¿Cómo sentir las emociones?

Hace poco subí un video sobre cómo lidiar con pensamientos hipocondriacos. Uno de los consejos que doy allí es que es importante sentir las emociones. Cuando no las sentimos, se acumulan y forman un campo energético denso. Y esa energía tiende a convertirse en pensamientos oscuros, por ejemplo, en pensamientos de miedo ante la enfermedad. Cuando sentimos las emociones, esa energía densa se libera y los pensamientos también se aligeran.

Alguien me pidió en los comentarios del video que hablara un poco más sobre cómo sentir las emociones.

Sentir las emociones es algo que todos podemos elegir. O tal vez no todos, pero si estás leyendo esto, lo más probable es que tú sí puedas elegirlo.

Por supuesto, el problema no está en que no podamos elegirlo, sino en que a veces tenemos una gran resistencia a hacerlo. Cuando las emociones son muy densas, en normal que querramos huir de ellas. Es incómodo sentir una emoción densa, de eso no hay duda. Pero podemos elegirlo.

El único consejo que puedo dar al respecto es que vale la pena probarlo. No creo que el consejo haga que sea menos incómodo sentir las emociones densas. Va a ser incómodo. Puedo asegurar, no obstante, que en mi experiencia vale la pena. Cuando lo hacemos, sentimos como nuestra vibración se eleva y la percepción del mundo cambia. Cuando sentimos las emociones, sanamos y se nos hace más fácil perdonar a otros y a nosotros mismos. Cuando sentimos las emociones, se abre nuestro corazón.

Por tanto, el mejor consejo que puedo dar es que tengas la valentía de atravesar la puerta y quedarte con tus emociones. Quédate en medio de la incomodidad de la ira. Quédate en medio del dolor de la tristeza. Ve profundo allí. Sabes cómo hacerlo.

La invitación es a que te atrevas. Una vez lo hagas, el bienestar que experimentarás te llevará a que naturalmente cada vez lo hagas más. Es como ir al gimnasio en las mañanas. Al comienzo da pereza y hay mucha resistencia. Pero, a medida que comienzas a hacerlo, la resistencia va cediendo. Y llega un punto en el que lo haces con ganas e incluso te hace falta. Pero hay que comenzar. Hay que tener la fuerza para ir el primer día. Ese día en el que las piernas no se quieren mover y el frío te pide que te quedes un rato más en la cama. Hay que pasar por ahí.

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Mira si puedes elegir

Cuando nos enfrentamos a una emoción fuerte, como la tristeza o el miedo, muchas veces no podemos elegir. Es algo que nos sucede. La emoción está allí. Lo único que podemos decidir es si nos permitimos sentirla y experimentarla plenamente o si la rechazamos, huimos de ella y pretendemos que no está allí.

Cuando las emociones son intensas y profundas, la mejor manera de sanar es permitiéndonos sentirlas plenamente, dejando que las lágrimas salgan y la rabia se exprese sanamente. Para esto último, ayuda mucho hacer ejercicio o golpear una almohada.

Sin embargo, hay veces en las que las emociones que estamos experimentando son creadas por patrones mentales con respecto a los cuales podemos elegir. A veces estamos en un drama que podría disolverse completamente si así lo elegimos.

A medida que sanamos y avanzamos en nuestro camino espiritual, vamos adquiriendo el poder de elegir. Al comienzo, lo más sano es permitirnos sentir todo, una y otra vez, tantas veces como sea necesario. Pero llega un punto en el que esas emociones ya no tienen una raíz profunda y son solamente un hábito. Podemos entonces elegir lo que queremos sentir. Y esto no se trata de rechazar o juzgar ciertas emociones como malas; se trata simplemente de decidir qué nos gusta y qué no. Es igual que con la comida. Cuando no hay opciones, lo más sano es comer lo que haya a disposición. No obstante, si tenemos varias opciones de alimentos entre los cuales escoger, ¿por qué no elegir aquellos que nos hacen sentirnos mejor? Y lo cierto es que, a medida que nuestra consciencia se expande, adquirimos la capacidad de elegir qué emociones experimentar.

Observa, pues, si puedes elegir. Practica elegir sentirte como quieres. Si sientes que estás reprimiendo, es mejor que seas honesto contigo y te permitas dejar fluir las emociones. Mas vas a ver que llegará un momento en el que tu realidad interior se transforma conforme decides vibrar más alto. Entonces llegan pensamientos densos o llegan el miedo y la tristeza y de repente te das cuenta de que puedes elegir vibrar más alto y esas emociones se transmutan en la calidez de tu corazón y en la paz y la tranquilidad que son tu estado natural.

Una vez que comiences a poder elegir, hazlo un hábito. Es algo que se fortalece con la práctica. Llegará un punto en el que siempre brillas, pues eso es lo que has elegido. Estáte abierto, sin embargo, a la posibilidad de que emociones profundas emerjan de vez en cuando. Cuando lleguen, si vez que es algo que necesita ser expresado, permítele fluir. No tengas una idea espiritual de cómo deberías ser que te dice «Yo ya no debería sentir eso». Simplemente observa si puedes elegir y, si puedes, elige lo que más te guste; si no puedes, ríndete al momento presente y dale la bienvenida a las emociones. Ambos caminos llevan a la luz.

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El odio como herramienta del amor

Hace poco me contó una amiga que ha estado angustiada por la situación de violencia que se vive en su país.

Una de las cosas que la angustiaba es que esa situación ha detonado en ella emociones negativas. Se sorprendió al verse odiando, y eso la hizo sentir mal consigo misma.

Conprendí perfectamente lo que le estaba pasando, pues es algo que también a mí me pasa a menudo: experimento emociones y pensamientos que juzgo como inadecuados.

Muchas veces, cuando comenzamos un camino espiritual, el ego se intromete y nos impone ciertos estándares «espirituales». Se forja una idea de cómo deberíamos ser, qué deberíamos sentir y cómo deberíamos reaccionar frente a las situaciones. Si bien esos ideales pueden ser nobles y bellos, al exigírnoslos y juzgarnos en caso de no cumplirlos, nos alejamos de nuestra espiritualidad. Cuando esos ideales se convierten en una herramienta para sentirnos mal, dejan de ser una ayuda y se convierten en un obstáculo para nuestra paz. Por tanto, se convierten en un obstáculo para poder alcanzar aquello que ellos mismos dictan, pues la paz es el fundamento para tener una vida espiritual sana.

El primer consejo que le di fue que le diera amor a ese odio y se perdonara por odiar; que dejara de pelear consigo misma por lo que estaba sintiendo; que aceptara que es humana y se permitiera experimentar las emociones que surgen en ella.

El primer paso para la transformación es amarnos exactamente como somos en este momento, con todas nuestras emociones, con todos nuestros pensamientos, con todas nuestras heridas. Eso no quiere decir que no tratamos de sanar; quiere decir, solamente, que nos amamos incondicionalmente y, por tanto, que no necesitamos arreglar eso que percibimos como inadecuado en nosotros para ser merecedores y dignos del amor.

Esta es una invitación a amarnos por encima de todo. Ese amor será el motor de los cambios y las transformaciones, no las exigencias de nuestro ego.

Y cuando nos permitimos sentir el odio y lo observamos, eso nos da una madurez espiritual que nos permite ser más compasivos con los demás. Pues al saber que el odio también ha estado en nosotros, comprenderemos mejor a aquellos que odian y actúan motivados por el odio. Ya no los juzgaremos tan duro. Sabremos que eso es parte de la experiencia humana y que es normal en la fase del proceso evolutivo de esas personas, así como ha sido también normal en nuestro proceso.

Así, el odio que sentimos que convierte en una herramienta para el amor, pues nos permite ser compasivos y perdonar a aquellos que odian. Pero, para poder ser compasivos con los demás, primero debemos perdonar el odio que nosotros mismos sentimos. Sólo cuando nos perdonamos por algo, podemos comenzar a perdonar a los demás. Sólo cuando dejamos de juzgar algo en nosotros, podemos dejar de juzgar a los demás. Y cuando dejamos de juzgarlos y comenzamos a amarlos, los ayudamos a transformarse a sí mismos. El amor es mucho más inspirador como herramienta de transformación que los juicios y las exigencias. Y eso aplica tanto para la manera como nos transformamos a nosotros mismos como para la manera en la que ayudamos a los demás a transformarse.

Es normal sentir odio. Es normal sentir miedo. Es normal sentir envidia y celos. Somos humanos. Y el primer paso para transmutar esas emociones y comenzar a experimentar otras emociones más ligeras y elevadas es amarlas. Amarnos exactamente como somos ahora. Pues es el amor el que transforma, es el amor el que sana, es el amor el que perdona. No podemos sanar a la fuerza. No podemos forzarnos a dejar de sentir emociones. Pero podemos comenzar a aceptarnos y amarnos, y eso desencadena un hermoso proceso de transformación.

Recomendación extra: cuando las emociones son muy intensas, conviene expresarlas. Si el odio nos desborda, es porque necesita expresarse, y nos haremos daño si lo reprimimos. Lo mejor es entonces expresarlo de manera sana, sin herir a nadie. Para esto ayuda mucho gritar en una almohada, golpear un colchón o hacer ejercicio fuerte. Así se mueve la energía acumulada, las emociones fluyen y podemos transmutarlas de manera más fácil, con amor.

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La rendición como práctica espiritual

La rendición es un acto de entrega. Es abrir los brazos y recibir plenamente el momento presente.

Imagina que eres una casa. Rendirte es abrir las puertas y permitir que el momento presente entre, se mueva a sus anchas y se quede cuanto quiera.

La rendición es lo contrario a luchar. Por tanto, la rendición es lo contrario a la resignación, pues la resignación implica resistencia interna frente a lo que sucede. Cuando nos resignamos, dejamos de pelear en el nivel externo, pero juzgamos lo que sucede como indeseable. Debido a esto, la resignación no puede sino causar dolor, ya que es el resultado de juzgar que el momento presente está mal.

La rendición es interna. Puedes incluso tomar acción para cambiar las condiciones en que te encuentras y al mismo tiempo rendirte al momento presente.

Rendirte quiere decir que vives este preciso instante sin juzgarlo, sin rechazarlo, y eso puedes hacerlo incluso mientras lo cambias. De hecho, cambiar las condiciones externas desde un estado de rendición es mucho más eficaz que tratar de modificarlas desde un lugar de juicio y resentimiento.

Desde un estado de rendición, emprendes la acción no porque rechaces este momento, sino porque estás alineado con tu corazón y él te impulsa a actuar. Se trata, entonces, de un cambio que viene desde tu creatividad más profunda, aquella que está alineada con lo divino. Es la misma razón por la que un gran escultor rompe las piedras: no lo hace porque rechace la forma actual que tienen, sino porque desde lo más profundo de él surge un impulso por darle vida a algo bello a través de ellas.

Por ejemplo, si ves que tienes un comportamiento que te hace sufrir, puedes cambiarlo desde un estado de rendición. Entonces no luchas contra tu comportamiento ni te juzgas por lo que estás haciendo. Sientes plenamente el dolor, lo abrazas y dejas que tu silencio interior te guíe. Cuando estás conectado con ese silencio, las acciones que surjan estarán conectadas con tu voluntad más elevada y, en consecuencia, traerán aquello que realmente deseas y que es lo mejor para ti.

Rendirte significa sentir. Significa no escapar de este momento. Así, la rendición y la presencia son sinónimos. No puedes estar plenamente presente si rechazas este momento, y no puedes aceptarlo completamente y al mismo tiempo alejarte de él.

Rendirte implica abrirte a experimentar hasta la médula lo que está ocurriendo ahora. Rendirte es quedarte plenamente aquí, en medio de la dicha o la tormenta; entregarte a las sensaciones; dejar que los pensamientos lleguen y se vayan; caerte al fondo de tu ser y mirar de frente lo que hay allí.

Las emociones intensas que juzgamos como desagradables se convierten en un obstáculo para la plenitud debido a que el juicio que tenemos contra ellas hace que no querramos experimentarlas. Pero esas mismas emociones son la puerta de entrada al cielo cuando dejamos el juicio y nos entregamos a ellas completamente. Es como si esas emociones fueran amigos dispuestos a llevarnos de vuelta a casa, pero no quisiéramos seguirlas porque debido a su apariencia las hemos confundido con desconocidos malintencionados. Rendirnos es confiar. Ellas nos llevarán adentro y se irán una vez hayan cumplido su función. Esto es otra forma de decir que se transformarán en amor o, más bien, que nuestra percepción se transformará y las veremos como las expresiones de amor que no pueden sino ser.

Todo esto es, pues, una invitación a que te permitas sentir este momento en su totalidad: la aburrición, el regocijo, la incertibumbre, el deseo, la ansiedad, el miedo, la compasión, el dolor, el placer. No creas que si huyes llegarás a casa, pues estarás huyendo de los guías que el Universo ha enviado para recordarte el camino.

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