es el orden en el que las hagamos. Cuando tenemos miedo de estar solos, preguntamos primero la número 2. Lo que nos importa es estar con alguien, y solo luego nos preguntamos eso a dónde nos lleva, para muchas veces descubir que hemos empezado a caminar en una dirección que realmente no resuena con nosotros. Cuando estamos empoderados y no tememos a nuestra soledad, hacemos siempre la pregunta 1 primero, y solo después de que tenemos claro a dónde queremos ir, preguntamos quién quiere ir con nosotros. En este caso, crearemos relaciones que resuenan profundamente con nuestro camino, y tendremos la valentía de permitirnos estar solos en caso de que no haya nadie que quiera acompañarnos en este momento. Pero no dejaremos de seguir a nuestro corazón ni nos traicionaremos para encajar o para evitar la soledad.

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¿Qué es suficiente?

Una de mis pasiones es el ajedrez. En los últimos días, he estado viendo videos de maestros que juegan en línea y transmiten sus juegos por YouTube. En un video reciente, vi a uno de los mejores jugadores del mundo quejarse constantemente de lo malo que era para el ajedrez. No importa qué tan buenos seamos en algo o qué tan alto lleguemos, si nos enfocamos en lo que nos falta o en lo que no es perfecto, siempre estaremos insatisfechos.

Muchas veces me he sentido insatisfecho con mi nivel de ajedrez y he soñado con ser un gran maestro. Me comparo con los jugadores de alto nivel y me siento profundamente inadecuado. Sin embargo, varios de mis amigos cercanos creen que soy un gran jugador. Y esos son halagos que usualmente no soy capaz de recibir, pues creo que tienen una idea errada de mí. Sin embargo, lo mismo me pasa a mí con ese gran maestro: admiro su forma de jugar, pero él la desprecia y muchas veces se siente insatisfecho.

Está muy bien tener altos estándares y aspirar a la excelencia. Pero si nuestras expectativas nos impiden difrutar de lo que tenemos en este momento, entonces, lejos de ayudarnos, nos llevan a tener una vida de insatisfacción, sin importar qué tanto nos esforcemos.

¿Qué es suficiente? Depende de con qué vara juzguemos o con quién nos comparemos. Puede ser un camino interminable en el que no podemos disfrutar de la vida. O puede ser ya suficiente, en este momento, exactamente como es. Que sea suficiente no quiere decir que no trataremos de mejorar. Quiere decir, simplemente, que nos permitimos apreciar plenamente nuestra vida exactamente como es ahora.

A veces, pareciera que lo que es o no suficiente es algo que viene ya establecido. Pareciera que es obvio cuál es el estándar y que no se puede cambiar. La verdad es que es una elección.

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El deseo de renunciar

Muchas enseñanzas espirituales recomiendan alejarse de los estímulos externos con el fin de reconcocer la plenitud adentro. Ese es un camino. Sin embargo, no es el único, y no siempre es recomendable.

A veces, con la excusa de seguir un camino espiritual, nos escondemos de la vida.

Si le has dicho «sí» plenamente a la vida, si te has permitido experimentarla por completo, siempre siendo honesto contigo sobre lo que pide tu corazón, entonces cuando la vida te invite a recluirte en un monasterio será algo genuino y será tu siguiente paso en tu camino interior.

Pero, si en cambio te has negado a perseguir tus sueños por miedo a fracasar y te has alejado de las relaciones por temor a ser herido, recluirte en el monasterio no será más que un truco para esconder tus inseguridades bajo un disfraz espiritual.

Recluirse en un monasterio es una metáfora aquí, aunque para algunos pueda ser literal. El monasterio puede ser quedarte quieto, no atreverte a hacer lo que quieres en cualquier nivel.

Para algunos, el camino es reconocer que su plenitud está adentro, siempre radiante, aunque afuera de ellos parezca haber desolación y carencia. Para otros, la tarea es reconocer que la fuente de su plenitud está adentro de ellos, a pesar de que afuera puedan tener todo lo que han soñado.

Despertar en medio de una pesadilla puede ser un reto tan grande como despertar en medio de un sueño feliz.

Para cada uno el camino es diferente. Para algunos, la renuncia será el camino hacia adentro. Para otros, será un truco con el que evitan la vida y, así, se evitan a sí mismos sin darse cuenta, mientras creen que están yendo adentro pero en realidad solo buscan una protección del miedo.

No siempre es fácil saber de dónde viene el deseo de renunciar. El ego es muy astuto, y si está vestido de espiritualidad, puede ser aún más difícil reconocer sus trucos. La honestidad al mirar adentro es clave.

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El ayuno como práctica espiritual

Establecer la intención

Hay muchos beneficios de ayunar. Puedes ayunar para limpiar tu sistema digestivo. Puedes ayunar para fortalecer tu fuerza de voluntad. Puedes ayunar por la simple curiosidad de experimentarte en situaciones extremas. Todos esos propósitos son valiosos.

A continuación, no obstante, me enfoco en el ayuno concebido como una práctica espiritual. Sin embargo, se pueden tener varias intenciones al tiempo.

El ayuno como práctica espiritual

El ayuno es una práctica espiritual muy poderosa. Como yo lo veo, no se trata de sufrir ni de privarnos de algo que queremos para obtener una recompensa en el futuro. Se trata de una oportunidad para ir más profundo dentro de nosotros y encontrar una plenitud que estaba oculta bajo el ruido de los estímulos.

Podemos ayunar muchas cosas. Podemos ayunar comida, podemos ayunar sexo, podemos ayunar redes sociales, podemos ayunar hablar.

Usualmente, elegimos ayunar cosas que nos traen satisfacción inmediata. Al hacer esto, se abre una posibilidad de encontrar una satisfacción más profunda, que no proviene de estímulos externos.

Hay muchas condiciones externas que nos ayudan a sentirnos satisfechos de manera temporal. Alimentarnos bien es una de ellas. El objetivo de ayunar no es quedarnos con la insatisfacción y sufrir. El objetivo es aprender a encontrar la plenitud en la ausencia de esas condiciones.

Cuando ayunes, busca la plenitud dentro de ti. Busca la plenitud que se oculta en el silencio.

Ayunar es como estar en silencio

Todos los ayunos implican una forma de silencio. Hay algo que había estado en la superficie, estimulándonos constantemente, y ahora hay un vacío. Es como haber estado escuchando música por varias horas sin parar, y de repente quedarnos sin sonido. Podemos entonces tomar conciencia de muchas cosas que no podíamos percibir porque la música absorvía nuestra atención.

Cuando llevamos toda la vida acostumbrados a algo, su ausencia puede ser muy incómoda. Pero una vez nos aclimatamos a esa ausencia, veremos los tesoros que estaban ocultos en el silencio, en el vacío.

La incomodidad inicial

Para encontrar la plenitud a través del ayuno, hay que pasar primero por un periodo de limpieza.

Hay emociones que normalmente ocultamos bajo los estímulos. Hay miedos de los que nos escapamos a través del ruido, sea la forma que tome. Cuando ese ruido desaparece, nos quedamos de frente con lo que estamos sintiendo, y eso puede ser muy confrontante. Hay una tendencia automática a prender de nuevo la televisión, leer las noticias, mirar el celular, comer.

No obstante, si pasamos por ese periodo incómodo, se abre una nueva dimensión ante nosotros. Allí hay una dicha que no tiene causa externa. Cuando somos capaces de contactar esa dicha y mantenerla sin necesidad de estímulos externos, hemos encontrado una de las joyas más preciosas.

Elegir el tipo de ayuno

Uno de los ayunos más intensos que hay es dejar de comer. La necesidad natural de nuestro cuerpo se convierte en un reto para nuestra plenitud. Nuestra química interna nos dice que necesitamos comer para estar satisfechos. Por tanto, encontrar la plenitud en medio del ayuno prolongado de alimentos implica ir más allá de nuestro cuerpo y acceder a una luz interior que está más allá de nuestra química interna.

Pero, dependiendo de cada persona, hay ayunos que pueden ser más poderosos que el de los alimentos. Lo primero entonces es que elijas qué quieres ayunar y que establezcas los parámetros del ayuno: qué vas a dejar de hacer y por cuánto tiempo.

Sólo tú sabes qué tipo de ayuno te puede servir más en este momento. Si no sabes, te recomiendo que ayunes por un par de días de tu celular y de tu computador. No los uses en absoluto. Mira cómo te sientes. En medio de esa experiencia, será fácil para ti saber qué ayuno te conviene.

Algunos ayunos pueden ser muy cortos. Por ejemplo, si estás ayunando comida, un día entero es suficiente para sentir sus efectos. Pero si estás ayunando relaciones románticas, un día no es nada. En ese caso, se requieren al menos varios meses (e incluso años) para sentir el efecto a profundidad. Si decides ayunar de alguna fuente de información o entretenimiento, un par de días pueden servir, pero la experiencia será más poderosa si te permites probar el ayuno por al menos una semana.

En este punto, es importante también que elijas un ayuno acorde con tu nivel de desarrollo espiritual actual. Si nunca haz ayunado comida, no te recomiendo que comiences con un ayuno de 5 días. Lo más probable es que sea demasiado intenso para ti. Puedes comenzar ayunando sólo un tipo de alimento, por ejemplo.

Si no soportas tu soledad ni siquiera por un día, no te recomiendo que comiences con un ayuno en el que no hablas con nadie por un mes. Ponte metas pequeñas y luego ve experimentando con objetivos más intensos. Pero ve con calma. No hay afán. Y no te compares. El hecho de que haya yoguis que pueden durar mucho tiempo sin comer no quiere decir que debas imitarlos.

No compenses un estímulo con otro

Algo importante al ayunar como práctica espiritual es no compensar la ausencia de un estímulo con el exceso de otro. Por ejemplo, si vas a ayunar ver Netflix, ten cuidado de no compensar eso comiendo de más o yéndote de fiesta, pues en ese caso no podrás ir profundo dentro de ti.

La idea es que, mientras ayunes algo, mantengas el mismo nivel de estimulación (o incluso lo disminuyas) en relación con las demás fuentes externas de satisfacción.

Esto no quiere decir que no sea valioso reemplazar un hábito por otro. Eso puede ser muy bueno en algunos casos, especialmente si tienes una adicción. Si alguien deja de fumar y debido a esto come de más por algunos meses, creo que es un intercambio saludable a largo plazo. Y algo similar puede suceder con muchos otros hábitos. Sin embargo, en el contexto del ayuno como práctica espiritual, reemplazar un hábito con otro entorpece el propósito del ayuno.

Tal vez quieras leer: «Cómo soltar las adicciones»

En consecuencia, te invito a que, al elegir lo que vas a ayunar como práctica espiritual, no optes por una adicción. Si tienes una adicción, debes lidiar primero con ella. Elige algo que te proporciona satisfacción, pero que no tenga sobre ti tanto poder que requieras ayuda adicional para poder prescindir de eso.

Busca la plenitud

La práctica que te recomiendo la próxima vez que ayunes alimentos (aunque la puedes aplicar a cualquier tipo de ayuno) es que te enfoques en buscar tu plenitud y en encontrar la satisfacción en tu interior.

Escucha el clamor del cuerpo o la mente que piden aquello que estás ayunando y elige ir más profundo.

Recuerda: el objetivo no es que sufras. El objetivo es que encuentres una dicha tan profunda que se enciende y se mantiene en ausencia de todo aquello que normalmente crees que necesitas para sentir satisfacción.

Para esto, te puede ayudar mucho apoyarte en tu práctica espiritual. Medita, ora, conéctate ccon la naturaleza. Haz aquello que te permite acceder a tu interior. Y hazlo con mayor intensidad que antes de ayunar.

Mantente en el presente

Cuando estés ayunando, observa tu mente. Presta especial atención a esos momentos en los que te proyectas al futuro. Es normal, al ayunar, desear que el tiempo pase rápido y llegar ya a ese momento en el que podremos acceder de nuevo a la fuente de satisfacción externa de la que estamos ayunando. Por ejemplo, si estamos ayunando comer dulce por un día, es posible que nos encontremos imaginando todos los dulces que podremos volver a comer el día siguiente. Cuando pase esto, elige volver al presente y ve profundo dentro de ti. Elige buscar esa satisfacción, no en el futuro, sino justo ahora. Justo en medio de lo que crees que te hace falta. Esa es la práctica más poderosa.

No te castigues

Por último, te invito a que no te castigues. Nunca uses el ayuno espiritual como una forma de castigarte por tus excesos. Enfócate en usarlo para encontrar felicidad y plenitud.

Y, si rompes un ayuno, no te castigues por eso. Valora lo que intentaste. Valora hasta donde alcanzaste. Valora lo que viste en ti. Observa con atención qué hizo que rompieras el ayuno. Allí hay una oportunidad de aprendizaje. Pero no te juzgues. Simplemente usa la experiencia para conocerte cada vez más.

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Si algunas de estas recomendaciones resuenan contigo, te invito a que ayunes para reconocer la fuente de la dicha que ya mora en ti.