Despertar del sueño

No estamos separados de nuestro Creador. Compartimos su naturaleza. Somos, por tanto, maestros creadores.

Tenemos esta experiencia limitada, este sueño de pequeñez, en el que somos cuerpos frágiles a la deriva en un mundo cambiante y amenazador. El propósito, creo yo, es experimentar la grandeza de nuestro verdadero Ser en medio del sueño, para que así el Ser se experimente plenamente a sí mismo.

Nuestro propósito es en realidad el propósito de la vida misma, el propósito de Dios, pues no estamos separados. Es sólo en el sueño del ego en el que creemos tener una voluntad separada de la de nuestra Madre Celestial.

En el sueño del ego, podemos elegir si seguimos la voluntad del Creador o nos apartamos de ella, pues percibimos al Creador como diferente y aparte de nosotros. Al despertar del sueño, reconocemos que la idea de tener una voluntad separada es sólo una parte del sueño. Tu voluntad es la voluntad de Dios. De ahí tu infinito poder creador.

Y la voluntad del Creador es despertar esa parte de sí mismo que somos nosotros, para experimentarse más plenamente a sí mismo, y continuar así con su proceso eterno de expansión.

En la mitad del sueño, sumergidos en lo profundo del mundo, parece que estas ideas no son más que eso: ideas. Ideas que pueden sonar bonito a veces, que pueden ser presentadas a través de bellas palabras, pero que no dejan de ser solo ideas. Te puedo decir, sin embargo, que tenemos el poder de acceder a la experiencia a la que apuntan esas palabras; podemos acceder a esa conexión con la Fuente en la que comenzamos a reconocer nuestra unidad con Ella a medida que la sentimos vibrar en nosotros y aprendemos a dejar que actúe a través de nosotros.

Uno de los mayores obstáculos para acceder a esa experiencia, a esa realidad, es que el mundo parece ser sólido y real, parece ser la única experiencia verdadera. Por tanto, parece justificado tener miedo, pues, ciertamente, hay evidencia en este mundo de que nuestras vidas pueden estar amenazadas si no nos mantenemos alertas ante el peligro. Y entonces entramos en un modo de supervivencia en el que es crucial controlar nuestro entorno y nuestro futuro a fin de garantizar nuestro bienestar.

Cuando estamos en modo de supervivencia, tenemos que interpretarlo y analizarlo todo, para así tratar de predecir el futuro y poder controlarlo. En ese modo, nos identificamos completamente con nuestra naturaleza animal: no somos más que un cuerpo que lucha por su supervivencia.

Parar un momento, sin importar qué tan acuciantes parezcan ser las circunstancias que presenta el mundo, es el comienzo de un viaje interno muy poderoso.

Tal como concebimos el mundo normalmente, parece que alcanzar la plenitud requiere que las circunstancias externas se acomoden a ciertas exigencias muy específicas de nuestro ego, y la única forma de asegurar que lograremos acomodar las circunstancias externas de esa manera es a través del control que ejercemos con nuestro intelecto.

Parece, pues, que vivir en modo de supervivencia, identificados con nuestra naturaleza animal y usando nuestro intelecto para controlar nuestro entorno son las únicas maneras de alcanzar la felicidad.

Cuando paramos y soltamos el mundo, cuando dirigimos nuestra atención plenamente adentro nuestro y plenamente a este momento, nos abrimos a conectarnos con nuestra verdadera naturaleza creadora. Al comienzo habrá sólo pequeños destellos de plenitud, pequeños destellos de esa paz en la que sabemos con certeza que nada externo puede amenazarnos ni puede tampoco acrecentar nuestra plenitud, pues nuestra verdadera naturaleza no es de este mundo, no es una forma cambiante que nace para luego disolverse y que entre tanto debe luchar contra su entorno por permanecer.

Al comienzo, esos destellos de plenitud se desvancecen rápidamente y el sueño del mundo vuelve a caer con fuerza sobre nosotros. Entonces pareciera que lo que fue un sueño fue ese momento en el que tuvimos una paz profunda y aparentemente injustificada. Pareciera entonces que nos estábamos engañando al creer que puede haber una plenitud y una paz que no son de este mundo y que, por tanto, no pueden ser causadas ni destruidas por este mundo.

A medida que avanzamos, esos destellos comienzan a aparecer con más frecuencia e intensidad. Luego comienzan a estabilizarse. La experiencia de plenitud incausada se vuelve más permanente. Cada vez dudamos menos de su realidad y, por tanto, comenzamos a elegirla con más frecuencia y consistencia.

Y luego, el sueño del mundo vuelve a cobrar fuerza y solidez. Y luego volvemos a elegir nuestra experiencia interna. Y así una y otra vez. Hasta que la experiencia interna crece y crece.

Así es mi camino. Así es el camino que te invito a recorrer. Así creo que son al final todos los caminos. Y, aunque pareciera que vamos por caminos separados, en realidad caminamos todos juntos. Y cada paso que das me acerca a la Fuente de mi Amor. Y a cada paso que doy despierto por ti, así como cada herida que sanas también la sanas por mí. Gracias, pues, por caminar conmigo, así ahora soñemos que caminamos aparte. Pues no puedo sanar si tú no sanas también, y no puedo tener ningún logro verdadero sin que sea también tuyo. Tu luz es la mía, y los ojos con los que la difruto son los tuyos. Recuerda que vamos juntos. Recuerda que, más allá de los sueños, realmente no podemos soltarnos las manos en este camino que recorremos mientras juntos despertamos.

Suscríbete a mi blog y recibe en tu correo cada una de mis reflexiones.

2 comentarios sobre “Despertar del sueño

Deja un comentario