Un pequeño relato sobre cómo he ido aprendiendo el arte de vivir

Deja que la mente se calme y el corazón se abra. Entonces todo será muy evidente.

            Sri Sri Ravi Shankar

“Existir es un hecho, vivir es un arte”. Estas palabras, sencillas y poderosas, las dijo Sri Sri Ravi Shankar, fundador de El Arte de Vivir, y tienen un significado mucho más profundo de lo que nos podemos imaginar. Cuando escuché estas palabras por primera vez, caí en cuenta de que no puedo hacer nada respecto al hecho de existir, pero sí puedo decidir cómo vivir. Llegamos a este mundo a vivir con muchas metas a las que supuestamente debemos aspirar, pero no nos enseñan el fin más trascendental, uno que le dé sentido a nuestra vida. Y esto no nos lo tiene que dar nadie porque ya está en nosotros, pero todo el ruido en el que estamos inmersos permanentemente nos impide ver lo evidente.

Para volver a nuestra esencia, a lo simple, a nuestro de ser, necesitamos vivir la vida como un arte; esto es lo que le da sentido. La Fundación El Arte de Vivir hace precisamente eso, al enseñar herramientas prácticas que nos permiten ahondar en nosotros mismos para darnos cuenta de que todo el amor y la felicidad que buscamos por fuera está realmente adentro de nosotros.

Suena muy difícil de creer y un poco abstracto; usualmente necesitamos que nos den ejemplos concretos y cuantificables de la vida práctica sobre qué vamos a obtener y cómo lo vamos a conseguir. Todos estos argumentos me convencieron de tomar un curso en esta fundación llamado Happiness Program, el programa de la felicidad. Hasta ese momento, llevaba una vida que podría considerarse normal: un trabajo y algo de vida social y familiar. Pero no tenía un propósito claro y fuerte para vivir y había tenido algunos episodios depresivos. Cuando hice el curso experimenté mucha felicidad y claridad, como hacía muchos años no había sentido. Fue esta experiencia sencilla y a la vez transformadora lo que me hizo ver que antes solo existía, pero que adicionalmente podía vivir feliz.

¿Cómo se logra esto con un curso de tres días? Con lo que ya todos hacemos inconscientemente: respirando. Hay una serie de procesos y ejercicios, pero todo gira alrededor de la respiración y la técnica traída por Sri Sri, llamada Sudarshan Kriya. Esta técnica permite oxigenar y desintoxicar el cuerpo, generando el mismo efecto en la mente y las emociones. Así de simple.

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No puedo cuantificar cuánto mejoró mi productividad, cuántas veces más sonreí por día después de esta experiencia, cuántas discusiones inútiles evité. Después de este curso mi cambio fue evidente ante todos los que me conocen y mis relaciones interpersonales mejoraron. Trascendí la existencia y empecé a vivir. No fue que me revelaran un propósito de vida, simplemente dejé de necesitar un propósito concreto porque me sentí plena y completa, y la sonrisa empezó a acompañarme más seguido.

La experiencia del curso me inspiró a profundizar en la meditación y el yoga. Cuando uno lleva tanto tiempo viviendo a medias y encuentra algo que lo ayuda a sentirse bien, quiere ir más allá. Posteriormente, decidí ir a India, a la fuente de este conocimiento. Ese viaje me ayudó a volver a la esencia en medio de la simplicidad y a sentir gratitud infinita por cada detalle de la vida. Me sentía infinitamente agradecida por esa gran oportunidad, por poder dejar mi trabajo de oficina para emprender una aventura. Fue la primera vez que me permití hacer algo que realmente quería a pesar de no ser lo más lógico. La cultura india me enseñó lo que es el servicio desde el corazón, la entrega, la generosidad. En principio fui a tomar un curso y me quedé de voluntaria en el Centro Internacional de El Arte de Vivir en Bangalore. Estaba feliz de servir, de hacer algo por alguien más, y a la vez entendí que el servicio enriquece más al que lo presta que al que lo recibe.

Se despertó en mí un sentido de responsabilidad orientado al servicio. Recuerdo haberlo tenido cuando niña y haberlo abandonarlo casi por completo al entrar a la universidad, donde me presionaba pensando que todo lo que hiciera tenía que ser en función del éxito profesional. Estando en India fui inspirada por Sri Sri, quien ha actuado como mediador en varios conflictos en el mundo, incluyendo el conflicto colombiano, y sentí la necesidad de volver a Colombia a trabajar por la construcción de la paz.

Estoy convencida de que las herramientas de El Arte de Vivir pueden sanar las heridas que la violencia ha causado (ya lo ha logrado en algunas personas que han sido víctimas o que han estado involucradas en el conflicto, cuya respuesta ha sido muy positiva). Incluso, sin ir tan lejos, estas técnicas pueden devolverle la sonrisa a las personas que se han dejado contagiar por el estrés del día a día.

Por todo lo anterior me encuentro en proceso de convertirme en instructora de estos cursos. Quiero poder transmitirle a más personas las herramientas y el conocimiento que he adquirido y que puedan sentir esto tan inmenso y hermoso. A ti que estás leyendo este artículo te invito a que tomes el Happiness Program y te des la oportunidad, como lo hice yo, de experimentar el arte de vivir feliz y en paz.

Por: María Andrea Forero

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El Arte de Vivir es una ONG humanitaria, educativa y sin fines de lucro fundada en 1981 por Sri Sri Ravi Shankar. Su trabajo, en más de 160 países, está enfocado en el manejo del estrés y en las iniciativas de servicio para el bienestar de la comunidad.

En 1981 Sri Sri Ravi Shankar estableció la Fundación El Arte de Vivir, una organización no  gubernamental de carácter humanitario y educativo con estatus consultivo en el Consejo  Económico y Social (ECOSOC) de las Naciones Unidas. La fundación formula e implementa soluciones duraderas para los conflictos y problemas que enfrentan individuos, comunidades y naciones.

El Arte de Vivir está presente hace 10 años en Colombia. Ha realizado labores humanitarias con poblaciones en situación de vulnerabilidad (víctimas, desmovilizados, personas privadas de la libertad, entre otros) en diferentes zonas del país que han beneficiado a más de veinte mil personas.

Datos de contacto en Colombia:

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Sobre el amor implacable

Uno de los acontecimientos que más me ayudó a superar el miedo a las mujeres ocurrió durante un retiro de meditación. Tenía 25 años y nunca había tenido novia. Es más, no sabía lo que era un beso. Así de grande era mi miedo al rechazo, a lo desconocido, a no ser lo suficientemente bueno, al amor.

Una noche, en una de las reuniones grupales que tenían lugar después de las jornadas de meditación, comenté que me sentía triste. Me gustaba una mujer  con la  que había compartido durante el retiro, pero no era capaz de decirle nada. Al oír mi historia, Isha, la maestra espiritual creadora del centro de meditación, y quien justo esa noche estaba a cargo de la reunión —lo que no era usual—, me pidió que fuera a decirle a la mujer lo que sentía. Una ráfaga de adrenalina cruzó por mi pecho. “Después de que termine la reunión, lo haré”, repliqué. La verdad es que tenía mucho miedo. Ese mismo miedo que me había acompañado desde  niño y a causa del cual había desperdiciado tantas oportunidades de experimentar, de vivir la vida, de conocer gente maravillosa, de conocerme a mí mismo. Tenía que pensarlo un poco más. Examinar la situación con cuidado; ver si ya estaba listo. Para muchos sería algo muy simple, pero para mí era algo gigante, como lanzarme a un abismo. Era mejor tomar las cosas con calma.

Segundos después de mi respuesta, Isha me miró con gran intensidad y me gritó: “¡Ahora!”. Por un breve instante quedé paralizado. No parecía algo real. Yo esperaba unas palmaditas en la espalda, algo de lástima por mi situación. Lo último que esperaba recibir era una patada que me precipitara al abismo. El grito bloqueó mis pensamientos. Simplemente me puse de pie y fui hacia el salón donde se encontraba la mujer que me gustaba —estábamos en reuniones diferentes—. Por supuesto, temblaba, pero de alguna forma sentía que no tenía opción. Como un pájaro que cae y no le queda otra alternativa que abrir las alas.

Cuando regresé con ella al salón donde estaba reunido mi grupo —eran como cincuenta personas—, habían puesto una silla en la mitad para que se sentara mientras yo le decía lo que sentía. De nuevo, puede que todo esto se vea muy simple, pero para mi mente era como caminar sobre fuego: algo que estaba absolutamente convencido que no podía hacer. Le dije lo que sentía y fue una experiencia maravillosa. A las pocas semanas de regresar del retiro, le declaré mi amor a una mujer maravillosa con la que tuve un bello noviazgo. Nada de eso habría sucedido de no ser por el grito de Isha, que, no obstante, fue tan agresivo e incómodo en su momento.

Ese grito fue un pequeño ejemplo de lo que Isha llama “compasión implacable”. En español no tenemos una forma clara para referirnos a esto, pero es semejante a lo que en inglés se conoce como tough love o “amor duro”. Sucede en aquellos casos en los que el amor adquiere una apariencia feroz, pero no por ello deja de ser amor. De lejos, podría verse como agresión, irrespeto o egoísmo. Si mi miedo hubiera sido demasiado grande, puede que hubiera rechazado el grito de Isha, y que ahora mi versión de la historia fuera algo así como “¿Quién era ella para gritarme?, ¿cómo se atrevía a darme órdenes? Yo había ido al centro de meditación para sentirme mejor, no para que me maltrataran”. Afortunadamente, estuve abierto a recibir esa ráfaga de amor, a pesar de su apariencia. Lo mismo sucede con el hijo drogadicto, por quien, a veces, lo mejor que se puede hacer es echarlo de la casa, o no prestarle más dinero, aun si esto le va a causar un gran dolor inmediato.

En mi vida, mis mejores amigos y mis familiares más cercanos han sido quienes más han demostrado por mí eso que Isha llama compasión implacable. Cuando he estado en un gran drama y, en vez de seguirme el juego, me han rechazado para mostrarme el lugar en el que me encuentro. Cuando he pedido ayuda en casos en los que en realidad no la necesitaba —aunque estaba convencido de que la necesitaba—, y me la han negado, a pesar de lo difícil que es negarle ayuda a un amigo cercano. Hoy solo siento gratitud por todos ellos, al igual que por Isha.

Por supuesto, este es un tema delicado, pues en nombre del “amor duro” podemos caer en el abuso o en el egoísmo. Tal vez solo el corazón sepa qué  es lo más adecuado en cada caso. Una de las cosas hermosas que dice Isha es que el amor verdadero no tiene una forma fija. A veces puede ser suave e infinitamente paciente, y a veces puede ser como un volcán que lo consume todo. Es probable que nos equivoquemos, y que en nombre del “amor duro” hagamos actos carentes de amor. Sin embargo, cuando estamos conectados con el corazón y con nuestra sabiduría interna, y a veces simplemente basta sentido común, podemos ayudar verdaderamente a quienes amamos, más allá de las apariencias. Y es un gran acto de amor estar dispuestos a perder a quienes queremos y a que nos juzguen de crueles o de indiferentes, si en el fondo sabemos que lo que estamos haciendo es lo que más le conviene a la persona que amamos. El amor no son solo rosas. Sergi Torres, un maestro a quien admiro mucho, lo pone de una manera gráfica: es cierto que nos gustan las flores, pero si en vez de lava los volcanes solo botaran flores, seguramente no cumplirían la función que desempeñan en la naturaleza.

Por: David González

Los obstáculos son parte del camino

Por: Jack Kornfield

Si examinamos nuestras mentes, inevitablemente encontraremos las fuerzas que están en la raíz de la avaricia, el miedo, los prejuicios, el odio y el deseo, los cuales crean tanto dolor en el mundo. Pero dichas fuerzas pueden convertirse en una oportunidad para nosotros, y plantean una pregunta fundamental para cualquiera que se comprometa con una vida espiritual: ¿Hay alguna forma en la que podamos convivir con estas fuerzas de manera constructiva y sabia? Dependiendo de cuál sea nuestra relación con estos demonios, u obstáculos, pueden ser fuente de una gran lucha o combustible para el crecimiento y la claridad. El primer paso para trabajar con estas energías es identificarlas claramente. En la explicación clásica se suele decir que hay cinco obstáculos principales, pero puede que hayas descubierto algunos por tu cuenta.

El primer obstáculo es el deseo del placer sensorial: cosas agradables de ver, sonidos, sabores y olores agradables, estados mentales placenteros. ¿Cuál es el problema con el deseo? ¿Qué tiene de malo? Nada, realmente. No hay nada malo con disfrutar de experiencias placenteras. Teniendo en cuenta las dificultades que enfrentamos en la vida, es bueno tener esas experiencias. Sin embargo, estas nos engañan. Nos llevan a adoptar la mentalidad del “Si tan solo”: “Si tan solo pudiera tener esto”, o “Si tan solo tuviera el trabajo correcto”, o “Si tan solo pudiera encontrar la relación correcta”, o “Si tan solo tuviera buena ropa”, o “Si tan solo tuviera una la personalidad adecuada, entonces sería feliz”. Se nos ha enseñado que si podemos tener suficientes experiencias placenteras, juntando rápidamente unas tras otras, tendremos una vida feliz. Un buen juego de tenis seguido por una cena deliciosa, una buena película, luego sexo fantástico y un buen sueño, para después trotar por la mañana, y luego una buena hora de meditación y un excelente desayuno, para de allí pasar a una emocionante mañana de trabajo, y así. Nuestra sociedad perpetúa este ardid de manera magistral: “Compra esto, asegúrate de lucir así, come esto, actúa de esta manera, sé dueño de esto… y tú también podrás ser feliz”. No hay problema con disfrutar de experiencias placenteras, y seguir una práctica espiritual no implica rechazarlas. Pero estas realmente no satisfacen al corazón, ¿o sí? Por un momento experimentamos un pensamiento, un sabor o una sensación agradable, y luego se va y se lleva consigo la sensación de felicidad que había traído. Entonces pasamos a la siguiente cosa. Todo el proceso se puede volver extenuante y vacío.

Claro que no siempre pedimos mucho; a veces nos conformamos con muy poco. Al comienzo de un retiro de meditación las personas usualmente gastan una gran cantidad de tiempo sufriendo a causa de sus deseos: “Si tan solo tuviera esa casa” o “Si tan solo tuviera más dinero”. Pero a medida que se ajustan a los límites impuestos por el retiro, sus deseos se vuelven más pequeños: “Si tan solo sirvieran algo dulce después del almuerzo”, o “Si tan solo estuviéramos sentados por menos tiempo”. En una situación como un retiro —o en una prisión, dado el caso—, en la que las posibilidades de cumplir los deseos son limitadas, se hace claro que la fuerza del deseo no está determinada por un objeto particular, sino por el nivel de apego en la mente, y el deseo de un dulce puede ser tan poderoso como el deseo de un Mercedes Benz. De nuevo, el problema no es el objeto de deseo, sino la energía en la mente. La energía del deseo nos mantiene en movimiento, buscando esa cosa que realmente nos va a satisfacer. La mente que desea es en sí misma dolorosa. Es un hábito que se perpetúa a sí mismo y que no nos permite estar donde estamos debido al afán por tratar de obtener algo más. Incluso cuando obtenemos lo que queremos, luego queremos algo más o algo diferente, pues el hábito de anhelar es muy fuerte. Es una sensación de que estar aquí y ahora no es suficiente, de que estamos incompletos de alguna manera, y esto nos mantiene alejados de nuestra propia completud natural. Nunca estamos satisfechos. Es esta misma fuerza a escala mundial la que crea los estragos que se derivan de que la gente esté anhelando y consumiendo, acumulando, y luchando guerras para tener más y más, en una búsqueda siempre insatisfecha de placer y de seguridad.

En India dicen que cuando un carterista se reúne con un santo, solo ve la cartera del santo. Lo que anhelamos distorsionará y limitará nuestra percepción; determinará lo que vemos. Si estamos hambrientos y caminamos por la calle, no vemos las tiendas de zapatos ni si hace buen tiempo ni las nubes. Vemos allí un buen restaurante griego. “Podría comer queso feta y una buena ensalada”, o “Hay un restaurante italiano. Tal vez podría comer pizza o manicotti”, o “Ahí hay un McDonald’s. Quizás me coma una hamburguesa”. La gente puede perderse tanto en la imaginación que quienes van a un retiro de meditación a veces ven a una pareja potencial y pasan por todo el proceso romántico (citas, coqueteo, matrimonio, hijos e incluso divorcio) sin siquiera decirle una sola palabra a la otra persona. A esto lo llamamos “el romance vipassana”. Así, la fuerza del deseo puede nublar nuestras mentes, y suele traer distorsiones e ilusiones consigo. Como se dice en el Tao Te Ching: “El secreto espera a los ojos que no están nublados por el anhelo”. Podemos ver cómo el deseo interfiere con nuestra capacidad para abrirnos a las cosas como son, de una manera más libre y dichosa. Interfiere con nuestro poder para abrirnos de manera profunda a la verdad, para relacionarnos directa y sabiamente con aquello que realmente está aquí.

La segunda energía problemática que encontramos es la aversión, el odio, la ira y la mala voluntad. Mientras que el deseo y la mente que anhela nos seducen y pueden engañarnos con facilidad, la energía contraria, de ira y aversión, es más clara porque es obviamente desagradable. La ira y el odio suelen ser dolorosas. Podemos encontrar alguna dicha en ellas por un tiempo, pero cierran nuestro corazón. Tienen una cualidad ardiente y tensa de la que no podemos alejarnos. Al igual que el deseo, la ira es una fuerza extremadamente poderosa. Podemos experimentarla hacia un objeto que está presente con nosotros o hacia uno que se encuentra muy lejos. A veces experimentamos una gran rabia por eventos que sucedieron hace mucho y acerca de los cuales no podemos hacer nada. Y aunque suene extraño, podemos incluso ponernos furiosos por algo que no ha pasado, pero que simplemente imaginamos que podría pasar. Cuando es fuerte en nuestra mente, la ira puede colorear toda nuestra experiencia de vida. Cuando estamos de mal humor, no importa quien entre en la habitación o a donde vayamos ese día, algo está mal. La ira puede ser una fuente de gran sufrimiento en nuestras propias mentes, en nuestras interacciones con los demás y a nivel mundial. Aunque usualmente no pensamos acerca de ellos de esa manera, el miedo, el juicio y el aburrimiento son todos formas de aversión. Cuando los examinamos, vemos que se basan en nuestro disgusto con respecto a algún aspecto de nuestra experiencia. Con la mente llena de disgusto, del deseo de separar o alejar algo de nuestra experiencia, ¿cómo podemos concentrarnos o explorar el momento presente con un espíritu de descubrimiento? Para practicar debemos acercarnos mucho a este momento e investigarlo, no alejarlo o rechazarlo. En consecuencia, debemos aprender a trabajar con todas estas formas de nuestra aversión.

El tercer obstáculo común es la pereza y el letargo. Esto incluye la molicie, el embotamiento, la falta de actividad, la apatía y la somnolencia. La claridad y la capacidad de estar alerta se diluyen cuando la pereza y la apatía dominan la mente. Entonces esta se vuelve ineficiente y queda nublada. Cuando la pereza y la apatía se apoderan de nosotros, se convierten en un gran obstáculo en nuestra práctica.

La inquietud, que es lo opuesto al letargo, es el cuarto obstáculo. Con la inquietud viene la agitación, el nerviosismo, la ansiedad y la preocupación. La mente gira y se retuerce como un pez fuera del agua. El cuerpo puede estar rebosante de energía agitada, vibrante, acelerada, nerviosa. O a veces nos sentamos a meditar y la mente corre a través de las mismas rutinas una y otra vez. Por supuesto, no importa qué tanto nos preocupemos y nos inquietemos por algo, eso nunca mejora la situación. Aún así la mente se queda atrapada en los recuerdos y los arrepentimientos, y duramos horas dándoles vueltas a nuestras historias. Cuando la mente está inquieta, saltamos de objeto en objeto. Es difícil sentarnos en silencio, y nuestra concentración se pierde y se dispersa.

El último de los cinco obstáculos es la duda. Este puede ser el obstáculo con el cual es más difícil lidiar, pues, cuando le creemos a la duda y esta nos atrapa, nuestra práctica se detiene en seco. Nos paralizamos. Nos pueden asaltar todo tipo de dudas: dudas acerca de nosotros mismos y de nuestras capacidades, dudas acerca de nuestros maestros, dudas acerca de la práctica en sí misma  —“¿Realmente funciona? Me quedo sentado aquí y lo único que sucede es que me duelen las piernas y me siento inquieto. Quizás el Buda no sabía de lo que estaba hablando”—. Podemos dudar acerca de la práctica o de que sea la práctica adecuada para nosotros. “Es demasiado difícil. Tal vez mejor debería probar la danza sufi”. O creemos que es la práctica correcta pero que no es el momento adecuado. O que la práctica y el momento son adecuados, pero que nuestro cuerpo aún no está suficientemente en forma. No importa cuál sea el objeto: cuando la duda de la mente escéptica nos atrapa, nos estancamos.

Escoge alguno de los estados mentales más problemáticos y frecuentes que aparecen en tu práctica, tales como la irritación, el miedo, el aburrimiento, la lujuria, la duda o la inquietud. Durante una semana, presta especial atención cada vez que ese estado surja en medio de tu meditación. Obsérvalo con cuidado. Mira cómo comienza y qué lo precede. Observa si hay alguna imagen o pensamiento particular que detone ese estado. Presta atención a qué tanto dura y a cuándo termina. Observa si a veces surge de manera sutil o suave. ¿Puedes verlo como tan solo un murmullo en la mente? Mira qué tan fuerte y estridente se vuelve. Date cuenta de qué patrones de energía o tensión reflejan ese estado en el cuerpo. Vuélvete consciente de cualquier resistencia física o mental a experimentar ese estado. Ábrete y dale la bienvenida incluso a la resistencia. Por último, siéntate y sé consciente de la respiración, vigilando y esperando este estado, permitiendo que llegue, y observándolo como a un viejo amigo.

Este fragmento fue tomado del libro Buscando el corazón de la sabiduría

Traducido por: Caminos de Conciencia

Tomado de https://jackkornfield.com/making-the-hindrances-part-of-the-path/

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Jack Kornfield se entrenó como monje budista en monasterios de Tailandia, la India y Burma. Ha enseñado meditación a nivel internacional desde 1974 y ha sido uno de los maestros más importantes que ha introducido la práctica budista de atención plena en Occidente. Entre sus libros, que han sido traducidos a una veintena de idiomas, se encuentran El corazón de la sabiduría, Cuentos del espíritu: historias del corazón, Buscando el corazón de la sabiduría y Trayendo el dharma a casa: despierta justo donde estás.

Puedes conocer más sobre él en su página web.