¿Ser indulgentes o confrontar?

Llegas a tu casa y tu pareja está un poco fría y distante. Además, ante una de tus preguntas, responde de manera grosera. ¿Es momento de confrontarla y decir cómo te sientes o es momento de pasar por alto sus faltas y mostrar cariño?

Hay situaciones obvias: probablemente tu hijo de un año y medio no necesita darse cuenta de tu molestia porque rompió el acuario al tirarle una pelota de golf, pero, si fuera tu hijo de 12 años, puede ser que tu molestia sea lo que más le ayude a madurar. Sin embargo, hay muchos casos grises, en los que no es tan claro qué es lo mejor.

Si tu pareja está pasando por un duelo o una época de gran estrés, puede no ser el momento para señalarle sus pequeñas faltas. Pero si se ha vuelto un hábito, tal vez sea momento de hablar de lo que te molesta, así sea incómodo. No hay una respuesta única. Se requiere gran sabiduría para elegir en estos casos.

En mi opinión, la única receta que se puede aplicar siempre es permanecer conectados con nuestro interior, tener empatía y seguir nuestro corazón. La acción que emerja de ese estado seguramente será la que más nos sirve a nosotros y a quienes nos rodean. Si hay confusión, tal vez lo primero sea respirar y buscar el silencio dentro de ti. Allí está la respuesta.

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Entre el amor y el miedo

A veces la mente tendrá resistencia a que expreses amor. No es seguro. De pronto se aprovecharán de ti. De pronto te partirán el corazón.

Expresar amor implica ser vulnerables, dejar que vean nuestras partes más sensibles. Al ego eso le da miedo, pues significa que, al menos por un momento, sus defensas están desactivadas. Y el ego cree que necesita defenderse todo el tiempo, ya que cree estar rodeado de enemigos que esperan la menor oportunidad para atacarlo.

El corazón, en cambio, no tiene miedo, pues sabe que los enemigos no existen. El amor se ve a sí mismo en todo y, por tanto, en vez de defenderse extiende los brazos para abrazar cada aspecto de sí mismo.

La voz que decides escuchar es una elección. Y es una elección que se refuerza a medida que eliges. Entre más sigas al corazón, más fácil te será seguirlo. Al comienzo requiere gran confianza y un salto de fe. Luego se vuelve un hábito natural. Y vale la pena. Ya que, en el fondo, se trata de la elección entre el amor y el miedo.

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¿Cómo perdonar cuando es difícil?

El perdón trae paz, nos reconecta con los demás y con nosotros mismos. Pero no siempre es fácil. Cuando sentimos que la herida está abierta, puede haber gran resistencia, los resentimientos pueden parecer demasiado grandes.

Dos consejos:

Enfocarnos en sanar. Sanar el resentimiento y las heridas. Sanar por nuestro propio bien. Buscar curarnos, buscar sentirnos mejor. Cuando ya estamos sanos, el perdón surge naturalmente. De hecho, el más bello acto de perdón es permitirle al otro ver que estamos sanos, que estamos bien y, por tanto, no hay razón por la que él deba sentirse cupable.

Tener la intención. A veces no sabemos cómo. La separación (y con esto me refiero a nuestra sensación interna en relación con la otra persona) se ve demasiado grande, parece definitiva. Pero si tenemos la intención genuina, pueden ocurrir milagros. No te preocupes por encontrar el camino. Preocúpate por tener la intención de llegar al estado de perdón, y el camino aparecerá de formas que no imaginabas. A veces simplemente los resentimientos se disolverán si que te des cuenta cómo ni cuándo. Pero la intención debe ser sincera. Y será sincera si te das cuenta del bienestar y la paz que estarán disponibles para ti cuando perdones. Y créeme, habrá un gigantesco bienestar y una paz profunda.

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¿Qué es primero, el pensamiento o la acción?

Pensemos en cómo alguien deja de fumar. ¿Será lo más común que, por razones ajenas a la voluntad disminuya primero el consumo, y que, después de que este ha disminuido, al aumentar el bienestar, surja el pensamiento «voy a dejar de fumar»? Probablemente no. En este caso, lo normal es que la transformación comience con un pensamiento, con una intención. Es por esto que muchas corrientes de crecimiento personal resaltan la importancia de elegir nuestros pensamientos.

Sin embargo, cuando se trata de cambiar nuestras creencias más profundas, a veces el proceso no es tan lineal: nuestros pensamientos van cambiando nuestras acciones y estas a su vez van cambiando nuestros pensamientos.

Tomemos, por ejemplo, la creencia de que los demás son enemigos. Esto naturalmente nos lleva a protejernos de los demás y a atacarlos, a buscar su destrucción. Entonces entra una pequeña luz, la idea de que el otro es mi hermano. Es una idea débil al comienzo. Dudo al no atacarlo. Dudo, sobre todo, al no defenderme. Poco a poco lo dejo entrar. Y al dejarlo entrar y conocerlo se disuelve cada vez más la idea de que es mi enemigo. Pero hay un punto en el que emprendemos la acción sin estar seguros. Damos un salto de fe. Lo mismo sucede con la creencia en la escasez: una de las mejores formas de disolverla es actuar como si no hubiera escasez, compartir, dar de lo que tenemos.

Y así, también, cambian nuestras sociedades. Probablemente la esclavitud desapareció poco a poco. Al comienzo hubo semillas, personas que comenzaron a pensar diferente. Y estas ideas fueron el motor del cambio. Pero para que el cambio se diera de manera general la acción fue necesaria: el que una parte importante de la sociedad dejara a un lado la esclavitud modificó las ideas sobre la esclavitud en el resto de la sociedad. En este caso, el cambio en las acciones de unos llevaron a cambios en las creencias de otros. Y esto mismo está sucediendo ahora en relación con varios aspectos en los que estamos evolucionando: nuestra alimentación, nuestra actitud hacia el planeta, nuestra espiritualidad. Por eso nuestras acciones en estos campos son tan importantes: son uno de los ingredientes esenciales de la transformación.

Y cuando se trata de nuestro propio proceso, pasa algo semejante: nuestras tienen el poder de cambiar nuestros pensamientos. Así que es muy bueno enfocarnos en cambiar nuestra forma de pensar si sentimos que no nos sirve para experimentar lo que deseamos. Pero no subestimemos el poder que nuestras acciones tienen sobre nuestros propios pensamientos. A veces la mejor forma de adoptar un pensamiento es comportarte como si lo creyeras. Actúa y deja que tu corazón experimente los resultados. Tus creencias más profundas seguirán a tu corazón.

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Cada uno tiene su propio camino

A veces creemos que, como algo funcionó para nosotros, debe funcionar para todos los demás; que, dado que nos parece obvio, aquellos que no piensan igual que nosotros son ignorantes.

Especialmente nos pasa esto en el camino espiritual. Hacemos alguna práctica o seguimos algún camino que nos lleva a tener experiencias hermosas y sublimes, que nos ayuda a despertar, y entonces creemos que esa es la única práctica verdadera, el único camino válido. Y nos sentimos especiales, elegidos. Y tratamos de mostrarles a los demás el camino verdadero: el nuestro.

Pero la verdad, mi verdad (que puede estar errada y que tal vez ya no sea mi verdad en algunos años), es que cada uno tiene un camino diferente. Y no hay nadie que no esté recorriendo su camino, así parezca estar perdido. Y es que a veces perderse hace parte del camino. A veces elegir la oscuridad es el camino que luego lleva a la luz.

Podemos creer, en nuestra arrogancia, que sabemos cuál es la senda adecuada para los demás. Pero te aseguro que, al menos para mí, nada trae tanta libertad como dejar de juzgar el camino de los demás. Entonces podemos compartir nuestro camino con amor. Y aquellos a quienes les sirva podrán acompañarnos, si así lo desean. Pero sabemos que, en última instancia, nadie necesita ser salvado por nosotros y que, en lo profundo, cada uno está recorriendo su propio camino de forma perfecta.

 

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No hagas suposiciones

El tercero de los cuatro acuerdos propuestos por Miguel Ruiz es no hacer suposiciones. ¡Qué poderoso es este consejo! ¡Cuánto sufrimiento podemos evitar al seguirlo! A veces suponemos que el otro sabe cómo nos sentimos. Creemos que nuestro jefe sabe todo lo que nos hemos esforzado en este proyecto y debe comportarse como tal. Damos por sentado que todo aquel que nos considere valiosos memorizará nuestra fecha de cumpleaños. Asumimos que el conductor que trata de entrar en la vía por la que conducimos sabe que vamos de afán y que ese día ya hemos cedido el paso varias veces. Suponemos que nuestra pareja sabe qué es lo que nos molesta, aunque hayamos estado tratando de aparentar que eso en realidad no nos importa.

Cuando suponemos, terminamos viendo enemigos donde no los hay. Creamos una historia en nuestra cabeza en la que el otro ha decidido deliberadamente ofendernos.

¿El resultado? El resentimiento. La sensación de que han abusado de nosotros, de que se han aprovechado, de que nos han despreciado.

¿Reacción inconsciente?  Distanciarnos, ser irónicos, atacar, insultar, apretar los dientes. Asumir el rol de víctimas.

¿Solución? Tomar responsabilidad por nuestro bienestar. Nadie tiene por qué saber cómo nos sentimos, ni qué es importante para nosotros. Nuestra tranquilidad y nuestro valor propio no pueden depender de que los demás tengan las creencias que nos parece que deberían tener o de que se comporten de acuerdo con nuestros supuestos (o sí pueden depender, pero esto es una receta para el sufrimiento).

Cuando dejamos de hacer suposiciones sobre lo que pasa en la mente de los demás, veremos que en muchas ocasiones el perdón llega por sí solo. O, más bien, nos damos cuenta de que no hay nada qué perdonar porque nadie nos ha hecho nada. Dejamos de exigir tanto a los demás y cuando lo hacemos somos explícitos y claros. Los resentimientos se disuelven.

Entonces se allana el camino hacia la paz, sanamos la separación que nuestro ego había construido, volvemos a conectarnos desde el corazón con quienes nos rodean.

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¿En qué te estás enfocando?

Tomado de @theawkwardyeti

A veces somos así. Estamos rodeados de bendiciones, de vida, de dones, de regalos, pero nuestro intelecto se enfoca en lo que nos falta, en el diminuto punto negro escondido en una esquina del vasto cielo azul. Y entonces nos perdemos la hermosura, la belleza y el regalo que la vida nos hace.

Este es un truco del ego para justificar su sensación de aislamiento, carencia y sufrimiento. No importa qué tan bellas sean las flores que te rodean. No importa qué tan lejos hayas llegado en tu camino ni cuántos obstáculos hayas superado. No importa todo lo que has crecido en los últimos diez años ni todos los miedos que has superado. Al ego no le importa eso: basta con una falla, una carencia, un defecto. Eso es suficiente para que el ego nos atormente y nos saque del momento presente, donde toda la belleza que nos rodea está a nuestra disposición. Y nunca nada será suficiente para el ego. Siempre habrá una razón para autoflagelarte y sufrir.

Por eso, elijamos hoy escuchar a nuestro corazón, que en su infinita inocencia nos invita a apreciar, a conectarnos con la abundancia y con la belleza que nos rodean. Se trata de una elección, y de una que podemos hacer ahora. Como lo resaltan muchos maestros espirituales: siempre podemos elegir enfocarnos en el amor o en el miedo. Elijamos ahora enfocarnos en el amor.

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