El problema de fondo

Cuando era pequeño, muchas veces tuve que pedirle a mi padre que me ayudara con las tareas de matemáticas. Recuerdo que llegaba con afán a pedirle ayuda, pues no había podido resolver los cálculos que debía entregar al día siguiente. Invariablemente, él ignoraba los problemas de la tarea y procedía a explicarme los principios lógicos que yo debía comprender para resolver los ejercicios por mí mismo.

Cuando estaba cansado y tenía afán, esa forma de abordar las cosas me desesperaba. «No quiero saber todo desde el comienzo», le decía, «Sólo ayúdame a resolver esos ejercicios». «Los ejercicios no son importantes», me respondía, «Lo que importa es que entiendas la lógica de fondo. Así, cuando tengas que resolver un nuevo problema, vas a saber cómo. Y no vas a tener que aprenderte las fórmulas de memoria, pues con la lógica serás capaz de reconstruir esas fórmulas y reglas».

Gracias a esas clases de mi padre, aprendí a disfrutar las matemáticas. Y creo que esa forma de enseñar se puede aplicar a muchos otros aspectos de nuestra vida, incluso a nuestras prácticas espirituales y a los problemas que nos causan angustia.

Muchas veces, cuando tenemos un problema, nos enfocamos en solucionarlo, pero no vamos a la raíz. Por ejemplo, tenemos que tomar una decisión, y tememos equivocarnos. Entonces, como la decisión es algo urgente, nos ponemos a pensar obsesivamente. Lo mejor que podríamos hacer en ese caso es dejar de pensar. Pues esas decisiones importantes se toman mejor desde el corazón. Pero este proceso es difícil al comienzo porque requiere paciencia y constancia.

Si logramos tomar la decisión correcta en este momento o no es secundario. Más importante es si tenemos la habilidad de conectarnos con nuestra sabiduría interior. Aprender a contactar ese silencio puede parecer poco efectivo e inteligente en el corto plazo, pero a largo plazo nos permitirá solucionar cualquier problema que llegue a nuestras manos.

Así que, si tienes un problema difícil ahora, no te preocupes tanto por solucionarlo. Enfócate en contactar tu silencio. Tal vez ahora no puedas ver allí la respuesta, pues para oír la voz que habla en tu silencio interno tienes que aclimatarte primero y aprender a acallar la mente, y esto puede tomar tiempo y práctica.

Si solucionas el problema, pero no puedes conectarte con tu sabiduría interior, pronto vendrán más problemas y más angustias. Tu mente siempre estará saltando de una situación a otra, llena de miedo. Cuando resuelves el problema desde el silencio, puedes descansar. Tu mente vendrá a tu servicio cuando la necesites, pero no estará taladrando constantemente llena de miedo.

El problema de fondo no es el problema que crees tener entre manos. Eso es lo que te dirá tu mente, y por eso, por momentos, pareciera que no puede pensar en nada diferente. Pero a verdad es que el problema de fondo es que estamos desconectados de nuestro corazón, que es de donde provienen las respuestas.

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¿Por qué le tenemos miedo al rechazo?

Durante cientos de miles de años, los humanos vivimos como nómadas, en grupos de entre 50 y 150 personas. En ese entonces, ser parte del grupo era necesario para nuestra supervivencia. Debido a los peligros y a las dificultades para conseguir alimento, ser aislados era casi una condena de muerte.

En consecuencia, la evolución nos llevó a percibir la desaprobación y el rechazo como un peligro. Ese miedo nos impulsa a hacer lo necesario para que otros en el grupo nos acepten y a evitar cualquier comportamiento que implique ser rechazados.

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Desde el punto de vista evolutivo, el miedo al rechazo fue muy útil para nuestra supervivencia, al igual que muchos otros miedos. Pero, también como en el caso de muchos otros miedos, el miedo al rechazo ya no es necesario. Es profundo y está arraigado en nuestros genes, pero ya no lo necesitamos, al menos no por las mismas razones. No vamos a ser devorados por animales salvajes si nos desaprueban o rechazan en el grupo al que pertenecemos.

Estos miedos que provienen de nuestros genes son muy profundos y, en últimas, son una expresión del miedo a la muerte, ya que, como dije, inicialmente surgieron para garantizar nuestra supervivencia.

Pero, si en los comienzos de nuestra especie el propósito del miedo al rechazo era garantizar nuestra supervivencia, ¿qué función tiene ahora?, ¿para qué puede servirnos? Mi respuesta es que ahora ese miedo, al igual que muchos miedos antiguos, nos puede ayudar en nuestro camino espiritual, si así lo decidimos.

Esos miedos profundamente arraigados nos pueden servir como recordatorios de que no hemos encontrado nuestra esencia, en la cual el miedo a la muerte desaparece, pues reconocemos aquello en nosotros que es eterno.

De esa manera, el miedo al rechazo nos ofrece una oportunidad para mirar indirectamente nuestro miedo a morir e ir más allá de él. Cuando encontramos el Amor dentro de nosotros, encontramos también una seguridad que no puede ser amenazada. En esa seguridad, tenemos la capacidad de estar solos si es necesario, y podemos permitirles a los demás que se alejen de nosotros o nos desaprueben, pues sabemos que nuestro bienestar no depende de eso. Pero para llegar a ese estado debemos ir muy profundo dentro de nosotros, tan profundo que podamos pasar más allá de nuestros instintos de supervivencia.

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Cuando sientas miedo al rechazo, no te juzgues, recuerda que es normal: estamos programados biológicamente para sentirlo. Pero recuerda, además, que ese miedo es una ilusión. Ya no lo necesitas, puedes dejarlo ir. Y el camino es hacia adentro, donde yace una plenitud frente a la cual el miedo a la muerte, que es la raíz de todos los miedos, desaparece.

Con amor,

David González

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Procrastinación y espiritualidad

Procrastinar quiere decir aplazar una tarea porque tenemos resistencia psicológica a llevarla a cabo ahora. Debajo de esta resistencia, usualmente hay miedos, insatisfacciones o inseguridades.

Una característica de la procrastinación es que nos impide disfrutar. Si hay algo que genuinamente no queremos hacer, sentiremos paz cuando decidamos no hacerlo. Si, por el contrario, sentimos culpa y ansiedad al evitar esa actividad, estamos procrastinando. Así, la procrastinación nos impide disfrutar del momento presente, pues sentimos que deberíamos estar haciendo otra cosa y, por tanto, no podemos entregarnos plenamente a lo que estamos haciendo ahora.

Hay muchas técnicas y maneras prácticas de lidiar con la procrastinación. Recomiendo, por ejemplo, libros como el clásico Organízate con eficacia (Getting things done) de David Allen o Hazlo ahora: supera la procrastinación y saca provecho de tu tiempo, de Neil Fiore.

Sin embargo, lo más importante es ir a la raíz de miedo, y esto implica sentir nuestras emociones y explorar lo que sentimos en relación con esas tareas que no queremos realizar.

Mirar de frente aquellas cosas que no tenemos ganas de hacer y mirar qué emociones y pensamientos tenemos asociados con ellas es una gran práctica espiritual. Al mirar nuestra resistencia, podremos ver los miedos e inseguridades que se esconden debajo. A veces veremos miedo al fracaso. A veces encontraremos patrones de autosabotaje basados en la idea de que no merecemos. A veces veremos miedo a no ser lo suficientemente buenos. Otras veces, simplemente encontraremos que lo que estamos haciendo realmente no está alineado con nuestro propósito de vida y que hemos adquirido compromisos que en fondo no queremos cumplir. Sea como sea, ver estos miedos de frente es un gran paso para conocernos y crecer internamente.

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El regalo de los reflejos

A veces surge la duda de si algo que está pasando afuera es un reflejo de nosotros. «¿Por qué me habrá gritado esa persona?». «¿Qué hay en mí que está provocando eso?». Si esa pregunta surge, sin duda es porque hay algo que tenemos que sanar. Si no hubiera algo que sanar, simplemente habríamos sentido paz y no habrían surgido dudas sobre nosotros.

Puede que te molesta que otro te grite porque tienes agresividad reprimida adentro. Puede que saque a la luz los juicios que tienes contigo mismo. O puede, simplemente, detonar el miedo a que hay algo malo contigo. Este último miedo es una tendencia a creer que todo lo «negativo» que sucede afuera es una señal de que hemos hecho algo malo. En ese caso, el evento nos da el regalo de sanar esa creencia: la creencia de que hay algo malo con nosotros.

Si una experiencia externa te produce miedo o emociones fuertes, o desencadena en ti pensamientos de juicios, entonces te está mostrando que hay algo adentro tuyo que necesita sanar en relación con esa experiencia. El evento funciona como un detonador de tus heridas internas y de esa manera te permite verlas y sanarlas.

Tres recomendaciones entonces:

Primero: ábrete a la posibilidad de que eso que sucede afuera es un reflejo tuyo y te muestra algo en ti que puedes sanar. Tal vez esa ira es tuya. Tal vez esa envidia es tuya. Solo tal vez.

Segundo: no te vayas al otro extremo, es decir, no te obsesiones con la idea de que hay algo malo en ti. A veces las cosas suceden simplemente para mostrarte esa idea de que hay algo malo contigo para que así puedas dejarla ir. En este caso, es solo una inseguridad que se detona de forma automática.

Tercero: agradece. Agradece por lo que estás viendo en ti. Agradece por lo que estás sintiendo. Cuando las cosas salen a la luz, la luz puede entrar en ellas. Agradece esos reflejos tuyos, pues son un regalo. Son llaves en el camino de tu despertar.

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El sentido del viaje

El peregrino es aquel que viaja hacia un lugar sagrado. ¿En dónde reside el significado de su viaje? ¿Cuál es su propósito?

El placer del peregrino, así como su gozo y su realización, no están en el destino del viaje. El lugar de llegada puede ser hermoso, pero es secundario. El valor del viaje reside en el viaje mismo. Y el viaje siempre ocurre en este momento.

A través de cada paso del viaje, el peregrino puede tomar consciencia de sí mismo. Es esto lo que hace que el viaje sea sagrado. Es esto lo que le da significado. Es allí, en cada paso, donde el viajero se conoce a sí mismo, y es allí donde encuentra su verdadero valor.

Nuestro valor no está en el futuro ni en nuestros objetivos. Nada que podamos alcanzar o hacer puede modificar nuestro valor. Nuestro valor es eterno. Está siempre presente ahora. Podemos perder consciencia de él, pero no podemos perderlo en realidad. Este valo es del que Un Curso de Milagros dice que está «más allá de toda posible evaluación».

En última instancia, los objetivos del mundo son secundarios. Pueden ser placenteros y traer satisfacción pasajera, así como ellos mismos son pasajeros. El logro más valioso que podemos tener está más allá de cualquier objetivo. El logro más valioso que podemos conseguir es tomar consciencia de nosotros en este momento, justo ahora, y reconocer nuestra plenitud que siempre está allí. Ese es el sentido del viaje.

Todos somos peregrinos. Y nuestro propósito más elevado es dar con plena consciencia este paso, justo este que estamos dando ahora.

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El cuadro de la paz perfecta

Hace poco tomé un seminario con la maestra Isha Judd, y ella contó una historia sobre el significado de la paz que quiero compartir con ustedes:

Había una vez un rey muy sabio que decidió hacer un concurso para los habitantes de su reino. Se dio cuenta de que, normalmente, en los demás reinos se premiaba a aquellos que eran exitosos en la guerra. Él decidió que quería hacer algo diferente. «Si premio a quienes van a la guerra, cada vez habrá más guerra», pensó. Por tanto, decidió premiar, en cambio, a quienes fueran capaces de traer más paz al mundo. Fue así como se le ocurrió la idea de hacer un concurso de pintura. El ganador sería quien representara de mejor manera la paz perfecta. Para esto, ofreció grandísimas riquezas y además dijo que quien pintara el mejor cuadro podría pedirle lo que quisiera.

Pronto todo el reino se enteró del concurso y los habitantes se pusieron a pintar con gran ánimo. Muchas personas que nunca habían tomado un pincel en sus manos aprendieron en pocos días el arte de la pintura, motivadas por el concurso. Las paredes de las calles se llenaron de hermosos y diversos dibujos, todos reflejando profunda paz.

Al ver el entusiasmo de la gente, el rey se sintió complacido y salió a recorrer su reino. Además, entró casa por casa para ver los cuadros que habían hecho. ¡Cuánta alegría sintió al contemplar todas esas pinturas! Estaba sorprendido ante la creatividad y la cantidad de grandiosos artistas que había en sus dominios.

Finalmente, escogió tres cuadros que a su juicio eran los que representaban de mejor manera la paz perfecta y los llevó a su palacio. Antes de anunciar cuál de entre los tres era el ganador, invitó a todo el que quisiera a que fuera a ver las pinturas y se deleitara.

Uno de los cuadros representaba una hermosa montaña a la vera de un gran lago, cuyas aguas estaban en total calma. La montaña se veía perfectamente reflejada por el espejo del agua. La simetría y la armonía de la composición eran conmovedoras. Otro cuadro mostraba un ciervo en la mitad de un bosque, completamente sereno y alerta. Sus facciones transmitían gran paz y quietud a cualquiera que lo observara. El tercer cuadro, en cambio, presentaba una tormenta tropical. Caía agua de todas partes de forma desordenada, y diversar ráfagas de viento hacían que los árboles se contorsionaran. Al ver este último cuadro, muchos se indignaron y criticaron el mal juicio del rey. «Mi cuadro es mucho más pacífico que esto», decían algunos. «Tal vez el rey se cansó de ver tantas pinturas pacíficas y enloqueció», decían otros.

Ante la controversia y el descontento de la gente, el rey fue llamado. «Les explicaré por qué escogí este cuadro, que, además, es para mí el mejor de los tres. Si se fijan detenidamente, en todo el centro de la pintura hay un árbol frondoso y en él, cobijado bajo una de sus ramas, reposa un pequeño pájaro. Si ahora prestan aún más atención, verán que el pájaro se encuentra en completa paz en medio de la tormenta. Y esta, para mí, es la paz más grande y más profunda de todas, aquella que va más allá de las circunstancias externas, aquella que brota simplemente desde el interior y, por tanto, no se puede extinguir».

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De la apreciación a la gratitud

La gratitud es de las actitudes más poderosas y transfomadoras.

Sin embargo, para poder estar realmente agradecidos primero tenemos que reconocer y apreciar lo que tenemos.

Una vez tomamos consciencia de nuestras bendiciones, naturalmente surge en nosotros la gratitud.

Pero a veces nuestros juicios e ideas sobre cómo deberían ser las cosas nos impiden apreciar este momento. Y esto nos sucede con todo en nuestras vidas. Creemos que nuestro cuerpo debería ser de cierta manera, así como las personas a nuestro alrededor y nuestro mundo en general.

Nos quejamos de los políticos, de los insconcientes. Nos quejamos de nosotros mismos, de nuestras familias. Y mientras veamos el mundo a través de las ideas y los juicios, no podremos reconocer la increíble belleza y perfección que nos rodea en cada momento, y no podremos abrazar y agradecer nuestras vidas.

Entonces, parte importante de sanar es soltar los juicios para así poder agradecer cada aspecto de nuestras vidas.

En una entrada anterior, comencé a explicar algunas de las técnicas del sistema Isha, que se bazaba en la apreciación y la alabanza. Este es el siguiente paso: enfocarnos en la gratitud.

Para esto, el Sistema Isha nos invita a pensar este hermoso pensamiento:

GRACIAS AL AMOR POR MI EXPERIENCIA HUMANA EN SU PERFECCIÓN.
Y tras pensarlo llevaremos nuestra atención a la zona del medio del pecho: la zona del corazón.

Al igual que con la frase de poder que compartí anteriormente, en este caso tampoco tienes por qué creer lo que la frase dice. No te tiene por qué gustar. No tienes que buscar un estado interior específico. A veces sentirás paz, otras veces vendrás muchos pensamientos o emociones. Todo esto es perfecto.

Si quieres conocer más sobre esta práctica, puedes encontrar material en la página de Isha.

También te invito a que veas la película de Isha: ¿Por qué caminar si puedes volar?

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La bendición del desafío

Los desafíos son una de las formas principales a través de las cuales el Universo nos ayuda a crecer. Y una de las mejores maneras de enfrentarlos es tomar consciencia de esto. Son una bendición.

Los desafíos llegan a nosotros de muchas maneras. A veces los elegimos conscientemente, como cuando decidimos crear o aprender algo que implica ir más allá de nuestras capacidades actuales. Otras veces, el Universo nos los da sin que los hayamos pedido de manera consciente. Pero siempre tienen en sí la semilla de nuestro crecimiento.

Si pudieramos elegir una vida sin ningún desafío, nos impediríamos crecer. Entonces, la ausencia de desafíos se convertiría en nuestro mayor desafío para nuestro crecimiento.

Si hay desafíos ahora en tu vida, agradécelos. Estás creciendo. Son una oportunidad. Qué tanto crezcas y te transformes depende de la manera como los afrontes. El Universo te proporciona la oportunidad, pero depende de ti abrirte a crecer.

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El riesgo de dar lo mejor

Si estudias lo mejor que puedes y te preparas con gran intensidad para ingresar a una universidad, pero aún así no eres admitido, será más doloroso que si te rechazan porque no te habías preparado bien.

Es de este dolor del que nos protegemos cuando no damos lo mejor. Entonces tenemos una explicación de por qué las cosas no salieron como queríamos.

Cuando no damos lo mejor, podemos pensar: «Si me hubiera preparado mejor, tal vez lo habría conseguido».

En cambio, cuando hemos dado un 100% y las cosas no salen, tenemos que admitir que eso que queremos no está dentro de nuestras posibilidades, al menos no en este momento. Y este reconocimiento puede ser doloroso.

Así, al sabotearnos evitamos conocer nuestros límites. Nos queda la duda de qué habría pasado si lo hubiéramos hecho mejor. Y esa duda nos permite alimentar una fantasía.

Dar lo mejor es riesgoso. Si fracasas, no hay excusas. Debes afrontar tus limitaciones y aceptar la realidad.

Es, un poco, lo mismo que cuando no invitamos a salir a alguien por miedo a que nos rechace. Nos queda la duda de qué habría pasado si lo hubiéramos intentado, y esa duda es más cómoda que el rechazo. En cambio, si nos atrevemos, y lo hacemos de la mejor manera posible, pero aún así somos rechazados, no nos queda otra alternativa que reconocer que definitivamente no le gustamos a esa persona.

No es esta la única razón por la que no damos lo mejor, pero es una de la que muchas veces no somos conscientes.

Si reconoces este patrón, puedes elegir no caer en él.

Conocer nuestros límites o ser rechazos puede ser doloroso, pero nos permite conocernos y nos lleva a crecer.

Dar lo mejor implica un riesgo, pero es un riesgo que vale la pena. Cuando lo hacemos de forma consistente, nuestra vida se transforma rápidamente. Además, nos permite encontrar nuestro camino. Pues muchas veces hallamos el camino equivocándonos.

Si vas por un camino y lo haces lo mejor posible y aún así las cosas no funcionan, podrás concluir tranquilamente que ese no es el camino para ti y podrás buscar otro. Si te adentras en ese camino de forma mediocre, cuando las cosas no salgan no sabrás si es porque estás en un camino que no te sirve… puede que sí, pero ¿cómo saberlo? Solo si das el 100% lo podrás averiguar.

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El ego espiritual

El ego espiritual surge cuando nos identificamos con nuestro camino espiritual. Sucede cuando aún no hemos encontrado quiénes somos en lo más profundo. Entonces, nos aferramos a algo externo. Y es que un camino espiritual, por más que sea bello y te sirva, sigue siendo algo externo: sigue siendo una forma en la que haces las cosas, unas prácticas, unas creencias. Y la verdad es que nada de eso importa en realidad. Lo que importa es tu experiencia interna. ¿Estás en paz o sufres?

Un síntoma del ego espiritual, que creo la mayoría tenemos, es la necesidad de defender nuestras creencias o de juzgar las creencias de los demás. ¿Te ha pasado? A mí sí.

El primer paso para ir más allá de nuestro ego espiritual es reconocer que tenemos uno.

En este video, comparto lo que he ido aprendiendo al observar mi ego espiritual y doy algunos consejos que me han servido para ir disolviéndolo:

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