«Cuando eres buen observador, todo el mundo es tu maestro».
Hace poco puse en mis redes esa frase. Alguien me preguntó entonces: ¿y cómo ser un buen observador? Aquí mi respuesta.
A veces creemos que solo podemos aprender de ciertas personas, de los que tienen títulos, de los que han logrado cosas valiosas a los ojos de la sociedad, de gente de cierta edad o incluso de cierta raza. Entonces, por esas ideas preconcebidas, no vemos a quien está adelante de nosotros con ojos frescos. Y esa frescura es la que nos puede permitir aprender. Pues la verdad es que la persona más humilde o aparentemente más ignorante desde el punto de vista de la sociedad puede decirnos justo lo que necesitamos en ese momento.
Así pues, para mí la clave para ser un buen observador es la inocencia.
La inocencia implica relacionarnos con los demás con ojos de niños. Y para ver con ojos de niños debemos dejar ir el pasado. Pues lo que nos impide aprender de alguien son las ideas preconcebidas que tenemos de esa persona. Son esas ideas las que nos hacen considerar que no tiene algo para ofrecernos. Y esas ideas vienen del pasado.
De pronto alguien de cierto país o de cierta raza nos estafó o estafó a nuestros padres en el pasado. Por tanto, cuando ahora vemos a una persona de ese país o esa raza, desconfiamos. Así, el pasado se interpone entre nosotros y esa persona como un velo denso que nos impide verla como realmente es ahora.
O fue quizás en el colegio o en la universidad donde aprendimos que ciertas personas son más valiosas y sabias que otras. Y esas ideas nos llevan a filtrar las palabras de los demás antes de recibirlas. Y, debido a ese filtro, les impedimos llegar directamente a nuestro corazón.
Si quieres aprender de todos, deja, pues, el pasado, y permítete ver a todo el mundo exactamente como es ahora. Deja que sea la inocencia del niño que hay en ti la que mire y reciba lo que los demás te dicen. Deja que sea tu corazón el que reciba las palabras.
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