Desde el punto de vista del ego, es imposible estar completamente safistecho. La insatisfacción y la búsqueda de algo más será siempre el motor del ego. Por tanto, siempre habrá algo que el ego quiera que no tiene en este momento.
Por otra parte está nuestra verdadera voluntad, es decir, la voluntad de la totalidad. Cuando entramos en unidad, nuestros deseos ya no están separados de la voluntad del universo. No tenemos una voluntad separada. En ese estado, todo lo que es es nuestra voluntad, ya que es la voluntad de la vida, y la vida ya es.
Ese estado, en el que nuestra voluntad es la misma voluntad de la vida o de Dios, es supremamente insatisfactorio y vacío para el ego. Para el ego, esta unidad no tiene sentido, pues para él el sentido proviene de ser especial y único, de manera que una voluntad que no está separada de la voluntad de la vida es lo más aburrido y sin sentido que hay. Desde su punto de vista, una voluntad así equivale a no tener ninguna voluntad en absoluto. Y, en cierto sentido, el ego tiene razón en esto, excepto que no es un estado de insatisfacción sino de absoluta plenitud.
Si el libre albedrío se entiende como tener una voluntad única, especial, separada de la totalidad, entonces se puede decir que la plenitud equivale a la ausencia de libre albedrío. Pero no porque ya no haya voluntad, sino porque nos damos cuenta de que nuestra verdadera voluntad es la misma del universo, ya que somos el universo, no estamos separados de él. La posibilidad del sufrimiento surge cuando necesitamos oponernos a la realidad, cuando creemos estar separados de ella.
La voluntad de la vida es la voluntad de tu corazón, pues tu corazón está conectado con la fuente, es uno con la fuente, es la fuente. Alinearte con tu corazón es, entonces, alinearte con la vida y regresar a la Unidad de la que nunca te alejaste excepto en sueños. En otras palabras, conectarte con tu corazón es despertar.
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