El síndrome del impostor

¿Te ha pasado que no te sientes lo suficientemente capacitada para realizar una tarea que se te ha encomendado y que los demás esperan que hagas muy bien? ¿Sientes que los demás tienen una imagen de ti demasiado elevada que no corresponde con tu realidad? ¿Temes que alguien se dé cuenta de que en verdad no eres tan buena y exponga ante los demás tus falencias? Si respondiste «sí» a una o varias de estas preguntas, es posible que sufras del síndrome del impostor.

Este síndrome fue definido en 1978 por un estudio en el que tres investigadoras analizaron las creencias de 150 mujeres exitosas quienes, a pesar de sus logros académicos y profesionales, se consideraban a sí mismas como «impostoras». Estas mujeres se caracterizaban por creer que no eran inteligentes y que, si alguien las consideraba inteligentes, era porque había sido engañado por ellas y no se daba cuenta de la realidad. Muchas atribuían sus logros a la suerte o incluso a un error. Por ejemplo, una mujer que era la jefa de su departamento en una universidad decía que «Obviamente, estoy en esta posición debido a que mis capacidades son sobrevaloradas».

Estadísticamente se ha mostrado que las mujeres son más propensas a sufrir del síndrome del impostor, pero puede afectar a cualquiera. Yo soy un ejemplo de eso. En algunas entradas previas he comentado que, en lo relativo a mi labor compartiendo consejos sobre espiritualidad y crecimiento personal, a veces me siento como un impostor. No creo ser tan bueno como parecen imaginar algunos de quienes me escriben agradeciendo por mis consejos o me piden ayuda en su camino. Temo que estén engañados con respecto a mí y no me siento capacitado para ayudarlos, aunque cuente con la experiencia y la madurez espiritual para hacerlo.

Creer que somos impostores genera miedo y ansiedad. Además, nos impide disfrutar de nuestros logros y hace que no podamos recibir cumplidos y tendamos a huir de posiciones que impliquen responsabilidad o grandes expectativas sobre nosotros. Y si alguien nos enumera las razones por las que sí somos valiosos o menciona las cosas buenas que hemos hecho, encontramos rápido una razón para explicar por qué esos logros no son muestra de nuestras capacidades o les restamos importancia. Cuando alguien nos hace un cumplido, nos sentimos incómodos y nos nos permitimos recibirlo plenamente. Incluso nos cerramos a recibir muestras de amor por parte de nuestros seres queridos, pues sentimos que no somos dignos de ellos.

Esta falta de merecimiento es uno de los síntomas más dolorosos. Creemos que no merecemos lo que hemos logrado. Creemos incluso que no merecemos el amor y el aprecio de nuestros amigos, nuestros familiares y nuestra pareja. Estamos convencidos de que al menos parte de ese amor y aprecio se deben a que nuestros seres queridos tienen una falsa imagen de nosotros. Tememos que en cualquier momento esa falsa imagen se derrumbe, y creemos que cuando eso suceda dejarán de querernos. Frente a esto, muchas veces evitamos involucrarnos en relaciones con personas que tienen una imagen positiva de nosotros, pues le tenemos mucho miedo al momento en el que, al darse cuenta de somos un fraude, las decepcionaremos.

Los logros no son una evidencia suficiente

Tal vez podría pensarse que una forma de superar el síndrome del impostor es continuar incrementando nuestras capacidades, para así llegar a una imagen de nosotros mismos en la que sí merecemos aquello que tenemos y sí estamos a la altura de las responsabilidades que tenemos a cargo. Esto puede ayudar en ciertos casos. Y ciertamente hay ciertas áreas de nuestra vida en las que confiamos plenamente en nosotros y sabemos de qué somos capaces. Sin embargo, cuando el síndrome del impostor surge debido a creencias profundas e inconscientes, este enfoque no será suficiente.

En el estudio mencionado, las autoras indican que incluso aquellas mujeres que tenían momentos de éxito repetidos y los títulos que las acreditaban seguían sintiendo que eran impostoras. Es decir, para algunas de ellas no importaba qué tantas cosas alcanzaran ni cuántas veces la evidencia les demostrara que sí estaban a la altura de sus cargos, aun así continuaban creyendo que no eran tan buenas y que sus resultados se debían a errores, a que los demás las percibían de forma errada o a un golpe de suerte.

Por tanto, si sufres del síndrome del impostor, puede que sigas yendo al gimnasio, aprendiendo idiomas, obtengas títulos académicos y logres grandes cosas en diferentes áreas de tu vida, pero eso no te quitará la idea de que no eres lo suficientemente buena. Siempre habrá una forma de interpretar la realidad de manera en la que creas que te falta algo para merecer estar donde estás o para tener lo que tienes.

¿Qué hacer?

1. Observa la idea que tienes sobre cómo deberías ser

Si miras con cuidado, verás que, si sufres el síndrome del impostor, probablemente te has impuesto a ti misma estándares imposibles de cumplir. Tienes un ideal de perfección tan alto que, sin importar cuánto te esfuerces, nunca estarás tranquila con quien eres. La solución a esto es trabajar en el perfeccionismo. En otras palabras, te invito a que pruebes ser una imperfeccionista.

2. No te enfoques en el resultado, enfócate en dar lo mejor

¿Cuál es tu propósito en esta experiencia, ser la mejor? ¿Para qué? El ego te dice que la satisfacción viene de ser mejores que los demás y de ganar. Pero la verdadera satisfacción viene de desarrollar tu potencial, sin importar cómo te ves al compararte con los demás. Cuando adoptas este enfoque, ya no temes que las cosas salgan mal o que el resultado no esté a la altura de algún estándar externo. Cuando te enfocas en dar lo mejor y en crecer, valoras tu proceso, aun si te quedas corta con respecto a algunos objetivos o ideales. En otras palabras, no te importa qué tan alto llegaste, sino el hecho de que creciste y experimentaste tu potencial.

3. Suelta el miedo frente a lo que puedan pensar los demás: encuentra el amor dentro de ti

Fallar es parte de la vida. Defraudar a los demás, también. No hay nadie que no haya cometido errores. Y cometer errores es parte de crecer. Por supuesto, cuando cometemos errores, muchas veces habrá personas que se sentirán decepcionadas de nosotros. Eso también es parte de crecer.

Habrá veces en las que nos encomendarán una tarea y esperarán algo de nosotros y fallaremos. Cuando eso suceda, será doloroso. Pero, de nuevo, es parte de crecer. No vale la pena escondernos de ese dolor si el costo es dejar de vivir, dejar de crecer y renunciar a la oportunidad de explorar nuestro potencial. Por tanto, parte de sanar el miedo a ser un fraude es sanar el miedo a qué pensarán los demás de nosotros. ¿Y por qué nos preocupa tanto lo que piensen los demás? Porque buscamos el amor afuera. Creemos que, si los defraudamos, no nos amarán, y el amor es lo que más queremos. Cuando encontramos el amor en nosotros, podemos permitir que los demás nos perciban como quieran, incluso como un fraude, pues estamos conectados internamente con la fuente de la plenitud y la dicha, y esa conexión no depende de nuestros logros o de la imagen que el mundo tenga de nosotros.

***

No es esta una invitación a la mediocridad o a que dejes de adquirir habilidades. Prepárate lo mejor que puedas, da lo mejor. Pero sé consciente de que tu valor no depende del resultado ni de si logras o no cumplir con ciertas metas u objetivos. Disfruta del viaje. Ten el coraje de dar lo mejor aun sabiendo que no siempre lograrás lo que los demás (o tú mismo) esperan de ti. Pero, sobre todo, halla el amor dentro de ti. Una vez te conectes con eso, no temerás ser un fraude, pues sabrás que incluso cuando decepciones a los demás seguirás estando plena.

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4 comentarios sobre “El síndrome del impostor

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