El otro día estaba esperando a que cambiara el semáforo para cruzar la calle. Pero vi que alcanzaba a cruzar si caminaba rápido, a pesar de que la luz no había cambiado. Decidí arriesgarme y crucé la calle mientras la luz seguía en rojo para mí y en verde para los automóviles. Al fin y al cabo, tenía la seguridad de que alcanzaría a cruzar. Entonces, ¿por qué esperar?
De lo que no caí en cuenta fue de que a mi lado había varias personas esperando y, al yo comenzar a caminar, algunas de ellas me imitaron, pensando que la luz había cambiado. Esas personas inconscientemente confiaron en mí y asumieron que yo respetaba las señales de tránsito. Y pusieron su vida en riesgo por eso. Un par de personas se asustaron al ver que los carros no paraban y se devolvieron corriendo a la acera.
Lo que hacemos tiene un impacto en quienes nos rodean. Estamos rodeados por personas que confían en nosotros.
No quiero con esto quitarles responsabilidad ni verlas como víctimas. Seguramente, si hubieran estado más atentas, se habrían dado cuenta de que la luz seguía en rojo. Y, si hubiera sucedido un accidente, seguramente no me podrían haber responsabilizado legalmente por ello. No empujé a nadie ni lo obligué a caminar. Sin embargo, contribuí a ese comportamiento al no ser consciente del poder que tiene mi ejemplo.
Cada cosa que hacemos y cada elección que tomamos tienen un impacto en nuestra cultura y en la forma de pensar y de actuar de quienes nos rodean. Cada acto de amor es una invitación a imitarlo, al igual que cada acto inconsciente.
No es a ti solo a quien cuidas cuando te cuidas. Nos cuidas a todos al invitarnos con tu ejemplo. Y no es solo a ti a quien pones en riesgo cuando asumes comportamientos inconscientes.
Te siguen más personas de las que crees. Todo el tiempo estamos enseñando. Elijamos enseñar con amor.
Suscríbete a mi blog y recibe en tu correo una reflexión para cada día.
Uff… Qué poder de mensaje.
Gracias.
Me gustaLe gusta a 1 persona