Es uno de los deseos más comunes. Sobresalir. Destacarse. Ganar la carrera. Derrotar a los oponentes.
Cientos de miles de años atrás, ese deseo tenía sentido. Si no vencías a tus oponentes, si no ganabas la carrera, lo más seguro es que murieras o que no pudieras reproducirte.
Hoy en día ese deseo es solo un reflejo del pasado. Vende entradas a eventos deportivos, nos hace luchar. Nos hace compararnos constantemente, para ver qué debemos hacer para superar a la persona sentada al lado.
Pero, al menos como yo lo veo, es un deseo desconectado del corazón.
Si amas la música y el sonido del piano, no importa qué tan buen pianista seas, saber que hay un pianista mejor que tú te llenará de alegría, pues significa que el mundo se seguirá llenando de aquello que amas. Si amas los edificios bellos, te encantará saber que hay mejores arquitectos que tú. Si realmente deseas el despertar de la humanidad, ¿no sería maravilloso que todos fueran más espirituales que tú?, ¿no sería ese un mundo maravilloso en el que vivir?
Es lo más normal desear ser el mejor. Es uno de los deseos más comunes del ego. Pues, al ignorar por completo su verdadera identidad, que es tu esencia divina, el ego necesita sentirse especial para reforzar y proteger su falso sentido de identidad. Y ser el mejor es una forma típica de ser especial.
Todos tenemos a veces ese deseo de sobresalir. Y tal vez esté cargado de viejas memorias de supervivencia. «Si no sobresalgo, no obtendré lo que quiero, no conseguiré pareja, no conseguiré trabajo». Qué forma de ver el mundo tan ardua, tan áspera y hostil.
Al corazón, en cambio, le tiene sin cuidado ser mejor. No le interesa en lo más mínimo compararse. Solo quiere dar lo mejor de sí, no para ganarle a los demás, sino por el puro placer de dar. Sabe que siempre tendrá lo que necesita, por lo que no teme ser superado por los demás. La lógica de la competencia no tiene sentido para él.
El ego o el corazón. Esa es una elección que hacemos a cada momento. Una te lleva a luchar para protegerte. A un camino poblado por enemigos a los que debes derrotar. El otro te lleva a un camino en el que compartes todo con todos porque sabes que eres uno con todos, y que el triunfo de uno es el triunfo de todos y la derrota de uno es la derrota de todos. Es un camino de paz y unidad.
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