Es bueno que se acabe

Hoy vi a mi madre retirando lo adornos navideños de la casa y me dio un poco de tristeza. Entonces le dije: «Ya se acabó la época de Navidad, ¿no te gustaría que continuara?». «No», me respondió. «La gracia de época de Navidad es que se acaba; es por eso que es especial y que la disfrutamos tanto».

Me quedé pensando en su respuesta, y creo que es muy sabia y se aplica para muchas cosas.

Si la época de Navidad y sus adornos durarán todo el año, dejarían de tener en nosotros el efecto que ahora tienen.

Eso me recuerda algo que me dijo hace tiempo un amigo. Él estaba desempleado en ese entonces, y yo le pregunté qué iba a hacer en época de vacaciones. «Los que no tenemos trabajo, no tenemos el privilegio de tener vacaciones», me respondió. Cuando le pregunté a qué se refería, me explicó que, para él, las vacaciones sólo tienen sentido como un tiempo de contraste con la época en la que se trabaja. Por tanto, si nunca se trabaja, no hay vacaciones, pues no hay contraste. Puede que dure todo el año con tiempo libre y pueda descansar, pero no se siente nunca en vacaciones.

En consecuencia, si tuviéramos vacaciones todo el tiempo, ya no serían vacaciones. Es por eso que los ritmos y los cambios son necesarios. Es hermoso cuando un periodo termina y otro comienza; nada dura indefinidamente.

A veces queremos aferrarnos a experiencias placenteras. En mi caso, quise aferrarme a la experiencia de la Navidad, la cual disfruto mucho. Sin embargo, caí en cuenta de que, si tratara de aferrarme a esa experiencia, perdería su sentido. Por tratar de que durara más de lo que normalmente dura, acabaría en realidad perdiendo la experiencia.

Así mismo, hay muchos momentos bellos y fugaces que debemos aprender a disfrutar en su fugacidad. Hay que aprender a dejar que las cosas fluyan y se transformen, y que una etapa dé lugar a otra. Cada momento tiene cosas bellas que disfrutar, pero nuestra realización como seres humanos requiere que nos permitamos cambiar constantemente.

La infancia es bella, pero si siguiéramos siendo niños toda la vida, nos perderíamos de gran parte de lo que la vida nos puede ofrecer. E incluso esta vida misma, a pesar de ser bella, no es más que un pequeño momento de nuestro viaje. Inevitablemente esta vida pasará, y sólo así podrá surgir lo nuevo. El universo está creando constantemente nuevas experiencias, y esto implica que lo viejo va desapareciendo y va siendo reemplazado.

Qué hermoso permitirnos ser parte de los ciclos de la vida, y poder así estar tranquilos cuando nuestro cuerpo se deteriore y se consuma. En esa conciencia, podemos disfrutar plenamente de esta experiencia humana, sabiendo que es efímera por naturaleza.

Incluso el Sol, que parece eterno comparado con nosotros, morirá en algún momento, al igual que todas y cada una de las estrellas que jamás hemos visto. Esa es la naturaleza del mundo de las formas: que surgen y desaparecen. Es por eso que la clave para disfrutar de las formas es el desapego.

Deja, pues, que tu vida cambie, y celebra este momento por completo, sabiendo que también pasará.

Suscríbete a mi blog y recibe en tu correo cada una de mis reflexiones.

La rendición como práctica espiritual

La rendición es un acto de entrega. Es abrir los brazos y recibir plenamente el momento presente.

Imagina que eres una casa. Rendirte es abrir las puertas y permitir que el momento presente entre, se mueva a sus anchas y se quede cuanto quiera.

La rendición es lo contrario a luchar. Por tanto, la rendición es lo contrario a la resignación, pues la resignación implica resistencia interna frente a lo que sucede. Cuando nos resignamos, dejamos de pelear en el nivel externo, pero juzgamos lo que sucede como indeseable. Debido a esto, la resignación no puede sino causar dolor, ya que es el resultado de juzgar que el momento presente está mal.

La rendición es interna. Puedes incluso tomar acción para cambiar las condiciones en que te encuentras y al mismo tiempo rendirte al momento presente.

Rendirte quiere decir que vives este preciso instante sin juzgarlo, sin rechazarlo, y eso puedes hacerlo incluso mientras lo cambias. De hecho, cambiar las condiciones externas desde un estado de rendición es mucho más eficaz que tratar de modificarlas desde un lugar de juicio y resentimiento.

Desde un estado de rendición, emprendes la acción no porque rechaces este momento, sino porque estás alineado con tu corazón y él te impulsa a actuar. Se trata, entonces, de un cambio que viene desde tu creatividad más profunda, aquella que está alineada con lo divino. Es la misma razón por la que un gran escultor rompe las piedras: no lo hace porque rechace la forma actual que tienen, sino porque desde lo más profundo de él surge un impulso por darle vida a algo bello a través de ellas.

Por ejemplo, si ves que tienes un comportamiento que te hace sufrir, puedes cambiarlo desde un estado de rendición. Entonces no luchas contra tu comportamiento ni te juzgas por lo que estás haciendo. Sientes plenamente el dolor, lo abrazas y dejas que tu silencio interior te guíe. Cuando estás conectado con ese silencio, las acciones que surjan estarán conectadas con tu voluntad más elevada y, en consecuencia, traerán aquello que realmente deseas y que es lo mejor para ti.

Rendirte significa sentir. Significa no escapar de este momento. Así, la rendición y la presencia son sinónimos. No puedes estar plenamente presente si rechazas este momento, y no puedes aceptarlo completamente y al mismo tiempo alejarte de él.

Rendirte implica abrirte a experimentar hasta la médula lo que está ocurriendo ahora. Rendirte es quedarte plenamente aquí, en medio de la dicha o la tormenta; entregarte a las sensaciones; dejar que los pensamientos lleguen y se vayan; caerte al fondo de tu ser y mirar de frente lo que hay allí.

Las emociones intensas que juzgamos como desagradables se convierten en un obstáculo para la plenitud debido a que el juicio que tenemos contra ellas hace que no querramos experimentarlas. Pero esas mismas emociones son la puerta de entrada al cielo cuando dejamos el juicio y nos entregamos a ellas completamente. Es como si esas emociones fueran amigos dispuestos a llevarnos de vuelta a casa, pero no quisiéramos seguirlas porque debido a su apariencia las hemos confundido con desconocidos malintencionados. Rendirnos es confiar. Ellas nos llevarán adentro y se irán una vez hayan cumplido su función. Esto es otra forma de decir que se transformarán en amor o, más bien, que nuestra percepción se transformará y las veremos como las expresiones de amor que no pueden sino ser.

Todo esto es, pues, una invitación a que te permitas sentir este momento en su totalidad: la aburrición, el regocijo, la incertibumbre, el deseo, la ansiedad, el miedo, la compasión, el dolor, el placer. No creas que si huyes llegarás a casa, pues estarás huyendo de los guías que el Universo ha enviado para recordarte el camino.

¡Suscríbete a mi blog y recibe en tu correo cada una de mis reflexiones!