Mereces más amor, no menos

Hace poco compartí un pasaje del libro Whatever arises, love that, de Matt Kahn. Quiero compartir ahora otro pasaje que también me conmovió mucho. Estos pasajes están diseñados para ser repetidos en voz alta o mentalmente a manera de mantras, ya que así su poder transformador se potencia:

Cuando estoy triste, merezco más amor, no menos. Cuando estoy molesto, merezco más amor, no menos. Cuando estoy frustrado, merezco más amor, no menos. Cuando estoy herido, con el corazón roto, avergonzado, o con culpa, merezco más amor, no menos.

Incluso cuando me siento avergonzado por mis acciones, merezco más amor, no menos. Así mismo, cuando me siento orgulloso de mí, merezco más amor, no menos. No importa cómo me sienta, merezco más amor, no menos. A pesar de lo que pienso, merezco más amor, no menos.

No importa el pasado al que he sobrevivido, merezco más amor, no menos. No importa lo que sigue adelante, merezco más amor, no menos. En mi peor día, merezco más amor, no menos.

Aun cuando la vida parece cruel y confusa, merezco más amor, no menos. Cuando nadie está aquí para darme lo que necesito, merezco más amor, no menos. Al recordar la mejor manera en la que puedo servir al mundo, merezco más amor, no menos.

No importa lo que yo sea capaz de aceptar, quienquiera que yo sea incapaz de perdonar, o cualquier cosa que yo sea incapaz de amar por la razón que sea, merezco más amor, no menos.

Suscríbete a mi blog y recibe en tu correo cada una de mis reflexiones.

La importancia de aceptarnos a nosotros mismos incondicionalmente

Hace poco estuve hablando con un amigo que está comenzando una nueva relación sentimental. Él llevaba algún tiempo buscando una relación, pero las cosas no se le habían dado muy bien. Sin embargo, ahora se veía radiante y estaba muy feliz con su nueva compañera de viaje. Cuando le pregunté por qué creía que las cosas habían comenzado a fluir para él, me respondió algo hermoso: “El error está en creer que tiene que uno tiene que cambiar algo para merecer el amor. Uno cree que primero tiene que sanar sus miedos, que primero tiene que volverse más esto o menos de esto, que debe mejorar, porque tal como uno es ahora, exactamente como uno es ahora, no merece ser amado. Y bueno, yo me di cuenta de que yo merecía el amor exactamente como soy ahora. Que así como estoy, exactamente en este punto de mi camino, merezco una compañera con la cual compartir esta parte de mi viaje justo como soy ahora”.

Esa respuesta me pareció reveladora. Sobre todo, porque no se aplica solo a las relaciones amorosas: también vale para la relación que tenemos con nosotros mismos, de la cual todas las demás relaciones son solo espejos. Muchos pasamos gran parte de la vida rechazando el momento exacto por el que estamos pasando, rechazando lo que somos y como somos justo ahora. Creemos que merecemos y podemos ser felices, pero en el futuro, después de que logremos ciertas cosas, después de que cambiemos. En el fondo, creemos que, tal como somos ahora, no merecemos el amor ni la felicidad. Entonces nuestra energía se vuelca hacia afuera; nos fastidia mirar adentro, pues allí solo vemos lo que está mal, lo que queremos que sea diferente, y por eso nos enfocamos en tratar de cambiar aquello que no nos gusta. Es como si dijéramos: cuando cambie y sea mejor, cuando sea merecedor, podré estar a gusto conmigo mismo. Cuando arregle lo que tengo que arreglar, podré estar conmigo y darme amor. Ahora no. Ahora debo concentrarme en arreglar lo que no funciona, en conseguir lo que me falta.

Sin embargo, esta forma de ver las cosas es un disparate. Esta confusión queda explicada muy bien por el siguiente proverbio: “El ego dice: cuando todo afuera esté en su lugar, podré estar en paz. El alma dice: cuando esté en paz, todo afuera se acomodará en su lugar”. Pero no solo se aplica a la paz, sino también, y de manera especial, como lo he sugerido, al amor. Neale Donald Walsh, el autor de Conversaciones con Dios, lo expresa de una forma hermosa y radical. Dice: “No hay nada que podamos hacer que lleve a que Dios nos ame más, y no hay nada que podamos hacer que lleve a que Dios nos ame menos”. En otras palabras, el amor de Dios es incondicional.

En nuestra experiencia humana, quizás uno de los ejemplos más claros de amor incondicional es el que experimenta una madre hacia su recién nacido. ¿Habrá algo acaso que pueda hacer el pequeño para que su madre lo ame menos? ¿Si comete una torpeza, ella dejará de quererlo? ¿O habrá algo que pueda hacer para que lo ame más?, ¿habrá algún logro o alguna cosa que pueda conseguir que lo haga más digno del amor de su madre? Obviamente no. El amor de una madre hacia su recién nacido es puro. No depende de que su bebé haga o deje de hacer algo. No tiene condiciones. Simplemente es.

Entonces, independientemente de si crees o no en Dios, la invitación es a que te des cuenta de que mereces el amor de forma incondicional. Para empezar, mereces tu amor justo ahora. Con todos los defectos que puedas tener. Con todos tus errores y todos tus aciertos. Con todos tus logros y todos tus fracasos. Con tus destrezas y tus incapacidades. Con tu inteligencia y tu torpeza. Con tu belleza y tu fealdad. Más allá de todos eso, mereces tu amor más profundo y más puro.

Para mí, al menos, fue muy liberador darme cuenta de que podía dejar de huir y de correr desesperadamente tratando de lograr algo para ser merecedor del amor, de mi amor. Ahora bien, ¿significa esto que ya no hay razones para mejorar, para cambiar nuestros hábitos, para esforzarnos por ser mejores personas? No, claro que no significa eso. Lo que sí significa es que trataremos de cambiar por razones diferentes a las anteriores. Ya no trataremos de mejorar por miedo a no ser amados, por miedo a no ser merecedores. No, ahora podremos cambiar por el placer de dar lo mejor de nosotros, de ser capaces de expresar y experimentar más, y por el placer de dar más y compartir más del amor que ya tenemos, y que no podemos dejar de tener, pues lo merecemos incondicionalmente.