Por: Jack Kornfield
Si examinamos nuestras mentes, inevitablemente encontraremos las fuerzas que están en la raíz de la avaricia, el miedo, los prejuicios, el odio y el deseo, los cuales crean tanto dolor en el mundo. Pero dichas fuerzas pueden convertirse en una oportunidad para nosotros, y plantean una pregunta fundamental para cualquiera que se comprometa con una vida espiritual: ¿Hay alguna forma en la que podamos convivir con estas fuerzas de manera constructiva y sabia? Dependiendo de cuál sea nuestra relación con estos demonios, u obstáculos, pueden ser fuente de una gran lucha o combustible para el crecimiento y la claridad. El primer paso para trabajar con estas energías es identificarlas claramente. En la explicación clásica se suele decir que hay cinco obstáculos principales, pero puede que hayas descubierto algunos por tu cuenta.
El primer obstáculo es el deseo del placer sensorial: cosas agradables de ver, sonidos, sabores y olores agradables, estados mentales placenteros. ¿Cuál es el problema con el deseo? ¿Qué tiene de malo? Nada, realmente. No hay nada malo con disfrutar de experiencias placenteras. Teniendo en cuenta las dificultades que enfrentamos en la vida, es bueno tener esas experiencias. Sin embargo, estas nos engañan. Nos llevan a adoptar la mentalidad del “Si tan solo”: “Si tan solo pudiera tener esto”, o “Si tan solo tuviera el trabajo correcto”, o “Si tan solo pudiera encontrar la relación correcta”, o “Si tan solo tuviera buena ropa”, o “Si tan solo tuviera una la personalidad adecuada, entonces sería feliz”. Se nos ha enseñado que si podemos tener suficientes experiencias placenteras, juntando rápidamente unas tras otras, tendremos una vida feliz. Un buen juego de tenis seguido por una cena deliciosa, una buena película, luego sexo fantástico y un buen sueño, para después trotar por la mañana, y luego una buena hora de meditación y un excelente desayuno, para de allí pasar a una emocionante mañana de trabajo, y así. Nuestra sociedad perpetúa este ardid de manera magistral: “Compra esto, asegúrate de lucir así, come esto, actúa de esta manera, sé dueño de esto… y tú también podrás ser feliz”. No hay problema con disfrutar de experiencias placenteras, y seguir una práctica espiritual no implica rechazarlas. Pero estas realmente no satisfacen al corazón, ¿o sí? Por un momento experimentamos un pensamiento, un sabor o una sensación agradable, y luego se va y se lleva consigo la sensación de felicidad que había traído. Entonces pasamos a la siguiente cosa. Todo el proceso se puede volver extenuante y vacío.
Claro que no siempre pedimos mucho; a veces nos conformamos con muy poco. Al comienzo de un retiro de meditación las personas usualmente gastan una gran cantidad de tiempo sufriendo a causa de sus deseos: “Si tan solo tuviera esa casa” o “Si tan solo tuviera más dinero”. Pero a medida que se ajustan a los límites impuestos por el retiro, sus deseos se vuelven más pequeños: “Si tan solo sirvieran algo dulce después del almuerzo”, o “Si tan solo estuviéramos sentados por menos tiempo”. En una situación como un retiro —o en una prisión, dado el caso—, en la que las posibilidades de cumplir los deseos son limitadas, se hace claro que la fuerza del deseo no está determinada por un objeto particular, sino por el nivel de apego en la mente, y el deseo de un dulce puede ser tan poderoso como el deseo de un Mercedes Benz. De nuevo, el problema no es el objeto de deseo, sino la energía en la mente. La energía del deseo nos mantiene en movimiento, buscando esa cosa que realmente nos va a satisfacer. La mente que desea es en sí misma dolorosa. Es un hábito que se perpetúa a sí mismo y que no nos permite estar donde estamos debido al afán por tratar de obtener algo más. Incluso cuando obtenemos lo que queremos, luego queremos algo más o algo diferente, pues el hábito de anhelar es muy fuerte. Es una sensación de que estar aquí y ahora no es suficiente, de que estamos incompletos de alguna manera, y esto nos mantiene alejados de nuestra propia completud natural. Nunca estamos satisfechos. Es esta misma fuerza a escala mundial la que crea los estragos que se derivan de que la gente esté anhelando y consumiendo, acumulando, y luchando guerras para tener más y más, en una búsqueda siempre insatisfecha de placer y de seguridad.
En India dicen que cuando un carterista se reúne con un santo, solo ve la cartera del santo. Lo que anhelamos distorsionará y limitará nuestra percepción; determinará lo que vemos. Si estamos hambrientos y caminamos por la calle, no vemos las tiendas de zapatos ni si hace buen tiempo ni las nubes. Vemos allí un buen restaurante griego. “Podría comer queso feta y una buena ensalada”, o “Hay un restaurante italiano. Tal vez podría comer pizza o manicotti”, o “Ahí hay un McDonald’s. Quizás me coma una hamburguesa”. La gente puede perderse tanto en la imaginación que quienes van a un retiro de meditación a veces ven a una pareja potencial y pasan por todo el proceso romántico (citas, coqueteo, matrimonio, hijos e incluso divorcio) sin siquiera decirle una sola palabra a la otra persona. A esto lo llamamos “el romance vipassana”. Así, la fuerza del deseo puede nublar nuestras mentes, y suele traer distorsiones e ilusiones consigo. Como se dice en el Tao Te Ching: “El secreto espera a los ojos que no están nublados por el anhelo”. Podemos ver cómo el deseo interfiere con nuestra capacidad para abrirnos a las cosas como son, de una manera más libre y dichosa. Interfiere con nuestro poder para abrirnos de manera profunda a la verdad, para relacionarnos directa y sabiamente con aquello que realmente está aquí.
La segunda energía problemática que encontramos es la aversión, el odio, la ira y la mala voluntad. Mientras que el deseo y la mente que anhela nos seducen y pueden engañarnos con facilidad, la energía contraria, de ira y aversión, es más clara porque es obviamente desagradable. La ira y el odio suelen ser dolorosas. Podemos encontrar alguna dicha en ellas por un tiempo, pero cierran nuestro corazón. Tienen una cualidad ardiente y tensa de la que no podemos alejarnos. Al igual que el deseo, la ira es una fuerza extremadamente poderosa. Podemos experimentarla hacia un objeto que está presente con nosotros o hacia uno que se encuentra muy lejos. A veces experimentamos una gran rabia por eventos que sucedieron hace mucho y acerca de los cuales no podemos hacer nada. Y aunque suene extraño, podemos incluso ponernos furiosos por algo que no ha pasado, pero que simplemente imaginamos que podría pasar. Cuando es fuerte en nuestra mente, la ira puede colorear toda nuestra experiencia de vida. Cuando estamos de mal humor, no importa quien entre en la habitación o a donde vayamos ese día, algo está mal. La ira puede ser una fuente de gran sufrimiento en nuestras propias mentes, en nuestras interacciones con los demás y a nivel mundial. Aunque usualmente no pensamos acerca de ellos de esa manera, el miedo, el juicio y el aburrimiento son todos formas de aversión. Cuando los examinamos, vemos que se basan en nuestro disgusto con respecto a algún aspecto de nuestra experiencia. Con la mente llena de disgusto, del deseo de separar o alejar algo de nuestra experiencia, ¿cómo podemos concentrarnos o explorar el momento presente con un espíritu de descubrimiento? Para practicar debemos acercarnos mucho a este momento e investigarlo, no alejarlo o rechazarlo. En consecuencia, debemos aprender a trabajar con todas estas formas de nuestra aversión.
El tercer obstáculo común es la pereza y el letargo. Esto incluye la molicie, el embotamiento, la falta de actividad, la apatía y la somnolencia. La claridad y la capacidad de estar alerta se diluyen cuando la pereza y la apatía dominan la mente. Entonces esta se vuelve ineficiente y queda nublada. Cuando la pereza y la apatía se apoderan de nosotros, se convierten en un gran obstáculo en nuestra práctica.
La inquietud, que es lo opuesto al letargo, es el cuarto obstáculo. Con la inquietud viene la agitación, el nerviosismo, la ansiedad y la preocupación. La mente gira y se retuerce como un pez fuera del agua. El cuerpo puede estar rebosante de energía agitada, vibrante, acelerada, nerviosa. O a veces nos sentamos a meditar y la mente corre a través de las mismas rutinas una y otra vez. Por supuesto, no importa qué tanto nos preocupemos y nos inquietemos por algo, eso nunca mejora la situación. Aún así la mente se queda atrapada en los recuerdos y los arrepentimientos, y duramos horas dándoles vueltas a nuestras historias. Cuando la mente está inquieta, saltamos de objeto en objeto. Es difícil sentarnos en silencio, y nuestra concentración se pierde y se dispersa.
El último de los cinco obstáculos es la duda. Este puede ser el obstáculo con el cual es más difícil lidiar, pues, cuando le creemos a la duda y esta nos atrapa, nuestra práctica se detiene en seco. Nos paralizamos. Nos pueden asaltar todo tipo de dudas: dudas acerca de nosotros mismos y de nuestras capacidades, dudas acerca de nuestros maestros, dudas acerca de la práctica en sí misma —“¿Realmente funciona? Me quedo sentado aquí y lo único que sucede es que me duelen las piernas y me siento inquieto. Quizás el Buda no sabía de lo que estaba hablando”—. Podemos dudar acerca de la práctica o de que sea la práctica adecuada para nosotros. “Es demasiado difícil. Tal vez mejor debería probar la danza sufi”. O creemos que es la práctica correcta pero que no es el momento adecuado. O que la práctica y el momento son adecuados, pero que nuestro cuerpo aún no está suficientemente en forma. No importa cuál sea el objeto: cuando la duda de la mente escéptica nos atrapa, nos estancamos.
Escoge alguno de los estados mentales más problemáticos y frecuentes que aparecen en tu práctica, tales como la irritación, el miedo, el aburrimiento, la lujuria, la duda o la inquietud. Durante una semana, presta especial atención cada vez que ese estado surja en medio de tu meditación. Obsérvalo con cuidado. Mira cómo comienza y qué lo precede. Observa si hay alguna imagen o pensamiento particular que detone ese estado. Presta atención a qué tanto dura y a cuándo termina. Observa si a veces surge de manera sutil o suave. ¿Puedes verlo como tan solo un murmullo en la mente? Mira qué tan fuerte y estridente se vuelve. Date cuenta de qué patrones de energía o tensión reflejan ese estado en el cuerpo. Vuélvete consciente de cualquier resistencia física o mental a experimentar ese estado. Ábrete y dale la bienvenida incluso a la resistencia. Por último, siéntate y sé consciente de la respiración, vigilando y esperando este estado, permitiendo que llegue, y observándolo como a un viejo amigo.
Este fragmento fue tomado del libro Buscando el corazón de la sabiduría
Traducido por: Caminos de Conciencia
Tomado de https://jackkornfield.com/making-the-hindrances-part-of-the-path/
Jack Kornfield se entrenó como monje budista en monasterios de Tailandia, la India y Burma. Ha enseñado meditación a nivel internacional desde 1974 y ha sido uno de los maestros más importantes que ha introducido la práctica budista de atención plena en Occidente. Entre sus libros, que han sido traducidos a una veintena de idiomas, se encuentran El corazón de la sabiduría, Cuentos del espíritu: historias del corazón, Buscando el corazón de la sabiduría y Trayendo el dharma a casa: despierta justo donde estás.
Puedes conocer más sobre él en su página web.