El arte de cuidar tu energía

Una de las cosas que más ayuda a tomar decisiones sabias es tener un nivel de energía elevado. Cuando hemos dormido bien, hemos ejercitado nuestro cuerpo y nos hemos alimentado conscientemente, es más fácil estar conectados con nuestro corazón. Por supuesto, la meditación y las diversas prácticas espirituales ayudan muchísimo para esto. A algunos nos ayuda caminar; a otros, escuchar música o compartir con animales.

Lo importante es elevar y nutrir nuestra energía. Entonces todo fluye. Entonces identificamos con rapidez lo que nos hace bien y nos alejamos naturalmente de aquello que nos hace daño. Decimos que sí a lo que nos impulsa a crecer y somos capaces de decir que no a aquello que nos aleja de nuestro camino.

Por eso, cuidar nuestra energía es fundamental. Pon atención, pues, a qué eleva tu vibración, qué actividades te revitalizan, qué personas te suben el ánimo, qué lecturas, qué programas de televisión. Mira cómo es tu relación con la comida e identifica cuál incrementa tu energía y cuál te desgasta. Mira qué bebidas te conectan con tu ser y cuáles te alejan de ti mismo. Examina tu sexualidad: ¿es fuente de energía y gozo, o te deja agotado y desanimado?

Hay mucha información y ayuda disponible para mejorar en cualquiera de los aspectos mencionados. Sólo debes observarte e identificar en qué aspectos podrías tener hábitos más revitalizantes.

Y una vez conozcas mejores y más elevadas maneras y caminos, comienza a elegirlos. No siempre podrás. Pero, si te lo propones, poco a poco tus hábitos irán cambiando hasta que ya no requieran mayor esfuerzo.

Tu experiencia presente está hecha de la energía que has cultivado en tu vida. El sabor de este momento, su calidad, es el resultado de tus elecciones pasadas y de lo que sigues eligiendo en cada momento. Además, entre más alta es tu energía, más fácil es seguir cuidándola y cultivándola. Es una bola de nieve virtuosa. Ayúdala a crecer y te llevará a donde no creías que podías llegar, te mostrará cosas que no imaginabas y te bendecirá de maneras sorprendentes.

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Sufrimiento y dolor no son lo mismo

Una frase que he visto que se le atribuye a Buda es: «El sufrimiento no es causado por lo que pasa, sino por tu resistencia ante lo que pasa».

Alguien podría objetar que, cuando nos cortamos una mano, el sufrimiento es causado por la herida misma. Al fin y al cabo, el dolor emerge en nuestra mano, independientemente de la forma como reaccionemos ante el hecho de habernos cortado.

El truco aquí es reconocer que el dolor no es lo mismo que el sufrimiento. Le cuerpo puede doler, nuestros estados emocionales pueden doler, pero eso no implica que tengamos que sufrir.

Pero, ¿cómo no sufrir cuando algo duele? Bueno, lo primero es reconocer que el sufrimiento es un estado psicológico, espiritual, mientras que el dolor y las emociones se limitan al cuerpo.

Pero entonces, ¿cómo dejar de sufrir en presencia del dolor? ¿Es esto en realidad posible o se trata solo de un juego de palabras?

Un ejemplo puede servir para iluminar la diferencia entre dolor y sufrimiento.

Dar a luz es una de las experiencias más dolorosas en la vida de una mujer. Sin embargo, también es una de las experiencias que más plenitud trae. Cuando una mujer va a tener un hijo que ha deseado y al que ama profundamente, es perfectamente posible que, a pesar del intenso dolor del parto, no interprete esa experiencia como una de sufrimiento sino como una de gran dicha. En medio del dolor, ella se puede sentir plena y en gozo.

Sufrir, pues, depende de la forma como interpretamos la realidad.

Cuando reconocemos que todo lo que sucede es parte de nuestro proceso de crecimiento personal y evolución, nuestra relación con la realidad y con los que nos pasa cambia. Entonces podemos sentirnos plenos incluso en los momentos de más dolor.

Un campo en el que tengo experiencia propia es el de las emociones.

En alguna época de mi vida, tener emociones «negativas» como la rabia intensa o la tristeza profunda era igual para mí que sufrir. Ahora eso ha cambiado. Antes me resistía a esas emociones y escapaba de ellas porque las juzgaba como algo indeseable o las usaba como una manera de alimentar una imagen de mí mismo de víctima. Ahora, en cambio, las reconozco como oportunidades para crecer, como puertas para entrar más profundo dentro de mí, como señales de que hay algo por sanar, de que puedo seguir evolucionando. Entonces, ahora me rindo, me entrego plenamente a esas emociones.

A veces no es fácil. A veces la mente condicionada entra en pánico o vuelven viejos patrones de autocompadecerme y victimizarme. Pero cuando realmente puedo entregarme a la experiencia cruda de las emociones y me sumerjo en ellas, siempre encuentro luz en medio del dolor, en medio de la frustración. Las lágrimas siguen saliendo. Mi cuerpo se sigue tensionando ante la rabia. Pero ya no es un momento de sufrimiento. Es algo sagrado porque así lo interpreto y lo reconozco. Por tanto, hay en el fondo de la experiencia una gratitud y una plenitud que van más allá de mi estado emocional.

Esta es una invitación, púes, a que te entregues a la vida, a que le des la bienvenida incluso a aquellos momentos y aspectos que son dolorosos y que en la superficie parecen enteramente negativos. Todo tiene una bendición oculta, pues todo es parte de tu camino de regreso a casa. Cuando adoptas esa perspectiva, dolor y sufrimiento dejan de ser lo mismo y te abres a brillar aun en medio de los momentos difíciles. No te resistas a los regalos que la vida te trae sólo porque el empaque viene disfrazado de dolor. Tal vez lo que crea el sufrimiento es tu resistencia. Tal vez se trata sólo de una bendición.

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Para cuando te sientas perdido

No creo que nadie haya caminado sobre la Tierra sin haber dudado a veces, sin haber tenido miedo a veces, sin haberse perdido. Creo que incluso los grandes maestros pasaron por ahí. Creo que es parte de ser humanos.

Cuando estamos en medio de una contracción energética y espiritual, cuando somos desafiados por nuestras circunstancias o cuando salen a flote nuestras heridas más profundas, es normal sentirnos pesimistas y desanimados. Es normal creer que no podremos cruzar esa parte del camino. Es normal verlo todo oscuro y creer que vamos a caer para no levantarnos más.

Cuando estés así, imagina a un niño de tres años que está aterrorizado ante la idea de bajar solo por unas escaleras eléctricas. Está convencido de que se va a caer y a golpear muy duro.

Imagina que amas profundamente a ese niño. ¿Cómo lo tratarías? ¿Lo empujarías, lo reprenderías o menospreciarías? ¿Le negarías tus muestras de cariño? Por supuesto que no. Serías amoroso, paciente y comprensivo con él; respetarías sus ritmos. Y, ante todo, estarías tranquilo en cuanto a su futuro, sabrías que no es nada grave, tendrías plena confianza en que llegará el día en el que él podrá bajar por las escaleras con total naturalidad, es obvio. Comprenderías, sin embargo, si el niño cree que nunca será capaz. Sabes cómo es posible que él tenga esa perspectiva. En pocas palabras, lo amarías, lo respetarías y confiarías profundamente en él.

Elige tratarte así a ti ahora, o cuando llegue el momento en el que te sientas paralizado en tu camino y lo veas todo oscuro. Sé amoroso, sé gentil, respétate y confía. No es tan grave. Si pudieras ver el momento desde la perspectiva cósmica más amplia de tu proceso, no podrías más que relajarte y reír.

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Empieza de nuevo otra vez

Ningún camino es lineal y constante. Todos paramos a veces, y en ocasiones nos devolvemos. Todos nos estancamos a veces, vacilamos y dudamos antes de seguir adelante.

Por tanto, todos los caminos requieren que constantemente estemos empezando a caminar de nuevo.

Esto requiere de fuerza de volundad, pues una vez estamos quietos, la inercia nos lleva a querer permanecer así por más tiempo.

Y entre más tiempo pasemos inmóviles, más difícil será volvernos a poner en marcha.

Cuando uno deja de ir al gimnasio por varios meses, retomar la rutina es mucho más difícil. En parte, esto se debe a que vernos lejos de nuestro estado de plenitud física anterior nos desanima. Por ejemplo, si estábamos bien de peso y por dejar de ir al gimnasio ahora estamos demasiado gordos, comenzar a ir será incómodo porque entonces se hará aún más evidente nuestra gordura. Ya no podremos hacer los mismos ejercicios que cuando estábamos yendo regularmente. Tal vez la ropa nos quede demasiado ajustada. Todo nos estará recordando que nos descuidamos y perdimos parte de lo que habíamos avanzado.

Sin embargo, es obvio que retomar rutinas sanas siempre es bueno y será la mejor opción, sin importar por cuánto tiempo hayamos parado ni cuánto nos hayamos devuelto en nuestro camino.

¿Llevas tanto tiempo sin hablar con esa persona que retomar la comunicación se ve como algo muy difícil? No importa, puedes elergir comunicarte con ella ahora; si te importa esa relación, sabes que es lo mejor que puedes hacer.

¿Abandonaste los cursos de ese idioma que estabas aprendiendo y ahora te toca devolverte al nivel anterior? No importa. Si de verdad quieres aprender ese idioma, vale la pena. Hazlo ahora, antes de que te toque devolverte hasta el principio. Aunque si de verdad lo quieres, devuélvete hasta el principio si es necesario.

¿Dejaste de meditar por varios meses o años y sientes que has perdido contacto con ese aspecto interior que estabas empezando a descubrir?

No te juzgues por haber parado. Parar y devolvernos es parte normal del camino. Lo que importa es qué eliges ahora. Elige comenzar a caminar de nuevo.

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La espiritualidad no depende de lo que haces

La espiritualidad depende de lo que eres, de cuál es tu vibración en cada momento.

Puedes encerrarte en una cueva o en un monasterio y permanecer con los ojos cerrados repitiendo mantras durante varias horas al día y fortalecer tu ego con eso. O puede que estés en el último piso de un rascacielos administrando una empresa multinacional y alcances la iluminación espiritual mientras lo haces. (Por supuesto, las opciones inversas también son posibles.)

Lo que haces es secundario. Rezar o bailar, ir a la iglesia o al monasterio, lavar platos o conducir un bus, hacer llamadas o hacer deporte, todas esas actividades son compatibles con llevar una vida espiritual. Y todas son compatibles también con llevar una vida superficial al servicio exclusivo del ego.

Llevar una vida espiritual, según mi punto de vista, depende exclusivamente de tu estado interno. Si estás en permanente contacto con tu corazón y con tu espíritu, estás llevando una vida enfocada en la espiritualidad. Si estás en la superficie, totalmente sumergido en el sueño del ego, no estás llevando una vida espiritual.

Esto último no es un juicio o una forma de decir que unos seres son superiores a otros. En últimas, todos somos espirituales, todos estamos en este planeta como parte de nuestro proceso de evolución. Y en últimas, todos somos Uno solo.

Sin embargo, desde el punto de vista individual y relativo, creo que se puede entender el desarrollo espiritual como el grado de conexión consciente que tenemos con nuestro Ser más profundo en cada momento. Y esto no depende de lo que haces, depende de lo que eres mientras lo haces. ¿Eres paz, eres amor, eres perdón, eres dicha, eres presencia consciente? De eso se trata. Y eso es algo que puedes elegir en cada momento, sin importar lo que estés haciendo. Eso es algo que puedes elegir ahora.

Puede que, al elegir tu espíritu, al elegir su Ser más elevado, cambien tus prioridades y tus preferencias. Puede que entonces quieras salir de la cueva o del monasterio, o puede que quieras entrar en éste. Puede que quieras ir a trabajar al rascacielos, o puede que quieras renunciar a tu trabajo e irte a vivir una vida más simple. El camino es diferente para cada uno. Pero el cambio comienza adentro. Y no requiere que esté pasando algo específico afuera tuyo para que puedas elegir enfocarte en tu consciencia.

No te preocupes tanto, pues, por lo que estás haciendo. Enfócate en lo que quieres Ser y elígelo. Las acciones y las elecciones surgirán de forma natural y fluida una vez estés conectado contigo mismo.

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¿Hacia dónde nos estás invitando a mirar?

Lo que vemos en las televisión, en YouTube y en nuestras diferentes redes sociales modifica la forma como percibimos el mundo, modifica nuestras expectativas y nuestras prioridades. En consecuencia, modifica nuestras creencias. Pero nuestras creencias dan lugar a nuestras acciones, y con nuestras acciones vamos moldeando el mundo en el que nos encontramos. Por tanto, los medios de comunicación inciden en el estado del mundo, lo cambian, lo moldean.

Así pues, los medios de comunicación no sólo son un reflejo del mundo, sino que además contribuyen a crearlo.

Pero, ¿quiénes son los medios de comunicación?

Anteriormente, los medios de comunicación estaban en unas pocas manos, pues la infraestructura necesaria para esparcir un mensaje masivamente era muy costosa. Hoy en día, en cambio, el poder de comunicar está en las manos de todos, literalmente. El artefacto que tienes en tus manos en este momento te da el poder de comunicar, de decirle al mundo lo que piensas.

Nunca antes había sido tan fácil compartir ideas. El que estés leyendo lo que escribo, probablemente desde otro país, es algo increíble. Medio siglo atrás hubiera sido muy costoso para mí compartir esta idea contigo.

Por tanto, el poder de cambiar al mundo a través de las ideas está en las manos de todos. Ya no somos consumidores pasivos de información. Somo lo que se denomina prosumidores. Nuestra capacidad de consumir información es casi tan alta como nuestra capacidad para producirla.

Vale la pena preguntarnos, entonces, qué información estamos esparciendo. Sobre qué estamos llamando la atención. Qué aspectos de la realidad estamos resaltando a través de nuestros teléfonos inteligentes.

Ante todo, el papel de los medios es llamar la atención sobre algún aspecto de la realidad, aquello que se considera importante. Y, usualmente, se ha tendido a llamar la atención sobre las cosas malas que suceden, sobre los problemas, sobre los actos inconscientes.

Ver el mal que causan los demás, ver lo enfermos que están y lo insconscientes que son puede ser satisfactorio para el ego. Así se siente mejor que ellos y, además, tiene algo sobre lo que quejarse, actividad que le encanta y lo fortalece. Es igual que ver el malo de una novela y tener la satisfacción de repudiarlo y de sentir que somos «mejores» que él.

Además, sentimos placer al dar malas noticias, pues sabemos que los demás nos prestarán atención inmediata. Y entre peores sean las noticias, mayor será la atención.

Así, muchos tenemos la tendencia a consumir malas noticias y a usar nuestra capacidad para difundir información para amplificarlas y darles importancia.

Pero lo cierto es que poner nuestra atención en lo que está mal no nos ayuda a crear el mundo que queremos.

Imagina dos salones de clase de tercero de primaria elemental. En uno de estos, el profesor pone una luz sobre aquellos chicos que son groseros y agresivos con sus compañeros, y además las sillas están dispuestas para que todos estén mirando a aquellos chicos inconscientes. En el otro salón, el profesor no les da importancia a los chicos groseros, invita a los demás niños a que los ignoren y apacigua sus acciones inconscientes sin darles importancia. En ese salón, la luz está sobre aquellos chicos que son un buen ejemplo para los demás. A ellos se les da importancia, y las sillas están dispuestas para que todos vean cómo ellos se comportan e interactúan entre sí.

¿En cuál de los dos salones preferirías que tus hijos estudiaran? ¿Cuál de los dos ambientes crees que promueve un comportamiento más sano entre los niños? (este ejemplo fue tomado de un post de Seth Godin).

Así pues, vale la pena que te preguntes qué información consumes y qué información difundes. Pues al difundir ideas no sólo nos estás contando cómo es la realidad que ves, sino que estás contribuyendo a crear y reforzar esa realidad.

¿A qué le das importancia? ¿Qué quieres resaltar? ¿Sobre qué aspectos de la realidad estás posando tu atención y nos estás invitando a que posemos la nuestra? ¿Hacia dónde nos estás invitando a mirar?

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Cómo cambiar al mundo

Al presenciar actos crueles o abusivos, o al ver cómo destruimos los preciosos recursos naturales de nuestro planeta, es normal que muchos sintamos rabia contra aquellos que percibimos como los culpables: los asesinos, los corruptos, los inconscientes.

Sin embargo, vale la pena preguntarnos: ¿adoptar esa actitud ayuda a resolver los problemas que percibimos o, por el contrario, nos convierte en réplicas de aquel mal del que tanto nos quejamos?

Cuando nos sentimos indignados y furiosos, cuando juzgamos a quienes cometen abusos y deseamos castigarlos, cuando nos resentimos, ¿creamos en nosotros una energía elevada a partir de la cual pueda surgir una acción elevada para hacerle frente a los problemas, o, por el contrario, nos ponemos densos y pesimistas, nos desconectamos de nuestra sabiduría más elevada y tendemos a esparcir amargura a nuestro alrededor?

Parece correcto odiar un acto insconsciente y dañino. Sin embargo, ese odio tiene más probabilidades de generar actos parecidos a aquel que juzgamos que de ayudar a encontrar remedios efectivos.

Odiar no ayuda a remediar nada, y dejar de odiar y de juzgar no implica condonar comportamientos inconscientes ni permanecer pasivos ante estos.

La mejor manera de comenzar a cambiar el mundo es dejar de juzgarlo y de odiarlo y comenzar a amarlo y a percibirlo con compasión.

Una mente en paz e inundada de amor tendrá más posibilidades de encontrar las respuestas.

No sé cuál sea la solución específica a los problemas que ves en el mundo. Sé, sin embargo, que dejar de condenar en tu mente y dejar de odiar será el comienzo de un cambio profundo y verdadero. Y a eso es a lo que te invito.

Antes de ponerte las botas y salir a marchar y a luchar y a defender y a denunciar, antes de todo eso (o, al menos, al mismo tiempo que haces todo eso), sana tu corazón y perdona al mundo. Ese es el regalo más sanador y transformador que nos puedes hacer a todos.

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Lo que serás está en la palma de tus manos

Nunca antes había sido tan fácil consumir información. Lo que quieras, cuando quieras, en la palma de tu mano.

Elegir sabiamente lo que consumimos es una gran responsabilidad.

Cada imagen que vemos, cada palabra que leemos y cada sonido que escuchamos son alimento para nuestra mente. Esos estímulos son semillas que probablemente germinarán en la forma de pensamientos. Y esos pensamientos influirán en nuestras emociones y acciones. Y nuestros pensamientos, emociones y acciones se convertirán en el mundo que experimentamos.

Además, el tiempo que tenemos para consumir información es limitado. Por tanto, cada cosa que ves, lees o escuchas en tu teléfono inteligente impide que tengas otras experiencias.

Cada diez minutos que deslizas imágenes en Instagram, Facebook, Twitter, etc., son diez minutos que podrías haber gastado en silencio o compartiendo con un ser querido. Son diez minutos muy valiosos. Si decides emplearlos viendo contenidos en una pantalla, asegúrate de que sean contenidos que alimenten aquello que quieres ver crecer en ti.

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Control vs. libertad

Usualmente tratamos de controlar para sentirnos seguros, y una de las formas en las que controlamos es tratando de entender todo.

Por eso es tan importante para nosotros tratar de entender nuestra vida y a nosotros mismos. Y parte fundamental de tratar de entendernos es tener respuestas para las siguientes preguntas: ¿quién soy?, ¿en qué creo?, ¿para dónde voy?, ¿qué me gusta y que no me gusta?, ¿cómo me siento en relación con los demás y cómo se sienten ellos en relación conmigo?

Pero este intento por entendernos y por controlar nuestra vida nos limita y nos pone tensos. Nos limita porque al responder esas preguntas nos ponemos límites; nos identificamos con ideas que limitan lo que podemos expresar como seres humanos. Una vez decimos «Así soy, eso es lo que creo y esas son las cosas que hago», nos hemos encerrado en una pequeña caja creada por nuestro ego. Y esto nos pone tensos, pues entonces estamos constantemente preocupados por no cruzar esas líneas imaginarias que hemos trazado para definir nuestra personalidad y nuestras vidas. Tememos que sucedan cosas que no se ajusten a los parámetros que hemos establecido con respecto a quiénes somos y qué debemos hacer.

Esto no es libertad. Esto no es amor puro.

La libertad es espontaneidad. La libertad implica poder acercarme a alguien sin saber qué va a pasar con esa persona o cómo me voy a sentir; poder interactuar con los demás sin tener un guion preestablecido, un guion escrito de acuerdo con una historia de mi vida que me cuento a mí mismo para sentir que tengo control.

Libertad implica estar abierto, en cada momento, a que suceda algo nuevo, algo que no tiene por qué encajar en una lista de expectativas.

Libertad implica actuar en cada momento guiados por el corazón, sin tratar de ajustarnos a una idea de cómo debemos ser.

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¿Qué es primero, arreglar los errores o estar en paz?

Cuando nos damos cuenta de que hemos cometido un error, es natural sentir miedo y ansiedad. Miedo por las consecuencias del error y ansiedad por querer arreglar la situación pronto.

Sin embargo, al tratar de solucionar una situación desde la ansiedad, por lo general no logramos más que empeorarla.

La culpa y el miedo nos llevan a querer arreglar todo ya. Pero en ese afán estamos desconectados de nuestro corazón y de nuestra sabiduría más profunda.

Seguir ese juego es como tratar de apagar un incendio con gasolina.

Es muy difícil detenernos y buscar silencio y paz interior en medio de la culpa y la ansiedad que se generan al haber cometido un error, sobre todo porque entonces tendemos a creer que la única manera de encontrar paz interior es solucionando el problema que causamos.

«Una vez arregle lo que dañé, una vez repare mis faltas, podré estar en paz», dice el ego. Es un truco.

La verdad es que nuestro acceso a la paz interior no depende del pasado y, por tanto, no depende de lo que hayamos hecho o de los errores que hayamos cometido.

No trates de arreglar tus errores antes de estar en paz. Y no creas que primero debes arreglarlos para poder encontrar la paz.

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