Un sueño de perdón

No hay nada que perdonar.

Sin embargo, te perdono, pues la ilusión de que estamos separados me duele.

Por eso, te perdono por lo que no me hiciste.

Te perdono por lo que soñé que me habías hecho.

Me perdono por mis fantasías, en las que te percibí como si fueras mi enemigo, como si pudieras y quisieras hacerme daño.

Me perdono por el sueño en el que caminamos separados.

Me perdono por el sueño en el que puedo vivir aunque tú mueras.

Me perdono por el sueño en el que puedo ser feliz aunque tú seas desgraciado.

Me perdono por el sueño en el que puedo ganar aunque tú pierdas.

Me perdono porel sueño en el que puedo ser bueno mientras tú eres malo.

Me perdono por el sueño en el que puedo salvarme aunque tú seas condenado.

Me perdono por haber creído que soy mejor que tú.

Me perdono por haberte temido al pensar que eras mejor que yo.

Ahora elijo ver que todo lo que hago lo haces tú también.

Ahora elijo ver que todos tus defectos son mis defectos y todos tus logros son mis logros.

Ahora elijo que todas tus caídas son mis caídas.

Ahora elijo ver en ti sólo la luz, que es mi propia luz.

Ahora elijo vernos caminando tomados siempre de la mano, siempre uno solo.

Ahora elijo caminar de tu mano, así en las apariencias ilusorias de mi sueño te presentes como un desconocido.

Ahora elijo levantar el velo de los resentimientos tras el cual se esconde nuestra unidad.

Ahora elijo dejar ir el pasado y verte sólo como siempre has sido ahora.

Ahora elijo ver mi perfección reflejada en ti.

Ahora elijo mi corazón, que es tu corazón, que es el corazón del Universo, que es el corazón de Dios, que es lo único que existe.

Si Dios sólo tiene un corazón, y es eterno, y ése es tu corazón, y ése es mi corazón, entonces no podemos sino ser uno sólo por siempre.

Elijo ahora conectarme con ese corazón y conectarme así contigo y conectarme así con Dios y conectarme así conmigo mismo.

Gracias por tu luz.

Gracias por tu bondad.

Gracias por el amor que desbordas.

Gracias por tu perdón.

Gracias por tu paciencia.

Gracias por estar ahí siempre para recordarme el camino.

Gracias a mí que soy tú que eres la luz eterna que somos al ser uno con nuestro Padre.

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Elige nacer de nuevo ahora

Uno de mis ejercicios favorito de Un Curso de Milagros consiste en parar cada hora durante 5 minutos y elegir tener una consciencia radiante y la luz y la paz, sin importar lo que haya sucedido en la hora anterior.

Normalmente, nuestro estado interior depende del pasado. Si la última hora ha estado llena de buenos momentos y de encuentros agradables, nos sentimos bien; si, por el contrario, hemos estado llenos de pensamientos de angustia y miedo, lo más probable es que nos sintamos mal. Lo que Un Curso de Milagros nos enseña es que esto no tiene por qué ser así. El pasado sólo puede afectar al presente y al futuro en la medida en que lo permitamos. En realidad, la calidad de este momento sólo depende de lo que elijamos ahora, justo ahora.

Como constantemente le damos poder al pasado, éste afecta el presente y determina el futuro. Parece lógico, pero no lo es. Desde la lógica de Un Curso de Milagros, el pasado no tiene ningún poder porque no existe, y lo que no existe no puede tener efectos.

Así pues, no importa lo que hayas experimentado ayer o la última hora o los últimos cinco minutos. Este momento depende de lo que elijas ahora. Puedes elegir recordar y traer a tu memoria lo que te duele o puedes elegir ver la luz que siempre está en ti ahora. Tu poder para decidir y para crear tu realidad es mucho más basto y profundo de lo que imaginas.

Te invito a que comiences a practicar. Detente cada tanto y elige tu estado interno sin ninguna consideración con respecto a lo que ha sucedido antes. Elige nacer de nuevo a cada instante, elige nacer completamente radiante y puro, completamente fresco. Y así, verás al mundo también nacer de nuevo contigo, y verás a tur hermanos frescos y nuevos, sin pasado. Entonces no podrás albergar resentimientos ni culpa, pues estos siempre dependen de que le des realidad al pasado.

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Cómo vivir en el mundo real

Dos personas viviendo en la misma ciudad, en el mismo barrio y en las mismas circunstancias pueden estar una en el Cielo y la otra en el infierno.

En la medida en que interpretamos la realidad de acuerdo con nuestro estado interior, ésta se convierte en un espejo que refleja nuestro estado de consciencia.

La mayoría de nosotros vivimos aún en el infierno, en cierta medida, una buena parte del tiempo. Vivimos en un mundo que percibimos como malvado, amenazante y cruel.

En palabras de Un Curso de Milagros, el Cielo en la tierra, que es lo que allí se llama «el mundo real», es el mundo visto a través de los ojos del Espíritu Santo. Esos ojos sólo ven lo real y, por tanto, sólo ven el amor.

Desde la perspectiva del Espíritu Santo, sólo hay dos formas de interpretar lo que un hermano hace: como una muestra de amor o como una petición de amor.

Así pues, el asesino en serie, el abusador de niños, el hombre que te acaba de robar en la calle y el político corrupto sólo están pidiendo desesperadamente amor. Es una forma profundamente inconsciente de decir: «por favor, ayúdame, estoy perdido de mí mismo, he olvidado lo que es el amor y en consecuencia me he propuesto buscarlo de las maneras más absurdas».

Donde el ego ve un enemigo que merece ser destruido, el Espíritu Santo, la Voz que habla desde lo más profundo de tu corazón, sólo ve un hermano que está dormido y necesita de tu amor para despertar.

Ver a través de esos ojos es lo mismo que perdonar de verdad.

Esto puede ser muy difícil, sobre todo cuando presenciamos acciones que juzgamos y resentimos profundamente. De hecho, en esas condiciones es imposible. Nuestros juicios nos impiden escuchar esa Voz y ver a través de esos Ojos, la Voz y los Ojos de nuestro corazón.

En consecuencia, cambiar nuestra percepción implica aprender a soltar los juicios y dejar ir los resentimientos. Esa es la práctica espiritual más importante en el despertar.

Ayuda mucho, para esto, saber que no somos diferentes de aquello que vemos, no estamos separados. Muy probablemente en otra vida hayamos pasado por etapas evolutivas muy similares a aquellas que ahora condenamos como aberraciones. Muy probablemente eso que juzgamos esté presente aún en lo profundo de nuestros deseos o pensamientos, así nuestra consciencia se haya elevado lo suficiente como para evitar que esas semillas de inconsciencia se manifiesten en la realidad. Sea como sea, no somos mejores que eso que vemos. Somos eso que vemos.

Se trata, pues, de un viaje de perdonarnos a nosotros mismos, lo que equivale a perdonar al mundo, una vez reconocemos que somos Uno.

A través de este perdón podremos ver lo que Un Curso de Milagros llama «el mundo real», que no es más que el mundo visto a través de los ojos del Amor.

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Autosabotaje

Llevas cinco años preparándote para ese gran trabajo. El día se acerca. Has pasado por muchos retos, has crecido, te has superado. Estás listo. Te da un poco de miedo, pero estás listo.

Como estás un poco ansioso, el día anterior a la entrevista te vas a tomar unas copas. De repente no quieres parar y te embriagas hasta el fondo. Al otro día no te levantas. Pierdes la oportunidad. Tienes ahora algo más para añadir a la lista de cosas odias y resientes de ti.

De alguna u otra forma, creo que todos hemos tenido momentos de autosabotaje. ¿De dónde viene esta tendencia a hacernos zancadilla pocos metros antes de la meta?

Merecer

Una parte tiene que ver con la creencia de que no merecemos. En el fondo, muchos de nosotros creemos que no merecemos el amor, la abundancia, la felicidad y la plenitud que la vida puede darnos. Esta creencia, a su vez, se fundamenta en la idea de que hay algo malo con nosotros, una mancha oculta y profunda que nos hace indignos de todas las cosas buenas.

En consecuencia, una de las claves para dejar de sabotearnos es reconocer que no hay nada malo con nosotros y que por tanto merecemos ser felices.

La comodidad de estar en ruinas

Otro elemento que influye al momento de sabotearnos, al menos en mi experiencia, es la tendencia a mantenernos a toda costa en la zona de confort.

En la novela Héroes, el escritor Ray Lóriga describe de manera hermosa ese estado:

«Estar bien es una especie de carga, estar bien significa estar dispuesto y ese estado te lleva inevitablemente a algún tipo de enfrentamiento. Es como extender dos brazos fuertes y sanos cuando a tu alrededor se están construyendo pirámides; es raro que no te caiga alguna piedra. Estar mal, en cambio, es estar tranquilo, tan tranquilo como una fortaleza quemada en la mitad de una guerra. Alejado de todos los retos, de todas las obligaciones».

Leí esa novela cuando era un postadolescente y me cautivó porque me sentí plenamente identificado con el protagonista: un joven que no se atreve a salir de su habitación porque está muerto de miedo y porque allí está muy cómodo, «alejado de todos los retos, de todas las obligaciones».

En ese entonces mi mayor miedo eran las mujeres. Y la forma como evadía ese reto era estando mal continuamente, pues el malestar me mantenía alejado de cualquier «tipo de enfrentamiento». Cuando comenzaba a tener demasiados días buenos seguidos y empezaba a brillar con demasiada fuerza, rápidamente recurría a algún hábito autodestructivo para hundirme de nuevo en la oscuridad, no fuera a ser que alguna mujer se acercara a mí a causa de mi luz y me obligara a atravezar mis miedos; no fuera a ser que me cayera alguna piedra encima.

Ahora mis miedos han cambiado, pero cada tanto me veo recurriendo de nuevo al autosabotaje para evitar los retos que inevitablemente llegarán si crezco, maduro y le permito a la vida traerme aquello que se encuentra en el siguiente nivel de mi viaje.

La ilusión del descanso en la muerte

A veces la vida misma se ve como el reto, como la carga pesada, como un camino lleno de espinas. Entonces pareciera que la manera más cómoda de proceder es dejando a un lado la vida. Y eso es lo que hace el jóven de la novela: se aisla por completo, cierra las puertas y las ventanas. Se deja llevar por la ilusión de que la muerte es sinónimo de paz.

Al respecto, me parece muy iluminador este pasaje de Un Curso de Milagros, uno de mis favoritos:

«Existe el riesgo de pensar que la muerte te puede brindar paz […]. Sin embargo, una cosa nunca puede ser igual a su opuesto. Y la muerte es lo opuesto de la paz, pues es lo opuesto de la vida. Y la vida es paz.» (Cap. 27, VII, 10).

Es hermoso. La verdadera paz es plenitud, la plenitud vibrante de la vida. Y esa plenitud se encuentra saliendo del cuarto, mirando a los miedos de frente, siendo honestos con nosotros mismos, abriendo los brazos y recibiendo con amor las piedras que puedan caer. La plenitud es crecer, evolucionar. Y por supuesto que a los ojos del ego esto es incómodo. Implica correr riesgos, asumir responsabilidades, abrirnos a la posibilidad de ser rechazados, de quedar mal frente a los demás, de cometer grandes errores.

Cuando te des cuenta de que te estás saboteando para mantenerte en la comodidad de una fortaleza quemada en la mitad de una guerra, sé consciente de que allí realmente no mora la paz que buscas. Esa paz se encuentra al otro lado de las puertas y los muros con los que has decidido protegerte de la vida. Si quieres paz, no te protejas de los riesgos de la vida. Abre los brazos y permite que venga completa, con sus desafíos y transformaciones. Allí encontrarás la verdadera paz, la paz viva, la paz que es tu verdadera naturaleza.

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Tal vez sí somos eso

Hace un tiempo publiqué una frase que decía que aquello que no nos gusta de los demás está en nosotros. Alguien me contestó molesto que no estaba de acuerdo con la frase, pues lo habían robado y él no era un ladrón.

Puedo estar equivocado. Tal vez esa persona tiene razón. Pero quiero compartir lo que creo al respecto.

Creo que todo, absolutamente todo, está dentro nuestro. Hitler está dentro nuestro, el abusador de niños está dentro nuestro, el político corrupto está dentro nuestro, el ladrón callejero está dentro nuestro, la persona que más repudiamos en el mundo está dentro nuestro. No estamos separados.

Comprendo, claro, que esta idea puede parecer absurda. Al fin y al cabo, la idea de que estamos separados permea el mundo y configura nuestra manera de ver. Es lo que hemos aprendido.

La proyección

Este es uno de los trucos fundamentales del ego y es la razón por la que creemos que nosotros no somos eso que juzgamos.

Proyectar es poner afuera aquello que juzgamos, verlo en los demás para así creer que no está en nosotros y que, por tanto, no es nuestra responsabilidad.

La proyección es la estrategia con la que se mantiene la ilusión de que estamos separados.

Cuando proyectamos, el ataque queda justificado y parece una buena estrategia. Pues, si el problema es el otro y no yo, ¿no sería acaso la solución destruir o cambiar al otro, mientras yo permanezco como soy? Y ¿no es este el comienzo de las guerras?

A partir de esta creencia se justifica la idea de que destruir aquello que consideramos malo fuera de nosotros es una forma sabia de resolver los conflictos. Esta es una idea que se expresa repetidamente en las películas y las historias que hemos leído y oído desde que somos pequeños. El héroe mata al villano y entonces surgen la paz y la esperanza.

Cuando reconocemos que lo que vemos afuera realmente está dentro de nosotros y simplemente lo estamos proyectando, destruir al otro deja de parecer una estrategia sabia, pues equivale a tirarle una piedra al espejo porque no nos gusta el reflejo que vemos en él.

«Pero yo no soy eso»

Eso dice el ego. Con honestidad cree que no es eso que ve afuera de sí mismo. Está completamente convencido. Y tiene que estar convencido de que no es eso, pues reconocer la unidad con lo que lo rodea socavaría su identidad separada, que es finalmente lo que el ego cree ser: un ente separado y diferente de todo lo que lo rodea.

Y es difícil ver en nosotros la violencia, ver en nosotros el deseo de destruir y abusar, el odio, la codicia, la pereza. En fin, es difícil reconocer que aquello que juzgamos está en nosotros. Y, mientras lo juzguemos, será difícil verlo en nosotros, pues al juzgarlo el impulso natural es rechazarlo.

Cuando dejamos de lado los juicios, nos permitimos ver que somos eso. Y esto no implica condonar ni caer en esos comportamientos. Todo lo contrario. Cuando el juicio se va, surgen la aceptación y el amor. Y el amor sana, abraza, cuida. Cuando reconocemos que estamos enfermos, comenzamos a cuidarnos y comenzamos a sanar.

El perdón

El perdón implica dejar de condenar, dejar de juzgar. El perdón es el deshacimiento de la separación y el recuerdo de que estamos unidos. Perdonar es restablecer la unidad.

Cuando vemos que somos eso que está afuera, dejamos de juzgarlo. La unidad va de la mano del amor.

Si dejamos de verlo afuera pero seguimos juzgándolo en nosotros, la separación permanece. Entonces una parte nuestra se ve separada de otra parte de nosotros y el truco se repite, sólo que ya no proyectamos afuera sino adentro de nosotros. En los casos extremos, esto se convierte en la esquizofrenia y en una locura en la que tratamos de destruirnos a nosotros mismos en un intento demente de erradicar el mal del mundo, que percibimos ahora adentro nuestro.

Esto pasa a veces con algunos caminos de crecimiento personal. Al seguirlos, aminoran aparentemente los juicios contra el mundo, pero comenzamos a latigarnos a nosotros mismos y nos cargamos de culpa.

El perdón verdadero, la unidad verdadera, implica que ya no hay una parte que juzgue a otra, pues ya no hay dos.

Cuando perdono, quiero solo darte amor, pues en mi cordura quiero sanar. Si veo en ti algo que no me gusta, te agradezco por mostrarme la herida que aún debemos sanar ambos. Ya no lo juzgo en ti ni lo juzgo en mí. Ahora nos amo a ambos.

Solo podemos entrar juntos

En Un Curso de Milagros dice algo muy hermoso. Allí Jesús señala que solo podemos despertar al tiempo. Algunos parecemos estar más avanzados que otros, Él parece estar más avanzado que nosotros en su camino de regreso al Padre, pero esas diferencias son solo una ilusión, pues somos uno. Dice entonces que nadie podrá entrar al Cielo (es decir, despertar a su verdadera naturaleza) completamente mientras otro de sus hermanos esté dormido. Dice por tanto que Él espera pacientemente por nosotros a las puertas del Cielo, pues él no puede cruzar sin nosotros. O cruzamos todos o no cruza nadie, lo que es obvio si se acepta que somos Uno. De ahí provienen su infinito amor, su infinita compasión, su infinita confianza en nosotros y su infinita paciencia.

Cada maestro que ha comenzado a despertar no puede sino seguir despertando a sus hermanos, lo que no es más que el siguiente paso en su propio despertar.

Así mismo, cada vez que alguien despierta un poco, todos despertamos un poco. Cada vez que alguien sana, sanamos todos. Cada vez que alguien perdona y se perdona, todos perdonamos y nos perdomanos un poco.

Asumir responsabilidad

Uno de los mantras más poderosos que tiene la maestra Isha Judd es

Om responsabilidad, yo soy eso.

Esta es una forma de señalar que asumir responsabilidad implica reconocer que no hay nada que no esté en nosotros.

Esta es solo una invitación a ver cada cosa que juzgamos en los demás como una oportunidad de sanar nuestra separación.

Y esa separación y esos juicios toman muchas formas. Cada vez que nos creemos mejores que alguien, tenemos una oportunidad para sanar nuestra separación. Cada vez que despreciamos a alguien, que sentimos envidia por alguien, que peleamos en nuestra cabeza con alguien, que tenemos la necesidad de demostrarle a alguien que está equivocado, cada vez que pasa alguna de estas cosas, es una oportunidad más para asumir responsabilidad y abrazar aquello que no nos gusta y que hemos proyectado afuera.

No se trata, claro, de que me creas porque sí lo que estoy diciendo. Solo te pido que te abras a la posibilidad, así sea un poco. La próxima vez que condenes a un hermano, verás que crees que eres diferente y mejor que él o que crees que él es tan malo como tú y que por tanto él o ambos merecen ser castigados.

En ese momento, la invitación es a considerar la siguiente posibilidad. ¿Qué tal si eso es solo una forma amorosa en la que la vida me está mostrando a través de mi hermano eso que ambos necesitamos sanar?, ¿qué tal si solo es una forma de la vida de señalar aquella parte nuestra que requiere amor? Entonces reconocemos que es un regalo, pues ciertamente es más fácil curar una herida en nuestra frente si tenemos un espejo a nuestra disposición.

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La primera piedra

Qué poderoso es ese pasaje de la Biblia en el que Jesús dice: «Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra».

Si observas con cuidado, tal vez te des cuenta de que todo el tiempo seguimos «tirando piedras.»

Cada vez que condenamos a alguien en nuestra mente por algo que hizo, le estamos tirando piedras.

Cada vez que juzgamos a alguien, lo convertimos en nuestro enemigo y justificamos nuestra ira contra él o ella.

Si ahora miras más profundo, muy probablemente verás que aquello por lo que condenamos a la otra persona también está en nosotros en alguna forma. Tal vez a veces hemos cometido la misma falta o errores que se parecen mucho a aquel que condenamos. Tal vez hemos deseado hacerlo e incluso nos hemos imaginado haciéndolo, así a veces nos hayamos reprimido. Si crees en otras vidas, puede que lo hayamos hecho en otras vidas aunque ahora no lo recordemos.

Cada vez que condenamos al otro, nos estamos condenando a nosotros mismos.

Cuando Jesús dijo «con la misma vara que midas serás medido» no se refería a una forma de venganza del universo. La verdad es que Dios nunca juzga ni condena. Somos solo nosotros los que nos juzgamos y condenamos. Y el marco mental con el cual vemos el mundo externo es el mismo marco mental con el que interpretamos nuestro interior. Por tanto, si juzgamos afuera, también nos juzgaremos a nosotros.

Comienza a perdonarte y perdonarás a los demás. Comienza a perdonar a los demás y podrás perdonarte. Aligera el látigo con el que azotas mentalmente a los demás por sus faltas y tu propia espalda se verá aliviada, pues es el mismo látigo con el que te laceras a ti mismo. Suelta el látigo por completo y liberarás a tus hermanos de la culpa y así encontrarás tu propia libertad y tu propia paz.

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El karma y los milagros

El karma no existe

No creo en el karma. Creo que es una ilusión: parece real, pero su realidad depende de que creamos en él.

¿Qué es el karma? La idea de que el pasado tiene poder sobre el presente. La idea de que lo que hiciste ayer, el año pasado o hace mil años en una vida anterior puede afectar tu experiencia presente.

El karma parece una idea justa. Lo que diste en el pasado es lo que recibes ahora. Parece correcto pensar así. Sin embargo, así no es la justicia de Dios, así no es la justicia del Universo, al menos según mis creencias.

Al Universo, a Dios, lo único que le importa es tu experiencia presente. Lo que crea tu realidad ahora es lo que tú eres ahora.

Un Curso de Milagros señala que lo único que puede tener consecuencias es lo que es real y que, por tanto, el pasado no puede tener consecuencias, pues no existe. Lo único que existe es el presente y, por tanto, lo único que puede tener efectos es el presente.

Esa es la enseñanza detrás de la parábola del hijo pródigo, y por eso es también que la moraleja de esa parábola parece injusta desde el punto de vista del karma. Hay dos hijos. Uno se quedó en la casa de su padre ayudándolo. El otro, el hijo pródigo, se fue y despilfarró los bienes de su padre. Cuando el hijo pródigo decide regresar a la casa de su padre, este lo recibe con una fiesta y lo colma de regalos. El hijo que se quedó ayudando se queja, pues la actitud de su padre le parece injusta. Al ver que han sacrificado al mejor cabrito para la fiesta de su hermano pródigo, le dice a su padre: «Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu herencia con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!». Pero el padre le responde: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado.» (Lucas, 15: 11-32).

Nada de resentimiento. El padre no castiga al hijo pródigo. No le pasa una cuenta de cobro por lo que despilfarró. No le pone una penitencia por la que deba pasar antes de recibirlo. Nada de eso. Simplemente lo recibe con los brazos abiertos y le ofrece un banquete en su honor.

Al padre no le importa el pasado; solo le importa que en este momento su hijo a decidido regresar a casa.

El karma sí existe

Por otra parte, hay que tener en cuenta que para la mayoría de nosotros el karma es real. Existe y opera como si fuera una ley del Universo.

¿Me estoy contradiciendo? Sí y no. Hay que hacer algunas precisiones.

Es real porque creemos en él. Creemos que el pasado es real. Y esa creencia en el pasado (creencia que existe en el presente) le da poder al pasado y hace que tenga efectos en el presente, como si en verdad el pasado existiera.

La creencia de que el pasado es real es parte del fundamento del ser ilusorio que creemos ser: el ego. El ego se construye a partir del pasado. No puede vivir sin él. Por eso procura hacerlo real.

Entendemos la ley de la causalidad de la forma tradicional porque nuestra experiencia nos demuestra que el pasado tiene efectos, pues comprobamos a diario que lo que hicimos ayer tiene consecuencias ahora. Ese es nuestro estado normal de consciencia. Nuestra ciencia se basa en esa idea. Nuestra tecnología está construida a partir de esa forma de entender el tiempo. Y seguramente ese será el estado de comprensión de nuestra especie por muchos años más. Pero hay otra manera de entender el tiempo. Es esta la invitación que nos hace Un Curso de Milagros.

El tiempo y los milagros

Los milagros rompen la aparente continuidad entre el pasado y el presente. En realidad no violan las leyes del universo. Por el contrario: muestran cuál es la verdadera ley que ha sido ocultada por las ilusiones. Esta ley establece que lo único que puede tener efectos es lo que es real. Lo irreal solo puede tener efectos en fantasías. Y dado que lo único que existe es este momento, lo único que puede tener efectos es este momento.

En otras palabras, el milagro disuelve la ilusión del tiempo y permite que la realidad se vea tal como es en la intemporalidad. El momento presente es real porque es la manifestación de la eternidad (que es lo único real) en nuestro plano de consciencia.

Al romper la continuidad del tiempo, los milagros generan efectos que parecen imposibles desde el punto de vista tradicional de la causalidad. Por eso parecen ser mágicos y maravillosos, cuando en realidad simplemente se ajustan a las verdaderas leyes de la creación.

Así pues, el karma existe en ilusiones, y es deshecho, al igual que todas las demás ilusiones, cuando se le da la entrada a la consciencia milagrosa.

Visto de esta manera, el milagro ahorra tiempo, como lo señala Un Curso de Milagros. Algo que se hubiera demorado en sanar durante años e incluso vidas completas de acuerdo con las leyes del karma, es sanado en un instante a través del milagro. El hijo pródigo hubiera demorado muchos años en deshacer sus errores y recuperar las riquezas de su padre de acuerdo con el karma; sin embargo, el amor de su padre, que es en sí el milagro, lo redime en un instante.

La función del milagro no es entonces violar las leyes de la naturaleza, sino simplemente deshacer las ilusiones. Y al deshacer la ilusión de que el pasado es real y tiene efectos, los milagros disuelven la ilusión del karma.

¿Cuál es la invitación?

Son varias.

Primero: dejar de tenerle miedo al pasado. No importa lo que hayas hecho, lo único que importa es lo que elijas ser en este momento.

Segundo: dejar actuar por miedo al futuro. Tradicionalmente, hacemos cosas «buenas» para ser recompensados en el futuro. Pero esto es una ilusión, pues el futuro no existe. Hagamos cosas buenas simplemente por la dicha de elegir nuestra versión más elevada en cada momento. Este momento ya es su propia recompensa. No necesitas la promesa de un premio en el tiempo para ser feliz.

Tercero: tomar consciencia de que el karma seguirá operando mientras sigamos creyendo en el pasado y el futuro. Y esta creencia no es algo intelectual. Es el fundamento de la realidad que hemos creado, de esta fantasía en la que parecemos vivir, cuyos pilares son el tiempo y el espacio, que en el fondo son la misma ilusión vista desde dos ángulos diferentes. En última instancia, deshacer esa creencia es deshacer la ilusión del mundo, y esto equivale a despertar a nuestra verdadera naturaleza atemporal. En otras palabras, deshacer el karma es igual a despertar. Así pues, la tercera invitación es la más importante de todas: la invitación a que despertemos a nuestro verdadero ser.

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La culpa, el ataque y el perdón

Hacer sentir culpable a alguien es una forma de venganza. La culpa es dolorosa; por tanto, al hacer que otro se sienta culpable lo estamos atacando. El verdadero perdón no pide culpa a cambio, pues no ataca. Atacar implica ausencia de perdón, y perdón implica ausencia de ataque.

Esto que acabo de decir es obvio. Lo que no es tan obvio es que cuando me siento culpable por lo que le he hecho a otra persona también la estoy atacando. Es decir: sentir culpa es una forma de atacar.

Sentirme culpable por lo que le hice a alguien es lo mismo que convertir a esa persona en la causa de mi culpa. En consecuencia, dado que la culpa implica sufrimiento, al sentirme culpable convierto al otro en la causa de mi dolor. Y esto es un ataque contra el otro.

Al hacer que el otro sea la causa de mi culpa y, por tanto, de mi dolor, ataco la realidad de esa persona. Le estoy diciendo que él puede herirme. Le estoy diciendo que es mi enemigo, ya que sufro por él. Le estoy diciendo, en últimas, que me ha herido y que por consiguiente también hay razones para que se sienta culpable. Si él comparte mi interpretación, se sentirá culpable y así mi ataque tendrá como fruto la culpa y el dolor de mi hermano.

Y esto es así tanto si me siento culpable en relación con otra persona como si me siento culpable por algo que me hice a mí mismo o si hice una acción que no afecta directamente a otra persona pero que está mal según mis creencias. Por ejemplo, si hago algo que creo que es malo porque creo que ofende a Dios, y me siento culpable por eso, convierto a Dios en mi enemigo en mi mente; lo convierto en la causa de mi sufrimiento. Por Su culpa es que siento culpa, pues son sus reglas las que han abierto la posibilidad de que yo me haga daño a mí mismo. Esto, por supuesto, es una locura que solo puede tener lugar en nuestras mentes. La vida jamás será nuestra enemiga. Dios jamás será nuestro enemigo ni nos pedirá que sintamos culpa por algo. La culpa es una enfermedad de la mente, no un reflejo de la justicia divina. La idea de que la justicia divina requiere de culpa y castigo es una locura. Dios nunca condena. Por tanto, nunca perdona, pues para perdonar es necesario primero haber condenado, como lo señala de manera hermosa Un Curso de Milagros. Es solo por nuestras creencias que sentimos culpa. Es solo nuestro perdón el que necesitamos.

***

El propósito de esta reflexión es invitarte a contemplar los efectos de la culpa. La culpa no solo no sirve para nada positivo, pues no arregla el pasado ni repara la herida, sino que además perpetúa el ciclo de ataque y contraataque.

En este punto es necesario hacer una advertencia: esta no es una invitación a sentirnos culpables por sentir culpa. Eso sería solo una locura que va en contra del propósito de esta reflexión, que es invitarnos a dejar la culpa de lado.

La culpa es de lo más normal que hay en nuestro actual estado de consciencia. Estamos programados para sentirnos culpables. Pues estamos programados para pensar que debemos ser castigados por lo que hacemos que juzgamos como malo. Creemos que debemos ser perdonados, que el perdón exige un pago a cambio, y que usualmente exige nuestro sufrimiento como pago. Esa es la idea del purgatorio: un lugar al que debemos ir a sufrir para poder expiar nuestros pecados.

Así, creemos que sentirnos culpables está bien, pues lo interpretamos como parte del castigo por el que debemos pasar para ser redimidos. Es esa misma idea de que Dios nos condena y exige nuestro sufrimiento a cambio de su perdón.

Por tanto, dadas nuestras creencias, nuestra cultura y nuestro estado actual de consciencia, sentir culpa es perfectamente normal. Es una enfermedad que debemos sanar, no una razón más para sentirnos culpables. Sentir culpa por sentir culpa sería como sentir culpa por tener dolor de cabeza. Sana, pero no te juzgues por estar enfermo.

Y esta posibilidad de sentir culpa por la culpa es algo común en los caminos espirituales. Hace parte de los juicios de segundo nivel, que le encantan al ego espiritual. Es así que, una vez se nos dice que dejemos de juzgar para ser libres y felices, a veces empezamos a juzgar a quienes juzgan y a juzgarnos cuando juzgamos. Vuelve a aparecer la misma locura, pero disfrazada de espiritualidad.

Sentir culpa por sentir culpa o juzgarnos por juzgar solo es una estrategia del ego para perpetuar la culpa y los juicios. El comienzo siempre es el perdón, el amor, la comprensión. Sólo de ahí puede tener lugar una verdadera transformación. Luego simplemente tomamos consciencia de nuestros patrones de pensamiento, los observamos en paz y los dejamos ir amorosamente. «Ah, ahí está la culpa de nuevo». «Ah, ahí están mis juicios». Los amo. Los dejo ir, pues soy consciente de su locura. No hay necesidad de castigarme ni juzgarme por eso. Puedo perdonarme y estar en paz.

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¿Será esto suficiente?

A largo plazo, la respuesta del ego siempre será: «No, no es suficiente. Necesito más». Esa es la naturaleza del ego.

La razón por la que nunca será suficiente es porque, en realidad, el ego no quiere que sea suficiente. Su existencia depende de esa insuficiencia, de esa carencia.

Al ego le encanta embarcarse en luchas terribles, siempre y cuando sepa que no puede ganar. Esto es así porque su existencia depende de la lucha, de tener algo contra lo cual luchar o algo por lo que luchar.

Un Curso de Milagros dice que la consigna del ego es: «Busca, pero no halles». El ego no quiere que halles, quiere que busques, pues la búsqueda es la que garantiza su existencia.

Así pues, para el ego nunca nada es suficiente.

Todos te pueden amar, te pueden alabar, pero el ego seguirá encontrando pruebas de que no hay suficiente amor. Tu pareja te puede bajar la Luna, pero el ego encontrará en el más leve gesto que haga un motivo de sospecha. Te pueden decir que está muy bien tu trabajo, pero el ego encontrará razones para pensar que no son sinceros. De pronto te lo dicen por lástima o por miedo a herirte.

Siempre habrá una forma de interpretar la realidad según la cual todavía no has recibido exactamente aquello que buscabas. El ego es experto en interpretar la realidad así. Y la búsqueda continúa.

El corazón, en cambio, te invita a darte cuenta de que no hay necesidad de buscar, pues ya lo tienes todo. Te invita a andar por el mundo, no buscando suplir tus carencias, sino compartiendo tu abundancia. Te invita a crear, no para obtener aquello que te falta, sino por el gozo puro de compartir.

Puedes elegir qué voz escuchar. Siempre puedes elegir. Aunque por momentos la voz del ego sea ensordecedora y parezca ser la única que existe, si prestas atención, debajo del ruido escucharás un silencio profundo. En ese silencio está la voz del corazón.

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Puedes reprogramarte

En mi casa hay dos gatas. Una llegó cuando ya era grande. Seguramente de pequeña la maltrataron. No importa cuánto amor le hemos dado; tampoco importa que día tras día le demostremos que no queremos hacerle daño: todo el tiempo nos tiene miedo. Cuando me acerco demasiado y trato de consentirla, sale corriendo.

La otra gata llegó de pequeña. Creo que es uno de los animales más felices que conozco. Aprovecha cada oportunidad que se le presenta para que la mimemos.

Cómo quisiera a veces poder cambiar la programación que quedó arraigada en la primera gata.

En ese sentido, los humanos tenemos una gran ventaja. Puede que nuestras experiencias en la niñez nos hayan programado para responder de forma automática frente a ciertas situaciones, pero, a diferencia de los gatos, podemos reprogramarnos.

Observa qué programas viejos siguen rondando por ahí que no te hacen feliz. Sólo con que tomes consciencia de ellos, comenzarás a desinstalarlos.

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