En paz con la imperfección

En estos días he estado aprendiendo que, para poder estar en paz, debo aprender a estar en paz con la imperfección. No hay otra manera.

En el plano espiritual, creo que todos somos perfectos. Es decir, en tanto que seres espirituales, no nos falta nada. Nuestra esencia verdadera, aquello que en realidad somos, ya está completo. Sin embargo, en tanto que seres humanos, siempre vamos a ser imperfectos. Eso significa que siempre habrá algún aspecto de nuestras vidas que puede mejorar.

Creo que está bien buscar siempre ser mejores; adquirir nuevas habilidades; aprender de los errores para lidiar cada vez de mejor manera con los retos que la vida nos presenta. Pero cuando el esfuerzo por mejorarnos se vuelve obsesivo, terminamos haciéndonos daño y obtenemos resultados que van en contra de aquello que buscábamos en un principio.

La clave está en el equilibrio. Y el equilibrio implica aceptar que el extremo donde se halla la perfección es inalcanzable, y que está bien no estar allí. Está bien no ser perfectos

Una de las consecuencias negativas que ha tenido en mi vida la búsqueda de la perfección es que muchas veces he asumido que alcanzarla es un requisito para permitirme hacer otras cosas. Por ejemplo, a veces decido que sólo me permitiré ser feliz y descansar cuando alcance un estándar muy alto en ciertos aspectos de mi vida. Y esa es una receta y una excusa para no ser feliz y para no descansar. O a veces decido que sólo comenzaré un proyecto cuando haya alcanzado un nivel muy alto de maestría en ciertas cosas; y esa es una excusa para no comenzar.

Este blog mismo es un ejemplo de eso. A veces, cuando siento que no estoy bien en algunas áreas de mi vida, decido que no voy a compartir más reflexiones hasta que no me sienta «listo» para hacerlo de nuevo. Y esto me parece muy bien cuando nace de un deseo genuino por descansar o simplemente de darme cuenta de que en realidad no tengo ganas de escribir. Pero hay veces que tengo ideas que quisiera compartir, pero no me permito hacerlo porque siento que primero debo arreglar mi vida emocional. Se trata de una forma de perfeccionismo: si no me siento de tal y cual manera en ciertas áreas de mi vida, entonces no tengo derecho a prosperar o a avanzar en otras áreas. Es como una actitud de todo o nada. O lo hago bien todo o no hago nada.

No estoy promoviendo con esto lanzarnos a hacer cosas cuando sentimos que no estamos listos. Eso me parece muy válido y necesario. Por ejemplo, me parece importante permitirnos no involucrarnos en una relación sentimental cuando tenemos profundos enredos con una relación que aún no se ha cerrado del todo. Me parece importante permitirnos no hacer nada cuando sabemos que no estamos claros. Hay momentos en los que esa decisión de no hacer viene del corazón, de la sabiduría de la vida que nos dice que es momento de parar, de esperar, de aclararnos, de sanar. Pero hay otros momentos en los que es el ego el que nos impide avanzar. Entonces es el miedo el que, camuflado de la necesidad de resolver algo, hace que nos estanquemos.

Sólo en profundo silencio podremos encontrar la respuesta y saber si es momento de avanzar o de descansar un momento. En mi caso, en este momento, me di cuenta de que tenía resistencia a escribir porque siento que hay asuntos que debo arreglar antes. Una idea de «si vas a hacerlo, hazlo bien, y para hacerlo bien primero tienes que alcanzar tal y cual estado interno». Y veo, en el fondo de esa idea, que simplemente hay resistencia a empezar y una exigencia de perfección que no me lleva a ser feliz.

Me siento muy bien ahora que escribo, y que me premito compartir mis reflexiones y experiencias sabiendo que no soy perfecto, que tengo muchas fallas y que hay áreas de mi vida en las que no soy un modelo a seguir; sabiendo que para aportar algo valioso no tengo que tener todo resuelto.

Pero, sobre todo, me permito ahora disfrutar de lo que sí está muy bien en mi vida, que son muchísimas cosas, las cuales, sin embargo, no me permito apreciar cuando me enfoco en lo que me falta. Es como tener una habitación llena de cuadros preciosos pero no permitirnos mirarlos y disfrutarlos porque hay una mancha en un rincón; y decidir que sólo cuando el cuarto esté absolutamente impecable nos permitiremos gozar con las pinturas que ya tenemos disponibles en este momento.

Para disfrutar de la belleza que me rodea, de la belleza que es mi vida y de lo afortunado que soy, debo aprender a estar en paz con la imperfección; a estar en paz con el hecho de que siempre habrá un rincón que podría estar más reluciente y siempre habrá algo más por limpiar.

A veces, no nos permitimos disfrutar lo que tenemos ahora como una forma de castigarnos por nuestras imperfecciones. Es una mentalidad que ha sido arraigada desde el colegio y desde la forma como muchos fuimos criados. Se nos enseñó que siempre había condiciones para disfrutar de las cosas buenas de la vida. «Sólo podrás comer el postre si haces esto y aquello; y si haces esto otro no podrás disfrutar de tales y cuales cosas». Y, de repente, sin que nadie nos prive de nada, nosotros mismos empezamos a ponernos condiciones y decidimos que no tenemos derecho a ser felices a menos que primero hagamos ciertas cosas o dejemos de hacer ciertas otras.

Esta forma de educar tiene como objetivo hacernos mejorar a través del castigo y el miedo. Pero esta es una aproximación que ya no funciona. Ya hemos madurado. No necesitamos amenazarnos ni castigarnos para hacer aquello que amamos o para dejar de hacer aquello que por experiencia sabemos que nos aleja de nuestro ser. Y mucho menos tenemos que poner a la perfección como condición para nuestro derecho a ser felices. De hecho, hacerlo sería un locura, pues equivaldría a decir que no tenemos derecho a ser felices nunca, cuando la verdad es que tenemos derecho a ser felices exactamente como somos ahora. Siempre podremos mejorar, y qué bueno que lo hagamos, pero mejorar no es una condición para que nos permitamos ser felices ahora en la medida en que podemos.

Además, cuando nos enfocamos en lo que está bien, cuando gozamos de los apectos de nuestra vida que más están brillando, naturalmente nuestra vibración se eleva, y con esa vibración elevada vamos sanando aquellas otras áreas en las que no hemos madurado tanto. Así, sanamos más rápido y crecemos más cuando nos permitimos disfrutar de nuestra vida ahora, mientras que, cuando nos negamos la plenitud y la felicidad ahora, en realidad hacemos más lento nuestro avance, pues entonces nuestra vibración baja y tenemos menos energía para crecer y avanzar.

Suscríbete a mi blog y recibe en tu correo cada una de mis reflexiones.

Un comentario sobre “En paz con la imperfección

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s