Estoy de vacaciones en la finca de unos tíos. Anoche estábamos cada uno por su lado haciendo cosas distintas. Pero de pronto alguien se dio cuenta de que había eclipse de Luna y a los pocos minutos todos estabamos reunidos mirando hacia el cielo en la misma dirección. Entonces una sensación de conexión sobrevino en nosotros. Y sentí también una conexión con los millones de personas que en ese momento mirábamos al tiempo la Luna. Y me sentí cerca así mismo con nuestros antepasados lejanos, cuando después de una larga jornada de deambular como nómadas se sentaron a descansar en una estepa y se encontraron con una Luna llena que de repente de volvió roja. Y todos se detuvieron y al unísono se quedaron pasmados mirando al cielo.
La belleza de la Luna es secundaria. Para mí lo más valioso es que, en la medida en que le atribuimos conjuntamente un alto valor al evento, este tiene el poder de reunirnos. Es nuestra decisión de mirar al mismo lado la que nos reúne. Pasa así cuando nos juntamos con un propósito común. Por un momento nos sentimos más unidos, más hermanos.
Y si esa hermosa sensación de unidad puede surgir por un simple fenómeno astronómico, ¡cuanto más profunda y sobrecogedora será nuestra unidad cuando elijamos conjuntamente poner la atención en nuestros corazones y caigamos en cuenta de que todos estamos contemplando el mismo corazón!
Y podemos empezar ahora: yo aquí mientras escribo, tú allá mientras lees. En este momento y en cada momento tenemos el poder de recordar que somos hermanos, al elegir tomar consciencia de nuestra esencia común. ¡Que este eclipse sea una invitación a unirnos como hermanos en nuestro corazón!
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