La plenitud y la dificultad para tomar decisiones

Toda la vida me ha costado tomar decisiones. Desde qué comer en un restaurante hasta a qué dedicarme en general.

La razón por la que me cuesta trabajo tomar decisiones es porque me da miedo tomar malas decisiones. Y creo que una mala decisión es aquella que me hará sufrir.

En otras palabras, creo que mi felicidad depende de las decisiones que tome.

Esto implica que creo que mi felicidad depende de mi futuro.

Creo que si encuentro la actividad adecuada, seré feliz, y que si no la encuentro, seré infeliz. Y el miedo a no ser feliz en el futuro me lleva a ser infeliz ahora. Y esa infelicidad se manifiesta en la incapacidad de tomar decisiones.

Hace poco me di cuenta, sin embargo, de que no tengo que tomar buenas decisiones para ser feliz. Me di cuenta de que mi felicidad en este momento no depende de tener resuelto el futuro. Y, en últimas, tampoco depende de que lo que estoy haciendo ahora sea «lo adecuado» o «lo correcto». Puedo ser feliz incluso mientras cometo un error y me equivoco.

Tal vez la palabra «feliz» no es adecuada. La palabra «pleno» me parece mejor, pues «feliz» se asocia con una emoción, y plenitud en cambio es la consciencia de un espacio que subyace a las emociones, una consciencia en la que hay una paz profunda, que va más allá de estar alegre o triste. Puedo estar triste y pleno al tiempo.

Puedo estar pleno sin saber qué hacer. Puedo estar pleno haciendo algo que no me apasiona e incluso haciendo algo que no me gusta. Puedo estar pleno en medio del dolor.

Siempre pensé que tenía que tomar buenas decisiones para estar pleno. Ahora sé que puedo estar pleno en cualquier circunstancia, incluidos los momentos de duda y confusión. E irónicamente, cuando estoy pleno tomo buenas decisiones, pues estoy alineado con mi corazón.

No esperes a tener claridad y a tener todo resuelto en tu mente para permitirte estar pleno. Elige tu corazón ahora. Elige estar presente ahora y conéctate con tu ser más profundo ahora. No importa si de allí surgen respuestas o no. Eso es secundario. Al estar pleno, el encontrar la respuesta será solo un añadido a tu plenitud.

Tu plenitud no depende de que puedas encontrar las respuestas. Aunque lo más probable es que sí, que cuando estés pleno encuentres las respuestas que buscas.

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El cuerpo del dolor

A veces el más pequeño de los detalles desata en nosotros una tormenta de malestar. A veces algo realmente pequeño y ridículo. Hay días que recuerdo haber sufrido durante horas por no encontrar un calcetín. Esto a pesar de que fácilmente podría comprar otro y de que en realidad no me hace ninguna falta.

Por supuesto, no se trata del calcetín. Se trata de momentos en los que estoy muy inconsciente y con un dolor emocional latente. Y ese dolor emocional «busca» excusas externas para activarse. Cuando estoy así, puede que aparezca el calcetín, pero mi mente no tardará en encontrar un problema substituto para justificar mi sufrimiento. Cualquier cosa sirve. El clima. Una mirada. Una noticia. Un pensamiento al azar.

En palabras de Eckhart Tolle, podríamos decir que en esos momentos mi «cuerpo del dolor» está activo.

Tolle señala que cuando no nos permitirmos sentir plenamente una emoción desagradable, la carga energética de esa emoción se adhiere a nuestro cuerpo emocional latente, al cúmulo de emociones estancadas al cual él llama «el cuerpo del dolor».

Cuando ese cúmulo de emociones se activa, sentimos un gran malestar interno que parece no tener causa o, más bien, que parece ser causado por cualquier cosa.

Una grán práctica espiritual consiste en observar el cuerpo del dolor cuando éste se activa. Sentir plenamente las emociones que emergen. Observar los patrones de pensamiento que resuenan con esas emociones, usualmente pensamientos densos, repetitivos y angustiantes. No creerles a esos pensamientos, no actuar como si dijeran la verdad; simplemente observarlos y sentir las emociones con las que se encadenan.

Cuando tomamos consciencia, esas emociones densas se convierten en combustible para la consciencia. Son transmutadas por nuestra presencia interna. Y esto da lugar a un despertar.

Cuando el cuerpo del dolor está activo, es difícil estar presentes. Las emociones son muy densas y no queremos sentirlas. Es más fácil creer que la causa de ellas está afuera de nosotros. Es fácil entablar una pelea con lo que sucede afuera. Como durar una hora desordenando el cuarto para buscar un calcetín. Por tanto, esta práctica espiritual requiere de tener una intención fuerte y de ejercitar constantemente nuestra capacidad de prestar atención al momento presente.

Por supuesto que vale la pena. Al menos la ha valido para mí. A veces, después de tomar consciencia del cuerpo del dolor, me siento como si estuviera despertando de un mal sueño. Vuelvo a mirar a mi alrededor y el mundo ha cambiado. A veces veo las mismas cosas que antes me hacían sufrir y me parece increíble que mi paz se haya perdido por ellas. A veces volteo a mirar a aquel que creía que me estaba atacando y veo que en realidad estaba tratando de ayudarme. A veces me da una risa que trae gran alivio consigo. Por ejemplo, al ver como la falta de un calcetín causa un disparate.

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Ansiedad y autoagresión

Hace poco me di cuenta de que estaba mordiéndome los labios porque estaba ansioso. Y, cuando no estoy consciente, se genera un círculo vicioso: entre más me duelen los labios, más ansioso me siento, y entre más ansioso me siento, más me los muerdo. Llega el punto en el que tengo una herida evidente, lo que me causa aún más ansiedad.

Caer en cuenta de esta conducta demente ha sido muy iluminador.

La energía que subyace a este comportamiento se puede manifestar de muchas maneras diferentes: comernos las uñas, arrancarnos el pelo, comer hasta enfermar, entre otros. En casos extremos, algunas personas pueden llegar a dañar severamente su cuerpo. Y a veces no dañamos nuestro cuerpo, pero generamos una situación intensa y desagradable para herirnos de otra forma. Peleamos con alguien cercano sin razón, arruinamos algo en nuestro trabajo.

Una forma de evitar lo más profundo

Este comportamiento se explica de muchas maneras desde la psicología y la psiquiatría. La explicación con la que más me sentí identificado es que las autolesiones nos ayudan a evitar el dolor emocional y psicológico en el corto plazo.

Cuando tenemos emociones y pensamientos incómodos, es normal que deseemos escapar de ellos. De eso se trata la ansiedad: es la necesidad de escapar de nosotros mismos. Y la autoagresión es una estrategia de escape.

El dolor físico se impone sobre el dolor emocional y, cuando es muy intenso, nos impide pensar. El dolor físico reclama la atención y, de esa manera, nos permite evadir temporalmente las emociones y los pensamientos que nos incomodan.

Crear un problema intenso tiene el mismo efecto. Después de que chocas el automóvil, tu atención se enfocará en la emergencia por un tiempo y así evitarás el malestar emocional más profundo.

Una forma enfermiza de liberar la energía

Por otra parte, cuando tenemos mucha energía estancada, que se manifiesta en emociones y pensamientos densos, buscamos maneras de liberarla. Y una forma de liberar esa energía es destruyendo algo. En este caso, la liberamos dañando nuestro propio cuerpo.

Esa es, pues, otra de las funciones dementes de la autoagresión: nos permite liberar la energía represada.

Mejores formas de lidiar con la ansiedad

La forma más sana de lidiar con la ansiedad es quedarnos con nuestras emociones y pensamientos y tomar plena consciencia de ellos. Es decir: sentir profundamente. Aguantarnos las ganas de escapar y entregarnos por completo a nuestra experiencia interna.

Cuando podemos hacer esto, nuestra consciencia plena transforma la vibración de los pensamientos y las emociones y puede llegar a disolverlos. Pero, aun si no los disuelve, les quita poder y nos permite observarlos sin rechazo y sin la compulsión de escapar. Y, sobre todo, nos permite encontrar el amor, la paz y la plenitud que yacen ocultos tras esas emociones y esos pensamientos.

Sin embargo, si las emociones y los pensamientos nos sobrepasan y nuestra capacidad de autoobservación aún es muy débil, puede que no seamos capaces de sentir las emociones de manera plena. En este caso, lo mejor es canalizar la energía de una manera sana. A mí me ayuda escribir y hacer ejercicio. Pero puede ser cualquier actividad. Idealmente una que requiera de bastante energía y que sepas que después no te generará culpa ni alimentará tu ansiedad. Pintar, cocinar, bailar, cantar… tu sabrás lo que funciona para ti.

La invitación oculta

La tendencia a autoagredirnos puede ser una herramienta en nuestro viaje de crecimiento personal si decidimos asumirla de una manera sana.

Cada vez que surja la compulsión de agredirte, ya sea en forma leve o extrema, tómala como una invitación a volver a casa. Es como si fuéramos manejando en la dirección contraria y carro activara una señal para indicarnos que nos desviamos de nuestro camino.

Si captamos las señales más sutiles, podremos dar vuelta de manera fácil. Si ignoramos esa señal, se hará cada vez más intensa.

Ahora sé que no tengo que esperar a que mis labios estén sangrando para darme cuenta de que estoy evadiendo algo dentro de mí. Apenas aparece el deseo de morderme, acepto la invitación a mirar mis emociones y me permito sentirlas plenamente. Así, el hábito de autoagredirme se ha convertido en una luz más que amorosamente contribuye a mi viaje de regreso a casa.

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Una propuesta interesante

Si el problema que te preocupa no se está manifestando en este mismo momento, sino que sólo está en tu cabeza, puedes elegir estar presente y no dejarte llevar por la película que tu mente creará al rededor de ese problema.

Ante la perspectiva de que elijas estar presente, puede que tu ego te diga: «Hagamos un trato. Déjame resolver el problema en la cabeza, déjame imaginar los futuros posibles para asegurarme de que tendré cómo defenderme en caso de que mis miedos se vuelvan reales, déjame ganar esa posible discusión en mi imaginación, déjame repasar las razones por las que estoy en lo cierto y los demás están equivocados. Déjame hacer eso sólo esta vez. La próxima te prometo que nos quedaremos en el momento presente en vez de dejarnos llevar por mis películas».

Podría llegar a ser un buen trato si no fuera porque una vez que lo aceptes, el ego te lo volverá a proponer una y otra vez, aplazando la presencia a un futuro que nunca llega.

Es el mismo trato que propone la mente cuando quiere satisfacer la urgencia de caer en una adicción. Sólo este cigarrillo y paro. Sólo este bocado más. Sólo un capítulo más. El problema es que apenas cedes la historia se repite: «Ahora sí el último».

Hazle mejor la siguiente propuesta a tu mente: «Estemos presentes sólo por hoy. Sólo por este momento. Sólo por estos segundos, luego ya habrá tiempo para fantasear». Y cada vez que te acuerdes, le vuelves a proponer el mismo trato. «Es sólo por este minuto», dile, «No hay nada qué temer, sólo estemos presentes por este momento, sólo este, no pido nada más».

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Dos formas de calmar la ansiedad

Hay dos maneras de calmar la ansiedad: huyendo de ella o adentrándonos en ella.

El primer camino es fácil a corto plazo. Un ejemplo típico es cuando recurrimos a una adicción para escapar de la ansiedad. En el momento la calmamos, pero vernos atrapados en la adicción nos produce más ansiedad una vez el efecto calmante ha pasado (o incluso a veces antes de que pase).

El segundo camino es incómodo ahora. Implica sentir. Implica llevar la luz de nuestra consciencia y posarla con intensidad sobre aquellas emociones que nos duelen. Implica tomar consciencia de nuestro miedo y nuestro dolor y verlos de frente, sin tratar de arrancarlos o aniquilarlos, simplemente quedándonos allí con ellos.

Cuando tenemos la valentía de tomar el segundo camino, podemos acceder al poder de la alquimia de nuestra consciencia, que convierte en luz aquello sobre lo que se posa. Cuando la consciencia pura entra en contacto con nuestro dolor, lo usa como combustible y lo convierte en parte de ella. Lo transforma en más consciencia, en plenitud.

Y esta consciencia, al igual que cualquier músculo del cuerpo o cualquier capacidad intelectual, se fortalece a medida que la ejercitas. Y puedes ejercitarla en cada momento. Ahora, si quieres, puedes tomar consciencia de lo que está pasando en ti y mirarlo amorosamente, regalándole tu atención plena.

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El cuerpo interior

Uno de los bellos conceptos que el maestro Eckhart Tolle utiliza para guiarnos hacia el momento presente es el cuerpo interior. En su libro En Unidad con la Vida, nos propone el siguiente ejercicio para que tomemos consciencia del cuerpo interior:

«Si usted no está familiarizado con la consciencia del ‘cuerpo interior’, cierre los ojos por un momento y descubra si hay vida en sus manos. No le pregunte a su mente. Dirá: ‘No puedo sentir nada’. Probablemente dirá también: ‘Dame algo más interesante en lo que pensar’. Así que en vez de preguntarle a su mente, vaya directamente a sus manos. Con esto quiero decir que se haga consciente de la sensación sutil de vitalidad que hay dentro de ellas. Está ahí. Sólo tiene que llevar su atención allá para percibirla. Puede sentir una ligera sensación de cosquilleo al principio, después una sensación de energía o vitalidad. Si concentra su atención en sus manos durante un rato, el sentido de vitalidad se intensificará. Algunas personas ni siquiera tendrán que cerrar los ojos. Podrán sentir sus ‘manos internas’ al mismo tiempo que leen esto. Después vaya a sus pies, detenga su atención allí durante un minuto más o menos y empiece a sentir sus manos y sus pies al mismo tiempo. Después, incorpore otras partes del cuerpo (piernas, abdomen, pecho, etcétera) a esa sensación, hasta que sea consciente del cuerpo interior como una sensación general de vitalidad, extendida por todo el cuerpo.»

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Una pregunta clave

Cuando medito, a veces pongo una alarma para que me indique cuándo parar. Hoy, mientras meditaba, me vi esperando a que sonara la alarma.

Al ego le encanta la idea de meditar, siempre y cuando crea que con eso puede obtener algo en el futuro: una idea agrandada de sí mismo. Entonces, mientras «medita» mira al futuro, pues, para él, es solo en el futuro que la meditación tiene valor. Este momento, sentado en silencio, es únicamente un medio para llegar al momento en el que recibirá su recompensa.

Pero la recompensa que busca el ego nunca llega, pues el futuro nunca llega. Lo que llega es siempre el presente. Y el ego no lo puede apreciar, pues tiene su mirada en el futuro.

Es una reacción automática. Es el reflejo de mirar al fururo para asegurarnos de que lo que estamos haciendo nos traerá una recompensa.

Y, así, me dí cuenta de que me estaba perdiendo el regalo de ese momento. Y vi que, en realidad, no estaba meditando. Sólo estaba realizando un ritual superficial para crear en mi imaginación un futuro deseable: el futuro en el que estoy pleno, en paz y realizado.

Más allá de si te sientas a meditar con las piernas cruzadas y repites mantras o si estás en un café tomándote un jugo o revisando papeles en un rascacielos o barriendo la calle, la pregunta más importante es: ¿este momento es valioso para ti por sí mismo o vale tan sólo por lo que traerá en el fututo? Allí reside, para mí, la clave de la espiritualidad.

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Ahora puedes elegir

Mientras comes, puedes elegir estar presente y saborear cada bocado o puedes dejar que tu mente vague por tus sueños y preocupaciones o esté pendiente de las notificaciones de tu celular mientras masticas automáticamente la comida.

Cuando una emoción fuerte surge en ti, puedes elegir sentirla, entrar en ella y dejar que te muestre lo que hay en ti o puedes buscar algo para ditraerte: un chocolate, una película, un cigarrillo, leer las noticias.

Cuando tu mente se forma películas sobre el futuro, puedes elegir engancharte en la trama y olvidarte de dónde estás o puedes observarlas desde un lugar de consciencia y dejarlas pasar como nubes en el cielo.

En este momento puedes elegir sentir tu corazón latir en tu pecho o puedes no hacerlo. Tienes el poder.

Tú eliges desde qué lugar experimentas tu realidad y con qué grado de consciencia.

Sí, hay una inercia, una forma en la que estamos acostumbrados a elegir. Hay decisiones que tomamos de forma automática, por costumbre. Pero ahora podemos elegir observar esos patrones y podemos elegir de nuevo.

La magia es que entre más elegimos algo más fácil se vuelve elegirlo. A medida que tomamos elecciones diferentes vamos reprogramando los hábitos de nuestra conciencia.

Hacer esto de manera consistente puede parecer algo difícil. Pero esa idea es un truco del ego. Al ego le encanta mirar al futuro y al pasado y ver la dificultad proyectada en el tiempo. No obstante, en este momento, que es el único momento en en realidad puedes elegir, es fácil hacerlo. Prueba y verás. Y lo único que tienes que hacer y que puedes hacer es elegir ahora. En serio: prueba y verás.

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¿Vale la pena oprimir el botón para adelantar?

En la película Click, al protagonista (Adam Sandler) le regalan un control remoto mágico (alerta de spoilers). Si lo desea, con ese control puede adelantar las escenas de su vida, pausarlas o incluso volver atrás. Como este personaje está obsesionado con obtener ciertos logros en el futuro, decide empezar a adelantar ciertas escenas hasta llegar a aquellos momentos que sí desea experimentar. Por ejemplo, salta el fin de semana en el que está enfermo y tiene que trabajar, y adelanta su vida hasta la escena en la que lo promueven en su trabajo por estar haciendo bien las cosas.

Parece una buena técnica para vivir una vida más placentera. Sin embargo, lo que el personaje aprende es que esta técnica en realidad sirve para no vivir en absoluto. Es una forma de rechazar la vida, de dejar de vivir. Pues implica tratar al momento presente, donde reside la vida, como un obstáculo o, a lo sumo, como un medio para llegar al futuro. Pero no se lo ve como algo valioso en sí mismo.

Además, este control remoto tiene una característica particular: guarda las preferencias de su usuario. Por tanto, de forma automática comienza a adelantar ciertas escenas, así el protagonista no lo haya elegido conscientemente. Cuando se da cuenta, han pasado varias décadas y se ha perdido su vida. Eligió, sin quererlo, que esta pasara sin que él se diera cuenta.

Me parece una metáfora muy iluminadora sobre la manera como funciona nuestra mente, que viene siendo el control remoto.

Nuestra mente condicionada está obsesionada con obtener. Con la idea de que en el futuro están la salvación y la plenitud. Esto implica, claro, que este momento no tiene valor por sí mismo. Solo sirve en la medida en que nos permite llegar a ese futuro en el que está aquello realmente valioso. Y así, rechazamos la vida, persiguiendo siempre el futuro, que nunca existe ahora y, por tanto, nunca existe en el momento en el que está la vida. Y este rechazo a la vida puede convertirse en un hábito, en algo que hacemos sin darnos cuenta.

La buena noticia es que está en nuestras manos reprogramar el control remoto. ¿Cómo se hace? Primero, tomando consciencia de que está en automático y que está programado para no valorar este momento. Segundo, una vez tenemos consciencia, podemos elegir romper la programación automática. Requiere atención y disciplina, pues hay una inercia detrás de la programación. Pero se puede. Podemos elegir comenzar a no oprimir el botón de adelantar. Podemos quedarnos saboreando este momento hasta su médula, así la mente nos diga que este momento no es valioso. Que ir en el bus a la casa no es valioso. Que estar lavando los platos no es valioso. Que sentir una incomodidad en el cuerpo no es valioso. Todo eso podemos ignorarlo, y quedarnos plénamente aquí, asumiendo que aquí ya llegamos al tesoro más valioso que existe y, por tanto, no tenemos necesidad de estar en ningún otro tiempo o lugar.

Podemos elegir quedarnos aquí hasta crear una nueva programación. Un nuevo hábito. El hábito de ver este momento como lo más valioso que hay, sabiendo que es lo único real que hay.

Así que la próxima vez que estés tentado ignorar esta escena para llegar a un futuro más valioso, pregúntate: ¿vale la pena oprimir el botón para adelantar? Es decir, ¿vale la pena dejar de vivir la vida?

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En este momento tienes una oportunidad sagrada

En los monasterios zen es común que una gran parte de la práctica espiritual de los monjes consista en hacer tareas cotidianas. Lavar los platos, tender las camas, barrer el piso.

Para los monjes, esas actividades son oportunidades sagradas para adentrarse en el momento presente. Para encontrar, en lo profundo de aquí y ahora, la plenitud que siempre está esperando a que tomemos consciencia de ella.

Por supuesto, para hacer esa práctica espiritual no es necesario estar en un monasterio. Solo por hoy, asume tus responsabilidades cotidianas como oportunidades sagradas, pues en verdad lo son. Entrégate completamente a cada momento. Como si el mundo se fuera a acabar en media hora y Dios se te apareciera y te dijera que tu última prueba antes de entrar al Cielo es hacer una sola tarea, esa que tienes en frente, con atención plena.

Cuando vayas de tu cuarto al baño, asume ese instante como parte de la prueba sagrada. Cuando comas. Cuando te bañes. Cuando estés sentada esperando el bus. Cuando estés manejando.

Cada momento es una puerta a la plenitud sagrada que mora en tu corazón, si así decides asumirlo.

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