¿Por qué aceptar lo inaceptable?

Muchas prácticas espirituales recomiendan la aceptación. Recomiendan rendirnos al momento como camino para la paz.

Puede surgir, sin embargo, la pregunta de por qué aceptar lo inaceptable. ¿No sería mejor acaso luchar por cambiarlo y crear así una mejor realidad?

Ante esto hay que aclarar que la aceptación no tiene que ver con dejar de hacer cosas en el plano externo. Si hay algo que podemos hacer para mejorar algunas cosas o evitar otras, podemos hacerlo desde un estado interno de aceptación.

La aceptación es de este momento, que ya es como es. No podemos aceptar el futuro porque no existe. Aún no hay nada que aceptar o rechazar. Podemos, sí, aceptar nuestros pensamientos acerca del futuro, pero esos pensamientos siempre ocurren en el presente. Y mientras aceptamos lo que ya es, podemos emprender acciones para crear algo mejor y más bello.

Rechazar lo que no se puede cambiar es demente, pues sólo puede dar lugar al sufrimiento. Por tanto, rechazar lo que ya es es demente, pues no se puede cambiar el hecho de que ya es. Quizás en 5 minutos o incluso 10 segundos sea diferente, pero en este momento ya es, y eso no se puede cambiar.

La aceptación, entonces, no es pasividad ni conformismo. La aceptación es hacer las paces con la vida y dejar de pelear con lo que no se puede cambiar. Y esto es compatible con luchar por crear un mejor mañana y con mejorar, sanar y embellecer nuestro alrededor.

Haz las paces con este momento. Sea como sea. Si puedes crear mejores condiciones, hazlo, pero en paz y en profunda armonía con este momento, que es la vida misma. Cuando actúas desde la paz y la armonía, es más fácil producir cambios, y estos cambios serán más poderosos y vibrarán en una mayor frecuencia.

…y si no puedes hacer nada para cambiar la situación, si no puedes evitar que el futuro sea igual que el presente, practica el arte de la más profunda rendición. Puede haber paz allí, en medio de eso, aunque ahora parezca imposible. Hay muchos ejemplos de personas que han encontrado la paz y la plenitud en situaciones muy difíciles, como estar en prisión o en un campo de concentración, tener una enfermedad o una discapacidad muy limitante, o perder todo en el plano externo, tanto las cosas materiales como los seres queridos.

No estoy diciendo que sea fácil. Estoy diciendo que es posible, pues así nos lo han mostrado algunos maestros.

Pero enfatizo en que esta práctica de la aceptación no debe usarse como una regla a seguir con la cual juzgarnos. Si no puedes aceptar, está bien; no te juzgues por eso. Empieza por aceptar amorosamente el punto en el que te encuentras.

Comienza por aceptar que no puedes aceptar. Comienza por aceptarte a ti mismo, a tus emociones y pensamientos en este momento. Comienza por aceptarte como eres en este momento, y esto incluye tu incapacidad para aceptar.

Esta profunda aceptación de nuestra incapacidad para aceptar es la base del amor por nosotros mismos. Y cuando ese amor crezca, te dará la fuerza y la paz para aceptar lo que ahora parece inaceptable. Pero ahora no te pelees contigo mismo. Ámate exactamente como eres. Ese amor no hará que sigas perpetuando tus errores. Por el contrario: te dará la fuerza y la energía para superarlos y crecer en la medida en que te sea posible.

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Sufrimiento y dolor no son lo mismo

Una frase que he visto que se le atribuye a Buda es: «El sufrimiento no es causado por lo que pasa, sino por tu resistencia ante lo que pasa».

Alguien podría objetar que, cuando nos cortamos una mano, el sufrimiento es causado por la herida misma. Al fin y al cabo, el dolor emerge en nuestra mano, independientemente de la forma como reaccionemos ante el hecho de habernos cortado.

El truco aquí es reconocer que el dolor no es lo mismo que el sufrimiento. Le cuerpo puede doler, nuestros estados emocionales pueden doler, pero eso no implica que tengamos que sufrir.

Pero, ¿cómo no sufrir cuando algo duele? Bueno, lo primero es reconocer que el sufrimiento es un estado psicológico, espiritual, mientras que el dolor y las emociones se limitan al cuerpo.

Pero entonces, ¿cómo dejar de sufrir en presencia del dolor? ¿Es esto en realidad posible o se trata solo de un juego de palabras?

Un ejemplo puede servir para iluminar la diferencia entre dolor y sufrimiento.

Dar a luz es una de las experiencias más dolorosas en la vida de una mujer. Sin embargo, también es una de las experiencias que más plenitud trae. Cuando una mujer va a tener un hijo que ha deseado y al que ama profundamente, es perfectamente posible que, a pesar del intenso dolor del parto, no interprete esa experiencia como una de sufrimiento sino como una de gran dicha. En medio del dolor, ella se puede sentir plena y en gozo.

Sufrir, pues, depende de la forma como interpretamos la realidad.

Cuando reconocemos que todo lo que sucede es parte de nuestro proceso de crecimiento personal y evolución, nuestra relación con la realidad y con los que nos pasa cambia. Entonces podemos sentirnos plenos incluso en los momentos de más dolor.

Un campo en el que tengo experiencia propia es el de las emociones.

En alguna época de mi vida, tener emociones «negativas» como la rabia intensa o la tristeza profunda era igual para mí que sufrir. Ahora eso ha cambiado. Antes me resistía a esas emociones y escapaba de ellas porque las juzgaba como algo indeseable o las usaba como una manera de alimentar una imagen de mí mismo de víctima. Ahora, en cambio, las reconozco como oportunidades para crecer, como puertas para entrar más profundo dentro de mí, como señales de que hay algo por sanar, de que puedo seguir evolucionando. Entonces, ahora me rindo, me entrego plenamente a esas emociones.

A veces no es fácil. A veces la mente condicionada entra en pánico o vuelven viejos patrones de autocompadecerme y victimizarme. Pero cuando realmente puedo entregarme a la experiencia cruda de las emociones y me sumerjo en ellas, siempre encuentro luz en medio del dolor, en medio de la frustración. Las lágrimas siguen saliendo. Mi cuerpo se sigue tensionando ante la rabia. Pero ya no es un momento de sufrimiento. Es algo sagrado porque así lo interpreto y lo reconozco. Por tanto, hay en el fondo de la experiencia una gratitud y una plenitud que van más allá de mi estado emocional.

Esta es una invitación, púes, a que te entregues a la vida, a que le des la bienvenida incluso a aquellos momentos y aspectos que son dolorosos y que en la superficie parecen enteramente negativos. Todo tiene una bendición oculta, pues todo es parte de tu camino de regreso a casa. Cuando adoptas esa perspectiva, dolor y sufrimiento dejan de ser lo mismo y te abres a brillar aun en medio de los momentos difíciles. No te resistas a los regalos que la vida te trae sólo porque el empaque viene disfrazado de dolor. Tal vez lo que crea el sufrimiento es tu resistencia. Tal vez se trata sólo de una bendición.

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La rendición como práctica espiritual

La rendición es un acto de entrega. Es abrir los brazos y recibir plenamente el momento presente.

Imagina que eres una casa. Rendirte es abrir las puertas y permitir que el momento presente entre, se mueva a sus anchas y se quede cuanto quiera.

La rendición es lo contrario a luchar. Por tanto, la rendición es lo contrario a la resignación, pues la resignación implica resistencia interna frente a lo que sucede. Cuando nos resignamos, dejamos de pelear en el nivel externo, pero juzgamos lo que sucede como indeseable. Debido a esto, la resignación no puede sino causar dolor, ya que es el resultado de juzgar que el momento presente está mal.

La rendición es interna. Puedes incluso tomar acción para cambiar las condiciones en que te encuentras y al mismo tiempo rendirte al momento presente.

Rendirte quiere decir que vives este preciso instante sin juzgarlo, sin rechazarlo, y eso puedes hacerlo incluso mientras lo cambias. De hecho, cambiar las condiciones externas desde un estado de rendición es mucho más eficaz que tratar de modificarlas desde un lugar de juicio y resentimiento.

Desde un estado de rendición, emprendes la acción no porque rechaces este momento, sino porque estás alineado con tu corazón y él te impulsa a actuar. Se trata, entonces, de un cambio que viene desde tu creatividad más profunda, aquella que está alineada con lo divino. Es la misma razón por la que un gran escultor rompe las piedras: no lo hace porque rechace la forma actual que tienen, sino porque desde lo más profundo de él surge un impulso por darle vida a algo bello a través de ellas.

Por ejemplo, si ves que tienes un comportamiento que te hace sufrir, puedes cambiarlo desde un estado de rendición. Entonces no luchas contra tu comportamiento ni te juzgas por lo que estás haciendo. Sientes plenamente el dolor, lo abrazas y dejas que tu silencio interior te guíe. Cuando estás conectado con ese silencio, las acciones que surjan estarán conectadas con tu voluntad más elevada y, en consecuencia, traerán aquello que realmente deseas y que es lo mejor para ti.

Rendirte significa sentir. Significa no escapar de este momento. Así, la rendición y la presencia son sinónimos. No puedes estar plenamente presente si rechazas este momento, y no puedes aceptarlo completamente y al mismo tiempo alejarte de él.

Rendirte implica abrirte a experimentar hasta la médula lo que está ocurriendo ahora. Rendirte es quedarte plenamente aquí, en medio de la dicha o la tormenta; entregarte a las sensaciones; dejar que los pensamientos lleguen y se vayan; caerte al fondo de tu ser y mirar de frente lo que hay allí.

Las emociones intensas que juzgamos como desagradables se convierten en un obstáculo para la plenitud debido a que el juicio que tenemos contra ellas hace que no querramos experimentarlas. Pero esas mismas emociones son la puerta de entrada al cielo cuando dejamos el juicio y nos entregamos a ellas completamente. Es como si esas emociones fueran amigos dispuestos a llevarnos de vuelta a casa, pero no quisiéramos seguirlas porque debido a su apariencia las hemos confundido con desconocidos malintencionados. Rendirnos es confiar. Ellas nos llevarán adentro y se irán una vez hayan cumplido su función. Esto es otra forma de decir que se transformarán en amor o, más bien, que nuestra percepción se transformará y las veremos como las expresiones de amor que no pueden sino ser.

Todo esto es, pues, una invitación a que te permitas sentir este momento en su totalidad: la aburrición, el regocijo, la incertibumbre, el deseo, la ansiedad, el miedo, la compasión, el dolor, el placer. No creas que si huyes llegarás a casa, pues estarás huyendo de los guías que el Universo ha enviado para recordarte el camino.

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