Hace poco comencé un nuevo curso de alemán y estoy muy feliz con mi nuevo profesor. Hay una calidez en su forma de dar la clase que hace que yo quiera estar allí aprendiendo.
Normalmente, con los demás profesores, tras una hora de clase me entraba una leve ansiedad por terminar pronto y comenzaba a mirar el reloj regularmente. Ahora me olvido del reloj y la clase pasa volando. Antes era un alivio cuando había una pausa para tomar café; ahora no quiero pausa. Todos en el grupo reímos constantemente y disfrutamos de la clase.
¿El truco? Ese profesor ama lo que hace. Se puede sentir el amor que pone en cada ejercicio. Se puede sentir el interés y cuidado con el que realiza las actividades.
Los temas y los ejercicios son muy parecidos a los que trabajaba con profesores anteriores. Pero las actividades con este profesor tienen una cualidad extra: hay un amor palpitante tras ellas.
Y el efecto de la clase no se limita a la clase. Cuando salgo de mi clase, quedo feliz y siento una alegría que me acompaña luego. Esa misma alegría, incluso, es la que me motiva ahora a escribir estas palabras.
El regalo que ese profesor nos da a sus alumnos va mucho más allá de aprender alemán. Las cosas hechas con amor influencian el mundo de formas que no imaginamos.
Por eso es tan importante hacer lo que amamos. Ya se trate de servir mesas, pintar cuadros o diseñar planes de negocio, lo que se hace con amor bendice al mundo mucho más allá de su área aparente de influencia.
Al amar de verdad lo que hacemos, la excelencia y la luz son consecuencias naturales.
Encontrar lo que amas y hacerlo es el regalo más grandioso que puedes darnos. Me alegra que ese profesor esté allí, dando clase. Me ilumina, y así, yo te ilumino a ti que lees estas palabras, y se crea una cadena de luz que comenzó porque alguien llevó el amor plenamente a las actividades más pequeñas de su rutina.
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Un comentario sobre “La bendición que nos dan quienes aman lo que hacen”