Hace un tiempo publiqué una frase que decía que aquello que no nos gusta de los demás está en nosotros. Alguien me contestó molesto que no estaba de acuerdo con la frase, pues lo habían robado y él no era un ladrón.
Puedo estar equivocado. Tal vez esa persona tiene razón. Pero quiero compartir lo que creo al respecto.
Creo que todo, absolutamente todo, está dentro nuestro. Hitler está dentro nuestro, el abusador de niños está dentro nuestro, el político corrupto está dentro nuestro, el ladrón callejero está dentro nuestro, la persona que más repudiamos en el mundo está dentro nuestro. No estamos separados.
Comprendo, claro, que esta idea puede parecer absurda. Al fin y al cabo, la idea de que estamos separados permea el mundo y configura nuestra manera de ver. Es lo que hemos aprendido.
La proyección
Este es uno de los trucos fundamentales del ego y es la razón por la que creemos que nosotros no somos eso que juzgamos.
Proyectar es poner afuera aquello que juzgamos, verlo en los demás para así creer que no está en nosotros y que, por tanto, no es nuestra responsabilidad.
La proyección es la estrategia con la que se mantiene la ilusión de que estamos separados.
Cuando proyectamos, el ataque queda justificado y parece una buena estrategia. Pues, si el problema es el otro y no yo, ¿no sería acaso la solución destruir o cambiar al otro, mientras yo permanezco como soy? Y ¿no es este el comienzo de las guerras?
A partir de esta creencia se justifica la idea de que destruir aquello que consideramos malo fuera de nosotros es una forma sabia de resolver los conflictos. Esta es una idea que se expresa repetidamente en las películas y las historias que hemos leído y oído desde que somos pequeños. El héroe mata al villano y entonces surgen la paz y la esperanza.
Cuando reconocemos que lo que vemos afuera realmente está dentro de nosotros y simplemente lo estamos proyectando, destruir al otro deja de parecer una estrategia sabia, pues equivale a tirarle una piedra al espejo porque no nos gusta el reflejo que vemos en él.
«Pero yo no soy eso»
Eso dice el ego. Con honestidad cree que no es eso que ve afuera de sí mismo. Está completamente convencido. Y tiene que estar convencido de que no es eso, pues reconocer la unidad con lo que lo rodea socavaría su identidad separada, que es finalmente lo que el ego cree ser: un ente separado y diferente de todo lo que lo rodea.
Y es difícil ver en nosotros la violencia, ver en nosotros el deseo de destruir y abusar, el odio, la codicia, la pereza. En fin, es difícil reconocer que aquello que juzgamos está en nosotros. Y, mientras lo juzguemos, será difícil verlo en nosotros, pues al juzgarlo el impulso natural es rechazarlo.
Cuando dejamos de lado los juicios, nos permitimos ver que somos eso. Y esto no implica condonar ni caer en esos comportamientos. Todo lo contrario. Cuando el juicio se va, surgen la aceptación y el amor. Y el amor sana, abraza, cuida. Cuando reconocemos que estamos enfermos, comenzamos a cuidarnos y comenzamos a sanar.
El perdón
El perdón implica dejar de condenar, dejar de juzgar. El perdón es el deshacimiento de la separación y el recuerdo de que estamos unidos. Perdonar es restablecer la unidad.
Cuando vemos que somos eso que está afuera, dejamos de juzgarlo. La unidad va de la mano del amor.
Si dejamos de verlo afuera pero seguimos juzgándolo en nosotros, la separación permanece. Entonces una parte nuestra se ve separada de otra parte de nosotros y el truco se repite, sólo que ya no proyectamos afuera sino adentro de nosotros. En los casos extremos, esto se convierte en la esquizofrenia y en una locura en la que tratamos de destruirnos a nosotros mismos en un intento demente de erradicar el mal del mundo, que percibimos ahora adentro nuestro.
Esto pasa a veces con algunos caminos de crecimiento personal. Al seguirlos, aminoran aparentemente los juicios contra el mundo, pero comenzamos a latigarnos a nosotros mismos y nos cargamos de culpa.
El perdón verdadero, la unidad verdadera, implica que ya no hay una parte que juzgue a otra, pues ya no hay dos.
Cuando perdono, quiero solo darte amor, pues en mi cordura quiero sanar. Si veo en ti algo que no me gusta, te agradezco por mostrarme la herida que aún debemos sanar ambos. Ya no lo juzgo en ti ni lo juzgo en mí. Ahora nos amo a ambos.
Solo podemos entrar juntos
En Un Curso de Milagros dice algo muy hermoso. Allí Jesús señala que solo podemos despertar al tiempo. Algunos parecemos estar más avanzados que otros, Él parece estar más avanzado que nosotros en su camino de regreso al Padre, pero esas diferencias son solo una ilusión, pues somos uno. Dice entonces que nadie podrá entrar al Cielo (es decir, despertar a su verdadera naturaleza) completamente mientras otro de sus hermanos esté dormido. Dice por tanto que Él espera pacientemente por nosotros a las puertas del Cielo, pues él no puede cruzar sin nosotros. O cruzamos todos o no cruza nadie, lo que es obvio si se acepta que somos Uno. De ahí provienen su infinito amor, su infinita compasión, su infinita confianza en nosotros y su infinita paciencia.
Cada maestro que ha comenzado a despertar no puede sino seguir despertando a sus hermanos, lo que no es más que el siguiente paso en su propio despertar.
Así mismo, cada vez que alguien despierta un poco, todos despertamos un poco. Cada vez que alguien sana, sanamos todos. Cada vez que alguien perdona y se perdona, todos perdonamos y nos perdomanos un poco.
Asumir responsabilidad
Uno de los mantras más poderosos que tiene la maestra Isha Judd es
Om responsabilidad, yo soy eso.
Esta es una forma de señalar que asumir responsabilidad implica reconocer que no hay nada que no esté en nosotros.
Esta es solo una invitación a ver cada cosa que juzgamos en los demás como una oportunidad de sanar nuestra separación.
Y esa separación y esos juicios toman muchas formas. Cada vez que nos creemos mejores que alguien, tenemos una oportunidad para sanar nuestra separación. Cada vez que despreciamos a alguien, que sentimos envidia por alguien, que peleamos en nuestra cabeza con alguien, que tenemos la necesidad de demostrarle a alguien que está equivocado, cada vez que pasa alguna de estas cosas, es una oportunidad más para asumir responsabilidad y abrazar aquello que no nos gusta y que hemos proyectado afuera.
No se trata, claro, de que me creas porque sí lo que estoy diciendo. Solo te pido que te abras a la posibilidad, así sea un poco. La próxima vez que condenes a un hermano, verás que crees que eres diferente y mejor que él o que crees que él es tan malo como tú y que por tanto él o ambos merecen ser castigados.
En ese momento, la invitación es a considerar la siguiente posibilidad. ¿Qué tal si eso es solo una forma amorosa en la que la vida me está mostrando a través de mi hermano eso que ambos necesitamos sanar?, ¿qué tal si solo es una forma de la vida de señalar aquella parte nuestra que requiere amor? Entonces reconocemos que es un regalo, pues ciertamente es más fácil curar una herida en nuestra frente si tenemos un espejo a nuestra disposición.

Suscríbete a mi blog y recibe en tu correo cada una de mis reflexiones.