El poder del ave fénix

Es este un poder que todos tenemos. De hecho, se trata de un poder que está presente en cada momento de nuestras vidas. Aunque la mayor parte del tiempo no somos conscientes de él y no lo usamos tanto como podríamos para nuestra transformación.

Todos somos como el ave fénix. Pues todos morimos y volvemos a nacer en cada momento. Este proceso puede suceder automática- e inconscientemente, pero también podemos usarlo conscientemente como parte esencial de nuestro camino de crecimiento interior.

¿Cómo usar concientemente este poder?

Lo primero es no resistirnos al cambio. No aferrarnos a nuestra personalidad, a nuestra cáscara, a nuestro cuerpo. En el mundo de la forma, la naturaleza de todo es cambiar constantemente. Si nos aferramos a las formas del momento presente, nos oponemos al flujo de la vida, y esto nos impedirá crecer.

Lo segundo es saber que tenemos el poder de transformarnos y de dirigir conscientemente la dirección en la cual evolucionamos. En cada momento estamos eligiendo lo que queremos ser. Y esta elección implica aceptar que aquello que éramos muere y da lugar a algo nuevo.

Nuestro ego lucha contra el cambio y trata de mantener una identidad. Pero es un esfuerzo futil. Y a veces, por aferrarnos a aquello que creemos ser nos impedimos crecer. Es así como muchas veces seguimos haciendo las mismas elecciones creyendo que debemos hacerlas porque «así es como somos». Pero es una ilusión. La verdad es que en cada momento elegimos lo que somos.

Irónicamente, cuando morimos a cada momento, como si fuésemos una serpiente que muda de piel en cada instante, empezamos poco a poco a tomar consciencia de aquello en nosotros que nunca cambia y está más allá del nacimiento y la muerte. Esta es la consciencia profunda que observa como todo en la superficie aparece y desaparece. Desde esa consciencia y ese silencio, surgen la fuerza y el deseo de una transformación cada vez más elevada.

Entonces sabemos que, en el nivel de la forma, nunca somos iguales. A cada segundo nuestra forma es incinerada y un nuevo ser surge de las cenizas. Y sabemos al mismo tiempo que, en el nivel más profundo, nunca nada ha cambiado. Ese espacio inmenso sigue allí como el campo en el que todo sucede. Y eso es lo que somos al final: ese vacío, ese amor, esa nada que contiene todo.

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