En el edificio donde vive mi mejor amigo trabaja un portero que siempre sonríe cuando me ve llegar. Puedo sentir que no es una sonrisa fingida. Puedo sentir su felicidad. Cuando me saluda, emana de él una calidez que llega hasta mi corazón.
Cuando llego de visita y está ese portero, entro más feliz de lo usual a la casa de mi mejor amigo. Y estoy seguro de que, cuando llego feliz, alumbro con mi felicidad a quienes viven allí. Comparto mi bienestar. Y si además me siento a escribir uno de estos post o hago un video en ese momento, creo que muchos de quienes lean el post o vean el video sentirán mi felicidad y serán impregnados por ella.
Probablemente muchos de quienes viven allí salen por las mañanas un poquito más felices tras interactuar con él, y llevan esa felicidad y la esparcen en sus lugares de trabajo. Así, sin darse cuenta, ese portero alumbra la vida de muchas personas.
Parte de la magia de una sonrisa sincera es que le cuesta muy poco a quien la da y le da un gran beneficio a quien la recibe. Es un gesto sencillo cuya luz puede llegar mucho más lejos de lo que podemos imaginar.
Y así como la sonrisa, hay muchos otros pequeños gestos de amor que a veces damos por sentados, pero que pueden ayudar a sanar nuestros corazones y, a través de ellos, el mundo.
Cada pequeño gesto de amor que compartes es un regalo mucho más valioso y poderoso de lo que tal vez creas. No escatimes sonrisas. Sigue compartiendo. Sigue alumbrándonos con tu luz.
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No tengo palabras,es articulo es excepcional,Me impacto posítivamente, gracias.
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