Al presenciar actos crueles o abusivos, o al ver cómo destruimos los preciosos recursos naturales de nuestro planeta, es normal que muchos sintamos rabia contra aquellos que percibimos como los culpables: los asesinos, los corruptos, los inconscientes.
Sin embargo, vale la pena preguntarnos: ¿adoptar esa actitud ayuda a resolver los problemas que percibimos o, por el contrario, nos convierte en réplicas de aquel mal del que tanto nos quejamos?
Cuando nos sentimos indignados y furiosos, cuando juzgamos a quienes cometen abusos y deseamos castigarlos, cuando nos resentimos, ¿creamos en nosotros una energía elevada a partir de la cual pueda surgir una acción elevada para hacerle frente a los problemas, o, por el contrario, nos ponemos densos y pesimistas, nos desconectamos de nuestra sabiduría más elevada y tendemos a esparcir amargura a nuestro alrededor?
Parece correcto odiar un acto insconsciente y dañino. Sin embargo, ese odio tiene más probabilidades de generar actos parecidos a aquel que juzgamos que de ayudar a encontrar remedios efectivos.
Odiar no ayuda a remediar nada, y dejar de odiar y de juzgar no implica condonar comportamientos inconscientes ni permanecer pasivos ante estos.
La mejor manera de comenzar a cambiar el mundo es dejar de juzgarlo y de odiarlo y comenzar a amarlo y a percibirlo con compasión.
Una mente en paz e inundada de amor tendrá más posibilidades de encontrar las respuestas.
No sé cuál sea la solución específica a los problemas que ves en el mundo. Sé, sin embargo, que dejar de condenar en tu mente y dejar de odiar será el comienzo de un cambio profundo y verdadero. Y a eso es a lo que te invito.
Antes de ponerte las botas y salir a marchar y a luchar y a defender y a denunciar, antes de todo eso (o, al menos, al mismo tiempo que haces todo eso), sana tu corazón y perdona al mundo. Ese es el regalo más sanador y transformador que nos puedes hacer a todos.
Suscríbete a mi blog y recibe en tu correo cada una de mis reflexiones.
Excelente!
Me gustaLe gusta a 1 persona