¿Por qué le tenemos miedo al rechazo?

Durante cientos de miles de años, los humanos vivimos como nómadas, en grupos de entre 50 y 150 personas. En ese entonces, ser parte del grupo era necesario para nuestra supervivencia. Debido a los peligros y a las dificultades para conseguir alimento, ser aislados era casi una condena de muerte.

En consecuencia, la evolución nos llevó a percibir la desaprobación y el rechazo como un peligro. Ese miedo nos impulsa a hacer lo necesario para que otros en el grupo nos acepten y a evitar cualquier comportamiento que implique ser rechazados.

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Desde el punto de vista evolutivo, el miedo al rechazo fue muy útil para nuestra supervivencia, al igual que muchos otros miedos. Pero, también como en el caso de muchos otros miedos, el miedo al rechazo ya no es necesario. Es profundo y está arraigado en nuestros genes, pero ya no lo necesitamos, al menos no por las mismas razones. No vamos a ser devorados por animales salvajes si nos desaprueban o rechazan en el grupo al que pertenecemos.

Estos miedos que provienen de nuestros genes son muy profundos y, en últimas, son una expresión del miedo a la muerte, ya que, como dije, inicialmente surgieron para garantizar nuestra supervivencia.

Pero, si en los comienzos de nuestra especie el propósito del miedo al rechazo era garantizar nuestra supervivencia, ¿qué función tiene ahora?, ¿para qué puede servirnos? Mi respuesta es que ahora ese miedo, al igual que muchos miedos antiguos, nos puede ayudar en nuestro camino espiritual, si así lo decidimos.

Esos miedos profundamente arraigados nos pueden servir como recordatorios de que no hemos encontrado nuestra esencia, en la cual el miedo a la muerte desaparece, pues reconocemos aquello en nosotros que es eterno.

De esa manera, el miedo al rechazo nos ofrece una oportunidad para mirar indirectamente nuestro miedo a morir e ir más allá de él. Cuando encontramos el Amor dentro de nosotros, encontramos también una seguridad que no puede ser amenazada. En esa seguridad, tenemos la capacidad de estar solos si es necesario, y podemos permitirles a los demás que se alejen de nosotros o nos desaprueben, pues sabemos que nuestro bienestar no depende de eso. Pero para llegar a ese estado debemos ir muy profundo dentro de nosotros, tan profundo que podamos pasar más allá de nuestros instintos de supervivencia.

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Cuando sientas miedo al rechazo, no te juzgues, recuerda que es normal: estamos programados biológicamente para sentirlo. Pero recuerda, además, que ese miedo es una ilusión. Ya no lo necesitas, puedes dejarlo ir. Y el camino es hacia adentro, donde yace una plenitud frente a la cual el miedo a la muerte, que es la raíz de todos los miedos, desaparece.

Con amor,

David González

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Compasión por la imperfección

Justo ayer escribí un artículo sobre la importancia de amarnos con nuestras imperfecciones. Hoy, para mi sorpresa, me llegó al correo otro artículo sobre el tema escrito por Jack Kornfield, un reconocido maestro budista. Me parece que su artículo se complementa muy bien con el mío, por lo que decidí traducirlo. Aquí va:

¿Qué tal si pudieras amarte completamente, incluyendo tus imperfecciones? ¿Qué tal si pudieras amar a otros de esa misma manera? Tal vez temas que por amar tu ira o pereza, tus adicciones o tu ansiedad, nunca serás capaz de cambiar para bien. Pero, si experimentas, verás que sucede lo opuesto. A medida que te amas y aceptas a ti mismo con un amor más grande y sabio, tu miedo y tu agresividad, tu carencia y tu inercia pierden su poder. El corazón sabio le brinda compasión a la imperfección misma. Con atención plena puedes convertirte en el amor que has buscado. Y con este amor también te recobras a ti mismo.

Inténtalo. Imagina que te amaras exactamente como eres ahora, con todas esas fallas humanas. Todo ser humano tiene imperfecciones; esto es parte de la encarnación humana. Tu tarea es verlas claramente y amar de todas formas. Ahora conviértete en la consciencia amorosa que puede observar y abrazar tu vida con sus éxitos e imperfecciones en un mar de amor. Quien eres no es las fallas y los traumas y los miedos. Estos son retos humanos en la superficie. Tú eres consciencia atemporal, nacida con belleza original, el hijo del espíritu teniendo una encarnación humana complicada, al igual que los otros siete mil millones de nosotros.

Con esta aceptación profunda y esta conciencia amorosa, salte de la corte del juez. Invítate a permanecer en quietud, cómodo con todo tu ser, amable y considerado. Con esta presencia que acepta verás que haces mejores elecciones, no a causa de la vergüenza o el odio hacia ti mismo, sino porque tu corazón amoroso te enseña cómo cuidar y prestar atención. El corazón amoroso transforma la danza humana en su totalidad. Después de que practiques abrazar tus imperfecciones, puedes elegir incluir a otras personas en esta práctica. Observa y acepta todas sus imperfecciones con una consciencia amorosa profunda. Tómate tu tiempo. Observa cómo esta aceptación cambia tus conflictos y sentimientos para bien. Las otras personas están aprendiendo, al igual que nosotros. Y cuando te proyectas amándolas con todas sus fallas, date cuenta de cómo tu mirada amorosa y tu cuidado pueden inspirar lo mejor en ellas. Como dijo Nelson Mandela: «Nunca hace daño ver el bien en los demás. Usualmente actúan mejor gracias a eso».

Ámate a ti mismo. Esta es la esencia. Entonces toma tus imperfecciones humanas y crea belleza de todas formas.

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Jack Kornfield se entrenó como monje budista en monasterios de Tailandia, la India y Burma. Ha enseñado meditación a nivel internacional desde 1974 y ha sido uno de los maestros más importantes que ha introducido la práctica budista de atención plena en Occidente. Entre sus libros, que han sido traducidos a una veintena de idiomas, se encuentran El corazón de la sabiduría, Cuentos del espíritu: historias del corazón, Buscando el corazón de la sabiduría y Trayendo el dharma a casa: despierta justo donde estás.

Puedes conocer más sobre él en su página web.

Cómo no huir de nosotros mismos

Cuando algo no nos gusta de nosotros, muchas veces tratamos de mirar hacia otro lado. Tal vez hay aspectos de nuestra personalidad de los que no nos sentimos orgullosos o patrones de comportamiento de los que nos avergonzamos. Tal vez nuestros pensamientos nos atemorizan, o al menos nos decepcionan cuando no coinciden con el ideal espiritual que nos hemos impuesto. Puede que otras veces sintamos emociones que juzgamos como inadecuadas o peligrosas.

En todos esos casos, es usual que surja un impulso por huir de nosotros mismos. Este impulso se manifiesta como una gran ansiedad e incomodidad. Entonces buscamos maneras de distraernos, de desconectarnos de nosotros. Aquí tienen lugar las adicciones, del tipo que sean, e incluso comportamientos autodestructivos. Como dije en una entrada anterior de este blog, a veces nos hacemos daño porque el dolor superficial que nos causamos nos ayuda a evadir dolores más profundos.

Es como si nuestra casa estuviera muy desordenada y oliera mal, y por tanto quisieramos evitar entrar en ella. O, al menos, es como si evitáramos cierta parte de nuestra casa debido al desorden. En este caso, nuestra casa somos nosotros. Y lo que evitamos es, por tanto, nuestra propia compañía.

Pero no hay nada más liberador que la aceptación. Cuando nos permitimos vernos de frente y reconocemos nuestras características, sentimos un gran descanso, pues eso significa que dejamos de huir, y huir de nosotros mismos es extenuante. Por supuesto, al comienzo, hay dolor e incomodidad. Pero, si nos quedamos allí lo suficiente, con nosotros mismos, empezaremos a ver el amor que subyace bajo todo eso que percibimos como imperfecto. Entonces podremos amarnos a pesar de nuestras imperfecciones. Y cuando empezamos a amarnos, empezamos a transformarnos naturalmente.

Cuando nos permitimos entrar y habitar plenamente ese cuarto de nuestra casa que está desordenado y le cogemos cariño, naturalmente comenzamos a ordenarlo. Entre más vivamos en él y más lo disfrutemos, mejor querremos que esté y más empezaremos a cuidarlo. Así también sucede con nuestro espacio interior.

A medida que comenzamos a vernos de frente y a sentir nuestras emociones y observar nuestros pensamientos en vez de huir de ellos, naturalmente esas emociones empiezan a sanar y nuestros pensamientos cambian de frecuencia.

Cuando estamos en un camino espiritual, esta aceptación toma la forma de la paciencia. Pues, como tenemos ideas espirituales sobre cómo deberíamos ser, muchas veces nos afanamos por sanar, queremos cambiarnos ya, queremos ser ya esa versión elevada que deseamos para nosotros, queremos ya no sentir resentimientos, queremos ya no tener miedos ni juicios, queremos ya estar sanos. Y ese afán por sanar nos lleva a rechazar el momento presente y a sentir ansiedad y ganas de escapar de nosotros.

Para mí, ha sido fundamental tener paciencia conmigo y con mi proceso, y comenzar a aceptar lo que percibo como mis imperfecciones. He comenzado a quedarme observando esos pensamientos que juzgo como no amorosos y me he permitido sentir plenamente esas emociones que por momentos desearía no experimentar más. Parte de sanar es aprender a amarnos incondicionalmente, y eso quiere decir amarnos exactamente como somos ahora, con todo aquello que percibimos como nuestros defectos e imperfecciones.

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El odio como herramienta del amor

Hace poco me contó una amiga que ha estado angustiada por la situación de violencia que se vive en su país.

Una de las cosas que la angustiaba es que esa situación ha detonado en ella emociones negativas. Se sorprendió al verse odiando, y eso la hizo sentir mal consigo misma.

Conprendí perfectamente lo que le estaba pasando, pues es algo que también a mí me pasa a menudo: experimento emociones y pensamientos que juzgo como inadecuados.

Muchas veces, cuando comenzamos un camino espiritual, el ego se intromete y nos impone ciertos estándares «espirituales». Se forja una idea de cómo deberíamos ser, qué deberíamos sentir y cómo deberíamos reaccionar frente a las situaciones. Si bien esos ideales pueden ser nobles y bellos, al exigírnoslos y juzgarnos en caso de no cumplirlos, nos alejamos de nuestra espiritualidad. Cuando esos ideales se convierten en una herramienta para sentirnos mal, dejan de ser una ayuda y se convierten en un obstáculo para nuestra paz. Por tanto, se convierten en un obstáculo para poder alcanzar aquello que ellos mismos dictan, pues la paz es el fundamento para tener una vida espiritual sana.

El primer consejo que le di fue que le diera amor a ese odio y se perdonara por odiar; que dejara de pelear consigo misma por lo que estaba sintiendo; que aceptara que es humana y se permitiera experimentar las emociones que surgen en ella.

El primer paso para la transformación es amarnos exactamente como somos en este momento, con todas nuestras emociones, con todos nuestros pensamientos, con todas nuestras heridas. Eso no quiere decir que no tratamos de sanar; quiere decir, solamente, que nos amamos incondicionalmente y, por tanto, que no necesitamos arreglar eso que percibimos como inadecuado en nosotros para ser merecedores y dignos del amor.

Esta es una invitación a amarnos por encima de todo. Ese amor será el motor de los cambios y las transformaciones, no las exigencias de nuestro ego.

Y cuando nos permitimos sentir el odio y lo observamos, eso nos da una madurez espiritual que nos permite ser más compasivos con los demás. Pues al saber que el odio también ha estado en nosotros, comprenderemos mejor a aquellos que odian y actúan motivados por el odio. Ya no los juzgaremos tan duro. Sabremos que eso es parte de la experiencia humana y que es normal en la fase del proceso evolutivo de esas personas, así como ha sido también normal en nuestro proceso.

Así, el odio que sentimos que convierte en una herramienta para el amor, pues nos permite ser compasivos y perdonar a aquellos que odian. Pero, para poder ser compasivos con los demás, primero debemos perdonar el odio que nosotros mismos sentimos. Sólo cuando nos perdonamos por algo, podemos comenzar a perdonar a los demás. Sólo cuando dejamos de juzgar algo en nosotros, podemos dejar de juzgar a los demás. Y cuando dejamos de juzgarlos y comenzamos a amarlos, los ayudamos a transformarse a sí mismos. El amor es mucho más inspirador como herramienta de transformación que los juicios y las exigencias. Y eso aplica tanto para la manera como nos transformamos a nosotros mismos como para la manera en la que ayudamos a los demás a transformarse.

Es normal sentir odio. Es normal sentir miedo. Es normal sentir envidia y celos. Somos humanos. Y el primer paso para transmutar esas emociones y comenzar a experimentar otras emociones más ligeras y elevadas es amarlas. Amarnos exactamente como somos ahora. Pues es el amor el que transforma, es el amor el que sana, es el amor el que perdona. No podemos sanar a la fuerza. No podemos forzarnos a dejar de sentir emociones. Pero podemos comenzar a aceptarnos y amarnos, y eso desencadena un hermoso proceso de transformación.

Recomendación extra: cuando las emociones son muy intensas, conviene expresarlas. Si el odio nos desborda, es porque necesita expresarse, y nos haremos daño si lo reprimimos. Lo mejor es entonces expresarlo de manera sana, sin herir a nadie. Para esto ayuda mucho gritar en una almohada, golpear un colchón o hacer ejercicio fuerte. Así se mueve la energía acumulada, las emociones fluyen y podemos transmutarlas de manera más fácil, con amor.

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En la salud y en la enfermedad

No importa si crees o no en el matrimonio católico. Los votos usuales son hermosos. Cada uno de los futuros esposos le dice al otro:

«Me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida».

¡Qué hermoso sería hacernos esos votos a nosotros mismos cada día! Qué hermoso sería decirnos de corazón:

«Hoy me seré fiel. Hoy estaré conmigo. Hoy me amaré. En los momentos de calma y en los momentos de angustia. En los momentos de celebración y en los momentos de pérdida. En los momentos de logros y cuando cometa errores. Cuando sienta emociones que me gustan y cuando sienta emociones que juzgo. Cuando tenga pensamientos que me gustan y cuando tenga pensamientos que me atemorizan. En la salud y en la enfermedad, siempre me amaré».

Si ahora reemplazamos «me» por «te», tendríamos lo que creo que Dios nos diría siempre, en cada momento, sin importar nuestro pasado o nuestro presente, si su amor fuera expresado en palabras.

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¿Qué tan buen amigo eres de ti mismo?

Piensa en esas veces en las que te ves con un amiga y no hay nada de qué hablar. Si hay una relación profunda o si hay gran afinidad, ese silencio compartido será una experiencia agradable.

Sé que una amistad es profunda cuando podemos compartir y disfrutar el silencio. Eso significa que a cada uno nos gusta la presencia del otro. Entonces no es necesario llenar ese silencio con ruido para sentirnos cómodos. No es necesario hablar de cualquier cosa sólo para pasar el rato. Basta con estar juntos. Nuestra presencia es ya un regalo suficiente.

Creo que lo mismo aplica para la relación que tenemos con nosotros mismos. La calidad de esa relación se ve reflejada en qué tan cómodos nos sentimos cuando estamos solos y en silencio. Entre más rica y profunda sea esa relación, menos tendremos necesidad de llenar nuestra soledad con distracciones o con la charla de nuestra mente. Entonces simplente podemos estar ahí, con nosotros. Nuestra presencia es ya un regalo suficiente.

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Eso me dolió

Decirnos esto a nosotros mismos requiere madurez. Decírselo a otras personas requiere de gran vulnerabilidad y, por tanto, de gran valentía. En muchas ocasiones es el primer paso para sanar algo en nuestro interior.

Si alguien me dice que soy una araña, así sea mi mejor amigo, mi pareja o alguien a quien respeto mucho, pensaré que está bromeando o que se ha vuelto loco. Pero no me dolerá como crítica. No me hará sentir inseguro. No tengo dudas de que no soy una araña.

Si alguien me dice algo y me siento atacado o inseguro, si me duele, es porque está tocando una parte de mi ego. Es, entonces, un regalo. Me muestra un aspecto de mí que puedo sanar.

No importa si la crítica es verdad. Si me duele, hay algo que puedo sanar. Tal vez es una inseguridad. Una parte de mí que teme no ser lo suficientemente bueno. Una necesidad de aprobación. Una falta de amor propio.

Si te duele, no te quedes solo con el dolor. Abre el regalo. Pero para esto, claro está, lo primero es ser capaces de decir «eso me dolió».

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Nuestro verdadero valor

Un Curso de Milagros dice que nuestro valor está más allá de cualquier posible evaluación. Nuestro valor no está en duda, pues lo estableció Dios. No podemos perder ese valor, por más dementes que sean nuestras fantasías.

Parte del sueño arrogante del ego reside en creer que puede afectar la realidad. Cree que puede mancillar al Hijo de Dios y hacer que éste pierda su valor ante los ojos de su Padre. Podemos soñar que no somos merecedores del amor de Dios. Podemos creer que valemos poco o nada, según los requisitos que el ego nos impone para atribuirnos valor. Pero todo esto no tiene ningún sentido en la realidad. Nada que jamás hagamos podrá aumentar en un ápice nuestro valor, y nada que jamás hagamos puede hacer que nuestro valor disminuya en lo más mínimo. Pues nuestro valor está establecido desde siempre en el Reino de lo Eterno.

Esto es así porque Dios crea expandiéndose. No crea algo diferente a Él mismo. En consecuencia, somos tan inmutables y eternos como Él, pues somos una parte suya. En el sueño del ego, no tenemos nada que ver con Dios. Y no valemos nada. Esta es una idea muy angustiante, y por eso, para contrarrestarla, el ego se esfuerza continuamente por probar que vale algo, y para esto le atribuye valor a cualquier cosa: nuestras relaciones, nuestros logros en el mundo, incluso nuestras prácticas y avances espirituales.

Podemos despertar del sueño de que no valemos nada. Y de eso se trata la jornada espiritual. Se trata de despertar de la ilusión de que somos pequeños seres separados que sólo valen por lo que hacen, tienen, dicen, poseen o piensan. Se trata de darnos cuenta de que nunca hemos dejado de estar en el regazo de Dios, y de que nuestro valor sigue siendo siempre el que Él nos atribuyó al crearnos. El valor que «está más allá de cualquier posible evaluación».

Para darnos cuenta de ese valor, debemos ir dentro de nosotros, donde estará siempre disponible. Tomar cuenta de ese valor equivale a darnos cuenta del valor que tenemos en cuanto que somos uno con Dios. Así que, si quieres saber lo que vales, deja de mirar con ansiedad al mundo para ver qué puedes hacer para volverte valioso. Simplemente ve dentro tuyo y date cuenta de que no debes hacer nada, de que ya eres valioso y siempre lo serás, por el simple hecho de ser lo que eres.


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No tenemos que ser perfectos para dar

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Muchas veces he dudado si soy lo suficientemente bueno como para tener algo que compartir, algo que dar. Entonces aparece un lista de cosas que, según mi ego, debo mejorar para ser digno de dar algo al mundo.
Pero el mundo necesita gente auténtica, y mis imperfecciones y mis heridas son precisamente las que me han enseñado y me siguen enseñando aquello que puedo compartir con los demás.

No tenemos que ser perfectos para iluminar el camino de los demás. Basta con ser nosotros mismos.

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Una invitación a que te ames

Mírate a ti mismo. Puedes verte exactamente como eres, sin juicio, sin crítica, sin culpa. Mírate al espejo y esta vez no te critiques, no resaltes tus aparentes imperfecciones, y son aparentes, porque exactamente como eres, eres perfecto. Nada te sobra, nada te falta. Estás completo.

Amate, apréciate, agradécete y bendícete por el ser radiante, luminoso y brillante que eres. Si tu mente, mente pequeña o ego, te está diciendo que no eres nada de eso, no la escuches; es como una grabación que continuamente te está diciendo que no eres suficiente, que te falta, que aún no estás completo. Cuando estás conectado con tu Ser verdadero (cuando estás en tu mente recta, según la terminología de Un Curso de Milagros), verás que eres todas esas cosas maravillosas y mucho más.

Puedes ver y sentir lo que no has visto ni sentido antes acerca de ti. Sí, mira ahora la bondad de tu corazón, bondad que desbordas en servir a los demás, a la naturaleza, a los animales. Aprecia la belleza de tu alma, la belleza que no necesita ser retocada para ser vista, sí, esa belleza que se enciende ante tu mirada y que los demás ven y sienten con el corazón. No es preciso tener la estatura promedio, las medidas perfectas, la tonicidad, lozanía y la elasticidad ideal en la piel para ser bellos. En la aparente imperfección que tu mente alberga, se deslumbra la belleza del ser.

Mírate con dulzura, sé dulce muy dulce contigo, siente la dulzura que desborda tu corazón cuando decides amarte. Es una dulzura que escapa a las palabras y que sólo puedes experimentar cuando te abres a hacerlo.  Siente amor, infinito amor por ti, sí, por el ser de amor que eres.

Eres más que el cuerpo que habitas, eres un ser espiritual. Tu cuerpo es como un guante que te has puesto para tener una experiencia humana. De tu conciencia despierta depende que esta experiencia sea dichosa y abundante en el paso por este mundo.

Despierta la confianza en ti, la confianza de ser tú mismo, momento a momento. Despierta a aceptarte exactamente como eres, no como crees que deberías ser, no como tu mente te ha dicho que debe ser, sino como realmente eres: libre, auténtico, vulnerable, único y, sobre todo, un ser de infinito amor.

Enciende la luz que eres, ilumina tu parte, sé presencia, pon luz en la oscuridad, hazlo desde la bondad que te lleva a servirte a ti mismo en todos.

En un tiempo de mi vida me pregunté qué era sentir amor. No sabía cómo amarme, y tampoco me sentía amada. Hoy por hoy, no creo tener la fórmula mágica para decirte cómo se hace para sentir el amor en la vida. Puedo decir que sólo cuando decidí aceptar lo inaceptable, perdoné lo imperdonable (según mi mente) y me hice responsable de mí, empecé a sentir una energía que me sostiene y me da la gracia para avanzar en la vida, para avanzar con confianza en lo que no se ve, para avanzar con fe.

Amarme a mí misma me ha hecho más humana, más sensible, más compasiva, más amorosa. Me ha llevado a conectarme con mi misión de vida; a no querer nada para mí que no quiera ver manifestado en la vida de los demás, incluso en la vida a quienes no amo y debería amar más; a respetar y contemplar la vida en todas sus manifestaciones, y, sobre todo, me ha llevado a despertar mi conciencia. Entonces comprendí que amarnos a nosotros mismos es el mejor regalo que podemos ofrecerle al mundo. Quien reciba tu amor, nutre su amor propio, y así, el espiral de amor se va haciendo cada vez más grande y sostiene a todos.

Amarse a uno mismo no hace que desaparezcan las dificultades y que todo sea siempre agradable, amoroso y libre de dolor, pero sí ayuda a no magnificar las cosas y a darle el sentido real a lo que sucede. Cuando nos amamos podemos enfrentar las dificultades aceptando que lo que aparece es como es y no pudo ser de otra manera. Entonces comprendemos que el mayor grado de sufrimiento lo experimentamos cuando queremos que la vida sea de manera distinta a como está siendo.

Amarte a ti misma te ayuda a soltar, fluir y confiar en que todo opera para tu bien, ya sea que lo comprendas o no. Te ayuda a mantenerte firme en tu misión, en tu propósito de vida, pues, cuando te amas, los miedos que aparecen en tu camino son menos atemorizadores; cuando te amas, te sientes valiente y avanzas firme. Amarte te da la fuerza, el impulso para avanzar, y, si no avanzas, al menos no caes en la tentación de juzgarte y culparte por lo que no logras.

Tu amor propio te sostiene en tu grandeza momento a momento, sin importar lo que pase afuera, porque tienes presente que eres valiosa siempre. Te lleva a rodearte de personas que también se aman a sí mismas, se respetan y se valoran, y el amor de los otros te sostiene en tu amor propio. Te da la claridad y el discernimiento para abandonar lo que no te hace bien (una relación, un puesto de trabajo, un lugar); te ayuda a poner punto final sin tanto drama a lo que ya no debe estar en tu vida, en el momento en que es preciso hacerlo.

Amarte a ti misma te da alas para volar, volar muy alto, surcar los cielos y contemplar la grandeza ilimitada de la que eres parte. Te da sencillez y la humildad para celebrar los logros de los demás. Te alegras con los otros, porque has comprendido que no hay competencia, que, cuando alguien logra algo, sólo te está recordando que tú también puedes hacerlo.

Cuando te amas, te vuelves agradecida y comienzas a disfrutar de lo simple y sencillo. Dejas de lado la necesidad de calificar todo lo que sucede como bueno o malo; comprendes que lo que sucede simplemente es, y fluyes grácilmente momento a momento.

Cuando te amas realmente, te vuelves presente en todo. En cada acto, en cada palabra estás en comunión con tu interior. De ahí nace la capacidad de contemplar, y la presencia lo impregna todo. Además, amarte te lleva a crear tiempo para ti, tiempo para estar contigo, para escucharte, para conectar con tu voz interior de la manera que es correcta para ti.

Amarte incondicionalmente te da la fuerza para sentirte real, vulnerable, auténtico, libre; para sentir las emociones, sensaciones y percepciones cuando aparecen sin nombrarlas y simplemente dejarte ser momento a momento. Entonces no buscas sentirte de una determinada manera: te sientes como eres y descubres que justo ahí está la mayor fuente de inspiración, y que después llega una oleada de amor infinita.

Cuando te amas de verdad, cesa la autocrítica y emerge la autoestima. Ya no te comparas con nadie, todo lo que quieres ser, es ser tú misma, porque tú misma eres única y no existe nadie como tú. Decides por ti y para ti, asumes la responsabilidad de lo que decides. Dejas de culpar a los demás por lo que sucede en tu vida. Te haces responsable de ti misma. Entiendes que tu valor en el mundo no lo define lo que tienes, lo que haces, lo que logras o no logras, pues tu valor está determinado por el amor que eres. Amarte a ti misma te lleva a amar tu sombra, a amar esa parte tuya que no te permite verte como eres, tal como Dios te creó.

El amor nos devuelve la energía vital, el equilibrio y la vida misma. Nos pone en contacto con todos los seres vivos. Cuando estamos conectados con el amor, reconocemos que el aire que respiramos es el mismo, que nada nos separa, que somos uno.

Tu experiencia del amor puede ser totalmente distinta a la mía. Lo que nos hace iguales es que vibramos en la energía del amor infinito e, independiente de cuál creamos que sea la fuente, ese amor nos une siempre.

Me amo y te amo en el amor que somos, somos uno.

Por: Aura Reuto

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Me llamo Aura Reuto. Nací en Casanare en 1977, actualmente vivo en Villavicencio (Meta, Colombia). Llevo más de una década  explorando en mi ser interior, con el firme propósito de amarme, aceptarme y disfrutar la vida exactamente como es. Amarme significa aceptar mi historia personal, superar el sufrimiento a la luz del amor y del perdón y comprender que todo ha obrado para bien.

Trabajé en el sector privado por más de 10 años. Hoy estoy  al servicio de la vida en sus múltiples manifestaciones. Me siento en capacidad de acompañarte en procesos de sanación y liberación interior, mediante la escucha atenta y profunda.

Soy Experta en Mindfulness, Desarrollo Personal y Educación Consciente. Alimentación Consciente.  Facilitadora de Círculos de Mujeres y Espacios Sagrados. Moon Mother. Facilitadora de Terapia del Perdón.

Contacto: aurareuters@hotmail.com