Lo que vemos en las televisión, en YouTube y en nuestras diferentes redes sociales modifica la forma como percibimos el mundo, modifica nuestras expectativas y nuestras prioridades. En consecuencia, modifica nuestras creencias. Pero nuestras creencias dan lugar a nuestras acciones, y con nuestras acciones vamos moldeando el mundo en el que nos encontramos. Por tanto, los medios de comunicación inciden en el estado del mundo, lo cambian, lo moldean.
Así pues, los medios de comunicación no sólo son un reflejo del mundo, sino que además contribuyen a crearlo.
Pero, ¿quiénes son los medios de comunicación?
Anteriormente, los medios de comunicación estaban en unas pocas manos, pues la infraestructura necesaria para esparcir un mensaje masivamente era muy costosa. Hoy en día, en cambio, el poder de comunicar está en las manos de todos, literalmente. El artefacto que tienes en tus manos en este momento te da el poder de comunicar, de decirle al mundo lo que piensas.
Nunca antes había sido tan fácil compartir ideas. El que estés leyendo lo que escribo, probablemente desde otro país, es algo increíble. Medio siglo atrás hubiera sido muy costoso para mí compartir esta idea contigo.
Por tanto, el poder de cambiar al mundo a través de las ideas está en las manos de todos. Ya no somos consumidores pasivos de información. Somo lo que se denomina prosumidores. Nuestra capacidad de consumir información es casi tan alta como nuestra capacidad para producirla.
Vale la pena preguntarnos, entonces, qué información estamos esparciendo. Sobre qué estamos llamando la atención. Qué aspectos de la realidad estamos resaltando a través de nuestros teléfonos inteligentes.
Ante todo, el papel de los medios es llamar la atención sobre algún aspecto de la realidad, aquello que se considera importante. Y, usualmente, se ha tendido a llamar la atención sobre las cosas malas que suceden, sobre los problemas, sobre los actos inconscientes.
Ver el mal que causan los demás, ver lo enfermos que están y lo insconscientes que son puede ser satisfactorio para el ego. Así se siente mejor que ellos y, además, tiene algo sobre lo que quejarse, actividad que le encanta y lo fortalece. Es igual que ver el malo de una novela y tener la satisfacción de repudiarlo y de sentir que somos «mejores» que él.
Además, sentimos placer al dar malas noticias, pues sabemos que los demás nos prestarán atención inmediata. Y entre peores sean las noticias, mayor será la atención.
Así, muchos tenemos la tendencia a consumir malas noticias y a usar nuestra capacidad para difundir información para amplificarlas y darles importancia.
Pero lo cierto es que poner nuestra atención en lo que está mal no nos ayuda a crear el mundo que queremos.
Imagina dos salones de clase de tercero de primaria elemental. En uno de estos, el profesor pone una luz sobre aquellos chicos que son groseros y agresivos con sus compañeros, y además las sillas están dispuestas para que todos estén mirando a aquellos chicos inconscientes. En el otro salón, el profesor no les da importancia a los chicos groseros, invita a los demás niños a que los ignoren y apacigua sus acciones inconscientes sin darles importancia. En ese salón, la luz está sobre aquellos chicos que son un buen ejemplo para los demás. A ellos se les da importancia, y las sillas están dispuestas para que todos vean cómo ellos se comportan e interactúan entre sí.
¿En cuál de los dos salones preferirías que tus hijos estudiaran? ¿Cuál de los dos ambientes crees que promueve un comportamiento más sano entre los niños? (este ejemplo fue tomado de un post de Seth Godin).
Así pues, vale la pena que te preguntes qué información consumes y qué información difundes. Pues al difundir ideas no sólo nos estás contando cómo es la realidad que ves, sino que estás contribuyendo a crear y reforzar esa realidad.
¿A qué le das importancia? ¿Qué quieres resaltar? ¿Sobre qué aspectos de la realidad estás posando tu atención y nos estás invitando a que posemos la nuestra? ¿Hacia dónde nos estás invitando a mirar?

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Buenísimo hermano!
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