En la mayoría de caminos espirituales, nos encontramos con información que parece venir de fuera de nosotros. Yo, por lo menos, disfruto inmensamente leer libros de algunos maestros espirituales, y así, agradezco a Eckhart Tolle, Isha, Neale Donald Walsh, y, sobre todo, a Jesús, en las enseñanzas que transmite a través de libros como Un Curso de Milagros, Un Curso de Amor o El Camino del Corazón, libros de los cuales hablo constantemente en mis redes sociales. Pero también muchas veces la sabiduría parece provenir de fuentes inesperadas: un niño, el comentario de un extraño en un bus, una frase escrita en un muro con la que nos topamos por azar.
Sin embargo, hay algo hermoso que comienza a suceder a medida que nos adentramos en cualquier camino: llega un punto en el que empezamos a reconocer que la fuente de la sabiduría es siempre nuestro interior, nuestro corazón, nuestra fuente. Todos estos maestros y libros son en realidad formas que tenemos de hablar con nosotros, ya que en realidad somos una sola consciencia que se está despertando a sí misma, jugando a conocerse a través de infinitas formas y aspectos.
Surge entonces una conexión cada vez más íntima con las enseñanzas. Tenemos cada vez más esa sensación de estar simplemente recordando algo que habíamos olvidado.
Estas reflexiones surgieron esta vez tras la lectura de Un Curso de Amor, libro canalizado de Jesús, y específicamente, de estas hermosas frases:
No estoy impartiendo una sabiduría que desconozcas, sino que te estoy recordando aquello que has olvidado.
y
Lo que lees en estos diálogos proviene de tu propio corazón y el de tus hermanos y hermanas en Cristo en la misma medida en que proviene de mí. En verdad, proviene de nuestra unión, de la consciencia que compartimos.
Al empezar a reconocer esa fuente interna, comenzamos a confiar en nuestro corazón, en lo que nos dice a través de eso que llamamos intuición, y nos permitimos ser guiados, sabiendo que en realidad nos estamos guiando a nosotros mismos a nuestro despertar.
Es como si hubiéramos ido a dormir pero, al diseñar nuestro propio sueño, lo hubiéramos dejado lleno de pistas para recordarnos que es un juego y que podemos despertar. Dentro del sueño, las pistas parecen provenir de algo externo, pero, a medida que reconocemos que somos el soñador y por tanto el creador del sueño, vemos que esas pistas provienen realmente de nosotros, lo que implica, a su vez, reconocer que somos los artífices de lo que estamos experimentando.

Suscríbete a mi blog y recibe en tu correo cada una de mis reflexiones.