Silencio de madrugada

Beber con sorbos lentos el silencio de la mañana La luz que entra como un diamante en las profundidades del corazón

En la quietud en la que nada sucede, aunque suceda cualquier cosa

En el amor que entra por la ventana y baña la superficie de las cosas, recordándoles que en lo más profundo son una sola.

Caminar descalzo sentir que la hierba te roza las plantas de los pies, y te conecta con el centro de la Tierra y la gravedad te lleva profundo como si te hundieras en tu corazón en un abismo de luz y de vacío.

La gravedad te sigue llevando al fondo Rendición total, entrega a la fuerza que te atrae

Parece que el mar se vuelve más oscuro en las profundidades, pero en realidad solo hay luz

Parece que solo hay silencio y vacío, pero son una expresión del Amor mismo que lo llena todo

Parece que mueres, pero solo te das cuenta de que no existe la muerte

Parece que te pierdes, pero te das cuenta de que no puedes perderte, pues nunca te fuiste

Parece que cierras los ojos, pero ahora ves

Parece que renuncias a lo que deseas, pero recuerdas que en realidad ya está allí, en el corazón en el que te sigues hundiendo.

Se caen las ideas y los recuerdos como si el otoño se posara por un breve instante en el árbol de la memoria Pareciera que el árbol muere pero en realidad florece por primera vez.

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Amar a nuestras sombras y a nuestros enemigos

Hace poco, puse en mis redes sociales esta frase: «Si no aceptas y amas tus sombras, no podrás recordar tu luz».

Varias personas respondieron que están de acuerdo en que hay que aceptar las sombras, pero que no están de acuerdo en amarlas.

Sin embargo, creo que amar las sombras es esencial para tener un verdadero amor propio.

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Si no amamos nuestras sombras, en realidad no las estamos aceptando, pues no hay diferencia entre la aceptación total y el amor. En la verdadera aceptación, nuestro corazón está completamente abierto y, por tanto, el amor fluye naturalmente. Ya no hay juicios ni separación.

El amor verdadero lo abarca todo, brilla sobre todo por igual. No tiene preferencias. Es como el sol: no distingue entre unos y otros, bueno y malo, bonito y feo. Le da a todos su luz y su calor incondicionalmente. Así también es la naturaleza de Dios. Y amar no es otra cosa que conectarnos con la esencia de Dios que yace en nuestro interior y permitirle brillar.

Cuando nuestros ojos están inundados por el verdadero amor, amamos por igual al asesino, al corrupto y al abusador de niños, así como al santo y a la persona más caritativa. Ese es el amor que enseñaba Jesús cuando decía: «Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta los recaudadores de impuestos? Y, si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los gentiles? Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto». (Mateo 5, 43-48).

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No es esta una enseñanza fácil. Para poder amarlo todo debemos primero haber sanado por dentro. Eso implica poder amarnos a nosotros completamente. Si hay partes de nosotros que no amamos, habrá partes del mundo que no podremos amar.

Comprendo que esta idea pueda generar resistencia y rechazo. Pero así es la naturaleza del verdadero amor. Si no puedes amarlo todo ahora, como tampoco yo puedo, pues de lo contrario estaríamos completamente iluminados, no te juzgues por eso. Ama eso también en ti, ese es el comienzo. Pero aspira a un amor puro, que no juzga y no separa entre lo digno y lo indigno. Todo es digno del amor de Dios. Por tanto, todo es digno de tu amor.

Ahora bien, amar no quiere decir que condonamos o toleramos ciertas cosas. Amar no quiere decir que no tomamos medidas. Es como si un perro enfermo nos ataca. Podemos amarlo, pero eso no quiere decir que no nos protegeremos. Es más, puede que debamos usar la fuerza contra el perro para defendernos y encerrarlo. Incluso en casos extremos puede que nos veamos obligados a matar al perro para evitar que haga daño a otras personas, si no hay más solución. Pero todo eso es compatible con sentir un profundo amor y una profunda compasión por el animal. Sabemos que no es consciente de lo que hace. Así mismo pasa con todos lo que cometen actos de violencia: son inconscientes. Parecieran tener consciencia, pero en lo más profundo están dormidos. Se han olvidado de su naturaleza divina. Si estuvieran despiertos y hubieran recordado quiénes son, no podrían emprender esos actos. Es por esto también que Jesús dijo en la cruz: «Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen».

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Pero para poder perdonar a los demás, primero debemos perdonarnos a nosotros mismos. Y el perdón verdadero, al igual que la aceptación verdadera, es igual que el amor puro.

No temas, pues, amar tus sombras. El amor no hará que te permitas caer o alimentar comportamientos destructivos. Por el contrario, a medida que ames esas partes oscuras, se disolverán en la luz del amor y se transmutarán, siempre hacia una energía más elevada.

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La densidad del pensamiento

En una entrada anterior hablé sobre la importancia de observar nuestros pensamientos.

Quiero aclarar algo ahora. Observar nuestros pensamientos tiene varios niveles.

Por una parte, cuando observamos nuestros pensamientos observamos qué es lo que nuestra mente dice. Esto implica escuchar nuestra mente como si estuviéramos leyendo un libro o viendo una película: nos fijamos en las palabras, los temas, las ideas, o incluso las imágenes o sonidos que aparecen allí.

Por otra parte, para observar con mayor profundidad nuestros pensamientos debemos prestarle atención a nuestro cuerpo y a nuestra energía. Los pensamientos tienden a producir cambios en nuestras emociones y en la vibración de nuestra energía. Por tanto, al observar nuestras emociones y nuestra energía podemos hacernos conscientes de cuál es la vibración de nuestros pensamientos.

La densidad de nuestro campo energético y emocional nos habla de la densidad de nuestros pensamientos. Así, una de las mejores maneras de aprender a observar nuestros pensamientos es conectarnos profundamente con nuestro cuerpo, nuestra energía y nuestras emociones.

Si sientes las emociones y el cuerpo densos, esa es una señal de que tus pensamientos probablemente estarán vibrando en una frecuencia baja. En consecuencia, en esos momentos no es una buena idea creer lo que te dicen ni tratar de resolver las cosas usando la mente. Lo más seguro es que crees historias de miedo que harán aún más densas tus emociones y energía. Cuando te sientas así, simplemente toma consciencia de la energía en tu cuerpo. Sentir esa densidad y darle tu consciencia es una gran práctica espiritual.

Habitar en tu cuerpo plenamente cuando se siente incómodo y denso es difícil al comienzo, pero te ayudará a ir más allá de los trucos de tu mente, que son especialmente difíciles de ver cuando estamos con una frecuencia vibratoria baja. Tu consciencia permitirá que esa frecuencia se eleve y se transmute. La clave es estar plenamente presentes, sintiendo por completo nuestras emociones y nuestra enegía.

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¿Cómo observar nuestros pensamientos?

El mejor criterio para determinar qué tanto has avanzado en tu camino espiritual es qué tanto tiempo permaneces en quietud, sin pensamientos, durante la vida cotidiana ~ Eckhart Tolle

Sin duda, una de las cosas que más nos hace sufrir es el constante ajetreo de nuestra mente. Por eso, hay muchas prácticas de meditación que se enfocan en detener los pensamientos.

Sin embargo, tratar de detener nuestros pensamientos puede ser algo difícil y puede generar tensión en nuestra práctica espiritual. No es fácil dejar la mente en blanco cuando llevamos años y vidas acostumbrados a su incesante parloteo.

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Algo que puede ayudar mucho es aprender a observar los pensamientos. Cuando asumimos la posición del observador, veremos que nuestros patrones de pensamiento pierden fuerza y dejan de hacernos sufrir.

¿Cómo observar nuestros pensamientos? En este episodio de mi Podcast sobre reflexiones espirituales te comparto algunos consejos para esto, gran parte de los cuales están inspirados en las enseñanzas de Eckhart Tolle.

Puedes oír el episodio aquí:

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El problema de fondo

Cuando era pequeño, muchas veces tuve que pedirle a mi padre que me ayudara con las tareas de matemáticas. Recuerdo que llegaba con afán a pedirle ayuda, pues no había podido resolver los cálculos que debía entregar al día siguiente. Invariablemente, él ignoraba los problemas de la tarea y procedía a explicarme los principios lógicos que yo debía comprender para resolver los ejercicios por mí mismo.

Cuando estaba cansado y tenía afán, esa forma de abordar las cosas me desesperaba. «No quiero saber todo desde el comienzo», le decía, «Sólo ayúdame a resolver esos ejercicios». «Los ejercicios no son importantes», me respondía, «Lo que importa es que entiendas la lógica de fondo. Así, cuando tengas que resolver un nuevo problema, vas a saber cómo. Y no vas a tener que aprenderte las fórmulas de memoria, pues con la lógica serás capaz de reconstruir esas fórmulas y reglas».

Gracias a esas clases de mi padre, aprendí a disfrutar las matemáticas. Y creo que esa forma de enseñar se puede aplicar a muchos otros aspectos de nuestra vida, incluso a nuestras prácticas espirituales y a los problemas que nos causan angustia.

Muchas veces, cuando tenemos un problema, nos enfocamos en solucionarlo, pero no vamos a la raíz. Por ejemplo, tenemos que tomar una decisión, y tememos equivocarnos. Entonces, como la decisión es algo urgente, nos ponemos a pensar obsesivamente. Lo mejor que podríamos hacer en ese caso es dejar de pensar. Pues esas decisiones importantes se toman mejor desde el corazón. Pero este proceso es difícil al comienzo porque requiere paciencia y constancia.

Si logramos tomar la decisión correcta en este momento o no es secundario. Más importante es si tenemos la habilidad de conectarnos con nuestra sabiduría interior. Aprender a contactar ese silencio puede parecer poco efectivo e inteligente en el corto plazo, pero a largo plazo nos permitirá solucionar cualquier problema que llegue a nuestras manos.

Así que, si tienes un problema difícil ahora, no te preocupes tanto por solucionarlo. Enfócate en contactar tu silencio. Tal vez ahora no puedas ver allí la respuesta, pues para oír la voz que habla en tu silencio interno tienes que aclimatarte primero y aprender a acallar la mente, y esto puede tomar tiempo y práctica.

Si solucionas el problema, pero no puedes conectarte con tu sabiduría interior, pronto vendrán más problemas y más angustias. Tu mente siempre estará saltando de una situación a otra, llena de miedo. Cuando resuelves el problema desde el silencio, puedes descansar. Tu mente vendrá a tu servicio cuando la necesites, pero no estará taladrando constantemente llena de miedo.

El problema de fondo no es el problema que crees tener entre manos. Eso es lo que te dirá tu mente, y por eso, por momentos, pareciera que no puede pensar en nada diferente. Pero a verdad es que el problema de fondo es que estamos desconectados de nuestro corazón, que es de donde provienen las respuestas.

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¿Por qué le tenemos miedo al rechazo?

Durante cientos de miles de años, los humanos vivimos como nómadas, en grupos de entre 50 y 150 personas. En ese entonces, ser parte del grupo era necesario para nuestra supervivencia. Debido a los peligros y a las dificultades para conseguir alimento, ser aislados era casi una condena de muerte.

En consecuencia, la evolución nos llevó a percibir la desaprobación y el rechazo como un peligro. Ese miedo nos impulsa a hacer lo necesario para que otros en el grupo nos acepten y a evitar cualquier comportamiento que implique ser rechazados.

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Desde el punto de vista evolutivo, el miedo al rechazo fue muy útil para nuestra supervivencia, al igual que muchos otros miedos. Pero, también como en el caso de muchos otros miedos, el miedo al rechazo ya no es necesario. Es profundo y está arraigado en nuestros genes, pero ya no lo necesitamos, al menos no por las mismas razones. No vamos a ser devorados por animales salvajes si nos desaprueban o rechazan en el grupo al que pertenecemos.

Estos miedos que provienen de nuestros genes son muy profundos y, en últimas, son una expresión del miedo a la muerte, ya que, como dije, inicialmente surgieron para garantizar nuestra supervivencia.

Pero, si en los comienzos de nuestra especie el propósito del miedo al rechazo era garantizar nuestra supervivencia, ¿qué función tiene ahora?, ¿para qué puede servirnos? Mi respuesta es que ahora ese miedo, al igual que muchos miedos antiguos, nos puede ayudar en nuestro camino espiritual, si así lo decidimos.

Esos miedos profundamente arraigados nos pueden servir como recordatorios de que no hemos encontrado nuestra esencia, en la cual el miedo a la muerte desaparece, pues reconocemos aquello en nosotros que es eterno.

De esa manera, el miedo al rechazo nos ofrece una oportunidad para mirar indirectamente nuestro miedo a morir e ir más allá de él. Cuando encontramos el Amor dentro de nosotros, encontramos también una seguridad que no puede ser amenazada. En esa seguridad, tenemos la capacidad de estar solos si es necesario, y podemos permitirles a los demás que se alejen de nosotros o nos desaprueben, pues sabemos que nuestro bienestar no depende de eso. Pero para llegar a ese estado debemos ir muy profundo dentro de nosotros, tan profundo que podamos pasar más allá de nuestros instintos de supervivencia.

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Cuando sientas miedo al rechazo, no te juzgues, recuerda que es normal: estamos programados biológicamente para sentirlo. Pero recuerda, además, que ese miedo es una ilusión. Ya no lo necesitas, puedes dejarlo ir. Y el camino es hacia adentro, donde yace una plenitud frente a la cual el miedo a la muerte, que es la raíz de todos los miedos, desaparece.

Con amor,

David González

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Procrastinación y espiritualidad

Procrastinar quiere decir aplazar una tarea porque tenemos resistencia psicológica a llevarla a cabo ahora. Debajo de esta resistencia, usualmente hay miedos, insatisfacciones o inseguridades.

Una característica de la procrastinación es que nos impide disfrutar. Si hay algo que genuinamente no queremos hacer, sentiremos paz cuando decidamos no hacerlo. Si, por el contrario, sentimos culpa y ansiedad al evitar esa actividad, estamos procrastinando. Así, la procrastinación nos impide disfrutar del momento presente, pues sentimos que deberíamos estar haciendo otra cosa y, por tanto, no podemos entregarnos plenamente a lo que estamos haciendo ahora.

Hay muchas técnicas y maneras prácticas de lidiar con la procrastinación. Recomiendo, por ejemplo, libros como el clásico Organízate con eficacia (Getting things done) de David Allen o Hazlo ahora: supera la procrastinación y saca provecho de tu tiempo, de Neil Fiore.

Sin embargo, lo más importante es ir a la raíz de miedo, y esto implica sentir nuestras emociones y explorar lo que sentimos en relación con esas tareas que no queremos realizar.

Mirar de frente aquellas cosas que no tenemos ganas de hacer y mirar qué emociones y pensamientos tenemos asociados con ellas es una gran práctica espiritual. Al mirar nuestra resistencia, podremos ver los miedos e inseguridades que se esconden debajo. A veces veremos miedo al fracaso. A veces encontraremos patrones de autosabotaje basados en la idea de que no merecemos. A veces veremos miedo a no ser lo suficientemente buenos. Otras veces, simplemente encontraremos que lo que estamos haciendo realmente no está alineado con nuestro propósito de vida y que hemos adquirido compromisos que en fondo no queremos cumplir. Sea como sea, ver estos miedos de frente es un gran paso para conocernos y crecer internamente.

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El regalo de los reflejos

A veces surge la duda de si algo que está pasando afuera es un reflejo de nosotros. «¿Por qué me habrá gritado esa persona?». «¿Qué hay en mí que está provocando eso?». Si esa pregunta surge, sin duda es porque hay algo que tenemos que sanar. Si no hubiera algo que sanar, simplemente habríamos sentido paz y no habrían surgido dudas sobre nosotros.

Puede que te molesta que otro te grite porque tienes agresividad reprimida adentro. Puede que saque a la luz los juicios que tienes contigo mismo. O puede, simplemente, detonar el miedo a que hay algo malo contigo. Este último miedo es una tendencia a creer que todo lo «negativo» que sucede afuera es una señal de que hemos hecho algo malo. En ese caso, el evento nos da el regalo de sanar esa creencia: la creencia de que hay algo malo con nosotros.

Si una experiencia externa te produce miedo o emociones fuertes, o desencadena en ti pensamientos de juicios, entonces te está mostrando que hay algo adentro tuyo que necesita sanar en relación con esa experiencia. El evento funciona como un detonador de tus heridas internas y de esa manera te permite verlas y sanarlas.

Tres recomendaciones entonces:

Primero: ábrete a la posibilidad de que eso que sucede afuera es un reflejo tuyo y te muestra algo en ti que puedes sanar. Tal vez esa ira es tuya. Tal vez esa envidia es tuya. Solo tal vez.

Segundo: no te vayas al otro extremo, es decir, no te obsesiones con la idea de que hay algo malo en ti. A veces las cosas suceden simplemente para mostrarte esa idea de que hay algo malo contigo para que así puedas dejarla ir. En este caso, es solo una inseguridad que se detona de forma automática.

Tercero: agradece. Agradece por lo que estás viendo en ti. Agradece por lo que estás sintiendo. Cuando las cosas salen a la luz, la luz puede entrar en ellas. Agradece esos reflejos tuyos, pues son un regalo. Son llaves en el camino de tu despertar.

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El sentido del viaje

El peregrino es aquel que viaja hacia un lugar sagrado. ¿En dónde reside el significado de su viaje? ¿Cuál es su propósito?

El placer del peregrino, así como su gozo y su realización, no están en el destino del viaje. El lugar de llegada puede ser hermoso, pero es secundario. El valor del viaje reside en el viaje mismo. Y el viaje siempre ocurre en este momento.

A través de cada paso del viaje, el peregrino puede tomar consciencia de sí mismo. Es esto lo que hace que el viaje sea sagrado. Es esto lo que le da significado. Es allí, en cada paso, donde el viajero se conoce a sí mismo, y es allí donde encuentra su verdadero valor.

Nuestro valor no está en el futuro ni en nuestros objetivos. Nada que podamos alcanzar o hacer puede modificar nuestro valor. Nuestro valor es eterno. Está siempre presente ahora. Podemos perder consciencia de él, pero no podemos perderlo en realidad. Este valo es del que Un Curso de Milagros dice que está «más allá de toda posible evaluación».

En última instancia, los objetivos del mundo son secundarios. Pueden ser placenteros y traer satisfacción pasajera, así como ellos mismos son pasajeros. El logro más valioso que podemos tener está más allá de cualquier objetivo. El logro más valioso que podemos conseguir es tomar consciencia de nosotros en este momento, justo ahora, y reconocer nuestra plenitud que siempre está allí. Ese es el sentido del viaje.

Todos somos peregrinos. Y nuestro propósito más elevado es dar con plena consciencia este paso, justo este que estamos dando ahora.

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El cuadro de la paz perfecta

Hace poco tomé un seminario con la maestra Isha Judd, y ella contó una historia sobre el significado de la paz que quiero compartir con ustedes:

Había una vez un rey muy sabio que decidió hacer un concurso para los habitantes de su reino. Se dio cuenta de que, normalmente, en los demás reinos se premiaba a aquellos que eran exitosos en la guerra. Él decidió que quería hacer algo diferente. «Si premio a quienes van a la guerra, cada vez habrá más guerra», pensó. Por tanto, decidió premiar, en cambio, a quienes fueran capaces de traer más paz al mundo. Fue así como se le ocurrió la idea de hacer un concurso de pintura. El ganador sería quien representara de mejor manera la paz perfecta. Para esto, ofreció grandísimas riquezas y además dijo que quien pintara el mejor cuadro podría pedirle lo que quisiera.

Pronto todo el reino se enteró del concurso y los habitantes se pusieron a pintar con gran ánimo. Muchas personas que nunca habían tomado un pincel en sus manos aprendieron en pocos días el arte de la pintura, motivadas por el concurso. Las paredes de las calles se llenaron de hermosos y diversos dibujos, todos reflejando profunda paz.

Al ver el entusiasmo de la gente, el rey se sintió complacido y salió a recorrer su reino. Además, entró casa por casa para ver los cuadros que habían hecho. ¡Cuánta alegría sintió al contemplar todas esas pinturas! Estaba sorprendido ante la creatividad y la cantidad de grandiosos artistas que había en sus dominios.

Finalmente, escogió tres cuadros que a su juicio eran los que representaban de mejor manera la paz perfecta y los llevó a su palacio. Antes de anunciar cuál de entre los tres era el ganador, invitó a todo el que quisiera a que fuera a ver las pinturas y se deleitara.

Uno de los cuadros representaba una hermosa montaña a la vera de un gran lago, cuyas aguas estaban en total calma. La montaña se veía perfectamente reflejada por el espejo del agua. La simetría y la armonía de la composición eran conmovedoras. Otro cuadro mostraba un ciervo en la mitad de un bosque, completamente sereno y alerta. Sus facciones transmitían gran paz y quietud a cualquiera que lo observara. El tercer cuadro, en cambio, presentaba una tormenta tropical. Caía agua de todas partes de forma desordenada, y diversar ráfagas de viento hacían que los árboles se contorsionaran. Al ver este último cuadro, muchos se indignaron y criticaron el mal juicio del rey. «Mi cuadro es mucho más pacífico que esto», decían algunos. «Tal vez el rey se cansó de ver tantas pinturas pacíficas y enloqueció», decían otros.

Ante la controversia y el descontento de la gente, el rey fue llamado. «Les explicaré por qué escogí este cuadro, que, además, es para mí el mejor de los tres. Si se fijan detenidamente, en todo el centro de la pintura hay un árbol frondoso y en él, cobijado bajo una de sus ramas, reposa un pequeño pájaro. Si ahora prestan aún más atención, verán que el pájaro se encuentra en completa paz en medio de la tormenta. Y esta, para mí, es la paz más grande y más profunda de todas, aquella que va más allá de las circunstancias externas, aquella que brota simplemente desde el interior y, por tanto, no se puede extinguir».

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