Elige nacer de nuevo ahora

Uno de mis ejercicios favorito de Un Curso de Milagros consiste en parar cada hora durante 5 minutos y elegir tener una consciencia radiante y la luz y la paz, sin importar lo que haya sucedido en la hora anterior.

Normalmente, nuestro estado interior depende del pasado. Si la última hora ha estado llena de buenos momentos y de encuentros agradables, nos sentimos bien; si, por el contrario, hemos estado llenos de pensamientos de angustia y miedo, lo más probable es que nos sintamos mal. Lo que Un Curso de Milagros nos enseña es que esto no tiene por qué ser así. El pasado sólo puede afectar al presente y al futuro en la medida en que lo permitamos. En realidad, la calidad de este momento sólo depende de lo que elijamos ahora, justo ahora.

Como constantemente le damos poder al pasado, éste afecta el presente y determina el futuro. Parece lógico, pero no lo es. Desde la lógica de Un Curso de Milagros, el pasado no tiene ningún poder porque no existe, y lo que no existe no puede tener efectos.

Así pues, no importa lo que hayas experimentado ayer o la última hora o los últimos cinco minutos. Este momento depende de lo que elijas ahora. Puedes elegir recordar y traer a tu memoria lo que te duele o puedes elegir ver la luz que siempre está en ti ahora. Tu poder para decidir y para crear tu realidad es mucho más basto y profundo de lo que imaginas.

Te invito a que comiences a practicar. Detente cada tanto y elige tu estado interno sin ninguna consideración con respecto a lo que ha sucedido antes. Elige nacer de nuevo a cada instante, elige nacer completamente radiante y puro, completamente fresco. Y así, verás al mundo también nacer de nuevo contigo, y verás a tur hermanos frescos y nuevos, sin pasado. Entonces no podrás albergar resentimientos ni culpa, pues estos siempre dependen de que le des realidad al pasado.

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La creatividad espera por ti

Tengo ganas de escribir un artículo hoy. No tengo ideas, pero me paro de la cama, me aproximo al computador con entusiasmo y pongo la música que me gusta para trabajar. Entonces las ideas surgen.

Esa es una actitud muy diferente a pensar simplemente que quiero escribirlo y quedarme acostado o haciendo otra cosa mientras la inspiración llega.

Neale Donald Walsh dice que la creatividad no es algo por lo que esperamos, es algo que espera por nosotros. En mi experiencia, tiene razón.

Así que, si quieres crear, no te quedes esperando a que las ideas vengan a tocar a tu puerta. Sal a buscarlas, invítalas, alístate para su llegada. Afila los lápices, prepara los intrumentos, dispón tu mente, limpia tu espacio interno y externo.

Cuando tu frecuencia esté en sintonía con lo que quieres crear, las ideas llegarán… o, más bien, las podrás ver, pues ya están esperando por ti; esperan a que estés listo para percibirlas y abrazarlas.

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¿Qué problema tienes en este momento?

No mañana, ni en 5 minutos, sino justo ahora, ¿tienes algún problema?

Esta es una pregunta que plantea frecuentemente el maestro Eckhart Tolle en sus charlas, al igual que otros maestros que he escuchado.

La gran mayoría de las veces, la respuesta será que no. No hay algo que tengas que resolver justo ahora. En el tiempo todos tenemos problemas. En la historia de nuestro ego todos tenemos cosas que arreglar. Cuando vivimos completamente en el ahora, la mayoría de esos problemas desaparecen.

Si tuvieras realmente un problema ahora, no estarías leyendo esto sino lidiando con aquel. Por supuesto, no me refiero a un problema en tu mente sino a un problema en el mundo real.

Tal vez digas: «Pero mi vida entera es un problema». Y puede que sea cierto, pero solo desde el punto de vista del ego. Si puedes dejar por completo el pasado y el futuro y poner toda tu atención en este momento, verás que tu vida se vuelve muy simple. Muy simple.

El ego, tu identidad falsa, no soporta este ejercicio, pues está construido a partir de la historia que nos contamos en el tiempo. En el presente el ego desaparece y solo queda la vida verdadera, el ser, tu presencia radiante que alumbra todo lo que experimentas justo ahora.

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Ansiedad

La ansiedad es, ante todo, una sensación física desagradable. Usualmente la sentimos en el pecho. Es una sensación de opresión, de falta de espacio interno. Algo así como si tuvieramos claustrofobia y el recinto que produce la sensación de asfixia fuera nuestro propio interior.

Al igual que con la claustrofobia, la reacción más normal ante la ansiedad es querer escapar, tratar de alejarnos lo más posible de esa sensación y de aquello que percibimos como su causa. Así, ante la ansiedad tratamos de escapar de nosotros mismos y procuramos desconectarnos de nuestras emociones más profundas. Para esto recurrimos a cualquier cosa que nos distraiga. Miramos afuera, buscamos estímulos que consuman nuestra atención y nos impidan ponerla en aquello que nos causa dolor.

A veces nos atrevemos a mirar las emociones y reconocerlas, pero tratamos de quitárnoslas de encima mediante una estrategia urdida por el ego. El ego usualmente cree que la causa de la emoción es externa y, por tanto, trata de modificar las circunstancias externas con la esperanza de que así la sensación desagradable se apaciguará. Este tipo de estrategias pueden funcionar al comienzo, pero no tienen un efecto duradero. La razón es que la causa última del malestar no son las situaciones externas. Estas situaciones lo único que hacen es detonar el malestar, pero la semilla de ese malestar está en nuestro interior. El mundo externo sirve simplemente como un espejo que nos muestra lo que hay en nuestro interior.

Cuando tratamos de calmar la ansiedad cambiando lo que sucede afuera nuestro nos volvemos obsesivos y controladores. El ego tiene ideas sobre aquello que debería pasar o cambiar para que la ansiedad amaine y él pueda sentirse satisfecho, pero son fantasías; así logre todo lo que se propone, la ansiedad volverá a emerger.

Por tanto, a largo plazo, todo lo que hagamos desde un lugar de ansiedad solo nos traerá más ansiedad.

Lo más incómodo para el ego y lo más efectivo para calmar la ansiedad es sentirla plenamente, observar cómo nuestros pensamientos comienzan a tejer fantasías para huir del dolor emocional y no seguirles el juego, quedarnos quietos en nuestro interior así la mente nos diga que, si lo hacemos, nos arriesgamos a dejar que la ansiedad se perpetúe a causa de nuestra pasividad. Verás que si tratas de aplicar esta estrategia, el ego pronto te dirá: «Sí, es interesante esto de sentir, pero no te atrevas a hacerlo ahora; primero, soluciona este problema que tengo para ti, ya que así realmente podrás hacerle frente a la causa de la ansiedad. Después tendremos tiempo para juegos espirituales de silencio interior».

Llevamos vidas haciéndole caso al ego, y la ansiedad permanece. Su camino solo nos conduce a breves instantes de alivio seguidos de un malestar que se vuelve cada vez más profundo. Tal vez es hora de no seguir más su juego y parar, parar y sentir plenamente, hasta la médula, lo que sucede en nuestro interior justo ahora. En la luz plena de la consciencia la ansiedad sana de raíz, se transforma en consciencia, en amor. Pero para esto es necesario permitirle estar en nuestra consciencia tanto como quiera, sin tratar de arrancarla, sino observándola con profundo amor, arriesgándonos incluso a la posibilidad de que esté allí para siempre.

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El hábito de la excelencia

Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto, sino un hábito.

Aristóteles

La excelencia no se refiere al resultado final, sino al proceso. No se trata de trasnochar para compensar el tiempo que hemos perdido procrastrinando y poder entregar así un producto bien hecho; se trata de dar lo mejor de nosotros en cada momento.

Y esto puede aplicarse a cualquier aspecto de nuestras vidas. De hecho, puede aplicarse a nuestra vida como tal.

Cuando se trata de un camino espiritual, al menos como yo lo concibo, no hay partes de la vida que sean más importantes que otras. Por tanto, adoptar una actitud de excelencia con respecto a nuestra vida espiritual implica ser excelentes en todo.

Ser excelentes en nuestro trabajo interior, en el cultivo de la presencia y de la conexión con nuestro corazón, implica ser excelentes en cada instante.

Podemos adoptar una actitud de excelencia, por ejemplo, mientras desayunamos, mientras masticamos y saboreamos la comida. Al bañarnos, al bajar las escaleras. Al manejar un vehículo. Al esperar a que cambie el semáforo o a que el atasco en el tráfico termine o a que llegue el bus o el tren que estamos esperando. ¿Cómo nos relacionamos con el momento presente en esas situaciones? ¿Cómo asumimos nuestras emociones?

¿Cómo afrontamos las emociones que surgen cuando alguien nos rechaza o cuando tenemos un altercado con nuestro jefe o con un empleado? ¿Cómo nos vamos a dormir, cómo son nuestros hábitos de sueño?

Cada pequeño instante, cada pequeño gesto es una oportunidad para practicar la excelencia. Podemos dar lo mejor de nosotros ahora, en el paso que tenemos justo en frente. Y el hábito de la excelencia, al igual que todos los hábitos, se cimenta en la repetición, en la constancia, en volver a decidir una y otra vez, hasta que empezamos a decidir de forma automática hacer las cosas lo mejor posible. Entonces toda nuestra vida será una obra de arte. Cada momento, cada conversación, cada interacción, cada acto de consumo, cada paso, cada pequeño gesto.

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Obstáculos y ayudas

Hace poco estuve meditando cerca de una carretera. Cada rato pasaban automóviles y con su ruido interrumpían mi silencio.

Al principio, me sentí frustrado y molesto con la situación. Luego caí en cuenta de que podía usarla a mi favor. Decidí, pues, que cada vez que pasara un auto, tomaría su sonido como una invitación para anclarme más profundo en el silencio interno y la presencia. La calidad de la meditación cambió radicalmente. Al final, el sonido de los autos producía en mí una sensación de bienestar.

Recordé una enseñanza de Eckhart Tolle: cada vez que sufrimos, podemos tomar el sufrimiento como un recordatorio de que nos hemos perdido en nuestras mentes, como un recordatorio para volver a anclarnos en el momento presente.

Tenemos el poder de elegir el significado de lo que sucede. Podemos elegir verlo como un obstáculo o como una ayuda, como una motivación o como una razón para desanimarnos. Entrenar nuestra percepción y habituarnos a interpretar las cosas de otra manera es una práctica espiritual muy poderosa.

Así pues, lo que pasa es en realidad neutro. Tú decides, con la manera como lo interpretas, si es una ayuda o un obstáculo en tu camino de crecimiento personal. Y la verdad es que no puede suceder nada que no puedas usar para crecer.

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¿Puedes tener todo lo que quieres?

Desde el punto de vista del ego, es imposible estar completamente safistecho. La insatisfacción y la búsqueda de algo más será siempre el motor del ego. Por tanto, siempre habrá algo que el ego quiera que no tiene en este momento.

Por otra parte está nuestra verdadera voluntad, es decir, la voluntad de la totalidad. Cuando entramos en unidad, nuestros deseos ya no están separados de la voluntad del universo. No tenemos una voluntad separada. En ese estado, todo lo que es es nuestra voluntad, ya que es la voluntad de la vida, y la vida ya es.

Ese estado, en el que nuestra voluntad es la misma voluntad de la vida o de Dios, es supremamente insatisfactorio y vacío para el ego. Para el ego, esta unidad no tiene sentido, pues para él el sentido proviene de ser especial y único, de manera que una voluntad que no está separada de la voluntad de la vida es lo más aburrido y sin sentido que hay. Desde su punto de vista, una voluntad así equivale a no tener ninguna voluntad en absoluto. Y, en cierto sentido, el ego tiene razón en esto, excepto que no es un estado de insatisfacción sino de absoluta plenitud.

Si el libre albedrío se entiende como tener una voluntad única, especial, separada de la totalidad, entonces se puede decir que la plenitud equivale a la ausencia de libre albedrío. Pero no porque ya no haya voluntad, sino porque nos damos cuenta de que nuestra verdadera voluntad es la misma del universo, ya que somos el universo, no estamos separados de él. La posibilidad del sufrimiento surge cuando necesitamos oponernos a la realidad, cuando creemos estar separados de ella.

La voluntad de la vida es la voluntad de tu corazón, pues tu corazón está conectado con la fuente, es uno con la fuente, es la fuente. Alinearte con tu corazón es, entonces, alinearte con la vida y regresar a la Unidad de la que nunca te alejaste excepto en sueños. En otras palabras, conectarte con tu corazón es despertar.

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Bendiciones ocultas

Hace un tiempo murieron dos pericos que quería mucho. Estaban en la casa de mi hermana. Un día ella se levantó en la madrugada y vio sus cuerpos en el piso de la jaula. Esto la llevó a sospechar que algo andaba mal. En efecto, la llave del gas estaba abierta.

La muerte de estos amados pericos se puede ver como una tragedia o como un milagro. Si no hubieran estado allí, probablemente mi hermana no se habría dado cuenta de que el gas estaba abierto y sería su vida la que habría estado en peligro. Eso no quiere decir que no lloramos y lamentamos la muerte de estos animalitos, pero todos en la familia, independientemente de nuestras creencias religiosas, coincidimos en que estas muertes habían sido una gran bendición.

Muchas veces suceden cosas que no nos gustan aunque en realidad son un regalo. Tienes un accidente en el carro, y tal vez es la forma de la vida de decirte que estás muy perdido en tus pensamientos, muy desconectado del momento presente. Tienes un conflicto inesperado en el trabajo, y tal vez es la manera como puedes ver que tus prioridades no están en orden o que no estás haciendo lo que en realidad te gusta.

Tener un accidente en el carro es muy molesto, al igual que tener un conflicto en el trabajo. Pero, si miramos más profundo, quizás veamos allí un regalo, e incluso una bendición o un milagro disfrazado de problema.

La forma de abrir estos regalos es la gratitud, que en estos casos requiere, a su vez, de una mente y un corazón abiertos a ver más allá de las apariencias.

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Tiempo para demoler y tiempo para edificar

Hace un par de meses dejé de escribir todos los días en este blog. Creo que fue una buena decisión. Es lo que mi corazón pedía en ese momento.

Sin embargo, últimamente me he dado cuenta de que muchos días dejo de escribir, no porque mi corazón así lo pida, sino porque me da pereza. Y dejar de escribir por pereza no me deja pleno. Cuando eso sucede, mi vibración baja. No es una elección elevada.

Creo que está bien parar. Está bien renunciar. Está bien mandar todo al carajo de vez en cuando. Pero esas deciciones sólo nos traerán plenitud si vienen del corazón. Si vienen del miedo, de la pereza o del simple rechazo ante la incomodidad, lo más probable es que esas decisiones nos lleven a dejar de crecer.

Así pues, seguir el corazón es una práctica de todos los días. El hecho de que tu corazón te invite a hacer algo un día no significa que eso es lo que quiere que hagas todos los días de ahí en adelante. Por eso hay que seguir escuchando.

Como dice un hermoso pasaje de la Biblia en el libro de Eclesiastés (1-7):
«Hay bajo el sol un momento para todo, y un tiempo para hacer cada cosa: Tiempo para nacer, y tiempo para morir; tiempo para plantar, y tiempo para arrancar lo plantado; tiempo para demoler y tiempo para edificar; tiempo para llorar y tiempo para reír; tiempo para gemir y tiempo para bailar; tiempo para lanzar piedras y tiempo para recogerlas; tiempo para los abrazos y tiempo para abstenerse de ellos; tiempo para buscar y tiempo para perder; tiempo para conservar y tiempo para tirar fuera; tiempo para rasgar y tiempo para coser; tiempo para callarse y tiempo para hablar».

Así pues, no escribiré todos los días. Pero trataré de asegurarme de que cuando no escriba sea porque eso es lo que realmente quiero, lo que quiero desde mi ser más profundo.

Es difícil a veces distinguir cuándo realmente no queremos hacer algo y cuándo estamos evadiendo lo que queremos mediante racionalizaciones.

Es por eso que escuchar el corazón es un arte y requiere práctica y silencio interior.

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El origen del mal olor

Imagina que vives en un gran palacio y empiezas a percibir un mal olor. Algo se está pudriendo en alguna parte, pero no sabes exactamente dónde.

Hay varias estrategias para hacerle frente a esta situación.

La menos efectiva es huir del castillo y esperar que a tu regreso el miasma y su causa hayan desaparecido mágicamente.

También puedes usar perfumes para esconder el olor. Así mitigarás la incomodidad por un rato, pero el hedor continuará haciéndose más fuerte y en algún momento ya no podrás ocultarlo más.

Una aproximación más proactiva es empezar a buscar la causa. Esto, no obstante, puede ser muy difícil, especialmente si el palacio tiene muchas habitaciones y recovecos. Si buscas de forma frenética, corriendo de un lado para otro y removiendo trastes aquí y allá a cada paso, te agotarás y será poco probable que halles lo que se está pudriendo.

Tal vez lo mejor es quedarte quieto, simplemente oliendo. Cada vez con más atención. De esta forma, tu olfato te guiará hacia el origen del miasma. Esta es, tal vez, la estrategia más incómoda, pues implica sentir plenamente aquello que te incomoda, pero es la más efectiva. Entre más plenamente habites el palacio, más fácil será encontrar aquello que debes limpiar. Eso implica permitirte estar en presencia del mal olor. No se trata de huir ni tampoco de pretender que no está allí o que no te afecta. Se trata, simplemente, darle tu atención plena.

Así mismo sucede cuando algo disuena en nuestro interior. Huir mendiante distracciones no hará que el malestar se vaya. Tratar de quitarnos esa sensación de encima a la fuerza tampoco ayudará mucho. El gran trabajo está en permitirnos sentir plenamente eso que nos duele, para que así su causa le sea revelada a nuestra consciencia. Se trata, pues, de amar y habitar aquellos recovecos en los que nos sentimos menos cómodos. Se trata de caminar, con calma, hacia aquello que más nos duele y mirarlo con atención. Esa es la mejor manera de sanar. Esa es la mejor manera de mantener reluciente nuestro palacio.

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