Ansiedad

La ansiedad es, ante todo, una sensación física desagradable. Usualmente la sentimos en el pecho. Es una sensación de opresión, de falta de espacio interno. Algo así como si tuvieramos claustrofobia y el recinto que produce la sensación de asfixia fuera nuestro propio interior.

Al igual que con la claustrofobia, la reacción más normal ante la ansiedad es querer escapar, tratar de alejarnos lo más posible de esa sensación y de aquello que percibimos como su causa. Así, ante la ansiedad tratamos de escapar de nosotros mismos y procuramos desconectarnos de nuestras emociones más profundas. Para esto recurrimos a cualquier cosa que nos distraiga. Miramos afuera, buscamos estímulos que consuman nuestra atención y nos impidan ponerla en aquello que nos causa dolor.

A veces nos atrevemos a mirar las emociones y reconocerlas, pero tratamos de quitárnoslas de encima mediante una estrategia urdida por el ego. El ego usualmente cree que la causa de la emoción es externa y, por tanto, trata de modificar las circunstancias externas con la esperanza de que así la sensación desagradable se apaciguará. Este tipo de estrategias pueden funcionar al comienzo, pero no tienen un efecto duradero. La razón es que la causa última del malestar no son las situaciones externas. Estas situaciones lo único que hacen es detonar el malestar, pero la semilla de ese malestar está en nuestro interior. El mundo externo sirve simplemente como un espejo que nos muestra lo que hay en nuestro interior.

Cuando tratamos de calmar la ansiedad cambiando lo que sucede afuera nuestro nos volvemos obsesivos y controladores. El ego tiene ideas sobre aquello que debería pasar o cambiar para que la ansiedad amaine y él pueda sentirse satisfecho, pero son fantasías; así logre todo lo que se propone, la ansiedad volverá a emerger.

Por tanto, a largo plazo, todo lo que hagamos desde un lugar de ansiedad solo nos traerá más ansiedad.

Lo más incómodo para el ego y lo más efectivo para calmar la ansiedad es sentirla plenamente, observar cómo nuestros pensamientos comienzan a tejer fantasías para huir del dolor emocional y no seguirles el juego, quedarnos quietos en nuestro interior así la mente nos diga que, si lo hacemos, nos arriesgamos a dejar que la ansiedad se perpetúe a causa de nuestra pasividad. Verás que si tratas de aplicar esta estrategia, el ego pronto te dirá: «Sí, es interesante esto de sentir, pero no te atrevas a hacerlo ahora; primero, soluciona este problema que tengo para ti, ya que así realmente podrás hacerle frente a la causa de la ansiedad. Después tendremos tiempo para juegos espirituales de silencio interior».

Llevamos vidas haciéndole caso al ego, y la ansiedad permanece. Su camino solo nos conduce a breves instantes de alivio seguidos de un malestar que se vuelve cada vez más profundo. Tal vez es hora de no seguir más su juego y parar, parar y sentir plenamente, hasta la médula, lo que sucede en nuestro interior justo ahora. En la luz plena de la consciencia la ansiedad sana de raíz, se transforma en consciencia, en amor. Pero para esto es necesario permitirle estar en nuestra consciencia tanto como quiera, sin tratar de arrancarla, sino observándola con profundo amor, arriesgándonos incluso a la posibilidad de que esté allí para siempre.

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