Un trapecista oscila indeciso. No alcanza a ver bien y no sabe qué está a un lado y al otro. Cree que solo una de las opciones es correcta, y teme equivocarse.
De vez en cuando, se anima y salta, pero luego duda si fue la decisión correcta. ¿Habrá dejado pasar algo valioso? ¿Se estará dirigiendo hacia algún peligro que debería haber previsto y será castigado por no haber prestado suficiente atención?
Cuando al fin se atreve a saltar, una vez se encuentra en un nuevo lugar, surge el mismo problema: ¿Saltar otra vez o quedarse? ¿Hacia dónde? ¿Mejor devolverse?
Al observar su mente, comprende de repente lo futil de las preocupaciones. Se rinde al hecho de que no puede controlar el resultado de cada salto. En esa relajación, deja de oscilar, se aquieta. Se encuentra entonces suspendido en el silencio, sin mirar ya adelante o atrás. Ríe, pues se da cuenta de que es un juego, y se suelta.
Entonces su mundo se transforma. Ya no es un trapecista indeciso que oscila entre polos opuestos. Ahora fluye como un delfín que se deja llevar suavemente por la corriente. Hay movimientos, pero no hay lucha. Es un simple colaborar con el flujo natural del agua.
El paisaje es bello ahora. Sin embargo, a pesar de que las formas siempre son diferentes, al cabo de un rato el viajero se da cuenta de que, en el fondo, todas son lo mismo. Así pues, ve que en realidad no está viajando hacia ningún lado. Parece moverse mucho, pero siempre ha estado en el mismo lugar. Los cambios aparentes, las diferentes orillas, las piedras en el fondo del agua, todo eso que parece ser diferente es solo una ilusión. Entonces, de nuevo, ríe, pues se da cuenta de que es un juego, y así cierra los ojos y se permite descansar.
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de verdad excelente escrito me llego al fondo total
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Excelente el escrito me llego al fondo
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🙂🙌✌
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