En mi casa hay dos gatas. Una llegó cuando ya era grande. Seguramente de pequeña la maltrataron. No importa cuánto amor le hemos dado; tampoco importa que día tras día le demostremos que no queremos hacerle daño: todo el tiempo nos tiene miedo. Cuando me acerco demasiado y trato de consentirla, sale corriendo.
La otra gata llegó de pequeña. Creo que es uno de los animales más felices que conozco. Aprovecha cada oportunidad que se le presenta para que la mimemos.
Cómo quisiera a veces poder cambiar la programación que quedó arraigada en la primera gata.
En ese sentido, los humanos tenemos una gran ventaja. Puede que nuestras experiencias en la niñez nos hayan programado para responder de forma automática frente a ciertas situaciones, pero, a diferencia de los gatos, podemos reprogramarnos.
Observa qué programas viejos siguen rondando por ahí que no te hacen feliz. Sólo con que tomes consciencia de ellos, comenzarás a desinstalarlos.
Suscríbete a mi blog y recibe en tu correo una reflexión para cada día.