¿Por qué aceptar lo inaceptable?

Muchas prácticas espirituales recomiendan la aceptación. Recomiendan rendirnos al momento como camino para la paz.

Puede surgir, sin embargo, la pregunta de por qué aceptar lo inaceptable. ¿No sería mejor acaso luchar por cambiarlo y crear así una mejor realidad?

Ante esto hay que aclarar que la aceptación no tiene que ver con dejar de hacer cosas en el plano externo. Si hay algo que podemos hacer para mejorar algunas cosas o evitar otras, podemos hacerlo desde un estado interno de aceptación.

La aceptación es de este momento, que ya es como es. No podemos aceptar el futuro porque no existe. Aún no hay nada que aceptar o rechazar. Podemos, sí, aceptar nuestros pensamientos acerca del futuro, pero esos pensamientos siempre ocurren en el presente. Y mientras aceptamos lo que ya es, podemos emprender acciones para crear algo mejor y más bello.

Rechazar lo que no se puede cambiar es demente, pues sólo puede dar lugar al sufrimiento. Por tanto, rechazar lo que ya es es demente, pues no se puede cambiar el hecho de que ya es. Quizás en 5 minutos o incluso 10 segundos sea diferente, pero en este momento ya es, y eso no se puede cambiar.

La aceptación, entonces, no es pasividad ni conformismo. La aceptación es hacer las paces con la vida y dejar de pelear con lo que no se puede cambiar. Y esto es compatible con luchar por crear un mejor mañana y con mejorar, sanar y embellecer nuestro alrededor.

Haz las paces con este momento. Sea como sea. Si puedes crear mejores condiciones, hazlo, pero en paz y en profunda armonía con este momento, que es la vida misma. Cuando actúas desde la paz y la armonía, es más fácil producir cambios, y estos cambios serán más poderosos y vibrarán en una mayor frecuencia.

…y si no puedes hacer nada para cambiar la situación, si no puedes evitar que el futuro sea igual que el presente, practica el arte de la más profunda rendición. Puede haber paz allí, en medio de eso, aunque ahora parezca imposible. Hay muchos ejemplos de personas que han encontrado la paz y la plenitud en situaciones muy difíciles, como estar en prisión o en un campo de concentración, tener una enfermedad o una discapacidad muy limitante, o perder todo en el plano externo, tanto las cosas materiales como los seres queridos.

No estoy diciendo que sea fácil. Estoy diciendo que es posible, pues así nos lo han mostrado algunos maestros.

Pero enfatizo en que esta práctica de la aceptación no debe usarse como una regla a seguir con la cual juzgarnos. Si no puedes aceptar, está bien; no te juzgues por eso. Empieza por aceptar amorosamente el punto en el que te encuentras.

Comienza por aceptar que no puedes aceptar. Comienza por aceptarte a ti mismo, a tus emociones y pensamientos en este momento. Comienza por aceptarte como eres en este momento, y esto incluye tu incapacidad para aceptar.

Esta profunda aceptación de nuestra incapacidad para aceptar es la base del amor por nosotros mismos. Y cuando ese amor crezca, te dará la fuerza y la paz para aceptar lo que ahora parece inaceptable. Pero ahora no te pelees contigo mismo. Ámate exactamente como eres. Ese amor no hará que sigas perpetuando tus errores. Por el contrario: te dará la fuerza y la energía para superarlos y crecer en la medida en que te sea posible.

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Regálate unos segundos de descanso profundo

Acabo de tener una semana de vacaciones, y me siento renovado, pues descansé profundamente. Y te quiero invitar a que descanses tú también ahora.

¿Qué significa descansar? Cuando se trata del cuerpo, todos lo entendemos, pero cuando se trata de la mente, no es tan fácil saber a qué nos referimos.

Para mí, el descanso más profundo se da cuando dejamos al lado el ego por un momento. Cuando nos relajamos con respecto a las ideas que tenemos sobre nosotros mismos y sobre nuestra vida. Es un descanso de los debería y no debería. De los que tal si y qué pasaría si. Es un descanso de juzgarnos y juzgar a los demás. Es un descanso de etiquetar todo el tiempo todas las experiencias y todas las cosas.

Pero ¿qué queda cuando descansamos de todas esas cosas? Quedamos solo nosotros, desnudos. Queda solo nuestro ser. Ese es el descanso más profundo: solo ser. Y es un descanso vibrante, consciente, no se trata de entrar en la inconsciencia (aunque ese tipo de descanso también es necesario: lo hacemos todas las noches al dormir).

Y lo mejor es que ese descanso consciente se puede lograr en medio de cualquier actividad. Al comienzo, es más fácil en una finca en medio del silencio, es verdad. Pero en realidad podemos descansar del ego en cada momento, sin importar lo que estemos haciendo, incluso en medio del ruido y el trajín de nuestra vida diaria (así como también podemos estar en una batalla interna contra nosotros mismos en medio de una isla paradisiaca sentados en flor de loto y con los ojos cerrados).

Te invito a que ahora y hoy elijas regalarte un descanso profundo. No tienes por qué tratar de dejar tu ego de lado. Solo permítele descansar. Lleva mucho tiempo luchando contra todo, contra la vida y contra sí mismo. Lleva mucho tiempo tratando de lograr algo, tratando de ser algo.

Puedes empezar por relajar la tensión constante de ciertos pensamientos, ciertas expectativas, ciertos juicios. Solo un poco. Solo por un minuto. Solo por hoy. No se trata del futuro. Se trata de regalarte unos segundos de descanso justo ahora.

Lo más normal, es que en medio del descanso surja de nuevo la voz del ego, pues teme que, si no está en control, las cosas pueden descarrilarse: ¿pero y qué tal si esto o lo otro, pero qué va a pasar si…? Cuando esto pase, simplemente bendícelo, dale las gracias por su preocupación y permítele descansar otra vez. Solo por unos segundos. Solo por este momento. Eso es todo. Esa es la invitación.

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La terapia sin terapeuta

Médico, cúrate a ti mismo

Lucas: 4:23

Si tal y como las enseñanzas no dualistas tradicionales y modernas sugieren, el yo dividido es simplemente una “ilusión” del pensamiento y la percepción, y que somos, en esencia, el amplio espacio abierto en el que se desarrolla la vida, un espacio que es inseparable de ese mismo desarrollo, entonces, ¿qué lugar ocupa la “terapia” en nuestras vidas? ¿Puede realmente un ser ilusorio curar a otro ser ilusorio? ¿Puede un espacio abierto ser curado por “otro” espacio abierto? ¿Quién, exactamente, va a hacer esa curación? Y, ¿quién va a ser sanado exactamente?

Mientras me estaba formando como terapeuta, aprendí todo tipo de teorías y técnicas —asimilé tantos “cómos”: cómo escuchar, cómo ser congruente, cómo interpretar las palabras del cliente y su lenguaje corporal, cómo irse mostrando apropiadamente—. Hay tantas investigaciones por ahí, tantas maneras de definir la terapia, tanta gente con tantas ideas sobre cómo ayudar a los demás, y todo esto es maravilloso —la vida parece deleitarse en esta variedad de perspectivas—. Pero me sorprendió que a pesar de toda esta formación que había recibido, a pesar de todo el conocimiento y habilidades que estuve obligado a asumir, la pregunta: “¿Cuál es la verdadera curación?” no se estudió nunca en profundidad. Como terapeutas en prácticas, estábamos aprendiendo a curar, a interactuar con los clientes, pero nunca nos detuvimos a contemplar el verdadero significado de la curación. Estábamos aprendiendo a ser terapeutas, a vivir en nuestros roles, a “hacer” terapia, pero nunca nos paramos a hacernos la pregunta más fundamental: ¿es la curación siquiera posible? Una vez, en clase, levanté la mano y pregunté: “¿No hay una especie de arrogancia en asumir que sabemos cómo ayudar a otro ser humano? ¿No significa eso asumir un tipo de separación?”. Y me dijeron: “Eso es una pregunta filosófica, y este es un programa de terapia”. Conoce tu lugar, terapeuta en prácticas.

Como terapeutas, como sanadores, somos los que se supone que saben cómo ayudar a la gente, cómo mejorar su salud mental, su bienestar, su calidad de vida. Pero, ¿qué significa realmente ayudar a alguien? ¿Estamos tratando de ayudar a los clientes a tener una mejor experiencia? ¿Queremos que sean más felices? ¿Para ser más como “nosotros”? ¿Estamos tratando de quitarles su dolor? ¿O estamos simplemente tratando de quitarnos nuestro propio dolor? Quizá al intentar curar a otros, ¿estamos tratando de curarnos a nosotros mismos? O más importante aún, ¿es la terapia, en el verdadero sentido de la palabra, posible? Me imagino que estas son las preguntas con las que todo terapeuta honesto se tropieza al final. Y no hay respuestas fáciles.

La palabra terapia tiene sus raíces en la palabra therapeia, palabra griega que significa curación, y curación simplemente significa hacer todo. Terapia = curación = desplegarse hacia el todo. Pero ¿qué es este “todo” al que la terapia dice poder llevarnos? ¿Dónde está? ¿Es algo que se encuentra en el futuro? ¿Puede una persona realmente llevar a otra persona hacia el todo? ¿O, en realidad, la totalidad ya se encuentra presente, aquí y ahora, en medio de cada experiencia del momento presente, como las enseñanzas no dualistas sugieren? Una vez más, yo diría que todos los terapeutas honestos al final debemos enfrentarnos a estas preguntas —preguntas que en realidad amenazan con socavar nuestra propia identidad como terapeutas—.

Me gustaría proponer que la verdadera terapia, terapia en el verdadero sentido de la palabra, no tiene nada que ver con arreglar un yo escindido. Cualquier terapia que trate de arreglar un yo dividido simplemente perpetuará la ilusión en el origen de todo nuestro sufrimiento. La verdadera terapia no tiene nada que ver con ayudar a una persona del modo en el que solemos usar esta palabra. No tiene nada ver con arreglar un “yo” roto y convertirlo en uno más feliz, productivo, “normal” o mejor adaptado. No tiene nada que ver con alcanzar la totalidad en el futuro, con convertir la totalidad en un objetivo futuro.

La verdadera terapia es más bien un redescubrimiento: que este “yo” roto, incompleto y dividido no es quien realmente eres, y que en realidad, no eres un “yo” en absoluto, sino un amplio espacio abierto de conciencia en el que todos los pensamientos, sensaciones, sentimientos, sonidos, olores, surgen y pasan. No eres una persona separada contemplando el mundo, sino el amplio espacio abierto en el que el mundo aparece y desaparece, un espacio abierto que es, en última instancia, inseparable de ese mundo. En la verdadera terapia, por tanto, no se trata de trabajar hacia un todo futuro, sino de redescubrir ese todo en medio de cada experiencia presente. Trata sobre el lugar donde nos encontramos realmente —aquí y ahora—, un lugar donde el terapeuta y el cliente son radicalmente iguales, un lugar que podríamos llamar amor.

La metáfora de la ola y el océano es muy útil aquí. La experiencia de ser un individuo separado, una persona en el mundo, es la experiencia de ser un buscador —una ola separada en el océano—. Cada individuo es una persona que busca —tanto el terapeuta como el cliente por igual—. Y esta ola, experimentándose a sí misma como algo separado del océano, busca el océano. La experiencia fundamental de ser un buscador es la experiencia de la carencia, de lo incompleto, de la nostalgia, de sentirte siempre en busca de algo que no consigues encontrar, algo que no puedes nombrar. La ola se pasa la vida, en un millón de maneras diferentes, en busca de esa totalidad innombrable. “Estoy incompleta, pero algún día estaré completa”, se dice a sí misma. “Un día voy a encontrar lo que estoy buscando —el amor, el éxito, la grandeza, la iluminación, la curación— y entonces estaré completa”.

Por supuesto, en la realidad no hay separación del océano. La ola ya es el océano, el océano aparece como una ola, por lo que la totalidad ya está presente. La plenitud que buscamos en realidad ya está aquí, en la experiencia de este momento actual, y como no vemos esta plenitud la buscamos en el futuro. Todo el sufrimiento comienza aquí, en el rechazo, en algún nivel, de este momento presente. Toda la búsqueda se basa en una pasmosa ilusión de tiempo.

Darse cuenta de esto transforma nuestra relación con aquel que llamamos “cliente”. Visto desde esta perspectiva, ningún cliente está realmente roto, dañado o perdido —son siempre ya todo, incluso en su experiencia de estar rotos, incompletos, escindidos, incluso en su dolor, su miedo, su angustia, su devastación—. El objetivo de la verdadera terapia, entonces, no es arreglar al cliente, no es desplazarlo de sus experiencias “negativas” a “positivas”, no es convertir su dolor en placer, su depresión en alegría, no es guiarles a lo que creen que buscan, no es “hacer terapia” con ellos, sino exponerles, sin compromiso, los supuestos fundamentales que subyacen a su experiencia de separación, su experiencia de ruptura, su carácter incompleto, su búsqueda. La verdadera terapia no se suma a la ilusión de la separación —la rompe, te despierta—. No elimina el dolor, señala la totalidad en el dolor. No se deshace del miedo, ilumina el todo en el miedo. De este modo, el sentido de la terapia es el sentido de toda auténtica espiritualidad: despertarte del sueño de la separación, el sueño de que eres una persona escindida en un viaje hacia una plenitud futura. La verdadera terapia despierta al cliente de su sueño de ser un “cliente”, y despierta al terapeuta del sueño de ser un “terapeuta”. Y que quede claro, el terapeuta necesita despertar tanto como el cliente. Cuando se trata de despertar, ninguna cualificación, certificado, licenciatura, o cualquier número de letras después de tu nombre, te puede ayudar.

La totalidad, vista de este modo, no es algo que “sucede” un día, no es algo hacia lo que “trabajar”, solos o en conjunto; no es una meta lejana, es algo que ya está presente. La vida misma —lo que realmente eres, más allá de tu imagen de ti mismo— ya está completa, ya está sanada en el verdadero sentido de la palabra. Por ello en la verdadera terapia, no pretendemos curar a una persona escindida —porque no hay tal cosa—, simplemente volvemos a contactar con lo que ya está curado. La terapia es una paradoja hermosa cuando se ve desde esta perspectiva.

Entonces, ¿qué significa esto en la práctica? Esto significa que la posición del cliente de “Estoy roto, por favor arreglarme”, se convierte en “Estoy abierto al descubrimiento de la totalidad dentro de mi experiencia actual de fractura”. Y la posición del terapeuta de “Estás roto, voy a arreglarte” se convierte en “Veo que no hay nadie que esté fundamentalmente roto, pero me doy cuenta de tu experiencia presente de fractura. Me doy cuenta de tu dolor, tu miedo, tu tristeza, tu lucha, tu sufrimiento, pero no asumo ni por un momento que hay alguien ahí separado de mí que necesita ser arreglado de ninguna manera. Honro tu sueño, y lo veo como un sueño. Por supuesto, estoy abierto a explorar tu experiencia contigo, y estoy abierto a redescubrir eso que ya está completo, dentro de esa experiencia. Veo claramente que el todo ya está allí, en todos los aspectos de tu experiencia con los que te encuentras en guerra ahora, y todo de lo que huyes, en cada pensamiento, sensación o sentimiento que te parecen inaceptables ahora. Así que arrojemos luz sobre las varias formas de búsqueda en tu experiencia, expongámonos a los aspectos sutiles y no tan sutiles con los que te encuentras en guerra en este momento, y en esa luz, en esa exposición, descubramos juntos la curación eterna que tú eres, que yo soy”.

“Yo no estoy aquí para curarte. En ese sentido, no soy un ‘terapeuta’ en absoluto, eso es sólo un papel que estoy jugando en este momento. Mantengo ese rol muy, muy ligeramente. La verdad es que estoy aquí para ir a la aventura contigo. Una aventura conmigo mismo, porque todo es la misma mente, todo es el mismo buscador, al final. Somos exploradores de la experiencia, ya curados, una luz que brilla buscando curación, dándose cuenta de que esta búsqueda no es necesaria. No la negamos, pero tampoco la alimentamos. No negamos el sueño, pero tampoco estamos aquí para satisfacerlo. Simplemente nos juntamos para ver a través de la ‘ilusión’”.

El terapeuta reconoce que, en última instancia, él o ella no es un “terapeuta” en absoluto. Como el espacio abierto, la amplitud en la que todos los pensamientos, sensaciones, sentimientos y sonidos vienen y van, no hay una identidad fija, y ningún rol te puede definir. Un “terapeuta” no puede curar a un “cliente”, ya que ambos, “terapeuta” y “cliente” son simplemente roles temporales que se interpretan en esta conciencia abierta —y estos roles no son lo que realmente somos—. Por eso mantenemos estos roles muy, muy ligeramente.

“Yo” no “te” puedo curar, porque la curación es el espacio en el que la división dualista del “yo” y el “tú” surge en primer lugar. Y así, ya no hay ninguna presión sobre el terapeuta para “curar al cliente”. Recuerdo que durante mi formación en terapia, mis compañeros se agotaban con la creencia de que eran personalmente responsables de la curación de sus clientes. Y, ¡oh!, ¡el pánico que se producía cuando los clientes no aparecían! Cuando se te identifica como “terapeuta”, que tu cliente no aparezca pone en peligro tu identidad. Pero visto desde esta nueva perspectiva, la carga de la curación ya no descansa sobre los hombros de nadie, y el cliente ya no representa una amenaza para la identidad del terapeuta. En otras palabras, el terapeuta sabe que la curación ya está presente, incluso antes de que el cliente comience a hablar. La sesión de terapia se convierte simplemente en una danza dentro de la totalidad. No se trata de arreglar al cliente, ni de demostrar tu valía como terapeuta, sino que se trata de bailar con el otro mientras el eterno momento de la curación brilla. Bailamos, juntos, en la totalidad.

El cliente puede ir a terapia a sanarse y en la terapia, él o ella pueden llegar a darse cuenta de que la curación no es necesaria —porque lo que realmente son ya está curado (totalmente), y siempre lo ha estado—. Incluso a través de todas las experiencias traumáticas de la vida, ya había algo que era todo, y que nunca fue dañado o traumatizado por esas experiencias. Las experiencias pueden ser traumáticas, pero nadie, en última instancia, se traumatiza. Lo que eres no puede ser dañado, no puede ser roto, no puede ser destruido, no puede morir. La vida ya está curada, y en algún nivel, incluso los clientes más “heridos” lo saben. Y así, en terapia, no se habla al “yo herido” —hablamos a eso que ya sabe que no está herido. Hablamos con la que ya está curado—.

Cualquier terapia que no reconoce la naturaleza ya sanada de la vida simplemente alimentará la búsqueda, mantendrá al cliente dependiente del terapeuta —y viceversa—, mantendrá tanto al cliente como al terapeuta atrapado en el sueño de la separación, y hará de la verdadera curación una meta lejana. Cualquier terapeuta que no reconoce que un “terapeuta” —en el sentido de “uno que puede curar a otro”— no es lo que él o ella realmente es, simplemente mantendrá al cliente atrapado en su sueño de “cliente” —como en el de, “uno que está a la espera de curarse, que está roto”—.

Pero el terapeuta que reconoce que no es realmente un “terapeuta” en absoluto, que no es más que el espacio abierto en el que “terapeuta” surge, que los terapeutas, como espacio abierto, son iguales al espacio abierto en el que el “cliente” surge, que ellos, como espacio abierto, ya están curados, al igual que su “cliente” ya está curado: este terapeuta ya no se esconde detrás de su papel como terapeuta. Ya no están usando su identidad profesional para defenderse de una relación verdadera, auténtica e íntima. Ellos ya no tienen miedo a enfrentarse incluso al “yo” más “dañado”, porque ya no lo ven como “otro”. Y por tanto son libres de zambullirse, de cabeza, sin miedo, en el dolor del paciente, que es su propio dolor. Nos encontramos en nuestra rotura mutua, y a eso lo llamamos amor.

“Terapeuta” y “cliente” se desprenden, para revelar una intimidad total. Esto, diría yo, es de lo que trata realmente la terapia —ir más allá de los roles, los juegos, las creencias y las ideologías que aparentemente nos separan, y encontrarse, encontrarse verdaderamente, en la intimidad, en la desnudez—. El terapeuta se despoja de sus ropas de “terapeuta», metafóricamente hablando, y se desnuda frente a su cliente. No fingen “saber” cómo ayudar al cliente, ya que en esta desnudez, son tan vulnerables, tan indefensos, tan abiertos a la vida como su cliente. Se reúnen con el cliente en este no-saber. Bajo todos los roles, los juegos, las normas sociales, el juego imaginario de “terapeuta” y “cliente”, este no-saber brilla, siempre. Es donde todo empieza y donde todo termina.

Un terapeuta verdadero admite que no sabe, y se encuentra ahí con su cliente. No saben, y su cliente no sabe, y ahí, justo ahí, está la intimidad. Y desde ese lugar de intimidad, empiezan a explorar. La exploración es entonces una danza en la intimidad. No es el intento de llegar a la intimidad, en el tiempo, a través de la exploración —pues la verdadera exploración sucede en la intimidad—. Así no es una exploración que viene de la búsqueda. Viene de la fascinación. En la fascinación, exploramos la naturaleza de buscar juntos. En la fascinación, arrojamos luz sobre el trabajo de la mente (pensamiento). Nos fijamos en las formas en que tú (yo) nos escapamos de ciertas experiencias. Cómo nos escapamos de sentir ciertos sentimientos. Cómo nos hemos terminado perdiendo en los deberías y no deberías. Cómo hemos estado buscando el amor cuando el amor ya estaba aquí. Cómo hemos estado buscando la intimidad cuando la intimidad ya está aquí. Cómo nos hemos aferrado a una imagen falsa de nosotros mismos, cuando en realidad somos simplemente el espacio en el que todas esas imágenes aparecen. Todo, literalmente todo —el mundo en su totalidad— puede aparecer en esta intimidad, y la terapia es el espacio en el que podemos arrojar luz sobre todo ello. Literalmente todo ello. El mundo sale a recibirnos en la terapia, y nada se oculta. Todo está permitido en este espacio. Todo tiene luz aquí. Todo está iluminado.

El espacio de la terapia es el espacio en el que estamos. Así que, al final, la terapia no es algo que sucede en una habitación, a veces, entre dos o más personas. No es algo que sucede cuando un terapeuta y un cliente se juntan y empiezan a hablar sobre los problemas de la vida. La terapia no es algo que hacemos —es lo que ya somos—. Y esto está siempre disponible para ser descubierto. Aparentemente dos personas están haciendo este descubrimiento juntos, cuando al final, es la misma idea de “dos personas” que se derrumba en este descubrimiento. En esta intimidad, ¿quién cura a quién? ¿El terapeuta sana al cliente? Bueno, podría ser igual de cierto que decir que el cliente sana el terapeuta. El cliente destruye al terapeuta, con fascinación, en el amor. Es la humildad total en presencia de otro ser humano. Es ver —ver realmente quién y qué está enfrente de ti—. Y ser visto como consecuencia. Estar expuesto. Ser, al descubierto.

Una vez estaba hablando con una mujer que estaba a punto de dejar a su marido y mudarse a un apartamento por su cuenta. Nunca antes había vivido sola y estaba aterrada. Había ido a terapeuta tras terapeuta, todos los cuales habían intentado, de una forma u otra, para ayudarla, para sanarla, hacerle las cosas más fáciles, cambiarla de alguna manera. Nada había funcionado, y sus temores habían crecido hasta el punto que su vida se había convirtiendo en imposible de vivir. Me contaba una historia tras otra sobre sus miedos, sus preocupaciones, sus ansiedades sobre el futuro. No había dormido en tres meses, dijo. No comía. Se estaba volviendo dependiente a las pastillas. Repetía una y otra vez “No sé qué va a ser de mí. No sé ”, mientras se balanceaba hacia atrás y hacia adelante en su silla. Me senté allí, escuchándola, interesado. No tenía respuestas. Yo tampoco sabía lo que le iba a pasar. Estoy tan desamparado como ella frente a la vida. No podía prometerle que todo iba a ir bien. No podía prometerle nada de hecho. Toda mi formación como terapeuta no significaba nada enfrente de este no-saber. Ninguna técnica, ninguna teoría, ningún conjunto de directrices puede durar en el fuego de esta ignorancia. Como espacio abierto, vivo en el no-saber, al igual que ella. No sé qué va a pasar. Ser un “terapeuta” no me da ninguna visión especial sobre los misterios del tiempo.

La miré a los ojos y me limité a decir, con toda honestidad: “Yo tampoco lo sé. Realmente no lo sé”. Ella se quedó en silencio, se dejó caer en su silla, y nos sentamos en silencio durante el resto de la sesión. No se presentó la semana siguiente a su sesión ni a las tres siguientes. Mi supervisor estaba preocupado, y trató de analizarlo todo, pero yo simplemente confié en la experiencia. Un mes más tarde, mi cliente volvió. Ella parecía diferente. De algún modo más viva, más en su cuerpo, más en la tierra, más descansada. Ella me dijo lo útil que nuestra sesión anterior había sido, cómo algo en ella se había relajado profundamente desde entonces, cómo se había dado cuenta de que no saber estaba bien, y que no necesitaba ninguna respuesta, ningún apoyo, ningún terapeuta. Simplemente tenía que zambullirse de cabeza en la vida, sin muletas, y experimentarlo todo. Era algo que nunca había considerado antes —que todo estaba bien como estaba—. Por una vez en su vida había experimentado estar en presencia de alguien que no había intentado arreglarla. Le pareció ser suficiente —por el momento—.

Yo sabía que no había hecho nada. Simplemente la había encontrado en la verdad. Yo no sabía. Ella no sabía. No había fingido saber. ¡Ni siquiera había fingido ser un terapeuta! Y sin embargo, allí nos encontramos, desnudos, más allá de nuestros roles, a pesar de nuestros roles. Desnudos, enfrente de la vida. Allí, en el no-saber. Solos, juntos. Todo. Sanados.

En la terapia de verdad, el terapeuta no cura el cliente. Eso no es posible. Tal vez sería más exacto decir que, en una verdadera terapia, el cliente sana al terapeuta. El terapeuta se despoja de sus roles falsos, sus juegos, sus defensas, su actitud de “yo sé”, y aprende a permanecer desnudo frente a otro ser humano. El terapeuta muere, y allí, la verdadera terapia puede comenzar.

Deje que tu cliente te sane. No te van a enseñar esto en tu programa de psicoterapia. Algunos dirán que estás loco. Algunos pueden decir que eres irremediablemente ingenuo. Algunos pueden simplemente decir que eres un mal terapeuta. Pero cuando descubres quién eres en realidad, todo tiene un sentido perfecto.

~ Jeff Foster

Gracias a la traducción de Teresa Candal Devesa

Tomado de la página de Facebook de Jeff Foster en español.

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Jeff Foster estudió astrofísica en la Universidad de Cambridge. Cuanto tenía veintitantos años, luego de un largo periodo de depresión y enfermedad, se volvió adicto a la idea de “iluminación espiritual” y se embarcó en una travesía espiritual intensa en busca de la verdad última de la existencia.

Su búsqueda espiritual se derrumbó con el claro reconocimiento de la naturaleza no dual de todo, y con el descubrimiento de lo extraordinario en lo ordinario. En la claridad de esta visión, la vida se volvió lo que siempre fue: íntima, abierta, amorosa y espontánea, y Jeff quedó con un entendimiento profundo de la ilusión que subyace al todo el sufrimiento humano, y con un amor por el momento presente.

Actualmente Jeff realiza reuniones, retiros y sesiones privadas uno a uno alrededor del mundo, en las que, de manera gentil guía a la gente de vuelta a la aceptación profunda inherente al momento presente.

Para más información, puedes consultar su página web.