La sal, el azúcar y el vacío

Cuando era pequeño, me encantaba ponerle mucha sal o mucho azúcar a lo que comía o bebía. De esa manera las cosas parecían tener más sabor.

Le ponía siempre muchas salsas a las ensaladas con la esperanza de que supieran a algo.

Recuerdo la primera vez que esa forma de pensar fue confrontada. Al ver a un viejo comiendo su ensalada sin aderezo, le pregunté por qué lo hacía. Me dijo que le gustaba el sabor de los vegetales, y que al ponerles una vinagreta encima el sabor quedaba oculto. Me sorprendió su respuesta. ¿Acaso no se daba cuenta de que los vegetales crudos no saben a nada? La verdad, por supuesto, es que era yo el que no sabía que los vegetales crudos tienen muchos sabores, pues nunca me había permitido disfrutarlos sin sepultar su sabor debajo de la sal, la pimienta, los aceites, las salsas.

Al ir descubriendo los sabores naturales de los vegetales, la necesidad de aderezarlos en exceso fue desapareciendo. Igual pasó con los jugos. Ahora no se me pasa por la cabeza la idea de tomar un jugo con azúcar, pues ese sabor intenso y artificial oculta los matices del sabor natural de las frutas, mucho más agradables que el azúcar.

Pero mi interés no es hacer una reflexión sobre apreciación gastronómica.

En el hermoso libro El Caballero de la armadura oxidada, el mago Merlín le pide al caballero que beba un líquido muy preciado de una copa de plata. «Los primeros sorbos le parecieron amargos; los siguientes, más agradables, y los últimos, bastante deliciosos. ‘¿Qué es?’, preguntó el Caballero. ‘Es Vida’, respondió Merlín».

Qué hermosa metáfora. Creo que lo mismo que me pasaba con los vegetales y los jugos nos pasa a todos con la vida. Saborearla de manera cruda parece aburrido, desabrido. Tenemos que adornarla para que parezca interesante y digna de ser vivida. Pero, cuando nos permitimos experimentarla directamente, nos iremos dando cuenta de que es mucho más hermosa que las artimañas con las que habíamos tratado de entretenernos para evitar verla de frente.

Este momento, sin más, parece muchas veces insípido. Necesitamos darle un sentido a través del futuro o saturarlo que experiencias placenteras para que parezca que vale la pena vivirlo.

La sal

A veces buscamos un objetivo en el futuro que justifique el valor de este momento. Así, el momento presente se convierte en parte de una fantasía que nos parece agradable y se hace llevadero. Pero esa fantasía nos desconecta de la desnudez de este momento. Ya no lo vemos directamente; sólo lo consideramos como un paso hacia el futuro, que es en donde tenemos fija nuestra mirada. Allí, en el futuro, parecen estar el sabor de la vida, la satisfacción, la salvación, el alivio, la realización, el consuelo, el sentido. Allí parece estar todo lo valioso y lo realmente digno de ser vivido. Excepto por plareces fugaces, el valor del presente parece ser sólo que a través de él podemos ir labrando el futuro, que es donde se encuentra el verdadero valor.

Quedarse en el momento presente sin sueños ni fantasías de futuro parece desolador al comienzo. Parece no haber nada realmente valioso aquí, sentado en frente del computador. En el carro manejando al trabajo. Caminando por los pasillos del supermercado. Lavándonos los dientes. Desprovistas del sentido que puede darles el futuro, todas esas cosas parecen nimias y carentes de valor por sí mismas.

No importa si se trata del sueño de tener diez millones de dólares, ganar el premio Nóbel, conseguir a nuestra alma gemela o alzanzar la iluminación espiritual; todas esas fantasías cumplen la misma función: cubrir la realidad desnuda del momento presente para hacer que parezca tener sentido y valga la pena vivirlo. Esa parece ser la sal de la vida: el futuro.

El azúcar

¿Qué pasa cuando nos quedamos completamente en el momento presente? Primero están las sensaciones, percepciones, emociones y pensamientos. Debajo de todo eso hay vacío. Y el vacío parece desolador. Parece pedir desesperadamente que lo llenemos con algo que pueda ser experimentado por los sentidos. Es por eso que buscamos cosas que estimulen nuestros sentidos con intensidad: para que ese vacío desaparezca. Ese parece ser el azúcar de la vida: el placer.

Así pues, tenemos dos estrategias para huir del vacío: nos olvidamos de él con las fantasías del sentido que parecen brindar los objetivos y el futuro (esa sería la sal) o saturamos al presente con experiencias placenteras o estimulantes para cubrir a ese vacío (ese sería el azúcar).

La vida, así no más, no parece tener un sabor que querramos experimentar. Por eso la cubrimos con el aderezo de los placeres y los objetivos en el futuro. Pero, al igual que sucede con la comida, si nos permitimos experimentarla sin aderezos, aunque al comienzo parezca desabrida o incluso amarga, como en el caso del Caballero de la armadura oxidada, luego nos daremos cuenta de su verdadero sabor, que será mucho más satisfactorio que todas las fantasías o los placeres con los que la adornábamos.

El vacío

En lo profundo del vacío hay un secreto esperando a que tomemos consciencia de él: el amor. El amor es el vacío mismo. Ese espacio inmenso donde aparece todo lo demás que pobla el momento presente, ese espacio vacío, ese vacío que subyace a todo, ese vacío es el amor mismo. Cuando lo experimentamos en su totalidad, nos damos cuenta de que en ese vacío está ya todo. Aquí. Ahora. Es lo que somos.

El vacío es amargo y desolador al comienzo. Luego es pleno y ya no le falta nada. Y entonces, una vez conoces su verdadero sabor, puedes volver a cubrirlo de experiencias, pero no dejarás de sentirlo, o podrás retomar consciencia de él con facilidad. Y ese sabor subyacente será más preciado para ti que las fantasías del futuro y los estímulos sensoriales.

Requiere de práctica quedarnos en ese vacío, pues a primera vista parece un desperdicio. Como comer vegetales sin aderezo: parece un desperdicio, sabiendo que podríamos darles sabor y así tener una experiencia que valga la pena. Como quedarnos un viernes por la noche en solos y en silencio. ¡Qué perdida de tiempo, sabiendo que el mundo está lleno de gente interesante y de música, sustancias y experiencias placenteras! El silencio, que es el equivalente del vacío en el plano sonoro, parece un desperdicio. Parece que al quedarnos con el vacío y el silencio estamos renunciando a la vida; parece que estamos dejando de vivir las experiencias que le dan sentido a la vida, que le dan sabor, que hacen que valga la pena vivirla.

Así es. Al comienzo, tomar jugo sin azúcar parece un despropósito. Incluso parece una forma de desperdiciar el jugo. Pero esto es así sólo hasta que adquieres la sensibilidad para sentir las sutilezas del sabor de la fruta. Entonces ves que ese sabor es valioso por sí mismo, y mucho más preciado que el azúcar.

Te invito, pues, a descubrir el sabor del vacío y del silencio. Es decir, te invito a que experimentemos el amor que yace en nuestro corazón, ese amor que es el vacío mismo.

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