El problema de la corona dorada

Cuenta la leyenda que Hierón, rey de Siracusa, mandó a hacer una corona de oro, para lo cual le dio exactamente un lingote de oro al orfebre encargado. Cuando recibió la corona, Hierón sospechó que el orfebre lo había engañado y no había usado todo el oro en la corona, sino que había reemplazado una parte con plata. Sin embargo, como el peso de la corona coincidía con el peso del lingote que le había entregado, parecía no haber manera de saber si la corona era de oro puro o no.

Para solucionar este problema Hierón llamó a Arquímedes, famoso sabio y matemático de la época. Arquímedes sabía que el oro es más denso que la plata, lo que quiere decir que si hay dos objetos de igual peso, pero uno es de plata y otro es de oro, el de oro ocupará un menor volumen. Por tanto, si Arquímedes pudiera calcular el volumen exacto de la corona, podría saber si era de oro, ya que tendría que ocupar exactamente el mismo volumen que un lingote de oro; si tenía plata mezclada, su volumen sería mayor. Pero ¿cómo saber el volumen de la corona? En esa época no había una técnica para calcular el volumen exacto de objetos irregulares, por lo que el problema parecía muy difícil.

Se dice que Arquímedes pensó por largo tiempo sin encontrar una solución. Un día, cansado ya de darle vueltas en su cabeza al problema y sin saber qué más podía hacer, decidió tomar un baño caliente para relajarse. Mientras flotaba en la bañera, se dio cuenta de que su cuerpo había desplazado cierta cantidad de agua. Entonces salió de la tina eufórico y corrió desnudo por las calles de Siracusa gritando «¡Eureka!», que en griego quiere decir «Lo encontré».

Había solucionado el problema. Podía conocer el volumen de la corona sumergiéndola en agua y midiendo el volumen de la cantidad de agua desplazada.

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Este es un gran ejemplo de cómo funciona la genialidad, y contiene grandes enseñanzas sobre cómo afrontar los problemas.

Mientras Arquímedes estuvo pensando obsesivamente, no pudo encontrar la solución; cuando se relajó y se permitió retirar su atención del problema, la solución apareció.

Moraleja: a veces el principal obstáculo que nos impide ver la solución es que no dejamos de pensar en el problema. A veces debemos relajarnos para que la solución pueda llegar. A veces, la solución no aparece cuando pensamos con más intensidad, sino cuando dejamos de pensar.

Cuando nos relajamos, permitimos la entrada a una inteligencia más grande que nosotros mismos. En medio de la relajación nos conectamos con la sabiduría del universo que fluye a través de nosotros si se lo permitimos.

Fue así como Arquímedes encontró la solución al problema de la corona dorada. Tal vez pueda funcionar para ti. Tal vez es momento de relajarte y dejar de pensar obsesivamente en el problema.

A veces ni siquiera sabemos cuál es el problema

Pensar obsesivamente es la forma como el ego resuelve los problemas. Y el ego tiene una visión muy limitada. Está encasillado en sus deseos y preconcepciones; no está abierto al infinito universo de posibilidades que existe en la realidad. Es más, a veces el ego cree erróneamente saber cuál es el problema, lo que le impide mirar las cosas de otra manera.

Esto no solo se aplica a problemas científicos, es muy útil en todos los planos de la vida.

En un taller de Un Curso de Milagros al que asistí hace poco, pusieron un ejemplo que me pareció ilumimador. Imagina que le has pedido a tu pareja el favor de sacar la basura y él o ella lo olvida. Te enfureces y aparece un problema. El ego pregunta: ¿qué debo hacer para que me respete?, ¿deberé gritarle?, ¿cómo puedo hablarle para que no olvide lo que le pido?, ¿será momento de romper la relación?

El ego hace muchas preguntas, y estas preguntas muchas veces lo alejan de la mejor solución. Es como si Arquímedes se quedara pensando en cómo usar una regla para medir el volumen de la corona. Al enfocarse en esa posibilidad, pierde de vista otras formas de ver el problema.

No creas que sabes más o menos cómo debe lucir la solución. Tal vez es algo totalmente inesperado que no podrías haber imaginado desde la perspectiva limitada de tu ego.

Tal vez si te relajas y te conectas con tu corazón, la respuesta sea: «Dale un abrazo y olvida que no sacó la basura»; tal vez sea: «Saca tú la basura»; o tal vez «Dile lo que sientes». Hay infinitas opciones. Muy pocas veces la solución propuesta por tu mente limitada coincidirá con la respuesta del universo.

Pero para acceder a esa sabiduría tenemos que ser capaces de entregar el problema, de dejar de buscar la solución por nuestra cuenta y confiar, pues sin confianza no es posible la ralajación y sin relajación no es posible oír la voz del corazón.

Es difícil dejar de pensar en los problemas porque al ego le encanta hacerlo, ya que resolver problemas y tener algo contra lo que luchar lo refuerzan y le dan sentido de importancia.

Además, al luchar y tratar de solucionar las cosas por nuestra cuenta sentimos la adrenalina, la emoción del problema. Y esa sensación se vuelve adictiva. Es por eso que a veces nos volvemos adictos al drama y a nuestros problemas.

La invitación es, entonces, a que comiences a dejar la adicción de luchar por tu cuenta con los problemas y te relajes. Escucha en silencio profundo. Tal vez tienes ayuda a tu disposición. Tal vez la solución está esperando a que tu ego se haga a un lado y tu mente se aquiete para que puedas verla.

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