Encuentros sagrados

Estoy tomando ahora un curso online con Eckhart Tolle que me tiene muy contento. Se llama School of Awakening. Una de las actividades que más disfruté consistió en pequeñas reuniones en las que compartíamos nuestras experiencias con otros participantes por pocos minutos. Sentí en esos espacios una conexión sagrada.

En muchas de las interacciones que tenemos a diario con otras personas estamos buscando obtener algo: reconocimiento, seguridad, una servicio o ayuda, placer, engrandecer o afianzar la imagen que tenemos de nosotros mismos, etcétera. En estos encuentros, en cambio, no había nada de eso, y la razón es muy simple: en esas breves interacciones no había pasado ni futuro. Se trataba de personas con las que nunca antes me había visto y con las que probablemente no me voy a volver a ver. No había nada que mi ego pudiera obtener de ellas en ese breve intercambio. Simplemente estaba el gozo de conectar y compartir, de sentir la presencia del otro.

Recordé entonces una de las recomendaciones que Eckhart Tolle hace para tener relaciones iluminadas. El objetivo es estar con la otra persona plenamente en el momento, sin pasado ni futuro, y regalar nuestra presencia total en cada interacción. Pero este maestro recomienda empezar a practicar con relaciones efímeras, en las que no hay pasado o hay muy poco. Por ejemplo, con el cajero del supermercado, con la persona con la que nos topamos en el ascensor, o alguien con quien debemos esperar juntos a que pase un autobus. En estos casos, al no tener un pasado común, es más fácil percibir a la otra persona desde el momento presente.

Normalmente, descartamos esas interacciones precisamente porque para nuestro ego no son relevantes. Por tanto, no les damos importancia y actuamos en piloto automático durante ellas. Pero en realidad son oportunidades sagradas para practicar el arte de compartir nuestra presencia y apreciar la luz presente en todos los seres.

Luego, cuando nos hemos habituado a llevar nuestra presencia a esas interacciones efímeras, podemos empezar a extender esta actitud también en las interacciones más cercanas: nuestros compañeros de trabajo, nuestros vecinos. Y así, nos vamos acercando a nuestros amigos íntimos y a nuestra familia. Y qué bello cuando podemos estar con esas personas sin pasado, percibiéndolos como son ahora, y no ideas viejas que cargamos en nuestras mentes y proyectamos sobre ellas.

Hay entonces una gran libertad, pues podemos dejar al otro simplemente ser. No estamos exigiendo algo de él o ella. Si algo surge para compartir, surge desde la inocencia, y no desde un instinto de negociación que busca obtener algo a cambio. No se acumulan resentimientos.

Es esta, entonces, una invitación a cultivar encuentros sagrados con las personas a tu alrededor, tanto aquellas que ves todos los días como aquellas que solo ves por unos segundos y que nunca más vas a volver a ver.

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