A veces entorpecemos nuestros proyectos cuando no logramos desconectarnos de ellos. Por ejemplo, cuando sembramos las semillas y después no podemos dejar de mirarlas a ver si han crecido. Claro, hay que revisarlas de vez en cuando. Pero estar las 24 horas encima no va a ayudar. Y, si en el afán de hacerlas crecer les echamos más agua de la necesaria, podemos terminar matando las semillas.
Así mismo, a veces no paramos de pensar en nuestros proyectos y en lo que queremos lograr. Esto no nos ayuda a conseguir lo que queremos, pues drena nuestra energía y nos impide descansar. Además, al no desconectarnos, nuestra mente pierde claridad, como les sucede a todas la mentes que no tienen el descanso suficiente. Y esa falta de claridad, sumada a la ansiedad por obtener el resultado que buscamos, puede llevarnos a emprender acciones contraproducentes, como echar demasiada agua o tratar de recoger la cosecha antes de tiempo.
Por tanto, desconectarnos de nuestros proyectos es una parte fundamental de lograr que tengan éxito; pero, sobre todo, es una parte fundamental de estar plenos mientras los llevamos a cabo. Pues, incluso si llegamos a la meta, no habrá valido la pena si llegamos enfermos, sin energía vital y sin dicha; en cambio, si estamos felices y plenos, el camino habrá valido la pena, incluso si no llegásemos a nuestra meta.
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