Hay muchas clases de críticas. Algunas, las de aquellos que claramente no nos entendieron o no están en sintonía con nosotros, hay que aprender a dejarlas pasar. Igual sucede con el troll en redes sociales que calma sus ansiedades despotricando contra lo primero que ve.
Sin embargo, hay otro tipo de críticas que son muy valiosas. Esas son las que pedimos. Versan sobre esos temas que son importantes para nosotros y con respecto a los cuales esperamos que ciertas personas sean honestas con nosotros. Cuando hago una exposición en el salón de clase, realmente quiero saber qué piensa mi profesor sobre ella. También quiero saber si mi pareja me percibe como un buen amante y si considera que soy cariñoso, agradable y detallista. Si me he esmerado en mi trabajo, normalmente querré saber qué piensa mi jefe o mi equipo.
Cuando recibimos críticas en esos temas sensibles por parte de personas relevantes para nosotros, duele, y a veces duele mucho. A veces duele tanto que nos cerramos y no recibimos el regalo oculto en la crítica. Nos volvemos como niños pequeños. «Quiero saber lo que piensas». «Pero te odiaré si no piensas lo que yo quiero».
En esos momentos, lo primero que debemos hacer es ser honestos con nosotros mismos y reconocer que estamos haciendo una pataleta. Reconocer que nos dolió, que nos dio tristeza, que nos dio rabia.
Luego de ser honestos con nosotros mismos, y de reconocer y permitirnos sentir las emociones que nos acompañan, ayuda mucho si podemos ser vulnerables con los demás. Ayuda si le dejamos saber a la otra persona que su crítica nos dolió. Este paso requiere gran madurez. No se trata de un reclamo para vengarnos por el dolor que nos causaron, se trata de abrir nuestro corazón para reconectarnos con esa persona y permitirle darnos su retroalimentación al nivel más profundo.
Si no podemos ser vulnerables o no es apropiado en el momento (tal vez el ayudante del cirujano no deba hablar de sus sentimientos en medio de un procedimiento de alto riesgo luego de recibir una crítica), sirve abrir el corazón y tener la intención genuina de sanar nuestra sensación de separación con respecto a esa persona. Una intención genuina es mucho más poderosa de lo que imaginamos.
Después, viene bien asumir responsabilidad por lo que vemos en el espejo. Si mi profesor, mis alumnos, mis hijos, mi pareja, mi compañero del grupo espiritual, mi jefe o mis colegas en el trabajo piensan que estoy haciendo algo mal, vale la pena mirar profundo dentro de mí y estar abierto a la posibilidad de que tengan razón, así mi ego se retuerza. De hecho, si el ego se retuerce es señal de que probablemente tienen razón en algo.
El paso final es abrirnos a recibir el regalo de la crítica. Permitir que nos cambie, que nos haga mejores. Eso es lo que queremos: crecer.
Podemos saber que hemos recibido la crítica con madurez cuando continuamos dando lo mejor de nosotros, no solo a pesar de ella, sino gracias a ella. El niño pequeño e inmaduro dice: «Si no te gusta lo que doy, pues no te doy más». En cambio, desde la madurez podemos responder: «Gracias por ayudarme a crecer. Aquí tienes un poco más de lo que doy, pero mejorado por tus críticas».
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