¿Volver al pasado o 10 millones de dólares?

Hace poco vi una pregunta en Instagram que me llamó la atención: ¿qué elegirías, volver a tu niñez con tu madurez actual y con todos los conocimientos que tienes ahora o ganarte 10 millones de dólares?

Al recordar mi primer día en el jardín infantil, entiendo por qué la pregunta es interesante.

Estaba aterrorizado. Me llevó mi madre. Cuando llegamos y supe que tendría que alejarme de ella empecé a llorar. Todo se veía amenazador. La persona que nos recibió en la recepción del jardín parecía un extraterrestre a mis ojos. Los libros en los estantes, el pasillo levemente oscuro que llevaba al interior, todo me daba una sensación de frío y desconsuelo que recuerdo perfectamente.

Finalmente entré. Había un salón lleno de cojines en el que los niños jugaban y descansaban. Una de las paredes estaba cubierta por un gran espejo.

Yo estaba abrumado por el miedo que me producían los otros niños y lo único que se me ocurrió hacer fue levantar un gran cojín y hacer gestos amenazadores frente al espejo para que se dieran cuenta de mi fuerza y mi seguridad.

Uno de los niños me miró impresionado por un par de segundos y luego se dio cuenta de que él o cualquier otro podía también levantar con facilidad cualquiera de los cojines. Se dio cuenta también, por tanto (o al menos así lo interpreté), de mi triste intento por parecer fuerte, que no hacía sino mostrar mi impotencia y mi inseguridad.

Si pudiera volver a esa época sabiendo lo que sé ahora, ¡qué seguro me sentiría!, ¡qué fácil sería caminar por entre aquellos niños, sabiendo que en realidad no corría ningún peligro y que no tenía ninguna necesidad de impresionarlos!, ¡qué alivio sería saber que sus opiniones y pensamientos no podrían causarme el más mínimo daño!

Sí, tal vez por eso es que es tentador volver al pasado sabiendo lo que sé ahora.

Lo irónico es que en el presente me encuentro en la misma situación. Con la necesidad de mostrar mi valor ante los demás. Con un miedo irracional a lo que puedan pensar. Como si algo hubiera cambiado desde el jardín infantil y los pensamientos y juicios de quienes me rodean pudieran hacerme daño o hacerme feliz.

Pero la verdad es que nada ha cambiado. Seguimos siendo niños inmaduros rodeados de niños inmaduros. No hay nada qué temer.

Sé que cuando tenga 90 años y recuerde esta época, pensaré: «Si pudiera volver a tener 37 años, ¡qué relajado me sentiría! Sabría que no había necesidad de impresionar a nadie y que las opiniones de los demás no me podían hacer daño realmente».

Al igual que ese primer día de jardín, a veces el mundo parece amenazador. Así como los niños en ese salón me parecían aterradores, así también ahora me aterra a veces lo que puedan pensar quienes están conectados conmigo en redes sociales.

Y, al igual que el primer día de colegio, es sólo una ilusión. Así como estaba seguro en ese momento, estoy seguro ahora, estamos seguros ahora. No hay necesidad de aparentar nada, de defender nada, de protegernos de nada.

Después de pensar en todo esto, lo tengo claro: yo escogería los 10 millones de dólares.

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