En las últimas entradas he estado explorando el tema del perfeccionismo, pues es algo que he estado observando y trabajando en mí. Quiero ahora aabordar este tema en el ámbito de las relaciones personales y ver de qué manera al comprenderlo mejor podemos estar más tranquilos al relacionarnos con los demás.
¿Te ha pasado alguna vez en una relación de pareja o con un amigo o familiar que sientes que algo «anda mal» aunque como tal no haya sucedido nada concreto que te indique eso? De pronto un cambio en el tono de voz o una actitud o una respuesta diferente a la que esperabas detona la idea de que algo no está como debería en la relación.
A mí me ha pasado muchas veces, y lo que he notado es que hay una estrecha relación entre estos patrones de pensamiento y el perfeccionismo.
El perfeccionismo surge, al menos en mi caso, de un deseo de controlar. La idea detrás es que, si la realidad se ajusta a ciertos parámetros e ideas que tenemos en la mente (en otras palabras, si es perfecta), estaremos en control de lo que sucede y podremos así crear lo que queremos y evitar aquello que tememos. Cuando algo se sale de los parámetros e ideas que tenemos, sentimos ansiedad, pues perdemos el control. Ya no sabemos exactamente qué pasará o qué significa algo.
Y esto es exactamente lo que sucede muchas veces cuando sentimos que algo «anda mal» en una relación. Las cosas no son exactamente como queremos, o tal vez hay un comportamiento de la otra persona que no sabemos cómo interpretar, y eso nos hace sentir inseguros, pues ya no tenemos control sobre el futuro de la relación.
Frente a actos de la otra persona que no sabemos cómo interpretar y que nos hacen sentir que algo malo pasa en en la relación, hay dos consejos que quiero dar.
El primer consejo es la comunicación. Por supuesto, exponer nuestros sentimientos y pensamientos y preguntarle a la otra persona cómo se siente y qué significan sus acciones puede ayudarnos a salir de dudas y a reestablecer la calma. Sin embargo, este primer consejo tiene a veces un problema, sobre todo cuando alguien tiene comportamientos obsesivos. Tal vez preguntamos una vez, y la otra persona nos responde que todo está bien, pero seguimos dudando, seguimos percibiendo acciones o palabras cuyo significado no es claro para nosotros, y vuelven la ansiedad y la duda, y entonces volvemos a preguntar. Y estas preguntas, cuando se repiten y vienen desde un lugar de intranquilidad, lo más probable es que no ayudarán a la relación, sino que por el contrario puede que deterioren la situación o incluso puede que generen un problema donde no había ninguno. Es como el niño que le pregunta al papá si está de mal genio y el papá le dice que no, que todo está bien. Pero el hijo sigue preguntando una y otra vez, hasta que el papá en efecto está de mál genio, y entonces el niño dice: «Si ves, lo sabía». Así mismo, al preguntar obsesivamente buscando saber si nuestras preocupaciones son reales, muchas veces hacemos que esas preocupaciones se vuelvan reales.
Lo importante, entonces, es mirar desde qué lugar surge la comunicación. Si surge desde un lugar de querer entender a la otra persona y querer conectarnos y entenderla, vale la pena preguntar, pero si tenemos ansiedad y nececidad de controlar y entender las cosas para sentirnos a salvo, tal vez lo mejor es parar, y aquí es donde viene el segundo consejo: no trates de arreglar las cosas afuera, permítete sentir las emociones que surgen frente a la posibilidad de que la relación no sea perfecta. Permítete sentir la incomodidad de no saber qué está pasando. Haz las paces con la posibilidad de que las cosas no estén bien.
Si las cosas no están bien en una relación, es importante hablar y exponer los sentimientos. Pero luego, si sentimos que las cosas no cambian inmediatamente, es bueno mirar qué sentimos, qué miedos e inseguridades se detonan, qué es lo que tenemos miedo de perder. En algunas ocasiones, para que la relación sane también es necesario darle espacio, permitir que las cosas sean imperfectas por un tiempo, permitirle a la otra persona no ser clara sin exigirle en cada momento una explicación, dejar que las cosas fluyan. Independientemente de si la relación continúa, se termina o se transforma, es importante que podamos estar en paz, y no podremos estar en paz si constantemente tenemos que estar controlando y asegurándonos de que las cosas «están bien».
Así pues, la próxima vez que sientas ansiedad en una relación porque no sabes cómo están las cosas, antes de tratar de averiguar la respuesta o de arreglar las cosas, permítete sentir e ir adentro.
Cuando soltamos la necesidad de que las cosas estén bien, podemos dejar de controlar y nos abrimos a sentir. Y entonces podemos contribuir a las relaciones desde un lugar mucho más amoroso y generoso, que no viene del miedo a perder, sino del deseo de compartir y conectar.
Una de los ejercicios más empoderantes que hay es asumir responsabilidad.
Al asumir responsabilidad, reconocemos que tenemos el poder de crear, y que depende de nosotros como usarlo.
Esto es diferente de la culpa. La culpa implica un juicio frente a lo que sucede, lo califica como malo y exige un castigo. Cuando nos sentimos culpables no asumimos responsabilidad. La responsabilidad no empodera, mientras que la culpa nos echa para abajo.
En el sistema de meditación que practico, creado por la maestra Isha Judd, usamos una frase muy poderosa que me encanta:
Om responsabilidad, yo soy eso.
Esta frase nos invita a reconocer que no estamos separados de lo que sucede, incluso aquellas cosas que juzgamos o que creemos que surgieron sin nuestra participación.
Detrás de esta frase está la idea de la unidad. Si en el fondo somos Uno y no estamos separados, esto implica que estamos creando la realidad juntos y, por tanto, en cierto sentido, todo es nuestra creación.
Tal vez te preguntes de qué sirve creer que soy responsable de algo que no puedo cambiar… pero la verdad es que podemos cambiar todo. Para empezar, podemos cambiar nuestra percepción de lo que sucede, y esto ya transforma toda nuestra experiencia y nuestro entorno. Además, cambia la forma como reaccionamos y respondemos frente a lo que sucede, y este cambio en nuestras acciones tiene efectos a nuestro alrededor.
O tal vez pienses que hay eventos de los que claramente hay personas que no son responsables. ¿Acaso el niño que nace en medio de la pobreza y de una familia abusiva es responsable de eso? Al respecto tengo dos respuestas.
La primera que que sí, desde mi punto de vista, todos somos responsables de todo. Creo que cada ser que está en esta realidad ha elegido encarnar acá como parte de su proceso de evolución, así en este momento no tenga conciencia de eso. Desde el punto de vista de la reencarnación, tal como lo entiendo, nadie experimenta nada sin haberlo elegido y absolutamente todos somos maestros creadores, desde el niño hasta la hormiga, gasta el árbol, hasta la piedra. Pero y si alguien no tiene esas creencias metafísicas ¿entonces cómo ver el tema de la responsabilidad absoluta?
Aquí viene mi segunda respuesta: el tema de la responsabilidad absoluta puede verse como un juego. Un juego que tiene el beneficio de empoderar profundamente y no tiene efectos secundarios negativos, a menos que la responsabilidad se confunda con la culpa o con el orgullo y autoengrandecimiento.
Estoy acabando de leer un libro que se llama El arte de lo posible, de Rosamund Stone y Benjamin Zander. Uno de los capítulos está dedicado al ejercicio de asumir responsabilidad, y allí se pone un ejemplo que me parece iluminador: supongamos que vas manejando con todas las precauciones y, sin embargo, un conductor embriagado te estrella por detrás. ¿Eres responsable de eso? La respuesta es que es tu elección como verlo. Puedes empoderarte y aprender de la experiencia, y asumir que haz creado esa realidad, o puedes convertirte en una víctima, lo cual tiene el costo de entregar tu poder. Por una parte, puedes reconocer que al manejar asumes riesgos, y, por lo tanto, eres responsable en caso de que uno de estos riesgos se materialice. Cada vez que decido manejar estoy asumiendo un riesgo. Es mi responsabilidad. Sé que existen conductores ebrios, sé que es posible que si me subo a un avión se caiga, pero aun así decido tener la experiencia. Desde el punto de vista de la reencarnación: sé que encarnar en un ser humano tiene riesgos… especialmente si elijo un planeta como la Tierra.
Pero, por otro lado, no importa si no crees realmente que es tu responsabilidad. Puedes probar, como un juego, asumir que eres responsable y responder desde ese lugar en el que decides que haz participado en la creación de la experiencia y por tanto tienes el poder de transformarla.
Desear hacer las cosas de manera perfecta es una receta para quedarnos estancados y evitar tomar acción. Pero, además, el perfeccionismo es una receta para el sufrimiento.
Esta es la cuarta vez que comienzo a escribir este artículo. Y cada una de la anteriores, una sensación de inquietud me impidió continuar, pues sentía que lo que escribía no era lo suficientemente bueno. Es irónico que esto suceda justo en un artículo sobre el perfeccionismo, pero sirve para ilustrarlo.
Este es uno de los temas que he estado trabajando en los últimos meses: mi necesidad de ser perfecto. Esta necesidad se manifiesta como una ansiedad frente aquello que percibo como imperfecto y una necesidad de controlarlo y modificarlo. En el fondo está la creencia de que algo malo va a suceder si las cosas no se desarrollan de manera perfecta. Esta creencia, a su vez, se manifiesta como pensamientos recurrentes sobre aquello que «está mal». Y puede tratarse de cualquier área de la vida: el trabajo, las relaciones, el cuerpo, los hábitos, los alrededores, el pasado, el futuro.
Cuando se está en medio de un remolino de pensamientos perfeccionistas, al comienzo uno tiende a creer que el problema está afuera, y que si uno logra arreglar aquello que está «imperfecto», entonces todo estará bien y llegará la paz. Sin embargo, esto es una ilusión. Es imposible alcanzar la perfección, y menos aún hacerlo de manera consistente y con resultados permanentes. Si hacemos que nuestra felicidad dependa de que las cosas sean perfectas, es obvio que nos estamos condenando a la infelicidad.
El perfeccionismo muchas veces se manifiesta como una forma de síndrome obsesivo-compulsivo. El carácter obsesivo se manifiesta como pensamientos recurrentes que nos quitan la paz; en este caso, pensamientos relativos a un aspecto de nuestras vidas que nos incomoda por ser imperfecto y que nos hace temer que habrá consecuencias negativas a causa de esa imperfección. El carácter compulsivo se manifiesta como acciones repetitivas que llevamos a cabo con el fin de acallar esos pensamientos y alcanzar así la paz. En el caso del perfeccionismo, muchas veces esas acciones están enfocadas a tratar de corregir o arreglar aquello que juzgamos como imperfecto, por ejemplo, lavar varias veces la loza, incluso si la mayoría de la gente considera que ya está limpia. Otras veces, sin embargo, el comportamiento compulsivo puede encausarse en alguna forma de escape alternativa, algo que nos permita acallar esos pensamientos por un rato y atenuar así las emociones incómodas que provocan. Este es el caso cuando recurrimos a adicciones para evitar el malestar que sentimos cuando tratamos de buscar sin éxito la perfección.
La práctica de la exposición
Al tomar consciencia de estos patrones de pensamiento, podemos elegir no creerles. No creer que es necesario cambiar algo afuera para poder estar tranquilos. Y un punto importante en este proceso es permitirnos sentir; sentir la angustia que acompaña la imperfección cuando tenemos un patrón de conducta perfeccionista, la ansiedad, el miedo. Hacer las paces con esas emociones y darles amor es el primer paso.
Al menos en mi proceso, una de las claves para romper el ciclo entre pensamientos obsesivos y comportamientos compulsivos ha sido permitirme sentir, pues, como expliqué, usamos los comportamientos compulsivos para acallar esos pensamientos y las emociones que generan. En otras palabras, mi práctica es abrazar plenamente las emociones que surgen cuando me permito estar en medio de la imperfección.
Esta práctica es una forma de exposición, que es como se llama en psicoterapia cuando, como parte del tratamiento, se le recomienda al paciente que se exponga a aquello que le causa ansiedad o miedo con el fin de que se dé cuenta de que en realidad esa actividad no involucra peligro alguno. Un ejemplo de esto es cuando a un paciente que cree que no puede pisar las líneas en la calle se le pide que las pise intencionalmente. En cada caso, por supuesto, aquello a lo que nos exponemos cambia, según sea el origen de nuestros miedos o ansiedades.
En resumen, una parte esencial del trabajo que estoy haciendo para suavizar mi perfeccionismo y dejar de sufrir a causa de él es exponerme a aquello que me causa ansiendad (la imperfección) en vez de tratar de arreglar obsesivamente las cosas afuera o de huir de la realidad mediante adicciones o distracciones (como jugar ajedrez o ver Netflix cuando se detona un pensamiento de ansiedad relacionado con algo que siento como imperfecto).
La próxima vez que sientas la necesidad de arreglar algo afuera y reconozcas que el origen de esa necesidad es un patrón de pensamiento obsesivo, te invito a que pares y sientas. ¿Cómo se siente tu cuerpo? Observa como tu mente busca desconectarte del cuerpo mediante alguna acción enfocada en el afuera. Para y relájate en medio de la incomodidad. Y luego ten la intención de amarla.
La semilla del amor incondicional
Hay otro componente de este proceso que es igual o incluso más importante que el anterior: amar a esa parte de nuestro ser que tiene ansiedad y miedo por no ser perfecta.
El amor es un componente fundamental en este proceso, al menos para mí, y la razón es que, muy en el fondo, la búsqueda de la perfección surge porque creo que para merecer el amor debo ser perfecto. En consecuencia, darme amor en medio de lo que percibo como mi imperfección es una forma de deshacer la ilusión que me lleva a tratar de ser perfecto.
A veces, a causa del condicionamiento de años, puede ser muy difícil ser amorosos con aquello que juzgamos como inadecuado. Pero podemos, al menos, tener la intención, y ese es ya un gran paso, una semilla que más pronto que tarde florecerá como amor incondicional hacia nosotros, un amor que no depende de que cumplamos ciertos estándares o arreglemos primero aquello que «está mal» con nosotros según nuestra mente.
Así pues, ten la intención de darle amor a esas paerte que juzgas como imperfectas. Sé amable contigo y con tu cuerpo. Deja de lado el castigo y la exigencia como forma de compensar tus fallas o carencias. Date un regalo amoroso, un abrazo interno. Acompáñate como lo harías con un amigo querido que sabes que necesita de tu cercanía y del calor de tu corazón.
dormir bien
Finalmente, no puedo dejar de hablar de dos cosas que han sido fundamentales para mí en las últimas semanas. Creo que no tienen que ver específicamente con el tema del perfeccionismo, pero sí inciden de manera general en el bienestar emocional.
En mi caso, he descubierto que la calidad de mi sueño es uno de los factores que más influye en la forma como pienso y siento. Dentro de poco haré un video de YouTube con varios consejos para mejorar el sueño. Por ahora, solo quiero decir que en las últimas semanas me ha pasado varias veces que me siento agobiado por pensamientos obsesivos en relación con el perfeccionismo y al parar y observarme con conciencia me he dado cuenta de que están surgiendo porque estoy cansado y no he dormido bien. Permitirme dormir y descansar en esos momentos ha sido mágico. Luego de descansar, mi mente se despierta clara y aquellas cosas que me preocupaban por ser imperfectas se desvanecen de mi mente o se ven como nimiedades sin importancia.
Puede que el sueño no influya de igual manera en todas las personas, pero en todo caso vale a pena hacer un ejercicio de observación y ver cómo está nuestro cuerpo en esos momentos en que surge un pensamiento obsesivo. A veces veremos que hay hambre. O tal vez una emoción vieja que quiere salir y ser liberada. Sea como sea, si reconocemos y honramos esa necesidad, ayudaremos a nuestro sistema nervioso a relajarse y suavizaremos los patrones obsesivos, al tiempo que facilitaremos la entrada al amor y a la ligereza.
En el último año disminuí notablemente mi actividad en redes sociales. Una parte de esto se debió a que sentí la necesidad de enfocarme en mi proceso interno. He estado en sesiones de terapia e hice un curso online intenso y profundo con uno de mis maestros favoritos: Eckhart Tolle.
Sin embargo, recientemente caí en cuenta de que esas no fueron las únicas razones por las que no he vuelto a hacer tantas publicaciones como antes. De unos meses para acá volví a sentir ganas de publicar, pero al mismo tiempo noté en mí una gran resistencia a hacerlo. Entonces, en una de las sesiones de terapia, pude ver como detrás de esa resistencia hay miedos que vienen de mucho atrás.
Recordé como cuando niño sentía gran ansiedad en situaciones en las que tenía que exponerme frente a un gran grupo de personas y, por alguna razón, sentía que ellas tenían alguna expectativa sobre mí. En particular, recordé una fiesta a la que me invitaron cuando tenía cerca de 10 años. Mis padres me ayudaron a comprar un regalo para llevarle a mi amigo, pero el día de la fiesta no fui capaz de ir a entregárselo. Me llené de pensamientos de que el regalo no era lo suficientemente bueno y el miedo me llevó a querer esconderme y no enfrentar el posible rechazo de mi amigo y de los demás niños que estarían en la fiesta.
Y, al observar mis emociones en relación con mis redes, pude reconocer esas mismas sensaciones que experimentaba de niño. Es el mismo miedo social a que los demás rechacen aquello que tengo para entregar. Muchas veces he observado ese miedo y lo he atravesado, pero esta vez surgió con una claridad especial y de forma inesperada, pues en mi mente tenía una lista de razones diferentes mediante las cuales explicaba y justificaba mi alejamiento de las redes.
Ahora, mientras escribo estas palabras y pienso en publicarlas, vuelvo a experimentar esa sensación de ansiedad social y vienen a mi mente imágenes de personas que conozco reaccionando de diferentes maneras frente a lo voy a compartir.
Esta claridad sobre el miedo que experimento me motivó a hacer un live en Instagram después de mucho tiempo en el que hablé justamente sobre este tema. Además, me motivó a escribir esta entrada y a comenzar a publicar reflexiones más seguido. Y la razón de esto es, en parte, que una de las maneras de sanar el miedo, al menos en mi experiencia, es mediante la acción.
El miedo al rechazo social se fundamenta en la ilusión de que ser rechazados implica un riesgo para nuestra supervivencia. Esto era verdad hace cientos de miles de años, cuando vivíamos en pequeños grupos para protegernos de los demás animales y de los elementos, y ser aislados podía significar la muerte. Ahora, aunque nuestra realidad es diferente, estas memorias ancestrales continúan dirigiendo nuestras vidas. Es como si un programa viejo y obsoleto se hubiera quedado a cargo de nuestro computador a pesar de que hay ahora programas mucho más adecuados para nuestras necesidades actuales.
En ese sentido, deshacer los miedos es una forma de reprogramarnos. Y una de las formas más eficaces de reprogramarnos es mediante la exposición a aquello que tememos. Al permitirnos experimentar aquello que tememos, si lo hacemos con consciencia, podremos observar nuestras emociones y nuestros patrones de pensamiento y separarlos de lo que en realidad está ocurriendo. Al hacer esto, veremos que estamos a salvo (al menos cuando se trata de miedos como estos que cuento en este escrito) y que en realidad no hay nada que temer.
Me recuerda esto a un hermoso pasaje del libro La armadura oxidada, de Rober Fisher. Este libro es una metáfora sobre el deshacimiento del ego, representado por la armadura del caballero, que se ha quedado atascada en su cuerpo y lo lleva a sufrir. Como parte de su aventura de autodescubrimiento, el caballero debe entrar a diferentes castillos, cada uno de los cuales representa algo que él debe aprender o superar para poder dejar ir su armadura. Uno de estos es el Castillo de la Voluntad y la Osadía, el cual se encuentra custodiado por un temible dragón. A diferencia de otros castillos a los que ha debido entrar, este le presenta un reto que requiere una acción externa precisa: debe cruzar un puente para ingresar al castillo, pero al otro lado se encuentra un gigantesco dragón que escupe fuego. En los primeros intentos, el caballero huye ante las llamas, pues siente el calor y le parece obvio que el peligro es real. No obstante, a medida que sigue insistiendo, comienza a darse cuenta de que el dragón es una ilusión. Y entre mayor es su determinación de cruzar y su tranquilidad interna, más evidente es que el dragón es irreal. Cuando se acerca por completo al monstruo, este desaparece.
Luego de atravesar los diferentes castillos, el caballero aprende que deberá volver a estos una y otra vez, para llegar a nuevos niveles de aprendizaje. Y así es como siento un poco este volver a caminar por miedos antiguos. Hay ahora más consciencia que antes y es más fácil atravesarlos, pero también es claro que los miedos siguen instalados en mi interior y me invitan a sanarlos.
Ahora bien, esta invitación a atravesar los miedos debe ir acompañada por una invitación a amarlos y a amarnos cuando los sentimos. La metáfora del dragón es hermosa, pero presenta al miedo como un enemigo al que debemos derrotar. En realidad, el dragón se disuelve cuando nos acercamos a él con amor. Si peleamos, es porque creemos que es real, pues, ¿quién gastaría energía peleando cuando sabe que está frente a un espejismo? Es como en los sueños: cuando uno no sabe que está soñando, cree que lo que experimenta es real y, por tanto, si ve un monstruo, tratará de huir o de pelear con él. En cambio, cuando uno toma consciencia de que está soñando, puede jugar con el monstruo, pues sabe que en realidad está a salvo, y al hacerlo lo más normal es que el sueño se transforme o se acabe por completo.
Entonces, otra recomendación es no tomarnos muy en serio este camino de deshacer los miedos. Es un juego. Y las claves son la compasión y el amor.
En alguna época de mi vida, cuando reconocía que tenía miedos, me obsesionaba por atravesarlos y me castigaba cuando no era capaz. Esta actitud rígida y dura hacía que los miedos se vieran incluso más grandes que antes. Ahora reconozco que lo primero es permitirme sentir y estar conmigo incondicionalmente antes de atravesarlos. Es como si un niño pequeño se levantara gritando en la noche a causa de una pesadilla. ¿Lo reprenderíamos acaso y le gritaríamos que se vuelva a dormir tranquilo porque no tiene nada que temer, o más bien lo acompañaríamos en su miedo con amor, tranquilizándolo con dulzura y recordándole suavemente que es solo un sueño?
No se trata entonces de matar al dragón ni de atravesarlo en realidad, sino de amarlo y transformar la forma en que lo percibimos, hasta que vemos ya no un enemigo sino una parte nuestra que merece tanto nuestro amor como cualquier otra. Así pues, la invitación es a hacernos amigos del dragón. Es como dice Un Curso de Milagros: antes de despertar, el paso previo natural es pasar de las pesadillas a los sueños felices. Y este es un cambio de percepción. La idea es que ya estamos a salvo y rodeados y protegidos por el amor. Siempre lo hemos estado. Es solo nuestra percepción la que necesita sanar.
Unos meses después de la fiesta a la que me invitaron y a la que no fui, le conté a mi amigo que le había comprado un regalo que nunca le entregué por miedo a que no le gustara. Al saber cuál era el regalo, él se alegró mucho y me expresó que no entendía por qué yo no había ido. Era uno de los mejores regalos que le habían hecho. Esto me lleva a reconocer ahora que estos miedos que estoy transformando con amor me llevan a dejar de brillar y a dejar de compartir mis regalos con el mundo. Al ver esto, me siento aún más motivados para seguir caminando sobre el puente y acercándome con tranquilidad a mi amigo el dragón.
Uno de mis principales retos en los últimos años ha sido encontrar un equilibrio entre el perfeccionismo y la dejación. He oscilado entre periodos en los que trabajo ardua e intensamente y otros en los que no me dan ganas de hacer nada y me entrego a la inercia y la dejación.
Una de las cosas que he observado de estos ciclos es como cada uno de los extremos contiene la semilla del otro. Cuando trato de ser perfecto, inevitablemente me agoto, y cuando ese cansancio se vuelve intolerable, abandono mis actividades por completo y me voy al otro extremo. Así mismo, después de un periodo largo de inactividad e indolencia, mis días se vuelven insatisfactorios y me deprimo, y cuando esta sensación se vuelve intolerable, decido hacer planes de nuevo y comienzo a trabajar febrilmente en un intento por recuperar el tiempo perdido, yéndome así de vuelta al extremo de la perfección.
He aprendido poco a poco, que esos extremos son como orillas en el río de mi vida: entre más cerca esté de una orilla, más difícil será avanzar con la corriente natural del agua. En consecuencia, para fluir debo estar cerca de la mitad.
He durado varios meses sin escribir, pues me propuse hacerlo solo cuanto tuviera ganas. Ha sido un periodo de descanso y descubrimiento. Sé que escribir me hace feliz, pero no de cualquier forma. Cuando escribo por tratar de «hacer las cosas bien» y «ser un niño bueno», muy pronto me canso y siento que nada es lo suficientemente bueno. Cuando escribo desde el extremo perfeccionista, por tratar de avanzar mucho, termino abandonando pronto. Es como si un corredor en una maratón decidiera que para llegar más rápido a la meta debe correr a la misma velocidad que si estuviera en una carrera de cien metros. Obviamente, no podrá mantener ese ritmo y, si lo intenta empecinadamente, seguramente no será capaz de terminar la carrera, o llegará muchísimo después que si hubiera mantenido un ritmo lento y más constante.
En eso trabajo ahora, en encontrar un punto medio y sereno que me permita fluir de manera constante, no demasiado tenso, pero tampoco demasiado laxo. Y ese es el viaje que estaré procurando compartir en mis próximas entregas, de a pocos.
Últimamente he podido experimentar como una de las cosas que más me ayuda a centrarme y elevar mi vibración es dar, ayudar a otros, escucharlos, estar presente con ellos y permitir que la sabiduría fluya a través de mí.
A veces, cuando estamos preocupados y contraídos, creemos que no tenemos nada para dar y nos aislamos. Y hay momentos en los que necesitamos darnos espacio para recargarnos. Sin embargo, en muchas ocasiones, conectar con otros y compartir lo que tenemos es la mejor manera de elevar nuetra energía y encender nuestro corazón.
En las últimas semanas, he tenido momentos en los que me siento desmotivado, bajo de energía, incluso deprimido. Entonces una de las primeras reacciones es ponerme a pensar en mí, en lo difíciles que son las cosas, en los esfuerzos que he hecho, en las cosas que no he logrado. Agradezco al cielo que en esos momentos han aparecido oportunidades para dar. Alguien pidió ayuda y caí en cuenta de que yo podía brindársela. Y entonces mi energía cambió. Dejé de estar centrado en mis pensamientos y mi historia y me permití estar disponible para alguien más. La transformación es mágica.
Y lo bueno es que las oportunidades para dar abundan. No tenemos que esperar a que un ser querido tenga una gran dificultad para ayudar. Si prestamos atención, veremos que constantemente hay a nuestro alrededor oportunidades para dar. Y la mayoría de las veces dar no implica una gran actuación digna de aparecer en los titulares de un periódico. Muchas veces basta con un pequeño gesto, una sonrisa, una pregunta genuina o el solo acto de escuchar con el corazón. Esto es suficiente para conectar con nuestra luz interior y reconocer su poder.
Muchas veces, no nos damos cuenta de nuestro propio brillo hasta que no lo compartimos. Es por esto que dar es un acto tan poderoso y nos conecta con nuestra abundancia: al dar reconocemos y apreciamos el valor de todo aquello que ya tenemos.
Quiero en esta entrada compartir algunas de mis creencias más íntimas y profundas, y quiero contarles cómo es mi relación con la religión cristiana y con el catolicismo.
Voy a explicar por qué me gusta tanto la oración del padrenuestro y a dar mi interpretación de cada una de sus partes. Pero, para esto, primero quiero contarles un poco sobre mi crianza. Dicha oración es mi preferida. Creo que eso se debe a que de pequeño disfrutaba ir a misa, pues mi abuela materna, a quien amé profundamente, era muy católica, y fue ella quien me crio. Y aun hoy en día, a pesar de que mis creencias han cambiado mucho, disfruto cuando por alguna razón acompaño a alguien a una misa y llega el momento de rezar el padrenuestro. Disfruto de abrir los brazos, cerrar los ojos y pronunciar:
Padre nuestro, que estás en los Cielos; Santificado sea tu Nombre; Venga a nosotros tu Reino; Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo; Danos hoy nuestro pan de cada día; Perdona nuestras ofensas, así como nosotros también perdonamos a quienes nos ofenden; No nos dejes caer en tentación; líbranos del mal. Amén.
Antes de hablar sobre el significado profundo que tiene para mí cada una de estas frases, me gustaría hablar un poco más de cómo mis creencias y mi forma de ver la religión han ido cambiando a través de mi camino.
Aunque mi madre y mi padre son muy religiosos, quisieron que yo tuviera la posibilidad de decidir sobre mis propias creencias. Por eso, no me bautizaron cuando estaba recién nacido, como es usual en las familias católicas. Me bauticé a los 8 años de edad, por decisión propia. Recuerdo el día, como estaba vestido y lo que sentí cuando el padre que oficiaba la ceremonia derramó el agua sobre mi cabeza. Y recuerdo también lo que sentí en los días siguientes: una mezcla entre santidad y miedo a perderla. Recuerdo la sensación de ser puro y el miedo a que haya en mí una maldad que puede surgir en cualquier momento si no tengo cuidado. Y es que ya, a esa temprana edad, podía ver que en la religión católica había elementos de miedo que me llevaban a sufrir.
Al bautizarme, el padre me dijo que en ese momento yo quedaba libre de todo pecado. Era como un «borrón y cuenta nueva», como decimos aquí en Colombia. No importaba lo que hubiera hecho o pensado antes de ese momento, todo quedaba en el olvido gracias a la ceremonia del bautizo. Sin embargo, de ahí en adelante, tenía que esforzarme por mantener esa santidad. Lo que había hecho en el pasado estaba perdonado, pero no así lo que haría en el futuro. Entonces sentía gran tensión y surgió la nececidad de controlar mis acciones y pensamientos. Pero era inútil. Sin importar qué tanto me esforzara, los pensamientos que consideraba impuros se infiltraban en mi mente y me atormentaba la idea de haber perdido el perdón y la pureza que me habían sido concedidos con mi bautizo.
Esta relación ambivalente con la religión continuó durante mi adolescencia, con sensaciones de gozo y tormento amplificadas por la madurez de mi mente y el despertar de los deseos sexuales. Después de hacer la Primera Comunión, se estableció una dinámica insana en la que constantemente buscaba la experiencia de santidad a través de la confesión, pero sólo para volver a sentirme manchado a los pocos momentos de haber salido de la iglesia. Esto, por supuesto, me llevaba a cansarme y a alejarme de la religión. No obstante, esa lejanía acentuaba la culpa, y cuando ésta se hacía insoportable, volvía a confesarme y me refrescaba brevemente en la sensación pasajera de pureza y santidad.
A los 16 años, esta dinámica de extremos se agudizó. Tras varios meses de haber abandonado por completo las prácticas religiosas y de haberme permitido experimentar a gusto los placeres que el mundo tenía para ofrecerme, la sensación de culpa alcanzó uno de sus picos más altos. Entonces ingresé a una iglesia cristiana muy exigente. Era exactamente lo que deseaba: la oportunidad de ser perfecto. Y durante 6 meses traté de serlo. Realmente me esforcé. Di lo mejor de mí, de eso no me queda ninguna duda. Pero, al igual que antes, tampoco fue suficiente. Entre más trataba de alejarme de los pensamientos y las acciones «impuras», con más intensidad y ahínco me acediaban. Así, más temprano que tarde, mis deseos, fortalecidos por la represión, erosionaron y echaron abajo la ilusoria fortaleza de santidad que con tanto esfuerzo había erigido.
Entré entonces en un periodo de profunda depresión y me alejé de la religión por varios años. Me sentía constantemente atormentado. Y, de todas las ideas temibles, la más intensa era la creencia en el infierno, que, según mi punto de vista, era mi destino inevitable ahora que me había «caído de la fe», que era como se referían en aquella iglesia a la que había pertenecido al acto de abandonarla. Recuerdo caminar por la calle en medio de un desasosiego constante, mirando de vez en cuando al cielo, con la sensación de que en cualquier momento podía caerme un rayo como castigo por lo que había hecho.
Poco a poco, el miedo y la ansiedad fueron disminuyendo, si bien siempre estuvieron presentes en el fondo de mi mente. En este proceso ayudó mucho la vida académica. Cuando entré a estudiar filosofía, me permití cuestionar todas las creencias que había albergado hasta el momento, y, motivado por el escepticismo de mis compañeros de clase, así como de los profesores y los autores a quienes admiraba, llegué a la conclusión de que nada en la vida tenía sentido y de que, por tanto, no había razón para sentirme culpable. A esto, además, se sumó el reconocimiento de que mis ideas religiosas y mi fe se fundamentaban en el miedo al castigo, lo que me llevó a abandonarlas por completo, pues de alguna forma podía sentir que lo que yo estaba buscando en realidad era el amor, y éste es incompatible con el miedo.
De esta manera, por varios años la mente y las ideas fueron mi refugio, si bien el deseo de entrar en comunión con lo divino y la necesidad de deshacerme de la culpa nunca desaparecieron por completo. Había dejado atrás las creencias religiosas, pero en un nivel más profundo mi sed por la espiritualidad permanecía.
Tras acabar mi pregrado, comencé una maestría en filosofía, pero pronto me di cuenta de que ese camino no me satisfacía y decidí abandonarlo (en este video narro con detalle cómo fue esa experiencia). Ya no me sentía tan culpable como antes, pero mi mente se había convertido en una prisión y los pensamientos obsesivos acerca de todo me impedían disfrutar la vida. Fue entonces cuando descubrí la meditación y empecé a leer libros sobre cómo estar en silencio y encontrar paz interior. Finalmente, eso me llevó a descubrir el camino por el que he transitado desde entonces, en el cual las enseñanzas de Un Curso de Milagros ocupan un lugar preponderante.
De este modo se cerró el ciclo que había comenzado con mi bautizo y mi formación católica, ya que Un Curso de Milagros es un libro canalizado del alma de Jesús y hace referencia constante a las enseñanzas que aparecen en La Biblia (incluidas las palabras que se le atribuyen a él), pero las reinterpreta de forma tal que quedan desprovistas de miedo. Aún habla del infierno, por ejemplo, pero aclara que es una idea ilusoria que nosotros mismos creamos y que, por tanto, tenemos el poder de abandonar. Y dice además que ese despertar no sólo es posible, sino necesario: es nuestro destino en razón de quienes somos. Son éstas las nuevas ideas que veo cuando pronuncio ahora la oración del padrenuestro y que comparto a continuación.
Padre nuestro que estás en los Cielos… Esta parte dice que Dios está «en los Cielos», pero ¿en dónde se encuentran los cielos? De pequeño, creía que el Reino de los Cielos se encuentra lejos, en otra vida, en un lugar al que no tengo acceso en este momento y al cual se me puede negar la entrada si no me porto bien. Ahora entiendo que el Reino de los Cielos está en nuestro interior… aunque en realidad, esto es aún una imprecisión, una metáfora. El siguiente pasaje de Un Curso de Milagros es esclarecedor:
Es difícil entender lo que realmente quiere decir “El Reino de los Cielos está dentro de ti”. Esto se debe a que no es comprensible para el ego, que lo interpreta como si algo que está fuera estuviese dentro, lo cual no tiene sentido. La palabra “dentro” es innecesaria. Tú eres el Reino de los Cielos. ¿Qué otra cosa sino a ti creó el Creador y qué otra cosa sino tú es Su Reino? T-4.III.1:1-5.
Así pues, la frase «Padre nuestro que estás en los Cielos» hace referencia, en realidad, a nuestra unidad con Dios, pues Él mora en su Reino, pero nosotros somos su Reino. Él mora en nosotros, Él es nosotros. Y es que, desde Un Curso de Milagros, Dios no crea algo separado de Él. Todo lo que Él crea es parte de Sí mismo. En otras palabras, Dios crea extendiéndose a Sí mismo y compartiendo su Ser con su creación.
Santificado sea tu Nombre… Esta parte, según mi interpretación, se refiere a los símbolos. Dios es eterno, y por siempre santo e inmutable. Es el Ser mismo, lo que es, la realidad, y no puede dejar de ser. Por tanto, lo que se santifica con esta oración no es a Dios, ya que Él no tiene necesidad de ser santificado, pues ya es santo. Lo que se pide que se santifique es su nombre. Y el nombre es un símbolo, una representación de algo. Es la manera como a través de nuestra mente podemos hacer referencia a una realidad. Lo que se pide, entonces, es que reconozcamos la santidad de Dios a través de los símbolos que hemos construido para representarlo. Es otra forma de decir: toma consciencia de la santidad de Dios que mora ya en tu mente, reconócela a través de los símbolos que has creado, usa el poder creativo de tu mente para representar la realidad de Dios, que es tu esencia más profunda, tu propio Ser, como ya se dijo en el párrafo anterior.
Venga a nosotros tu Reino… a la luz de la interpretación de la primera frase, esta tercera simplemente quiere decir: «permítenos tomar consciencia de nuestra unidad Contigo».
Hágase tu volutad tanto en la tierra como en el Cielo… aquí declaramos que estamos dispuestos a salir de nuestro estado de aparente separación, en el que creemos tener una voluntad separada de la de nuestro creador, y reconocemos que en realidad nuestra voluntad es la suya. En el plano práctico, estamos declarando que nos vamos a dejar guiar por nuestro corazón, por nuestro guía interior; que estamos receptivos, dispuestos a oír y a dejarnos llevar por nuestro Ser superior por donde Éste nos indique. De esto se da un bello recordatorio en el libro de ejercicios de Un Curso de Milagros:
La Voluntad de Dios es la única Voluntad. Cuando hayas reconocido esto, habrás reconocido que tu voluntad es la Suya.La creencia de que el conflicto es posible habrá desaparecido. L-pI.74.1:3-5.
Danos hoy nuestro pan de cada día… Esta es, sin duda, una invitación a reconocer nuestra abundancia y a relajarnos, sabiendo que en cada momento tenemos exactamente lo que necesitamos y que, en consecuencia, no tiene sentido preocuparnos por el futuro. Esto es así por razón de quienes somos, pues si en realidad no estamos separados de nuestro Padre nunca, ¿qué podría faltarnos jamás?
Perdona nuestras ofensas así como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden… En Un Curso de Milagros, el perdón es en realidad innecesario, pues nunca hemos hecho nada malo. Todo lo impuro que creemos haber hecho ha sido en ilusiones, y lo que caracteriza a las ilusiones es que no son reales. Sin embargo, mientras mantengamos las ilusiones, necesitamos del perdón, pero no del perdón de Dios, quien nunca nos juzga, sino de nuestro propio perdón. En otras palabras, tenemos que reconocer que los juicios que albergamos contra nosotros y contra los demás son ilusorios y que, por tanto, podemos soltarlos y percibirnos a nosotros y a los demás como en realidad somos y como nunca hemos dejado de ser: puros y santos.
Sobre esto, hay tres pasajes de Un Curso de Milagros que quiero citar. Los dos primeros tienen que ver con el perdón:
El Hijo de Dios no necesita ser perdonado, sino despertado. En sus sueños se ha traicionado a sí mismo, a sus hermanos y a su Dios. Mas lo que ocurre en sueños no ocurre realmente. T-17.I.1:4-6.
Dios no perdona porque nunca ha condenado. Y primero tiene que haber condenación para que el perdón sea necesario. El perdón es la mayor necesidad de este mundo, y esto se debe a que es un mundo de ilusiones.Aquellos que perdonan se liberan a sí mismos de las ilusiones, mientras que los que se niegan a hacerlo se atan a ellas. De la misma manera en que sólo te condenas a ti mismo, de igual modo, sólo te perdonas a ti mismo. L-pI.46.1.
El tercer pasaje tiene que ver con dejar de juzgar a los demás como una forma de dejar de juzgarnos a nosotros. La Biblia dice: «así como juzgues serás juzgado». Usualmente esto se interpreta como que si juzgamos a los demás, Dios nos juzgará a nosotros como castigo. Pero esto no puede ser verdad, pues Dios nunca condena. Para mí, lo que esto significa es que tal como percibimos a los demás nos percibimos a nosotros mismos, ya que en realidad no estamos separados. Somos un solo ser. Esto implica que cuando juzgamos a alguien más en realidad nos estamos juzgando a nosotros mismos. Así pues, si queremos encontrar el perdón adentro, debemos aprender a percibir correctamente a los demás, lo que implica ver siempre su divinidad y su impecabilidad, que permanecen inmutables a pesar de las aparentes locuras que parezcan haber hecho en el mundo.
Cuando te encuentras con alguien, recuerda que se trata de un encuentro santo. Tal como lo consideres a él, así te considerarás a ti mismo. Tal como lo trates, así te tratarás a ti mismo. Tal como pienses de él, así pensarás de ti mismo. Nunca te olvides de esto, pues en tus semejantes o bien te encuentras a ti mismo o bien te pierdes a ti mismo. T-8.III.4:1-4.
No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal… La tentación no es la tentación de hacer cosas malas, pues en realidad no es posible hacer algo malo o pecar. No es posible ofender a Dios. Es por esto que Él nunca condena. La tentación es la tentación de percibir incorrectamente y vivir en un mundo de ilusiones. Es decir, es la tentación de creer que podemos pecar y sufrir. La tentación es la tentación de creer que estamos separados de Dios y separados los unos de los otros. La tentación es la tentación de creer que vivimos en el infierno, que no es otra cosa que el estado de aparente separación de Dios, de nuestra fuente, que es el Amor mismo. En otras palabras, esta frase podría leerse como «danos la fuerza para abandonar nuestras ilusiones y despertar a nuestra realidad, en la que somos Uno contigo».
Para terminar, quisiera citar un pasaje muy significativo de Un Curso de Milagros que es considerado por algunos como la nueva versión del padrenuestro y que resume de bella manera las ideas que he expuesto aquí:
Perdónanos nuestras ilusiones, Padre, y ayúdanos a aceptar la verdadera relación que tenemos Contigo, en la que no hay ilusiones y en la que jamás puede infiltrarse ninguna. Nuestra santidad es la Tuya. ¿Qué puede haber en nosotros que necesite perdón si Tu Perdón es perfecto? El sueño del olvido no es más que nuestra renuencia a recordar Tu Perdón y Tu Amor. No nos dejes caer en la tentación, pues la tentación del Hijo de Dios no es Tu Voluntad. Y que recibamos únicamente lo que Tú has dado, y que aceptemos sólo eso en las mentes que Tú creaste y que amas. Amén. T-16.VII.12.
Antes que nada, quiero agradecerte por estar leyendo esto. Por haber abierto el correo o por haber seguido la notificación de que había un nuevo post. Usualmente promociono mis escritos a través de mis redes sociales, pero esta entrada está dedicada solo a quienes siguen y disfrutan de este blog.
Quiero hacer un breve recorrido por lo que ha sido mi proceso escribiendo este blog, contar lo que he aprendido y hablar de mis planes a futuro.
Comencé este blog en 2013. Mi primera entrada es un video sobre la maestra espiritual Gangaji. Al comienzo, solo planeaba republicar enseñanzas de otras personas; no creía que, como tal, yo tuviera algo para aportar. Después de 3 publicaciones en 2013 de otros autores, duré 3 años sin publicar nada. Luego, en 2016 y 2017, hice unas pocas publicaciones en cada año, ya comenzando a exponer mis propias ideas.
Después de esto hubo un hiato de 17 meses, tras el cual regresé con fuerza y con ganas a finales de 2018. Esa fue la época en que estuve más apasionado con este proyecto. Uno de mis autores favoritos era Seth Godin, quien tiene un blog muy famoso en el que habla sobre marketing y otras ideas relacionadas con emprendimiento y, en ocasiones, crecimiento personal. Aunque no hablaba sobre temas de espiriualidad, fue este autor quien más influyó en este blog. Él se caracteriza por que escribe todos los días en su blog. Y todos los días, sin falta, yo leía sus ideas y me sentía inspirado. Fue así que decidí en ese entonces comenzar yo también a escribir todos los días, y así lo hice entre diciembre de 2018 y marzo de 2019.
A mediados de abril de 2019, me di cuenta de que me estaba forzando a escribir y decidí dejar de hacerlo todos los días. Sentí que mi motivación no provenía siempre de mi corazón, sino de una exigencia basada en la idea de que escribir era lo correcto. Me sentía, por tanto, agotado, lo que además se juntó, en esa época, con el final de una relación importante en mi vida. Necesitaba tiempo para mí y para recargarme. Sin embargo, no dejé de escribir por completo.
No obstante, en los últimos meses he empezado a escribir cada vez menos. Y esto es un reflejo de lo que ha sucedido también en todas mis redes sociales. A finales del año pasado, en medio de un intenso proceso de transformación interior, vi como hacía y dejaba de hacer muchas cosas a causa de mis exigencias internas y de ideas fijas sobre lo que debía hacer en la vida y sobre cómo debía ser mi camino. Esto me llevaba a oscilar entre periodos de gran compromiso y momentos en los que quería abandonarlo todo. Y lo mismo sucedía con mi práctica espiritual: me movía entre los extremos del perfeccionismo y el desinterés total. El ejemplo más claro de esto fue quizás a mediados de 2017, cuando, después de varios meses de trabajar arduamente por producir contenidos para mis redes sociales, especialmente Facebook, abandoné todo por completo de repente por 6 meses.
Y esto es lo que he estado trabajando en mí en la última etapa de mi vida: he estado en búsqueda del equilibrio, del punto medio. Y una de las cosas más importantes para mí ahora es publicar y escribir solo cuando me nace de corazón, no forzarme, así pasen varias semanas o incluso meses en los que no publique nada. Finalmente, el propósito principal de todos mis proyectos es mi propio crecimiento y mi propia transformación. En algún momento tuve la idea de que debía compartir contenidos de consciencia porque esa era la mejor manera de ayudar al mundo; ahora, en cambio, considero que eso es secundario: la mejor manera de ayudar al mundo es mi propia transformación, incluso si esto me lleva a abandonar mis proyectos por completo.
Así, quienes siguen este blog han visto como en los últimos meses las entradas son esporádicas e impredecibles. Y creo que en el futuro cercano esto seguirá siendo así… o tal vez no, pero, sea como sea, será aquello a lo me lleve mi corazón. Y lo mismo, por supuesto, sucede en mis demás redes, como lo cuento en este video.
Por otra parte, quiero contarte que lo que más me ha nacido de corazón últimamente es trabajar en mi canal de YouTube. No sé por qué, la verdad, pues allí tengo pocos seguidores en comparación con Facebook, Instagram o Twitter. Pero siento claramente que eso es lo que quiere mi corazón, y me siento feliz y tranquilo siguiendo ese impulso. Así pues, es posible que muchas de las entradas siguientes (aunque no todas) sean invitaciones a ver mis videos, con un pequeño resumen en el que cuento de qué trata cada uno.
Veo cómo se han ido transformado mis proyectos con el pasar de los años y me siento satisfecho, sobre todo por lo que ha sucedido dentro de mí con respecto a aquéllos. Hubo un momento en el que mi principal preocupación era tener más seguidores, ver números grandes, crecer a los ojos del mundo, cimentar una plataforma que luego me permitiera obtener ingresos. Ahora, en cambio, me interesa sobre todo hacer las cosas de corazón, ser yo, sin importar si me leen 10 personas o 10.000. Me interesa más compartir mi camino personal y no tanto hablar de enseñanzas que he leído pero que aún no son mi experiencia (aunque todavía haré eso en algunas ocasiones, cuando me nazca de corazón). En otras palabras, estoy dejando que «cambie mi plumaje», como alguna vez lo expresé en una entrada de este blog.
Así pues, el nuevo plan es sencillo y satisfactorio: dejarme llevar por mi corazón. No preocuparme por si las personas van a estar interesadas o no en lo que comparto, sino hacerlo porque es lo que siento que quiero hacer en ese momento, más allá del resultado o de obtener un beneficio en el futuro. Si resuenas con esta nueva etapa, espero que te sea de provecho. Si sientes que es momento de dejar de leer este blog, también es algo hermoso y es parte del proceso de crecimiento interior, tal como lo dije en una entrada llamada «Espero que dejes de leer este blog».
Yo, por mi parte, he dejado de leer muchos blogs, incluido el de Seth Godin, que en su momento fue, como lo dije, una de las principales fuentes de inspiración para mis proyectos. ¿Por qué dejé de leerlo? Simplemente sentí que ya había aprendido lo que necesitaba de él y era tiempo de moverme y centrarme en aquellas enseñanzas que resuenan más profundo con mi corazón. Aún aprecio mucho a ese autor y es probable que, si tengo la oportunidad, alguna vez vaya a oírlo hablar en vivo o compre uno de sus libros nuevos. Dicho de otra forma: dejé de leerlo porque fue lo que sentí en mi corazón. Y es eso lo que más te puedo recomendar: que sigas a tu corazón, a tu intuición, que pongas atención a la sensación que experimentas cuando lees estas palabras y te permitas ser coherente con eso. Si no resuenan, déjalas ir, no acumules más en tu mente. Y eso mismo puedes hacer con todas tus redes sociales: presta atención a qué resuena realmente contigo y qué no, a qué es lo que en verdad te proporciona bienestar. Quien en algún momento fue un gran maestro para ti hoy puede ser una carga que no te deja dar el siguiente paso. Cuando sientas eso, déjalo ir. Recuerda que, como dice Un Curso de Milagros, el propósito de todos los buenos maestros es «hacerse innecesarios al enseñarle a sus alumnos todo lo que ellos saben».
Este es el tema central de mi último video de YouTube, en el que, además, hago un resumen de la lección 5 del libro El Camino del Corazón, en la que se habla sobre nuestra unidad con Dios y con la vida y sobre la práctica de la presencia como herramienta central para reconocer esa unidad.
Le di más importancia al tema de las sombras porque creo que es un paso fundamental en nuestro proceso de sanación. Y la invitación es a reconocer que aquello que juzgamos en los demás en realidad se encuentra en nuestro interior.
Esta idea puede ser difícil de aceptar cuando pensamos en comportamientos extremos, como, por ejemplo, un violador de niños o un torturador. Sin embargo, si miramos más profundo, veremos que todo eso se encuentra en nuestro interior.
Hay un párrafo del libro que me gusta especialmente en el que esta idea es presentada con mucha claridad por María Magdalena:
«La mejor manera de trabajar con la sombra es buscarla en tu propia vida. Se mostrará como una aversión recurrente, como un disgusto o como un juicio hacia algo o alguien. Debes mirar esas cosas con honestidad y aceptar que ellas son, de hecho, parte de ti. Todo lo que es es uno. El asesino, el abusador de niños y el torturador son todos parte de tu creación, que es ilusión. Debes aceptar eso para moverte hacia la Unidad. Tú también eres o podrías haber sido esa persona horrible a la que estás juzgando. Es por eso que la llamas sombra: es parte de ti, la ves cuando la luz brilla sobre ti, pero es también una ilusión».
En el video, explico despacio y entro a profundidad en estas palabras, cuyo mensaje me parece muy poderoso y transformador.
Si quieres ver el video completo, puedes hacer click en la siguiente imagen:
Así se llama una sección del libro Redefine el éxito, de Arianna Huffington, gran empresaria en la industria de los medios de comunicación. Y precisamente por esa labor que ella desempeña es que me parece tan bello y reconfortante lo que dice sobre las noticias y los medios de comunicación, que a veces, por conectarnos con el mundo, nos desconectan de nuestra alma:
«Yo solía entrar en mi apartamento o a la habitación del hotel y encedía inmediatamente las noticias. Y entonces un día, no hace mucho, paré. Y me di cuenta de dos cosas. Primero, que no me perdía de nada (ni siquiera de algo que me fuera útil para dirigir una operación de medios de comunicación que funciona 24/7), excepto de oír los mismos puntos regurgitados una y otra vez por diferentes personas. Pero lo segundo y más importante es que permití que hubiera algo de silencio en mi día, en el cual podía oír esa queda y pequeña voz a la que rara vez le prestamos atención. No perdí nada y en cambio gané mucho. Y entonces me volví mejor para escuchar a los demás (mis hijos, mis colegas, mis amigos.
‘Pregúntale a tu alma’, implora el poeta y novista alemán Hermann Hesse en el poema Mi creencia:
‘Pregúntale a aquella que conoce la libertad, cuyo nombre es amor. No busques en tu intelecto, ni a través de la historia del mundo. Tu alma no te culpará por haberle prestado muy poca atención a la política, por haberte esforzado demasiado poco, por haber odiado a tus enemigos muy poco, o por haber fortificado muy poco tus fronteras. Pero quizás ella te culpará por haber temido y huido de sus peticiones a menudo, por nunca haber tenido tiempo para ella, tu hija más joven y encantadora, por no haber tenido tiempo para jugar con ella, para escuchar su canción, por haberla vendido por dinero, por haberla traicionado para avanzar… Serás neurótico y enemigo de la vida (así lo dice tu alma) si me ignoras, y serás destruido si no vuelves a mí con interés genuino y un amor totalmente renovado'».